jueves, 14 de agosto de 2014

Cambiar yo para que cambie el mundo y Rebeldes domesticados (El canto del pájaro (Anthony de Mello))

CAMBIAR YO PARA QUE CAMBIE EL MUNDO

El sufí Bayazid dice acerca de sí mismo: «De joven yo era un revolucionario y mi oración consistía en decir a Dios: 'Señor, dame fuerzas par cambiar el mundo'». «A medida que fui haciéndome adulto y caí en la cuenta de que me había pasado media vida sin haber logrado cambiar a una sola alma, transformé mi oración y comencé a decir: 'Señor, dame la gracia de transformar a cuantos entran en contacto conmigo. Aunque sólo sea a mi familia y a mis amigos. Con eso me doy por satisfecho'».
 
«Ahora, que soy un viejo y tengo los días contados, he empezado a comprender lo estúpido que yo he sido. Mi única oración es la siguiente: 'Señor, dame la gracia de cambiarme a mí mismo'. Si yo hubiera orado de este modo desde el principio, no habría malgastado mi vida».


Todo el mundo piensa en cambiar a la humanidad. Casi nadie piensa en cambiarse a sí mismo.


REBELDES DOMESTICADOS



Era un tipo difícil. Pensaba y actuaba de distinto modo que el resto de nosotros. Todo lo cuestionaba. ¿Era un rebelde, o un profeta, o un psicópata, o un héroe? «¿Quién puede establecer la diferencia?», nos decíamos. «Y en último término, ¿a quién le importa?».

De manera que le socializamos. Le enseñamos a ser sensible a la opinión pública y a los sentimientos de los demás. Conseguimos conformarlo. Hicimos de él una persona con la que se convivía a gusto, perfectamente adaptada. En realidad, lo que hicimos fue enseñarle a vivir de acuerdo con nuestras expectativas. Le habíamos hecho manejable y dócil.



Le dijimos que había aprendido a controlarse a sí mismo y le felicitamos por haberlo conseguido. Y él mismo empezó a felicitarse también por ello. No podía ver que éramos nosotros quienes le habíamos conquistado a él.


Un individuo enorme entró en la abarrotada habitación y gritó: «¿Hay aquí un tipo llamado Murphy?». Se levantó un hombrecillo y dijo: «Yo soy Murphy».

El inmenso individuo casi lo mata. Le rompió cinco costillas, le partió la nariz, le puso los ojos morados y le dejó hecho un guiñapo en el suelo. Después salió pisando fuerte.

Una vez que se hubo marchado, vimos con asombro cómo el hombrecillo se reía entre dientes. «¡Cómo he engañado a ese tipo!», dijo suavemente. «¡Yo no soy Murphy! ¡Ja, ja, ja!».



Una sociedad que domestica a sus rebeldes ha conquistado su paz, pero ha perdido su futuro.




 




 
 


 

 
 
 
 
 
 
 
 

 
 
 




 
 
 
 
 
 
 

 
 
 
 

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