Lleno de alegría...
No son pocos los sicólogos que creen descubrir en el hombre contemporáneo las tres reacciones básicas que el animal puede adoptar ante un conflicto: el ataque, la huida o la pasividad.
Muchas personas se enfrentan a la vida en actitud agresiva. Su preocupación es que nadie les pise. Por ello atacan antes de que nadie les ataque. Viven culpabilizando siempre a los demás de todo cuanto les ocurre. Ellos sólo son víctimas maltratadas injustamente por la vida.
Otros huyen de la vida refugiándose en la depresión Inconscientemente se culpan a sí mismos de todo. «Nadie me puede entender». Nadie me puede querer». «Mejor sería terminar de una vez». El vacío y la tristeza interior ahoga en ellos el deseo de vivir.
Otros se defienden adoptando una postura de pasividad Nada tiene demasiada importancia. Lo mejor es no sufrir ni gozar demasiado con nada. «Ir tirando» en medio de la indiferencia y el escepticismo.
Hay algo común a todas estas actitudes y es la falta de alegría y gusto por la vida.
Qué diferente es la actitud de quien sabe ahondar en la existencia y encuentra ese «tesoro» del que habla Jesús en su parábola capaz de “llenar de alegría” el corazón del hombre.
Sirva como ejemplo esa oración admirable de Tomás Moro, aquel consejero honesto decapitado en Londres bajo Enrique VIII Una oración transida de vida, gozo y humor cristiano, digna de ser repetida en nuestros días.
«Señor, dame un poco de sol, un poco de trabajo y un poco de alegría. Dame el pan de cada día y un poco de mantequilla. Dame una buena digestión y algo que digerir.
Dame un alma que ignore el aburrimiento, los lamentos y los suspiros. No permitas que me preocupe excesivamente de esta cosa embarazosa a la que llamo ‘yo’.
«Señor, dame humor para que saque un poco de felicidad de esta vida y así ayude a los demás. Dame una pizca de canción para mis labios y una poesía o una novela para distraerme.
Enséñame a comprender los sufrimientos sin ver en ellos una maldición. Dame sentido común que lo necesito mucho.
Hazme, Señor, bueno, un alma desprendida, tranquila, apacible, caritativa, benévola, tierna y compasiva. Que tenga en todas mis acciones y en todas mis palabras y en todos mis pensamientos, el gusto de tu Espíritu santo y bendito».
José Antonio Pagola
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