REFLEXIÓN ESPIRITUAL
De la Constitución Dogmática Lumen Gentium, sobre la
Iglesia, del Concilio Vaticano II
(Núms. 2, 16)
(Núms. 2, 16)
El Padre eterno... creó el mundo universo, decretó
elevar a los hombres a la participación de la vida divina y, caídos por el
pecado de Adán... les otorgó siempre los auxilios necesarios para la salvación,
en atención a Cristo redentor. [...]
Por su parte, todos aquellos que todavía no han
recibido el Evangelio están ordenados al pueblo de Dios por varios motivos. Y,
en primer lugar, aquel pueblo a quien se confiaron las alianzas y las promesas,
y del que nació Cristo según la carne; pueblo, según la elección, amadísimo a
causa de los padres: porque los dones y la vocación de Dios son irrevocables.
Pero el designio de salvación abarca también a todos los que reconocen al
Creador, entre los cuales están en primer lugar los musulmanes, que, confesando
profesar la fe de Abrahán, adoran con nosotros a un solo Dios, misericordioso,
que ha de juzgar a los hombres en el último día. Este mismo Dios tampoco está
lejos de aquellos otros que, entre sombras e imágenes, buscan al Dios
desconocido, puesto que es el Señor quien da a todos la vida, el aliento y
todas las cosas, y el Salvador quiere que todos los hombres se salven.
Pues los que inculpablemente desconocen el Evangelio y
la Iglesia de Cristo, pero buscan con sinceridad a Dios y se esfuerzan, bajo el
influjo de la gracia, en cumplir con sus obras la voluntad divina, conocida por
el dictamen de la conciencia, pueden conseguir la salvación eterna. Y la divina
Providencia no niega los auxilios necesarios para la salvación a aquellos que,
sin culpa por su parte, no han llegado todavía a un expreso conocimiento de
Dios y se esfuerzan, con la gracia divina, en conseguir una vida recta. La
Iglesia considera que todo lo bueno y verdadero que se da entre estos hombres
es como una preparación al Evangelio y que es dado por aquel que ilumina a todo
hombre para que al fin tenga la vida.
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