¿Cuán “cordial” es el
pueblo brasilero?
2014-11-07
Decir que el brasilero es un
«hombre cordial» viene del escritor Ribeiro Couto, expresión generalizada por
Sérgio Buarque de Holanda en su conocido libro Raíces de Brasil, de 1936, que
le dedica todo el capítulo V. Pero aclara, contrariando a Cassiano Ricardo que
entendía la «cordialidad» como bondad y delicadeza, dice que «nuestra forma
ordinaria de convivencia social es en el fondo justamente lo contrario de la
delicadeza» (de la 21ª edición de 1989 p. 107). Sérgio Buarque asume la
cordialidad en sentido estrictamente etimológico: viene de corazón. El
brasilero se orienta mucho más por el corazón que por la razón. Del corazón
pueden provenir el amor y el odio. Bien dice el autor: «la enemistad bien puede
ser tan cordial como la amistad, visto que una y otra nacen del corazón»
(p.107).
Escribo
todo esto para entender los sentimientos «cordiales» que irrumpieron en la
campaña presidencial de 2014. Hubo por una parte declaraciones de entusiasmo y
de amor, hasta el fanatismo, para los dos candidatos y por otra, odios
profundos, expresiones altaneras por parte de ambas partes del electorado. Se
verificó lo que Buarque de Holanda escribió: la falta de delicadeza en nuestra
convivencia social.
Tal
vez en ninguna campaña anterior se expresaron los gestos «cordiales» de los
brasileros en el sentido de amor y odio contenidos en esta palabra. Quien
siguió las redes sociales, se dio cuenta de los niveles bajísimos de buena
educación, falta de respeto mutuo y hasta de falta de sentido democrático como
convivencia con las diferencias. Esa falta de respeto repercutió también en los
debates entre los candidatos, transmitidos por la TV. Por ejemplo, que uno de
los candidatos llame a la Presidenta del país «liviana y mentirosa» se inscribe
dentro de esta lógica «cordial», aunque revele gran falta de respeto hacia la
dignidad del más alto cargo de la nación.
Para
entender mejor esta «cordialidad» nuestra cabe mencionar dos herencias que
pesan en nuestra ciudadanía: la colonización y la esclavitud. La colonización
produjo en nosotros el sentimiento de sumisión, teniendo que asumir las formas
políticas, la lengua, la religión y los hábitos del colonizador portugués. En
consecuencia se creó la Casa Grande y la Senzala. Como bien mostró Gilberto
Freyre no se trata de instituciones sociales externas. Ellas fueron
internalizadas en forma de un dualismo perverso: de un lado el señor que posee
y manda todo, y del otro el siervo, que tiene poco y obedece, o también la
jerarquización social que se revela por la división entre ricos y pobres. Esa
estructura subsiste en la cabeza de las personas y se ha vuelto un código de
interpretación de la realidad.
Otra
tradición muy perversa fue la esclavitud. Cabe recordar que hubo una época,
entre 1817-1818, en que más de la mitad de Brasil estaba compuesta por esclavos
(50,6%). Hoy cerca del 60% tiene en su sangre algo de los esclavos
afrodescendientes. El catecismo que los curas enseñaban a los esclavos era
«paciencia, resignación y obediencia»; a los esclavócratas se les enseñaba
«moderación y benevolencia» cosa que, a decir verdad, se practicaba poco. La esclavitud
fue internalizada en forma de discriminación y de prejuicio en contra del negro
que debía servir siempre. Pagar el salario todavía es entendido por muchos como
una caridad y no como un deber, porque los esclavos antes hacían todo gratis, e
imaginan que deben seguir así. De esta forma se trata, en muchos casos, a los
empleados y empleadas domésticas o a los peones de las haciendas.
Las
consecuencias de estas dos tradiciones están en el inconsciente colectivo
brasileiro en términos no tanto de conflicto de clase (que también existe) sino
de conflictos de status social. Se dice que el negro es perezoso cuando sabemos
que fue él quien construyó casi todo lo que tenemos en nuestras ciudades. El
nordestino es ignorante, porque vive en el semiárido bajo duras limitaciones
ambientales, cuando es un pueblo altamente creativo, despierto y trabajador.
Del nordeste nos vienen los mayores escritores, poetas, actores y actrices. En
el Brasil de hoy es la región que más crece económicamente, del orden del 2-3%,
por tanto por encima de la media nacional. Pero el prejuicio los castiga a la
inferioridad.
Todas
estas contradicciones de nuestra «cordialidad» aparecieron en los twitters,
facebooks y otras redes sociales. Somos seres contradictorios.
Añado
también un argumento de orden antropológico para comprender la irrupción de los
amores y odios en esta campaña electoral. Se trata de la ambigüedad esencial de
la condición humana. Cada uno posee su dimensión de luz y de sombra, sim-bólica
(que une) y dia-bólica (que divide). Los modernos dicen que somos
simultáneamente dementes y sapientes (Morin), es decir, personas de
racionalidad y bondad y al mismo tiempo de irracionalidad y maldad. La
tradición cristiana dice que somos simultáneamente santos y pecadores. En la feliz
expresión de san de Agustín: cada uno es Adán, cada uno es Cristo, es decir,
cada persona está llena de limitaciones y vicios y al mismo tiempo es portadora
de virtudes y de una dimensión divina. Esta situación no es un defecto sino una
característica de la condition humaine. Cada uno debe saber equilibrar
estas dos fuerzas y en la mejor de las hipótesis, dar primacía a las
dimensiones de luz sobre las de sombra, a las de Cristo sobre las del viejo
Adán.
En
estos meses de campaña electoral se mostró quienes somos por dentro:
«cordiales» en el doble sentido de la palabra: llenos de rabia y de indignación
y al mismo tiempo de exaltación positiva y de militancia seria y
autocontrolada. No debemos ni reír ni llorar, sino tratar de entender. Pero no
basta entender; urge buscar formas civilizadas de «cordialidad» en las que
predomine la voluntad de cooperación en aras del bien común , se respete el
espacio legítimo de una oposición inteligente y se acojan las diferentes
opciones políticas. Brasil necesita unirse para que todos juntos nos
enfrentemos a los graves problemas internos y externos (guerras de grande
devastación y la grave crisis en el sistema-Tierra y en el sistema-vida), en un
proyecto asumido por todos para que se haga realidad lo que se dijo de Brasil
como la «Tierra de la buena Esperanza»(Ignacy Sachs).
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