domingo, 11 de enero de 2015

44. Una muchacha japonesa (Razones desde la otra orilla) José Luis Martín Descalzo

44. Una muchacha japonesa
Esta vez la carta me ha llegado de¡ lejano Japón. Resulta que uno de mis últimos libros -los que recogen estos artículos en ByN- ha llegado a las manos de una estudiante de lengua española en la Universidad de Tokio, y me escribe una preciosa carta en un muy buen español para formularme algunas tremendas preguntas:
«¿Qué piensa usted de este mundo en que vivimos ahora? Muchas cosas que Dios ha hecho bien para nosotros fueron destruidas por nuestra mano, aunque no puedo decir todas. Unas las podemos ver y otras no. Recientemente no sé distinguir entre el bien y el mal. Si vivo de acuerdo con mi conciencia y escuchando la voz de Dios, vivo contra el mundo. Pero si vivo con el mundo, vivo sin estar de acuerdo conmigo. Pero si intento vivir de acuerdo con mi conciencia, el corazón perverso que está ensuciado por la codicia me molesta. Tengo la contradicción en mi corazón. ¿Todo el mundo vive con alegría? ¿Cómo lo consigue usted?»
Como ustedes verán, aquí se me hacen unas preguntas para uno y aun para varios libros. Y me veré obligado a responder con palabras muy elementales. La primera para decir que el mundo nos) puede ser juzgado con generalizaciones. Realmente, ¿qué conocemos cada uno de nosotros del mundo? Ni una micromillonésima parte. Sólo Dios pesa el mundo entero en sus balanzas celestiales. Nosotros, ¿con cuántas personas hablamos al cabo del día? Difícilmente con más de diez. ¿Y al cabo de un año? Quizá con menos de cien. ¿Y qué sabemos de ellas? Poco más que sus palabras y algunos hechos. Y ¿de sus intenciones, de sus sufrimientos, de sus esperanzas? Nada, prácticamente nada. Por eso mal podemos condenar o canonizar a un mundo y a una gente de la que tan poco sabemos.
Por otro lado, el noventa por ciento de nuestras informaciones y conocimientos las recibimos de los periódicos, las revistas, la televisión. ¿Y es ésta una información objetiva? No hay que olvidar que estos medios tienen unas leyes que hacen imposible el que sean espejos objetivos de la realidad. En primer lugar sólo hablan de las personas importante por alguna razón (los periódicos del mundo hablan diez millones más de Bush que de diez millones de desconocidos americanos) y dedican mucho más espacio a lo raro, novedoso y «noticioso» que a lo importan- te: si una madre tortura a su hijo, probablemente sale en primera página; pero si ese día un millón de madres se han sacrificado por sus hijos, nadie habla de ellas. Si un hombre asalta un banco y mata a un policía para poder dar de comer a sus hijos, sale en la sección de sucesos; pero si diez millones de padres trabajan cada día para lo mismo, eso no es noticia.
Y resulta que cuando este fenómeno se repite todos los días, acabamos por creernos que el mundo es lo que de él nos cuentan los periódicos y la televisión. Pero en éstos pocas veces se publica lo bueno.
En resumen: que el mundo es una rara mezcla de pecado y salvación. Que es cierto que en el corazón humano hay raíces de violencia, de codicia, de egoísmo. Pero que también hay tendencias a la piedad, al amor, la compasión y la Maternidad.Y que Dios está ahí precisamente para ayudarnos a vencer esas tendencias malas y fecundar las buenas. Y que, concretamente, Cristo vino al mundo para traernos la salvación: esa gran noticia de que Dios nos ama y que está ahí para ayudarnos.
Pero hay épocas -me dices-- en la que no sabes distinguir entre el bien y el mal. Bueno, eso nos pasa a todos. A veces el bien y el mal están tan mezclados que hay que mantener lúnpio el corazón para poder distinguirlos. Sin embargo, junto a zonas confusas, hay otras que son muy claras: amar será siempre mejor que no amar; la paz será siempre mejor que la violencia; ayudar a quienes nos rodean, mejor que hacerles daño u olvidarnos de ellos; sonreír, mejor que enfadarse; trabajar, mejor que vaguear; trabajar bien, mejor que de cualquier manera; actuar según la conciencia, mejor que hacerlo según el capricho... Y así muchas otras cosas.
¿Y en el resto? Desde luego y sin duda: apostar por la voz interior de la conciencia, dejando que el mundo, la moda y los demás hagan lo que quieran, pero siguiendo nosotros lo mejor de nuestro corazón.
¿Y con ello se consigue la alegría? Se consigue, por lo menos, la satisfacción del deber cumplido y la paz interior. Aunque, claro, la alegría no es algo que se consiga de una vez para siempre: hay que reconquistaría constantemente, sabiendo que siempre existirán los altibajos y que habrá ocasiones en que tendremos que apoyarnos en un hombro querido porque nosotros solos no la encontramos. Para eso inventó Dios el amor y la amistad, para que todos o varios juntos consigan lo que sería titánico para uno solo.
Pero siempre sin tener miedo. Estando «seguros-seguros» de que hay gozo suficiente para todos. Porque Dios -como dice la literatura- no se dio a los hombres con tacañería.

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