Toribio Romo González, Santo.
El santo protector de los "mojados", 25 de febrero
Por: Luis Alfonso Orozco | Fuente: libro "Madera de Héroes" || www.santotoribioromo.com

Nació en Santa Ana de Guadalupe, ranchería (actualmente, con 390 habitantes) que pertenece al municipio de Jalostotitlán, en la zona de Los Altos de Jalisco, el 16 de abril de 1900. Fue hijo de Patricio Romo Pérez y de Juana González Romo, quienes lo llevaron a bautizar al día siguiente de su nacimiento a la parroquia de la Virgen de la Asunción.
Como todos los niños, acudió a la escuela parroquial de su pueblo y a la edad de doce años, por consejo de su hermana y con el apoyo de sus padres, ingresó al Seminario auxiliar de San Juan de los Lagos. María, además de hermana, fue una celosa promotora de la educación de Toribio. Sus padres oponían resistencia a que estudiara, pues era un apoyo en las faenas propias del campo. "Quica", como era llamada familiarmente María por sus parientes más cercanos, incluso contribuyó a infundir en él su vocación y fue quien lo acompañó en todos sus destinos para auxiliarlo.
SACERDOCIO
Después de ocho años pasó al Seminario de Guadalajara. a los 21 años de edad debió solicitar dispensa de edad a la Santa Sede antes de proceder a la recepción del orden presbiteral. El señor arzobispo Francisco Orozco y Jiménez le confirió el diaconado el 22 de septiembre de 1922, y el 23 de diciembre del mismo año administró la ordenación sacerdotal. Prestó su servicios ministeriales en Sayula, Tuxpan, Yahualica y Cuquío. En la parroquia de este último destino se encontró con el señor cura Justino Orona, padre bondadoso que le brindó su amistad.
La persecución callista contra la Iglesia Católica enardeció los ánimos de los habitantes de Cuquío y el 9 de noviembre de 1926 se levantaron en armas más de trescientos hombres para repeler la opresión del Gobierno, que perseguía a muerte al párroco y a los sacerdotes, quienes anduvieron a salto de mata huyendo de un lugar a otro, esperando de un momento a otro la muerte. El padre Toribio escribió en su diario: ..."Pido a Dios verdadero mande que cambie este tiempo de persecución. Mira que ni la Misa podemos celebrar tus Cristos; sácanos de esta dura prueba, vivir los sacerdotes sin celebrar la Santa Misa... Sin embargo, qué dulce es ser perseguido por la justicia. Tormenta de duras persecuciones ha dejado Dios venir sobre mi alma pecadora. Bendito sea El. A la fecha, 24 de junio, diez veces he tenido que huir escondiéndome de los perseguidores, unas salidas han durado quince días otras ocho... unas me han tenido sepultado hasta cuatro largos días en estrecha y hedionda cueva; otras me han hecho pasar ocho días en la cumbre de los montes a toda la voluntad de la intemperie; a sol, agua y sereno. La tormenta que nos ha mojado, ha tenido el gusto de ver otra que viene a no dejarnos secar, y así hasta pasar mojados los diez días..."
Su gran amor a la Eucaristía le hacía repetir con frecuencia esta oración: Señor, perdóname si soy atrevido, pero te ruego me concedas este favor: no me dejes ni un día de mi vida sin decir la Misa, sin abrazarte en la Comunión... dame mucha hambre de Ti, una sed de recibirte que me atormente todo el día hasta que no haya bebido de esa agua que brota hasta la Vida Eterna, de la roca bendita de tu costado herido. ¡Mi Buen Jesús!, yo te ruego me concedas morir sin dejar de decir Misa ni un solo día.
En septiembre de 1927, el padre Toribio tuvo que retirarse y desde el cerro de Cristo Rey lloró afligido porque tenía que dejar el pueblo, decir adiós a su querido párroco; porque los superiores le ordenaban que se hiciera cargo de la parroquia de Tequila, Jalisco, lo cual no era una misión apetecible ya que el municipio era entonces uno de los lugares donde las autoridades civiles y militares más perseguían a los sacerdotes.
No se intimidó por ello y localizó una antigua fábrica de tequila que se encontraba abandonada cerca del rancho Agua Caliente, la utilizó como refugio y lugar para seguir celebrando misas.; presintió que allí sería su muerte inevitable, y lo dijo: "Tequila, tú me brindas una tumba, yo te doy mi corazón".
Por los graves peligros el padre Toribio no podía vivir en el curato de Tequila, y se hospedó en la barranca de Agua Caliete en la casa del señor León Aguirre. En diciembre de 1927, el hermano menor de Toribio fue ordenado sacerdote y enviado también a Tequila como vicario cooperador; a los pocos días llegó también su hermana María para atenderlos y ayudarlos.
MARTIRIO
El padre Toribio había ofrecido su sangre por la paz de la Iglesia y pronto el Señor aceptó el ofrecimiento. El Miércoles de Ceniza, 22 de febrero, el padre Toribio pidió al padre Román (su hermano) que le oyera en confesión sacramental y le diera una larga bendición; antes de irse le entregó una carta con el encargo de que no la abriera sin orden expresa. También pasó jueves y viernes arreglando los asuntos parroquiales para dejar todo al corriente. A las 4 de la mañana del sábado 25 acabó de escribir, se recostó en su pobre cama de otates y se quedó dormido.
De pronto una tropa compuesta por soldados federales y agraristas, avisados por un delator, sitió el lugar, brincaron las bardas y tomaron las habitaciones del señor León Aguirre, encargado de la finca y unagrarista grita: "¡Este es el cura, mátenlo!" Al grito despertaron el padre y su hermana y él contestó asustado: "Sí soy... pero no me maten"... No le dejaron decir más y dispararon contra él; con pasos vacilantes y chorreando sangre se dirigió hacia la puerta de la habitación, pero una nueva descarga lo derribó. Su hermana María lo tomó en sus brazos y le gritó al oído: "Valor, padre Toribio... ¡Jesús misericordioso, recíbelo! y ¡Viva Cristo Rey!" El padre Toribio le dirigió una mirada con sus ojos claros y murió.
Estando muerto ya su hermano, la amarraron espalda con espalda con el cadáver, en tanto armaban una camilla de ramajes para transportar el cuerpo del Padre Toribio.
Los verdugos lo despojaron de sus vestiduras y saquearon la casa para después llevarse presa a su hermana María a pie hasta el poblado de “La Quemada”, sin permitirle que sepultara a su hermano, pero antes habían pasado frente a la presidencia municipal con el cadáver del Mártir Toribio sobre la camilla improvisada con palos que transportaban unos vecinos, pero ahí, los soldados que, además, iban silbando y cantando obscenidades al tiempo que los demás rezaban.
María, ya liberada de su breve aprisionamiento, descalza, así como estaba, viajó a pie hasta Guadalajara, a casa de sus padres, para aislarse del odio, cobijarse en el amor paterno y llorar con los suyos la pérdida de su «querido niño».
La familia Plascencia consiguió permiso de velarlo en su casa y al día siguiente, domingo 26 de febrero, con mucha gente que rezaba y lloraba, lo sepultaron en el panteón municipal.
Pasados algunos días su hermano el Padre Román, obediente, abrió la carta en Guadalajara, encontrándose con que era el testamento del Padre Toribio y leyó su contenido: "Padre Román, te encargo mucho a nuestros ancianitos padres, haz cuanto puedas por evitarles sufrimientos. También te encargo a nuestra hermana Quica que ha sido para nosotros una verdadera madre... a todos, a todos te los encargo. Aplica dos misas que debo por las Almas del Purgatorio, y pagas tres pesos cincuenta centavos que le quedé debiendo al señor cura de Yahualica..."
RELIQUIAS
El padre Toribio murió como mártir de la fe cristiana el 25 de febrero de 1928. Veinte años después de su sacrificio, los restos del mártir Toribio Romo regresaron a su lugar de origen, y fueron depositados en la capilla construida por él, en Jalostotitlán.. El 22 de noviembre de 1992 fue beatificado, y el 21 de mayo de 2000 fue canonizado junto con 24 compañeros.
RELATO DE MARGARITA ROMO
sobrina de Santo Toribio
Aún es posible rescatar la memoria histórica de nuestros Santos Mártires, pues sobreviven testigos, familiares y personas que tuvieron contacto personal con ellos o con algún familiar directo. Tal es el caso de Margarita Romo Enríquez, sobrina carnal de Santo Toribio. Hija de Francisco Romo, hermano del santo y vecina del tradicional barrio de Santa Teresita, -lugar entrañablemente relacionado con la vida de los Romo-, ella tiene mucho qué decir de Santo Toribio. A sus 73 años su figura es erguida; de tez blanca y ojos azules, como los de mucha gente bella de Los Altos, su rostro amable, sereno y la gran lucidez en el discurso de su charla, descubren en ella la envidiable madurez y la satisfacción que deja el deber cumplido.
De su padre, Francisco, y de su tía María, «Quica» para la gente más cercana a ella, conserva frescas en su memoria las palabras, expresiones y anécdotas que les oyó decir.
Relata Margarita que desde pequeño, Toribio empezó a evidenciar rasgos de su vocación:
«En una ocasión, allá en Santa Ana de Guadalupe, Jalisco, lugar donde nació el santo, `Quica´ y su hermana Hipólita, a quien cariñosamente decían `Pola´, se encontraban haciendo una alba debajo de un mezquite, para el Cantamisa del Padre Juan Pérez, quien iba a celebrar ahí.
El pequeño Toribio, de cuatro o cinco años de edad, rondaba el lugar; llegándose a ellas tocó el alba y preguntó a Quica: -¿Qué están haciendo?... -Una alba para el padre. -`¿Algún día me pondré una de éstas?... Pola se volteó y le dijo: `No se hizo la miel para el hocico de los burros´. Quica, como reprendiendo a su hermana, respondió a Toribio: `Sí, no se hizo la miel para el hocico de los burros pero tú te pondrás una de éstas´, ante la admiración del pequeño y la misma `Pola´»... Estas palabras resultaron proféticas.
Doña Margarita sonríe al recordar las travesuras de su tío, hoy santo: «Tanto Toribio como su hermano Román eran muy traviesos cuando pequeños. En una ocasión, Toribio pidió a su cuñado Luis prestarse a una travesura; este último se haría pasar por muerto y Toribio sería quien diera el anuncio. Por supuesto que la broma era pesada; causó alboroto, duelo y conmoción en los que ahí estaban. La farsa duró hasta que le pegaron un cigarro encendido en la boca al «difunto». Se comprende que ahí terminó todo, no sin graves reclamos para los dos bromistas.
«Era un niño particularmente devoto y trabajador -abunda-. Además de asistir a la escuela en Jalostotitlán, empleaba su tiempo en hacer mandados: repartía tortillas en las casas, entregaba la ropa que hilaban, pero también iba temprano a la parroquia a cumplir sus deberes de acólito. Se le veía con frecuencia hacer la visita al Santísimo y sorprendía verlo desde pequeño muy dedicado a la oración. Él mismo invitaba a otros jovencitos, chiquillos, al rezo del Rosario a la orilla del río». Muchos recuerdos se agolpan de pronto en la mente y corazón de Margarita, y sus ojos se rasan de emoción.
Su preparación al sacerdocio la completó en Guadalajara, en el Seminario de San José, a donde pasó el mes de octubre de 1920. Ahí se distinguió no sólo por ser buen estudiante, sino por otros méritos así como por ser muy juguetón y alegre. Por ello sus compañeros le pusieron el alias de “El Chirlo”. Hay una anécdota muy especial en la vida del Padre Toribio:
Desde que era seminarista, se había empeñado en la construcción de una capillita en su rancho natal, siendo cosa notable que, el día 5 de enero de 1923, prácticamente unas horas antes de su Cantamisa, se cerró la última bóveda que faltaba en dicha edificación, lo cual le permitió decir su primera misa con gran devoción, en compañía de sus familiares y amigos.
Su inicial destino fue Sayula, Jal., pero ahí la gente, en general, no lo comprendió, ocasionándole ello muchas dificultades, al punto de que la jerarquía eclesiástica tuvo que mudarlo a la parroquia de Tuxpan, Jal., pueblo que está situado prácticamente al pie del Volcán de Colima y cuyos habitantes lo trataron con verdadero cariño.
A poco lo volvieron a cambiar, pero ahora a Yahualica, Jal., región totalmente distinta a la anterior, pero de “aires alteños” y muy cercana a su lugar de nacimiento. Quizá eso le infundió muchos bríos para trabajar en su apostolado pero, como paradoja, ahí lo frenaron prohibiéndole hasta que rezara el rosario en público y celebrara misa, lo cual lo llevó rumbo al arzobispado para poner las cosas en claro.
El resultado fue un nuevo cambio, ahora a Cuquío, Jal., que tenía como párroco al señor cura Justino Orona Madrigal (ahora Santo Mártir). En el encontró a un padre bondadoso que supo comprenderlo y apoyarlo en su entusiasmo para llevar a cabo los trabajos pastorales. La persecución callista llegó a Cuquío enardeciendo los ánimos de los habitantes, de quienes se dice que "anochecían cristianos y amanecían cristeros".
En diciembre de 1927 fue ordenado sacerdote el diácono Román Romo González, hermano menor del Padre Toribio, siendo destinado también a Tequila, Jal., como vicario cooperador y entre los dos hermanos se repartieron el trabajo ministerial, a los pocos días también llegó su hermana María, para atenderlos en los trabajos de casa y ayudar en el catecismo.
Francisco y Toribio fueron siempre muy hermanables, -explica Margarita-; prácticamente estuvieron cercanos durante toda la vida.
«En las proximidades de Tequila, andaban mi tío Toribio y mi padre escondiéndose, a `salto de mata´. Los iban siguiendo los `guachos´, como les decían a los federales, y no hallaban dónde meterse, pues ahí el terreno era más o menos parejo. Entonces descubrieron una noria y se metieron al agua. Ahí, entre la maleza y carrizos que crecían con abundancia en los bordes interiores, lograron burlar la revisión; permanecieron escondidos ahí toda la noche y el día siguiente. Se cuidaban uno al otro, pues cabeceaban de sueño y debilidad por la fatiga excesiva».
TESTIMONIOS
El séptimo día de la semana es el más socorrido por los fieles para visitar el templo donde se veneran los restos de Santo Toribio. Vienen de diversos puntos de Jalisco, Zacatecas y Aguascalientes, aunque también han llegado algunos de Tabasco, Sinaloa y Michoacán.
1.-En el improvisado estacionamiento se observan carros con placas estadounidenses, pero de dueños mexicanos. En uno de ellos viaja Otilio, un joven moreno que viste botas vaqueras y sombrero tejano. Viene desde Nevada para ver al santo, quien hace poco más de un año lo ayudó a cruzar la frontera.
"Un amigo y yo nos fuimos de Jalos con la intención de trabajar en el otro lado, pero estando cerca de la frontera nos asaltaron y nos golpearon. Se llevaron todo nuestro dinero y estábamos desconsolados", cuenta Otilio mientras abre los ojos como si pudiera ver de nueva cuenta lo que sucedió aquella noche. "No teníamos para pagarle al “pollero” ni para regresar a la casa. De repente, un carro se detuvo a nuestro lado y un sacerdote nos invitó a subir. Le platicamos nuestra situación y nos dijo que no nos preocupáramos, que él nos ayudaría a cruzar la frontera. Y eso hizo. No sabemos cómo, pero nos pasó por una vereda solitaria. Cuando nos dimos cuenta, ya estábamos en Estados Unidos. Al bajar nos dio dinero y nos dijo que buscáramos trabajo en una fábrica cercana, que ahí nos iban a contratar".
La voz de Otilio todavía se quiebra de emoción al narrar que, sumamente agradecidos, le preguntaron al cura su dirección para pagarle el préstamo con su primer sueldo.
"Nos dijo: `Ustedes son de Jalisco, ¿verdad? Cuando ganen lo suficiente, vayan a Santa Ana y pregunten por Toribio Romo. Ése es mi nombre´. Con el dinero pagamos el hospedaje y, efectivamente, conseguimos trabajo en el lugar que nos mencionó. Unos meses después venimos a Santa Ana. Cuando entramos a la iglesia y vimos el retrato del altar, luego luego lo identificamos como el padre que nos ayudó. Al preguntar por él nos dijeron que había muerto hacía 70 años. Nos pusimos a llorar y dimos nuestro testimonio". Desde entonces, visita por lo menos una vez al año el templo de quien se ha convertido en su protector.
2.- El zacatecano Jesús Buendía Gaytán, un campesino de 45 años de edad, cuenta que hace 2 décadas decidió irse de indocumentado a California para buscar empleo en alguna plantación. Se puso en contacto con un "pollero" en Mexicali pero, apenas cruzaron la frontera, fueron descubiertos por la patrulla fronteriza y para escapar Jesús se internó en el desierto.
Después de caminar varios días por veredas desoladas y más muerto que vivo de calor y sed, vio acercarse una camioneta. De ella bajó un individuo de apariencia juvenil, delgado, tez blanca y ojos azules, quien en perfecto español le ofreció agua y alimentos. Le dijo que no se preocupara porque le indicaría dónde solicitaban peones. También le prestó unos dólares para imprevistos. A manera de despedida el buen samaritano le dijo: "Cuando tengas dinero y trabajo búscame en Jalostotitlán, Jalisco, pregunta por Toribio Romo".
Luego de una temporada en California, Jesús regresó y quiso visitar a Toribio. En Jalostotitlán lo mandaron a la ranchería de Santa Ana, a unos 10 kilómetros del pueblo. “Ahí pregunté por Toribio Romo y me dijeron que estaba en el templo. Casi me da un infarto cuando vi la fotografía de mi amigo en el altar mayor. Se trataba del sacerdote Toribio Romo, asesinado durante la guerra cristera. Desde entonces me encomiendo a él cada vez que voy a Estados Unidos a trabajar”.
PROCESO DE CANONIZACIÓN
Poco a poco, los fieles fueron llevando las reliquias que habían guardado con celo y aquellas que permanecían en el ataúd cuando lo exhumaron: la ropa que portaba Toribio cuando lo mataron, su escapulario, su Biblia y gotas de su sangre cuidadosamente guardadas en borlas de algodón.
A partir de ese momento comenzó a rendírsele culto en su iglesia y en la de Tequila. Casi de inmediato empezaron atribuírsele milagros por su intercesión. El hermano del Padre Toribio, Ramón Romo, también sacerdote, y otros familiares se encargaron de recopilar testimonios en unos cuadernitos que atesoraron por décadas con la esperanza de que sirvieran para canonizarlo.
A pesar de los numerosos milagros, el proceso de canonización duró años, debido a la complejidad del trámite.
Según el Concilio Vaticano II, "los discípulos de Cristo que pueden ser santificados han sido llamados no según sus obras, sino según el designio y la gracia de Dios". Por lo mismo, las indagaciones tienen que ser muy precisas. Cada proceso de averiguación o de recogida de pruebas debe estar a cargo del obispo, previo permiso de la Santa Sede. A ellos compete el derecho de investigar sobre la vida, virtudes, martirio, fama de santidad y milagros.
Para ello, primero se recaban documentos o escritos inéditos y se interroga a los testigos. Luego se elabora el examen de los milagros atribuidos y el de las virtudes y el martirio. Las investigaciones se envían por duplicado a la Comisión, junto con un ejemplar de los libros de cada Siervo de Dios, para que se lleve a cabo una relación del juicio y se envíe al Vaticano, donde proceden a la misma investigación de nueva cuenta.
Encuestas efectuadas en meses pasados por la Conferencia del Episcopado Mexicano revelaron que Toribio es uno de los santos más populares, de los 29 mexicanos canonizados hasta ahora, gracias a los favores que concede a quienes emigran legal o ilegalmente a Estados Unidos.
Uno de los santos mexicanos actualmente más conocidos en el país y también en los Estados Unidos. Se le conoce popularmente como el Patrono de los Mojados.
El Padre Toribio Romo González es uno de los santos mexicanos actualmente más conocidos en el país y también en los Estados Unidos. Se le conoce popularmente como el Patrono de los Mojados, es decir, de los obreros mexicanos que pasan temporadas en los Estados Unidos en busca del sustento familiar. Muchos de ellos, en la actualidad, se encomiendan a su protección y no quedan defraudados.
Algunos fines de semana, la población de Santa Ana Guadalupe, que cuenta con 300 habitantes, en la región de Los Altos de Jalisco, contempla la llegada de más de 50 autobuses repletos de peregrinos de diversas partes del país, quienes van a rezar ante la tumba de santo Toribio Romo, a pedirle favores o también a agradecerle su protección durante algún momento difícil mientras se encontraban de jornaleros en el vecino país norteño. A la entrada de la población se levanta un arco monumental de cantera rosa, erigido en el 2000, el año de su canonización, por un grupo de agradecidos braceros de Zacatecas que le reconocen como su protector.
Se cuentan algunos casos singulares. Entre ellos el del señor Jesús Buendía, un campesino zacatecano de 45 años, quien en la década de los ochenta decidió pasarse como indocumentado a California en busca de empleo en alguna plantación agrícola. Un “pollero” en Mexicali le hizo cru¬zar la frontera, pero fueron descubiertos por la patrulla de vigilancia y aquel hombre lo abandonó a su suerte. Buendía se internó en el desierto para escapar de la guardia.
Después de caminar varios días por veredas desoladas, y desfalleciendo de calor y sed, vio acercarse una camioneta. De ella bajó un joven delgado, de tez blanca y ojos azules, quien en perfecto español le ofreció agua y alimento. Le dijo que no se preocupara porque le indicaría dónde solicitaban peones. También le dejó unos dólares como ayuda.
A manera de despedida, aquel buen samaritano salido del desierto le dijo:
- Cuando tengas dinero y trabajo, si vuelves a México búscame en Jalostotitlán, Jalisco. Pregunta por Toribio Romo.
Pasados unos años en California, Jesús Buendía regresó a México y quiso agradecer a Toribio su ayuda tan importante en aquella ocasión dramática. Se dirigió a Jalostotitlán y de allí lo mandaron a Santa Ana Guadalupe, a unos 10 kilómetros del pueblo.
“Ahí pregunté por Toribio Romo y me dijeron que estaba en el templo. Casi me da un infarto cuando vi la fotografía de mi amigo y protector en el altar mayor. Supe que se trataba del sacerdote Toribio Romo, asesinado durante la Guerra Cristera. Desde entonces me encomiendo a él cada vez que me voy a los Estados Unidos a trabajar.”
Sacerdote a los 23 años
Despierta el interés conocer por qué este santo jalisciense, muerto a los 27 años, se ha constituido en el protector de los trabajadores que emigran al gran país del norte en busca de mejores medios de subsistencia. Dios lo sabe, seguramente. Hay algunos datos de su biografía que hacen entrever su preocupación, desde muy joven, por mejorar la situación de los obreros y su progreso social y moral. Tal vez por haber experimentado en su propia carne desde pequeño las duras condiciones de la pobreza y el trabajo, pues Toribio siendo niño ayudó como pastor para colaborar en el sustento familiar. Además, está el hecho de haber nacido en una tierra de emigrantes, que saben las penurias que se pasan lejos de los seres queridos.
Los datos principales de la vida y martirio de este santo sacerdote son bastante conocidos31. El P. Toribio no había cumplido aún 27 años cuando fue asesinado por un grupo de soldados del gobierno y campesinos agraristas, contrarios a los cristeros, en el lugar donde había una fábrica de tequila en Agua Caliente, Jalisco. Llevaba apenas cuatro como sacerdote, pues había sido ordenado muy joven, poco antes de cumplir los 23 años.
De los altos de Jalisco
Toribio era hijo de Patricio Romo y Juana González, dos sencillos campesinos del rancho de Santa Ana de Guadalupe, perteneciente a la parroquia de Jalostotitlán, donde nació el 16 de abril de 1900. Al día siguiente de su naci¬miento fue bautizado por el párroco D. Miguel Romo. A los siete años recibió la Primera Comunión. Toribio creció y se educó en una familia cristiana, en un pueblo sencillo y fervoroso que acostumbraba realizar la Adoración nocturna al Santísimo y vivía una filial devoción a la Santísima Virgen de Guadalupe; era costumbre arraigada en todos los hogares rezar el rosario en honor de la Santísima Virgen, todas las noches al volver de las jornadas del campo, generalmente después de cenar y antes de entregarse al sueño reparador.
Desde niño estuvo muy unido de modo especial a su hermana mayor María, “Quica”, quien hizo las veces de segunda madre y le inculcó un gran amor por la Santísima Virgen. También estuvo muy unido a Román, su hermano menor, quien también llegó al sacerdocio y vivió como él las penurias de la persecución contra la Iglesia y sus ministros. Desde pequeño, el P. Toribio expresó su deseo de ir al cielo, y hablaba con frecuencia de él con alegría y esperanza. Una noche, contemplando el cielo tachonado de estrellas brillantes, le dijo a su hermana:
—Quica, yo creo que en la cumbre de la “Mesita” está el cielo. ¡Cómo deseo ir allá! (En esa pequeña cumbre se construyó años más tarde una capilla).
sensible a las Necesidades de los pobres
Toribio pasó su niñez como pastor. Fue un muchacho sencillo, jovial, acostumbrado a la austeridad, y muy perceptivo de las necesidades de los demás. Desde pequeño también mostró su inclinación por el sacerdocio, ya que fungió como acólito o monaguillo de su parroquia y se distinguió por su piedad y atención en el momento de ayudar al sacerdote en la Santa Misa.
A los 13 años se hizo realidad su sueño de comenzar la carrera sacerdotal. Entró primero en el Seminario de San Juan de los Lagos, ciudad en donde también ingresó en la Acción Católica, y desde entonces mostró una sensibilidad especial por los problemas sociales y sindicales de los obreros y sus familias, cuya existencia transcurría entre la marginación y la pobreza.
Le interesaba mucho la educación de los niños. Como seminarista, el joven Toribio era muy dedicado a la oración, asistía a la santa misa, comulgaba diariamente y durante el día hacía frecuentes visitas al Santísimo Sacramento. Todos los días rezaba el rosario en honor de la Madre de Dios. Al cumplir los 20 años, pasó al seminario de Guadalajara para continuar y concluir sus estudios sacerdotales.
Finalmente, llegó el año de su ordenación, en que pudo culminar todos sus esfuerzos y privaciones que le parecieron muy poca cosa delante del magno don que Dios le otorgaba: ser sacerdote de Jesucristo. Tenía muy presentes aquellas palabras de Jesús: “No me habéis elegido vosotros a Mí, sino que Yo os elegí a vosotros”. El P. Toribio recibió el diaconado el 3 de septiembre de 1922, y el 23 de diciembre del mismo año fue ordenado sacerdote. En su diario dejó escrito sus propósitos y resoluciones al recibir las órdenes sagradas. Allí se encuentra la consagración que hizo de su compromiso sacerdotal al Corazón de Jesús:
“A ti, Corazón divino de Jesús, a ti Azucena del Tepeyac, mi adorada Madre y mi única soberana, a ti castísimo San José, consagro de hoy y para siempre el voto de mi perpetua castidad. Ayudadme y llevadme de la mano por este camino.”
Cantó su Primera Misa de un modo solemne en Santa Ana, el 5 de enero de 1923, en el templo dedicado a la Virgen de Guadalupe, cuyos cimientos había iniciado él mismo, siendo todavía seminarista, y donde un día descansarían sus restos mortales. Sus cuatro años de sacerdote los pasó en varias parroquias rurales, donde destacó por el celo con que trabajó en su ministerio sacerdotal durante los años de persecución, atendiendo especialmente a los niños y a los obreros, quienes vivían en duras condiciones de pobreza y marginación.
El P. Toribio mostró un gran amor a la Eucaristía, consciente de que en Ella se contiene toda la gracia y toda la fortaleza del sacerdote para su ministerio y para afrontar las más duras pruebas como el martirio. Solía rezar delante de Jesucristo Sacramentado:
“Señor, perdóname si soy atrevido, pero te ruego me concedas este favor: no me dejes ni un día de mi vida sin decir la misa, sin abrazarte en la comunión... dame mucha hambre de ti, una sed de recibirte que me atormente todo el día hasta no haya bebido de esa agua que brota hasta la vida eterna, de la roca bendita de tu costado herido.”
Vocaciónal martirio
En septiembre de 1927, cuando la guerra cristera estaba en su apogeo, el Sr. Arzobispo de Guadalajara, Francisco Orozco y Jiménez, le dio la orden de encargarse de la parroquia de Tequila, que era entonces uno de los lugares donde las autoridades civiles y militares odiaban más a los sacerdotes. Otro sacerdote había rechazado ir a la población de Tequila por este motivo. El P. Toribio, obedeciendo dócilmente a su prelado y venciendo el miedo natural que la nueva misión le inspiraba, se dispuso a marchar allá después de recibir la bendición de su obispo para cumplir con un mandato que también le llevaría al martirio.
En los planes de Dios no hay casualidades. Se trata más bien de su santa Providencia, que permite las cosas y los acontecimientos para nuestro bien espiritual, aunque tardemos en darnos cuenta. Al P. Toribio Dios lo había elegido también para la vocación martirial. Quería que su sangre sacerdotal sirviera para la reconciliación y para el bien de la Iglesia perseguida en México, para derramar abundantes frutos de perdón y de conversión en muchas almas.
Durante sus años de seminarista, Toribio había sufrido muchas limitaciones materiales, como carecer de la ropa necesaria, de alimentos, de libros para completar sus estudios; su familia era tan pobre que no podía costearle apenas nada. Sin embargo, nunca se le oyó quejarse, sino que confió plenamente en la providencia divina. Practicó con sencillez la virtud de la fortaleza cristiana y la resignación en medio de las dificultades. Sufrió con paciencia las burlas y bromas pesadas de algunos compañeros en el seminario, pero eso nunca le hizo apartarse lo más mínimo de su camino, pues él tenía muy claro que Dios lo llamaba al sacerdocio.
Después, en Tequila, con el nombramiento de encargado de la parroquia, ejerció su ministerio especialmente en la administración de los sacramentos, pero sin abandonar la catequesis y la preparación de los niños a la Primera Comunión. Llevó adelante su ministerio en Tequila de un modo heroico, puesto que el P. Toribio sabía que lo podían asesinar, y sin embargo afrontaba el peligro con tal de asistir a los enfermos que lo solicitaban. En las poblaciones donde san Toribio Romo cumplió su ministerio sacerdotal, los fieles siempre vieron en él un sacerdote abnegado y apostólico; un pastor que amaba a las personas del lugar y trataba de conducirlas hacia Cristo.
Anteriormente, en los primeros años de su ministerio estuvo en diversas poblaciones de su estado natal: Sayula, después en Tuxpan y poco más adelante en Yahualica, donde se le ordenó recluirse en su casa y le prohibieron rezar públicamente el rosario y celebrar la misa. Fue una prueba dolorosa que Dios permitió y que el padre Toribio llevó con resignación y paciencia. Así se iba templando su ánimo para el sacrificio supremo que le esperaba.
Después lo destinaron a Cuquío, otra población de Jalisco, en donde encontró un párroco santo, el futuro mártir P. Justino Orona. En lo más duro de la persecución contra la Iglesia y sus ministros, los dos buenos sacerdotes pasaron meses por demás azarosos, siempre a salto de mata y espe¬rando de un momento a otro la muerte de mano de los perseguidores. La jovialidad del Padre Toribio le permitía estar siempre alegre y procurando cada día una mayor intensidad de espíritu y constante oración por la Iglesia y la patria.
A la carne de chivo
El P. Justino Orona, párroco de Cuquío, era sacerdote desde 1904 y fue sacrificado por sus enemigos el 1 de julio de 1928 en una ranchería cercana a Cuquío35. Era la madrugada de aquel inicio de julio cuando los soldados llegaron al rancho “Las Cruces” y rompieron a culatazos la puerta del cuarto donde se encontraba el P. Orona, con su vicario el P. Atilano Cruz, también mártir.
- Miren quiénes estaban por aquí... ¡dos curas, dos pe¬ces gordos! ¡Qué calladitos estaban! ¡P’a fuera, desgraciados. Ora verán lo que es bueno!..
Con fuertes risotadas e insultándoles, los soldados echaron una soga al cuello del P. Orona y a la cabeza de la silla de montar: con los caballos lo arrastraron fuera del rancho. Su cuerpo quedó materialmente despedazado contra los pedruscos, arbustos y espinas del camino. Metieron en un costal los despojos sangrantes del Padre Orona y a continuación fusilaron al padre vicario Atilano Cruz, en un sitio apartado del poblado. Todo esto ocurrió de madrugada para ocultar sus fechorías al amparo de las sombras.
Después se dirigieron a Cuquío llevando en sendos bu¬rros los cadáveres de ambos sacerdotes martirizados. Arreando los animales, los soldados llegaron hasta la plaza del pueblo. Desmontaron los cadáveres sangrantes de las cabalgaduras y los arrojaron como sacos al duro empedrado. Mientras la gente salía de sus casas para hacer las compras o dirigirse a sus trabajos, los soldados comenzaron a gritar como endemoniados: “A la carne de chivo”, burlándose así de los sacerdotes que acaban de asesinar.
Con gran consternación, con lágrimas e impotencia en sus corazones creyentes, los buenos vecinos de Cuquío contemplaron aquel terrible holocausto de sus pastores y la mofa satánica de los verdugos. Por fin, éstos se retiraron y entonces pudieron recuperar ambos cuerpos para darles cristiana sepultura en el cementerio.
En la barranca de Tequila
Pero unos meses antes de estos tristes sucesos, en septiembre de 1927 el P. Toribio se había ido ya a la población de Tequila, donde al poco tiempo se vio obligado a esconderse en una fábrica destiladora de este famoso licor que había en un rancho de las cercanías, acogido por sus propietarios. La casa cural de Tequila había sido convertida en caballeriza por los soldados de guarnición. Por lo demás, el pueblo no era lugar seguro para él ni para ningún sacerdote.
Desde su escondite en la barranca, el buen sacerdote no se dio descanso; fundó varios centros clandestinos de catequesis para los niños, visitaba a los católicos en sus ranchos interesándose por su situación, y por las noches entraba en el pueblo, visitaba a los enfermos de su parroquia y celebraba la Eucaristía de modo oculto en las casas. En todas estas aventuras le asistía y cuidaba con amor de madre su hermana mayor, María, que en todo compartía las privaciones y sacrificios de su hermano sacerdote.
Aquella barranca, escenario de su martirio, también pre¬senció la acción pastoral de santo Toribio Romo, pues ahí bautizó a centenares de niños, unió en matrimonio a muchas parejas y dio pláticas de instrucción religiosa y moral a los habitantes del lugar, quienes le cuidaban y protegían cuando merodeaban los soldados federales.
En las diversas poblaciones donde estuvo santo Toribio, los fieles vieron en él un sacerdote abnegado y apostólico, que se interesaba por sus problemas y trataba por acercarlos a Cristo. Como le tocó vivir su sacerdocio durante la dura prueba de la persecución, por amor a sus almas encomendadas, aceptó los mayores sacrificios y nunca dejó de atenderlos espiritualmente.
Cuenta un testigo de aquellos años heroicos:
“El día de Cristo Rey del año 1927 se concentraron en el pueblo unos quince mil fieles que asistieron a Misa en un cerro abierto y juraron ante el Santísimo expuesto de defender la fe, aun a costa de la propia vida. La montaña se estremeció con los gritos de ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Virgen Santísima de Guadalupe!”
Los testigos que le conocieron hablan de él dando una lista de cualidades y de virtudes que lo igualan a los demás mártires que la Iglesia ha engendrado en sus veinte siglos de historia: fuerte espíritu de caridad, pasión por la Iglesia, amor a la Eucaristía (sobre todo se le veía esto en su ma¬nera de celebrar la Misa) y a la Virgen de Guadalupe, celo apostólico, amor a obreros y a los niños. Así mismo, destacó por su pobreza de vida y austeridad. Vivía en una zona plenamente cristera y sin embargo, aun comprendiendo sus motivaciones y su dolor, se mantuvo al margen de toda lucha armada. Él era un sacerdote y se consagró a ejercer su ministerio espiritual en bien de todos.
El gobierno federal, viendo que no podía doblegar la re¬sistencia de los católicos, empleó la técnica de las “reconcentraciones” de la población rural con el fin de cortar los suministros a los cristeros. Con ello no hizo sino aumentar los sufrimientos y padecimientos de la pobre gente en Los Altos, que se vieron obligados a abandonar sus pobres ranchos y aldeas para reconcentrarse en las poblaciones grandes o en las ciudades como León, en condiciones de extrema pobreza. El P. Toribio sufría entrañablemente al conocer todo lo que padecían los pacíficos pobladores de manos del ejército federal y de los agraristas. Tal vez por ello se ha constituido en especial protector, desde el cielo, de los migrantes y trabajadores que sufren la pobreza y el alejamiento forzoso de sus hogares.
La emigraciónforzada
Todas las guerras han arrastrado los fantasmas del hambre, de las enfermedades y de los desplazamientos forzosos de población para salvar la vida. En esos duros años en que fue probado el temple del heroico pueblo católico, la emigración de miles de mexicanos hacia las grandes ciudades o hacia los Estados Unidos creció en grandes proporciones, constituyendo un serio problema social. La gente salía de sus pueblos o aldeas cargando sus pocas posesiones materiales, y muchas veces tenía que esperar varios días y noches en las estaciones para abordar un tren o el autobús con destino a las ciudades grandes donde podrían reconstruir su vida.
Fue la época en que ciudades como León y Guadalajara registraron un aumento considerable de población, procedente sobre todo de la región de los Altos de Jalisco, que fue la zona más castigada por las reconcentraciones forzosas planeadas por el ejército federal, al mando de Joaquín Amaro, en su intento por estrechar el cerco contra los cristeros.
Los vehículos de motor o de tracción animal dejaban atrás los pobres ranchos y los pueblos repletos de gente con sus humildes enseres domésticos, su animalitos de granja y lo que pudieran llevar consigo; muchas mujeres con sus niños en brazos no tenían otro remedio que viajar de pie hasta doce o catorce horas en los camiones. Se calcula que el éxodo hacia el interior del país llegó a contar más de 200 mil personas, mientras que otras 400 mil cruzaron las fron¬teras norteamericanas.
Llegó el día de su martirio
En Tequila, el P. Toribio estuvo acompañado de su hermana mayor María, Quica; después por temporadas de su hermano menor Román, también sacerdote, quien llegó para ayudarle. Varias veces ambos hermanos sacerdotes tuvieron que esconderse, porque los perseguidores buscaban continuamente víctimas, y sus predilectos eran precisamente los párrocos y sacerdotes de las zonas rurales, a quienes el gobierno federal calumniaba con la mentira de ser los instigadores de los cristeros. Del propio diario del P. Toribio se puede leer este testimonio:
“He tenido que esconderme por días enteros, a veces en hediondas cuevas, a veces en la cumbre de alguna montaña.”
Sus enemigos lo buscaban con rabia y odio criminal. El viernes 24 de febrero de 1928 pasó el día retirado y el sábado 25 quiso celebrar la Misa a las cuatro de la mañana, pero se caía de sueño. Se fue a descansar un rato, vestido como estaba y se quedó dormido. Los soldados lo descubrieron en su escondite el 25 de enero de 1928, pero para esto no faltó un judas que ya lo había delatado a cambio de unas cuantas monedas.
A las cinco de la mañana, siguiendo las indicaciones del judas traidor que lo denunció, bajaron sigilosamente la barranca y penetraron en la habitación del señor León Aguirre, encargado de cuidar la finca39. Pero al abrir la puerta, uno de los agraristas exclamó: “Este no es el cura”. A continuación dieron con la puerta del cuarto donde dormía el Padre Toribio, y uno de los esbirros le quitó el brazo que le cubría la cara y gritó:
- Este es el cura. ¡Mátenlo!
Sorprendidísimo se despertó el padre Toribio, quien apenas tuvo tiempo para darse cuenta de lo que ocurría y decir:
- Sí, soy, pero no me maten...
No pudo concluir la frase. Los soldados y agraristas lo acribillaron a balazos inmediatamente al grito de “¡Muera el cura!” Con pasos vacilantes, el Padre Toribio caminó hacia la puerta y una segunda descarga lo hizo caer en brazos de su hermana María que en aquellos momentos se encontraba con él en la casa.
“¡Valor, padre Toribio...! ¡Jesús misericordioso, recíbelo...! ¡Viva Cristo Rey!”
Fueron las palabras que su heroica hermana gritó ante los asesinos. Los soldados sacaron el cadáver del sacerdote mártir, mientras entre burlas y con palabras gruesas mortiticaban a la pobre María, que en esos momentos también vivía un martirio moral en su propia alma. Los vecinos del rancho, mortificados por la pena tan grande de ver asesina¬do a su santo pastor, improvisaron con palos y ramas una humilde camilla y así subieron la barranca, con el cuerpo del sacerdote mártir hacia la población de Tequila, en medio de la tropa de soldados que cantaban canciones vulgares y silbaban.
El cadáver fue regando con su sangre el suelo pedregoso de la barranca, el camino y la entrada a Tequila. Detrás de él iba su hermana María rezando el rosario, descalza.
Presentía su martirio
El P. Lauro L. Beltrán es del parecer que santo Toribio tenía el presentimiento de su muerte:
“El viernes 24 celebró su última misa, con una devoción tan grande como si fuera la primera, cuando fue ungido sacerdote, y como la última, de quien ya está con un pie en el sepulcro. Todo este día lo pasó como el anterior, en su agonía de Getsemaní. Por la noche, abrumado de presentimientos, quiso dormir, pero no conciliaba el sueño. A eso de las tres de la mañana del sábado 25, el día de su martirio, le dijo a su hermana que preparara todo para la celebración de la santa misa. Ya encendidas las velas, como a las cuatro de la mañana, se puso la sotana y entró en el Oratorio. Pero le dijo a su hermana que el sueño lo dominaba. Se quitó la sotana y así vestido se tendió en la cama, donde pasó los últimos minutos de su vida, pues los federales habían llegado a la barranca y lo buscaban con odio implacable y necio para victimarlo. Si lo hubieran encontrado oficiando la santa misa podría haber habido una profanación, un sacrilegio. ¿Lo presintió? Ofreció tan sólo su propio sacrificio... Se durmió en la tierra y despertó en el cielo.”40
¡No debemos llorar... ya está en el cielo!
Dignísima, hermana del sacerdote mártir, en todo fue María, Quica, quien hizo de segunda madre para él y también Román, su hermano menor sacerdote. Al llegar a la po¬blación de Tequila, los soldados y agraristas, armando gran alboroto, tiraron el cadáver en la plaza, frente a la presidencia municipal, como si se tratara de un animal cazado en el monte. Y a la hermana la llevaron detenida, a pie, al cuartel de los soldados en La Quemada. Para despedirse de su hermano mártir, María se arrodilló junto a su cadáver y rezó una oración. Empapó su rebozo de la sangre y en la frente le dio el último beso.
Mientras tanto, la gente del pueblo reclamaba su cuerpo, pero los militares y los clerófobos se lo impedían; finalmente por la tarde, con mucha dificultad, un vecino del pueblo, tras violenta discusión, logró el permiso de retirar el cadáver y llevarlo a su casa, donde lo amortajaron para velarlo y disponerlo para el sepelio. La gente empezó a llegar. Los rosarios se sucedían uno tras otro; la gente rezaba de rodillas, velando el cuerpo del mártir. Muchos tomaban algodones y los mojaban en la sangre, que aún manaba de sus heridas, para guardarlos como reliquia. Durante dos días aquella sangre permaneció fresca y sin mal olor.
El domingo 26 de febrero, en imponente procesión por la tarde, todo el pueblo condujo el cadáver del sacerdote mártir al cementerio, llevándolo triunfante en hombros. Era su canonización popular.
Finalmente, después de tres días de hambre, sed, burlas e insomnio y con el dolor de no haber podido acompañar a su hermano en el entierro, María fue liberada por aquellos hombres indignos que no merecen el título de soldados. Llevaba la pobre sus humildes vestidos, aún manchados con la sangre de su hermano, y en al alma las huellas del martirio moral a que también la sometieron los verdugos. Ella se trasladó a Guadalajara, donde sus familiares la recibieron con un gran abrazo, entre abundantes lágrimas y con todo el amor que ameritaba. Aunque demacrada y débil, María supo consolar a su familia, con estas palabras admirables de una mujer de fe:
“¡No debemos llorar: el Padre Toribio ya está en el cielo! Démosle gracias a Dios porque le concedió la palma del martirio, que él quiso sufrir por el triunfo de la Iglesia.”
Santa Ana de Guadalupe
Sobre las ruinas de la humilde casa donde nació santo Toribio Romo se levanta hoy una ermita consagrada a la Sagrada Familia. En la cumbre de La Mesita también se levanta una capilla, para mirar más de cerca el cielo y para recordar a los fieles que hasta allá se llega después de cumplir la voluntad de Dios en esta tierra y de amar al prójimo por amor a Cristo.
Por el fervor guadalupano del Padre Toribio y de sus habitantes, la población se llama hoy Santa Ana de Guadalupe, Jalisco.
El heroísmo de los sacerdotes
Los sacerdotes por su parte imitaron maravillosamente e hicieron propia la constancia de los obispos en medio de las mayores calamidades; los ejemplos egregios de virtudes que ellos nos han dado y de los cuales hemos recibido nosotros grande consuelo los proponemos y los alabamos ante todo el universo católico, porque son dignos de ello. Y en este asunto, pensamos que a pesar de que en México se han utilizado todos los artificios, y que todo el esfuerzo y todas las vejaciones de los adversarios se han dirigido principalmente a este punto, es decir, a que el Clero y el pueblo se aparten de la jerarquía sagrada y de la Seda Apostólica, y que sin embargo de todos los sacerdotes, que pasan de cuatro mil, solamente uno que otro ha faltado a su obligación, no hay nada que no podamos esperar del Clero mexicano.
Pues estos ministros sagrados unidos estrechamente entre sí obedecieron reverente y libremente a los mandatos de sus obis¬pos, aunque esto las más de las veces no podría hacerse sin grave perjuicio para ellos... debieron sobrellevar con paciencia y fortaleza la pobreza y la necesidad; debían celebrar Misa en privado; mirar por las necesidades espirituales de los fieles en la medida de sus fuerzas y fomentar y mantener el fuego de la piedad en todos; y además, con su ejemplo, con sus consejos y exhortaciones procuraban levantar la mente de los fieles hacia lo alto, y confirmar los ánimos para perseverar pacientemente.
¿Quién se admirará de que la ira y la rabia de los enemigos se haya dirigido principalmente contra los sacerdotes? Pero ellos, siempre que fue necesario, no dudaron en sobrellevar con rostro sereno y con fortaleza de ánimo la cárcel y la misma muerte.
(Papa Pío XI, “Sobre la durísima situación del catolicismo en México”, en la carta Iniquis afflictisque, 18 de noviembre de 1926).
Este artículo es parte del libro "Madera de Héroes" Semblanza de algunos
héroes mexicanos de nuestro tiempo, de Luis Alfonso Orozco.
Si estás interesado en comprar el libro, visita el siguiente enlace Centro de Formación Integral a Distancia, Cefid
Por: Luis Alfonso Orozco | Fuente: libro "Madera de Héroes" || www.santotoribioromo.com

Presbítero y Mártir
Martirologio Romano: En la aldea de Tequila, en el territorio de Guadalajara, en México, santo Toribio Romo, presbítero y mártir, que a causa de su condición sacerdotal fue asesinado en tiempo de persecución religiosa (1928).
Etimología: Toribio = "Ruidoso" o "Movido", es de origen griego.
Fecha de canonización: 21 de mayo de 2000 por el Papa Juan Pablo II.
Etimología: Toribio = "Ruidoso" o "Movido", es de origen griego.
Fecha de canonización: 21 de mayo de 2000 por el Papa Juan Pablo II.

Fuente: www.santotoribioromo.com
Nació en Santa Ana de Guadalupe, ranchería (actualmente, con 390 habitantes) que pertenece al municipio de Jalostotitlán, en la zona de Los Altos de Jalisco, el 16 de abril de 1900. Fue hijo de Patricio Romo Pérez y de Juana González Romo, quienes lo llevaron a bautizar al día siguiente de su nacimiento a la parroquia de la Virgen de la Asunción.
Como todos los niños, acudió a la escuela parroquial de su pueblo y a la edad de doce años, por consejo de su hermana y con el apoyo de sus padres, ingresó al Seminario auxiliar de San Juan de los Lagos. María, además de hermana, fue una celosa promotora de la educación de Toribio. Sus padres oponían resistencia a que estudiara, pues era un apoyo en las faenas propias del campo. "Quica", como era llamada familiarmente María por sus parientes más cercanos, incluso contribuyó a infundir en él su vocación y fue quien lo acompañó en todos sus destinos para auxiliarlo.
SACERDOCIO
Después de ocho años pasó al Seminario de Guadalajara. a los 21 años de edad debió solicitar dispensa de edad a la Santa Sede antes de proceder a la recepción del orden presbiteral. El señor arzobispo Francisco Orozco y Jiménez le confirió el diaconado el 22 de septiembre de 1922, y el 23 de diciembre del mismo año administró la ordenación sacerdotal. Prestó su servicios ministeriales en Sayula, Tuxpan, Yahualica y Cuquío. En la parroquia de este último destino se encontró con el señor cura Justino Orona, padre bondadoso que le brindó su amistad.
La persecución callista contra la Iglesia Católica enardeció los ánimos de los habitantes de Cuquío y el 9 de noviembre de 1926 se levantaron en armas más de trescientos hombres para repeler la opresión del Gobierno, que perseguía a muerte al párroco y a los sacerdotes, quienes anduvieron a salto de mata huyendo de un lugar a otro, esperando de un momento a otro la muerte. El padre Toribio escribió en su diario: ..."Pido a Dios verdadero mande que cambie este tiempo de persecución. Mira que ni la Misa podemos celebrar tus Cristos; sácanos de esta dura prueba, vivir los sacerdotes sin celebrar la Santa Misa... Sin embargo, qué dulce es ser perseguido por la justicia. Tormenta de duras persecuciones ha dejado Dios venir sobre mi alma pecadora. Bendito sea El. A la fecha, 24 de junio, diez veces he tenido que huir escondiéndome de los perseguidores, unas salidas han durado quince días otras ocho... unas me han tenido sepultado hasta cuatro largos días en estrecha y hedionda cueva; otras me han hecho pasar ocho días en la cumbre de los montes a toda la voluntad de la intemperie; a sol, agua y sereno. La tormenta que nos ha mojado, ha tenido el gusto de ver otra que viene a no dejarnos secar, y así hasta pasar mojados los diez días..."
Su gran amor a la Eucaristía le hacía repetir con frecuencia esta oración: Señor, perdóname si soy atrevido, pero te ruego me concedas este favor: no me dejes ni un día de mi vida sin decir la Misa, sin abrazarte en la Comunión... dame mucha hambre de Ti, una sed de recibirte que me atormente todo el día hasta que no haya bebido de esa agua que brota hasta la Vida Eterna, de la roca bendita de tu costado herido. ¡Mi Buen Jesús!, yo te ruego me concedas morir sin dejar de decir Misa ni un solo día.
En septiembre de 1927, el padre Toribio tuvo que retirarse y desde el cerro de Cristo Rey lloró afligido porque tenía que dejar el pueblo, decir adiós a su querido párroco; porque los superiores le ordenaban que se hiciera cargo de la parroquia de Tequila, Jalisco, lo cual no era una misión apetecible ya que el municipio era entonces uno de los lugares donde las autoridades civiles y militares más perseguían a los sacerdotes.
No se intimidó por ello y localizó una antigua fábrica de tequila que se encontraba abandonada cerca del rancho Agua Caliente, la utilizó como refugio y lugar para seguir celebrando misas.; presintió que allí sería su muerte inevitable, y lo dijo: "Tequila, tú me brindas una tumba, yo te doy mi corazón".
Por los graves peligros el padre Toribio no podía vivir en el curato de Tequila, y se hospedó en la barranca de Agua Caliete en la casa del señor León Aguirre. En diciembre de 1927, el hermano menor de Toribio fue ordenado sacerdote y enviado también a Tequila como vicario cooperador; a los pocos días llegó también su hermana María para atenderlos y ayudarlos.
MARTIRIO
El padre Toribio había ofrecido su sangre por la paz de la Iglesia y pronto el Señor aceptó el ofrecimiento. El Miércoles de Ceniza, 22 de febrero, el padre Toribio pidió al padre Román (su hermano) que le oyera en confesión sacramental y le diera una larga bendición; antes de irse le entregó una carta con el encargo de que no la abriera sin orden expresa. También pasó jueves y viernes arreglando los asuntos parroquiales para dejar todo al corriente. A las 4 de la mañana del sábado 25 acabó de escribir, se recostó en su pobre cama de otates y se quedó dormido.
De pronto una tropa compuesta por soldados federales y agraristas, avisados por un delator, sitió el lugar, brincaron las bardas y tomaron las habitaciones del señor León Aguirre, encargado de la finca y unagrarista grita: "¡Este es el cura, mátenlo!" Al grito despertaron el padre y su hermana y él contestó asustado: "Sí soy... pero no me maten"... No le dejaron decir más y dispararon contra él; con pasos vacilantes y chorreando sangre se dirigió hacia la puerta de la habitación, pero una nueva descarga lo derribó. Su hermana María lo tomó en sus brazos y le gritó al oído: "Valor, padre Toribio... ¡Jesús misericordioso, recíbelo! y ¡Viva Cristo Rey!" El padre Toribio le dirigió una mirada con sus ojos claros y murió.
Estando muerto ya su hermano, la amarraron espalda con espalda con el cadáver, en tanto armaban una camilla de ramajes para transportar el cuerpo del Padre Toribio.
Los verdugos lo despojaron de sus vestiduras y saquearon la casa para después llevarse presa a su hermana María a pie hasta el poblado de “La Quemada”, sin permitirle que sepultara a su hermano, pero antes habían pasado frente a la presidencia municipal con el cadáver del Mártir Toribio sobre la camilla improvisada con palos que transportaban unos vecinos, pero ahí, los soldados que, además, iban silbando y cantando obscenidades al tiempo que los demás rezaban.
María, ya liberada de su breve aprisionamiento, descalza, así como estaba, viajó a pie hasta Guadalajara, a casa de sus padres, para aislarse del odio, cobijarse en el amor paterno y llorar con los suyos la pérdida de su «querido niño».
La familia Plascencia consiguió permiso de velarlo en su casa y al día siguiente, domingo 26 de febrero, con mucha gente que rezaba y lloraba, lo sepultaron en el panteón municipal.
Pasados algunos días su hermano el Padre Román, obediente, abrió la carta en Guadalajara, encontrándose con que era el testamento del Padre Toribio y leyó su contenido: "Padre Román, te encargo mucho a nuestros ancianitos padres, haz cuanto puedas por evitarles sufrimientos. También te encargo a nuestra hermana Quica que ha sido para nosotros una verdadera madre... a todos, a todos te los encargo. Aplica dos misas que debo por las Almas del Purgatorio, y pagas tres pesos cincuenta centavos que le quedé debiendo al señor cura de Yahualica..."
RELIQUIAS
El padre Toribio murió como mártir de la fe cristiana el 25 de febrero de 1928. Veinte años después de su sacrificio, los restos del mártir Toribio Romo regresaron a su lugar de origen, y fueron depositados en la capilla construida por él, en Jalostotitlán.. El 22 de noviembre de 1992 fue beatificado, y el 21 de mayo de 2000 fue canonizado junto con 24 compañeros.
RELATO DE MARGARITA ROMO
sobrina de Santo Toribio
Aún es posible rescatar la memoria histórica de nuestros Santos Mártires, pues sobreviven testigos, familiares y personas que tuvieron contacto personal con ellos o con algún familiar directo. Tal es el caso de Margarita Romo Enríquez, sobrina carnal de Santo Toribio. Hija de Francisco Romo, hermano del santo y vecina del tradicional barrio de Santa Teresita, -lugar entrañablemente relacionado con la vida de los Romo-, ella tiene mucho qué decir de Santo Toribio. A sus 73 años su figura es erguida; de tez blanca y ojos azules, como los de mucha gente bella de Los Altos, su rostro amable, sereno y la gran lucidez en el discurso de su charla, descubren en ella la envidiable madurez y la satisfacción que deja el deber cumplido.
De su padre, Francisco, y de su tía María, «Quica» para la gente más cercana a ella, conserva frescas en su memoria las palabras, expresiones y anécdotas que les oyó decir.
Relata Margarita que desde pequeño, Toribio empezó a evidenciar rasgos de su vocación:
«En una ocasión, allá en Santa Ana de Guadalupe, Jalisco, lugar donde nació el santo, `Quica´ y su hermana Hipólita, a quien cariñosamente decían `Pola´, se encontraban haciendo una alba debajo de un mezquite, para el Cantamisa del Padre Juan Pérez, quien iba a celebrar ahí.
El pequeño Toribio, de cuatro o cinco años de edad, rondaba el lugar; llegándose a ellas tocó el alba y preguntó a Quica: -¿Qué están haciendo?... -Una alba para el padre. -`¿Algún día me pondré una de éstas?... Pola se volteó y le dijo: `No se hizo la miel para el hocico de los burros´. Quica, como reprendiendo a su hermana, respondió a Toribio: `Sí, no se hizo la miel para el hocico de los burros pero tú te pondrás una de éstas´, ante la admiración del pequeño y la misma `Pola´»... Estas palabras resultaron proféticas.
Doña Margarita sonríe al recordar las travesuras de su tío, hoy santo: «Tanto Toribio como su hermano Román eran muy traviesos cuando pequeños. En una ocasión, Toribio pidió a su cuñado Luis prestarse a una travesura; este último se haría pasar por muerto y Toribio sería quien diera el anuncio. Por supuesto que la broma era pesada; causó alboroto, duelo y conmoción en los que ahí estaban. La farsa duró hasta que le pegaron un cigarro encendido en la boca al «difunto». Se comprende que ahí terminó todo, no sin graves reclamos para los dos bromistas.
«Era un niño particularmente devoto y trabajador -abunda-. Además de asistir a la escuela en Jalostotitlán, empleaba su tiempo en hacer mandados: repartía tortillas en las casas, entregaba la ropa que hilaban, pero también iba temprano a la parroquia a cumplir sus deberes de acólito. Se le veía con frecuencia hacer la visita al Santísimo y sorprendía verlo desde pequeño muy dedicado a la oración. Él mismo invitaba a otros jovencitos, chiquillos, al rezo del Rosario a la orilla del río». Muchos recuerdos se agolpan de pronto en la mente y corazón de Margarita, y sus ojos se rasan de emoción.
Su preparación al sacerdocio la completó en Guadalajara, en el Seminario de San José, a donde pasó el mes de octubre de 1920. Ahí se distinguió no sólo por ser buen estudiante, sino por otros méritos así como por ser muy juguetón y alegre. Por ello sus compañeros le pusieron el alias de “El Chirlo”. Hay una anécdota muy especial en la vida del Padre Toribio:
Desde que era seminarista, se había empeñado en la construcción de una capillita en su rancho natal, siendo cosa notable que, el día 5 de enero de 1923, prácticamente unas horas antes de su Cantamisa, se cerró la última bóveda que faltaba en dicha edificación, lo cual le permitió decir su primera misa con gran devoción, en compañía de sus familiares y amigos.
Su inicial destino fue Sayula, Jal., pero ahí la gente, en general, no lo comprendió, ocasionándole ello muchas dificultades, al punto de que la jerarquía eclesiástica tuvo que mudarlo a la parroquia de Tuxpan, Jal., pueblo que está situado prácticamente al pie del Volcán de Colima y cuyos habitantes lo trataron con verdadero cariño.
A poco lo volvieron a cambiar, pero ahora a Yahualica, Jal., región totalmente distinta a la anterior, pero de “aires alteños” y muy cercana a su lugar de nacimiento. Quizá eso le infundió muchos bríos para trabajar en su apostolado pero, como paradoja, ahí lo frenaron prohibiéndole hasta que rezara el rosario en público y celebrara misa, lo cual lo llevó rumbo al arzobispado para poner las cosas en claro.
El resultado fue un nuevo cambio, ahora a Cuquío, Jal., que tenía como párroco al señor cura Justino Orona Madrigal (ahora Santo Mártir). En el encontró a un padre bondadoso que supo comprenderlo y apoyarlo en su entusiasmo para llevar a cabo los trabajos pastorales. La persecución callista llegó a Cuquío enardeciendo los ánimos de los habitantes, de quienes se dice que "anochecían cristianos y amanecían cristeros".
En diciembre de 1927 fue ordenado sacerdote el diácono Román Romo González, hermano menor del Padre Toribio, siendo destinado también a Tequila, Jal., como vicario cooperador y entre los dos hermanos se repartieron el trabajo ministerial, a los pocos días también llegó su hermana María, para atenderlos en los trabajos de casa y ayudar en el catecismo.
Francisco y Toribio fueron siempre muy hermanables, -explica Margarita-; prácticamente estuvieron cercanos durante toda la vida.
«En las proximidades de Tequila, andaban mi tío Toribio y mi padre escondiéndose, a `salto de mata´. Los iban siguiendo los `guachos´, como les decían a los federales, y no hallaban dónde meterse, pues ahí el terreno era más o menos parejo. Entonces descubrieron una noria y se metieron al agua. Ahí, entre la maleza y carrizos que crecían con abundancia en los bordes interiores, lograron burlar la revisión; permanecieron escondidos ahí toda la noche y el día siguiente. Se cuidaban uno al otro, pues cabeceaban de sueño y debilidad por la fatiga excesiva».
TESTIMONIOS
El séptimo día de la semana es el más socorrido por los fieles para visitar el templo donde se veneran los restos de Santo Toribio. Vienen de diversos puntos de Jalisco, Zacatecas y Aguascalientes, aunque también han llegado algunos de Tabasco, Sinaloa y Michoacán.
1.-En el improvisado estacionamiento se observan carros con placas estadounidenses, pero de dueños mexicanos. En uno de ellos viaja Otilio, un joven moreno que viste botas vaqueras y sombrero tejano. Viene desde Nevada para ver al santo, quien hace poco más de un año lo ayudó a cruzar la frontera.
"Un amigo y yo nos fuimos de Jalos con la intención de trabajar en el otro lado, pero estando cerca de la frontera nos asaltaron y nos golpearon. Se llevaron todo nuestro dinero y estábamos desconsolados", cuenta Otilio mientras abre los ojos como si pudiera ver de nueva cuenta lo que sucedió aquella noche. "No teníamos para pagarle al “pollero” ni para regresar a la casa. De repente, un carro se detuvo a nuestro lado y un sacerdote nos invitó a subir. Le platicamos nuestra situación y nos dijo que no nos preocupáramos, que él nos ayudaría a cruzar la frontera. Y eso hizo. No sabemos cómo, pero nos pasó por una vereda solitaria. Cuando nos dimos cuenta, ya estábamos en Estados Unidos. Al bajar nos dio dinero y nos dijo que buscáramos trabajo en una fábrica cercana, que ahí nos iban a contratar".
La voz de Otilio todavía se quiebra de emoción al narrar que, sumamente agradecidos, le preguntaron al cura su dirección para pagarle el préstamo con su primer sueldo.
"Nos dijo: `Ustedes son de Jalisco, ¿verdad? Cuando ganen lo suficiente, vayan a Santa Ana y pregunten por Toribio Romo. Ése es mi nombre´. Con el dinero pagamos el hospedaje y, efectivamente, conseguimos trabajo en el lugar que nos mencionó. Unos meses después venimos a Santa Ana. Cuando entramos a la iglesia y vimos el retrato del altar, luego luego lo identificamos como el padre que nos ayudó. Al preguntar por él nos dijeron que había muerto hacía 70 años. Nos pusimos a llorar y dimos nuestro testimonio". Desde entonces, visita por lo menos una vez al año el templo de quien se ha convertido en su protector.
2.- El zacatecano Jesús Buendía Gaytán, un campesino de 45 años de edad, cuenta que hace 2 décadas decidió irse de indocumentado a California para buscar empleo en alguna plantación. Se puso en contacto con un "pollero" en Mexicali pero, apenas cruzaron la frontera, fueron descubiertos por la patrulla fronteriza y para escapar Jesús se internó en el desierto.
Después de caminar varios días por veredas desoladas y más muerto que vivo de calor y sed, vio acercarse una camioneta. De ella bajó un individuo de apariencia juvenil, delgado, tez blanca y ojos azules, quien en perfecto español le ofreció agua y alimentos. Le dijo que no se preocupara porque le indicaría dónde solicitaban peones. También le prestó unos dólares para imprevistos. A manera de despedida el buen samaritano le dijo: "Cuando tengas dinero y trabajo búscame en Jalostotitlán, Jalisco, pregunta por Toribio Romo".
Luego de una temporada en California, Jesús regresó y quiso visitar a Toribio. En Jalostotitlán lo mandaron a la ranchería de Santa Ana, a unos 10 kilómetros del pueblo. “Ahí pregunté por Toribio Romo y me dijeron que estaba en el templo. Casi me da un infarto cuando vi la fotografía de mi amigo en el altar mayor. Se trataba del sacerdote Toribio Romo, asesinado durante la guerra cristera. Desde entonces me encomiendo a él cada vez que voy a Estados Unidos a trabajar”.
PROCESO DE CANONIZACIÓN
Poco a poco, los fieles fueron llevando las reliquias que habían guardado con celo y aquellas que permanecían en el ataúd cuando lo exhumaron: la ropa que portaba Toribio cuando lo mataron, su escapulario, su Biblia y gotas de su sangre cuidadosamente guardadas en borlas de algodón.
A partir de ese momento comenzó a rendírsele culto en su iglesia y en la de Tequila. Casi de inmediato empezaron atribuírsele milagros por su intercesión. El hermano del Padre Toribio, Ramón Romo, también sacerdote, y otros familiares se encargaron de recopilar testimonios en unos cuadernitos que atesoraron por décadas con la esperanza de que sirvieran para canonizarlo.
A pesar de los numerosos milagros, el proceso de canonización duró años, debido a la complejidad del trámite.
Según el Concilio Vaticano II, "los discípulos de Cristo que pueden ser santificados han sido llamados no según sus obras, sino según el designio y la gracia de Dios". Por lo mismo, las indagaciones tienen que ser muy precisas. Cada proceso de averiguación o de recogida de pruebas debe estar a cargo del obispo, previo permiso de la Santa Sede. A ellos compete el derecho de investigar sobre la vida, virtudes, martirio, fama de santidad y milagros.
Para ello, primero se recaban documentos o escritos inéditos y se interroga a los testigos. Luego se elabora el examen de los milagros atribuidos y el de las virtudes y el martirio. Las investigaciones se envían por duplicado a la Comisión, junto con un ejemplar de los libros de cada Siervo de Dios, para que se lleve a cabo una relación del juicio y se envíe al Vaticano, donde proceden a la misma investigación de nueva cuenta.
Encuestas efectuadas en meses pasados por la Conferencia del Episcopado Mexicano revelaron que Toribio es uno de los santos más populares, de los 29 mexicanos canonizados hasta ahora, gracias a los favores que concede a quienes emigran legal o ilegalmente a Estados Unidos.
---------------------------------------------
Autor: Luis Alfonso Orozco
Fuente:Libro "Madera de Héroes"
Fuente:Libro "Madera de Héroes"
Uno de los santos mexicanos actualmente más conocidos en el país y también en los Estados Unidos. Se le conoce popularmente como el Patrono de los Mojados.
El Padre Toribio Romo González es uno de los santos mexicanos actualmente más conocidos en el país y también en los Estados Unidos. Se le conoce popularmente como el Patrono de los Mojados, es decir, de los obreros mexicanos que pasan temporadas en los Estados Unidos en busca del sustento familiar. Muchos de ellos, en la actualidad, se encomiendan a su protección y no quedan defraudados.
Algunos fines de semana, la población de Santa Ana Guadalupe, que cuenta con 300 habitantes, en la región de Los Altos de Jalisco, contempla la llegada de más de 50 autobuses repletos de peregrinos de diversas partes del país, quienes van a rezar ante la tumba de santo Toribio Romo, a pedirle favores o también a agradecerle su protección durante algún momento difícil mientras se encontraban de jornaleros en el vecino país norteño. A la entrada de la población se levanta un arco monumental de cantera rosa, erigido en el 2000, el año de su canonización, por un grupo de agradecidos braceros de Zacatecas que le reconocen como su protector.
Se cuentan algunos casos singulares. Entre ellos el del señor Jesús Buendía, un campesino zacatecano de 45 años, quien en la década de los ochenta decidió pasarse como indocumentado a California en busca de empleo en alguna plantación agrícola. Un “pollero” en Mexicali le hizo cru¬zar la frontera, pero fueron descubiertos por la patrulla de vigilancia y aquel hombre lo abandonó a su suerte. Buendía se internó en el desierto para escapar de la guardia.
Después de caminar varios días por veredas desoladas, y desfalleciendo de calor y sed, vio acercarse una camioneta. De ella bajó un joven delgado, de tez blanca y ojos azules, quien en perfecto español le ofreció agua y alimento. Le dijo que no se preocupara porque le indicaría dónde solicitaban peones. También le dejó unos dólares como ayuda.
A manera de despedida, aquel buen samaritano salido del desierto le dijo:
- Cuando tengas dinero y trabajo, si vuelves a México búscame en Jalostotitlán, Jalisco. Pregunta por Toribio Romo.
Pasados unos años en California, Jesús Buendía regresó a México y quiso agradecer a Toribio su ayuda tan importante en aquella ocasión dramática. Se dirigió a Jalostotitlán y de allí lo mandaron a Santa Ana Guadalupe, a unos 10 kilómetros del pueblo.
“Ahí pregunté por Toribio Romo y me dijeron que estaba en el templo. Casi me da un infarto cuando vi la fotografía de mi amigo y protector en el altar mayor. Supe que se trataba del sacerdote Toribio Romo, asesinado durante la Guerra Cristera. Desde entonces me encomiendo a él cada vez que me voy a los Estados Unidos a trabajar.”
Sacerdote a los 23 años
Despierta el interés conocer por qué este santo jalisciense, muerto a los 27 años, se ha constituido en el protector de los trabajadores que emigran al gran país del norte en busca de mejores medios de subsistencia. Dios lo sabe, seguramente. Hay algunos datos de su biografía que hacen entrever su preocupación, desde muy joven, por mejorar la situación de los obreros y su progreso social y moral. Tal vez por haber experimentado en su propia carne desde pequeño las duras condiciones de la pobreza y el trabajo, pues Toribio siendo niño ayudó como pastor para colaborar en el sustento familiar. Además, está el hecho de haber nacido en una tierra de emigrantes, que saben las penurias que se pasan lejos de los seres queridos.
Los datos principales de la vida y martirio de este santo sacerdote son bastante conocidos31. El P. Toribio no había cumplido aún 27 años cuando fue asesinado por un grupo de soldados del gobierno y campesinos agraristas, contrarios a los cristeros, en el lugar donde había una fábrica de tequila en Agua Caliente, Jalisco. Llevaba apenas cuatro como sacerdote, pues había sido ordenado muy joven, poco antes de cumplir los 23 años.
De los altos de Jalisco
Toribio era hijo de Patricio Romo y Juana González, dos sencillos campesinos del rancho de Santa Ana de Guadalupe, perteneciente a la parroquia de Jalostotitlán, donde nació el 16 de abril de 1900. Al día siguiente de su naci¬miento fue bautizado por el párroco D. Miguel Romo. A los siete años recibió la Primera Comunión. Toribio creció y se educó en una familia cristiana, en un pueblo sencillo y fervoroso que acostumbraba realizar la Adoración nocturna al Santísimo y vivía una filial devoción a la Santísima Virgen de Guadalupe; era costumbre arraigada en todos los hogares rezar el rosario en honor de la Santísima Virgen, todas las noches al volver de las jornadas del campo, generalmente después de cenar y antes de entregarse al sueño reparador.
Desde niño estuvo muy unido de modo especial a su hermana mayor María, “Quica”, quien hizo las veces de segunda madre y le inculcó un gran amor por la Santísima Virgen. También estuvo muy unido a Román, su hermano menor, quien también llegó al sacerdocio y vivió como él las penurias de la persecución contra la Iglesia y sus ministros. Desde pequeño, el P. Toribio expresó su deseo de ir al cielo, y hablaba con frecuencia de él con alegría y esperanza. Una noche, contemplando el cielo tachonado de estrellas brillantes, le dijo a su hermana:
—Quica, yo creo que en la cumbre de la “Mesita” está el cielo. ¡Cómo deseo ir allá! (En esa pequeña cumbre se construyó años más tarde una capilla).
sensible a las Necesidades de los pobres
Toribio pasó su niñez como pastor. Fue un muchacho sencillo, jovial, acostumbrado a la austeridad, y muy perceptivo de las necesidades de los demás. Desde pequeño también mostró su inclinación por el sacerdocio, ya que fungió como acólito o monaguillo de su parroquia y se distinguió por su piedad y atención en el momento de ayudar al sacerdote en la Santa Misa.
A los 13 años se hizo realidad su sueño de comenzar la carrera sacerdotal. Entró primero en el Seminario de San Juan de los Lagos, ciudad en donde también ingresó en la Acción Católica, y desde entonces mostró una sensibilidad especial por los problemas sociales y sindicales de los obreros y sus familias, cuya existencia transcurría entre la marginación y la pobreza.
Le interesaba mucho la educación de los niños. Como seminarista, el joven Toribio era muy dedicado a la oración, asistía a la santa misa, comulgaba diariamente y durante el día hacía frecuentes visitas al Santísimo Sacramento. Todos los días rezaba el rosario en honor de la Madre de Dios. Al cumplir los 20 años, pasó al seminario de Guadalajara para continuar y concluir sus estudios sacerdotales.
Finalmente, llegó el año de su ordenación, en que pudo culminar todos sus esfuerzos y privaciones que le parecieron muy poca cosa delante del magno don que Dios le otorgaba: ser sacerdote de Jesucristo. Tenía muy presentes aquellas palabras de Jesús: “No me habéis elegido vosotros a Mí, sino que Yo os elegí a vosotros”. El P. Toribio recibió el diaconado el 3 de septiembre de 1922, y el 23 de diciembre del mismo año fue ordenado sacerdote. En su diario dejó escrito sus propósitos y resoluciones al recibir las órdenes sagradas. Allí se encuentra la consagración que hizo de su compromiso sacerdotal al Corazón de Jesús:
“A ti, Corazón divino de Jesús, a ti Azucena del Tepeyac, mi adorada Madre y mi única soberana, a ti castísimo San José, consagro de hoy y para siempre el voto de mi perpetua castidad. Ayudadme y llevadme de la mano por este camino.”
Cantó su Primera Misa de un modo solemne en Santa Ana, el 5 de enero de 1923, en el templo dedicado a la Virgen de Guadalupe, cuyos cimientos había iniciado él mismo, siendo todavía seminarista, y donde un día descansarían sus restos mortales. Sus cuatro años de sacerdote los pasó en varias parroquias rurales, donde destacó por el celo con que trabajó en su ministerio sacerdotal durante los años de persecución, atendiendo especialmente a los niños y a los obreros, quienes vivían en duras condiciones de pobreza y marginación.
El P. Toribio mostró un gran amor a la Eucaristía, consciente de que en Ella se contiene toda la gracia y toda la fortaleza del sacerdote para su ministerio y para afrontar las más duras pruebas como el martirio. Solía rezar delante de Jesucristo Sacramentado:
“Señor, perdóname si soy atrevido, pero te ruego me concedas este favor: no me dejes ni un día de mi vida sin decir la misa, sin abrazarte en la comunión... dame mucha hambre de ti, una sed de recibirte que me atormente todo el día hasta no haya bebido de esa agua que brota hasta la vida eterna, de la roca bendita de tu costado herido.”
Vocaciónal martirio
En septiembre de 1927, cuando la guerra cristera estaba en su apogeo, el Sr. Arzobispo de Guadalajara, Francisco Orozco y Jiménez, le dio la orden de encargarse de la parroquia de Tequila, que era entonces uno de los lugares donde las autoridades civiles y militares odiaban más a los sacerdotes. Otro sacerdote había rechazado ir a la población de Tequila por este motivo. El P. Toribio, obedeciendo dócilmente a su prelado y venciendo el miedo natural que la nueva misión le inspiraba, se dispuso a marchar allá después de recibir la bendición de su obispo para cumplir con un mandato que también le llevaría al martirio.
En los planes de Dios no hay casualidades. Se trata más bien de su santa Providencia, que permite las cosas y los acontecimientos para nuestro bien espiritual, aunque tardemos en darnos cuenta. Al P. Toribio Dios lo había elegido también para la vocación martirial. Quería que su sangre sacerdotal sirviera para la reconciliación y para el bien de la Iglesia perseguida en México, para derramar abundantes frutos de perdón y de conversión en muchas almas.
Durante sus años de seminarista, Toribio había sufrido muchas limitaciones materiales, como carecer de la ropa necesaria, de alimentos, de libros para completar sus estudios; su familia era tan pobre que no podía costearle apenas nada. Sin embargo, nunca se le oyó quejarse, sino que confió plenamente en la providencia divina. Practicó con sencillez la virtud de la fortaleza cristiana y la resignación en medio de las dificultades. Sufrió con paciencia las burlas y bromas pesadas de algunos compañeros en el seminario, pero eso nunca le hizo apartarse lo más mínimo de su camino, pues él tenía muy claro que Dios lo llamaba al sacerdocio.
Después, en Tequila, con el nombramiento de encargado de la parroquia, ejerció su ministerio especialmente en la administración de los sacramentos, pero sin abandonar la catequesis y la preparación de los niños a la Primera Comunión. Llevó adelante su ministerio en Tequila de un modo heroico, puesto que el P. Toribio sabía que lo podían asesinar, y sin embargo afrontaba el peligro con tal de asistir a los enfermos que lo solicitaban. En las poblaciones donde san Toribio Romo cumplió su ministerio sacerdotal, los fieles siempre vieron en él un sacerdote abnegado y apostólico; un pastor que amaba a las personas del lugar y trataba de conducirlas hacia Cristo.
Anteriormente, en los primeros años de su ministerio estuvo en diversas poblaciones de su estado natal: Sayula, después en Tuxpan y poco más adelante en Yahualica, donde se le ordenó recluirse en su casa y le prohibieron rezar públicamente el rosario y celebrar la misa. Fue una prueba dolorosa que Dios permitió y que el padre Toribio llevó con resignación y paciencia. Así se iba templando su ánimo para el sacrificio supremo que le esperaba.
Después lo destinaron a Cuquío, otra población de Jalisco, en donde encontró un párroco santo, el futuro mártir P. Justino Orona. En lo más duro de la persecución contra la Iglesia y sus ministros, los dos buenos sacerdotes pasaron meses por demás azarosos, siempre a salto de mata y espe¬rando de un momento a otro la muerte de mano de los perseguidores. La jovialidad del Padre Toribio le permitía estar siempre alegre y procurando cada día una mayor intensidad de espíritu y constante oración por la Iglesia y la patria.
A la carne de chivo
El P. Justino Orona, párroco de Cuquío, era sacerdote desde 1904 y fue sacrificado por sus enemigos el 1 de julio de 1928 en una ranchería cercana a Cuquío35. Era la madrugada de aquel inicio de julio cuando los soldados llegaron al rancho “Las Cruces” y rompieron a culatazos la puerta del cuarto donde se encontraba el P. Orona, con su vicario el P. Atilano Cruz, también mártir.
- Miren quiénes estaban por aquí... ¡dos curas, dos pe¬ces gordos! ¡Qué calladitos estaban! ¡P’a fuera, desgraciados. Ora verán lo que es bueno!..
Con fuertes risotadas e insultándoles, los soldados echaron una soga al cuello del P. Orona y a la cabeza de la silla de montar: con los caballos lo arrastraron fuera del rancho. Su cuerpo quedó materialmente despedazado contra los pedruscos, arbustos y espinas del camino. Metieron en un costal los despojos sangrantes del Padre Orona y a continuación fusilaron al padre vicario Atilano Cruz, en un sitio apartado del poblado. Todo esto ocurrió de madrugada para ocultar sus fechorías al amparo de las sombras.
Después se dirigieron a Cuquío llevando en sendos bu¬rros los cadáveres de ambos sacerdotes martirizados. Arreando los animales, los soldados llegaron hasta la plaza del pueblo. Desmontaron los cadáveres sangrantes de las cabalgaduras y los arrojaron como sacos al duro empedrado. Mientras la gente salía de sus casas para hacer las compras o dirigirse a sus trabajos, los soldados comenzaron a gritar como endemoniados: “A la carne de chivo”, burlándose así de los sacerdotes que acaban de asesinar.
Con gran consternación, con lágrimas e impotencia en sus corazones creyentes, los buenos vecinos de Cuquío contemplaron aquel terrible holocausto de sus pastores y la mofa satánica de los verdugos. Por fin, éstos se retiraron y entonces pudieron recuperar ambos cuerpos para darles cristiana sepultura en el cementerio.
En la barranca de Tequila
Pero unos meses antes de estos tristes sucesos, en septiembre de 1927 el P. Toribio se había ido ya a la población de Tequila, donde al poco tiempo se vio obligado a esconderse en una fábrica destiladora de este famoso licor que había en un rancho de las cercanías, acogido por sus propietarios. La casa cural de Tequila había sido convertida en caballeriza por los soldados de guarnición. Por lo demás, el pueblo no era lugar seguro para él ni para ningún sacerdote.
Desde su escondite en la barranca, el buen sacerdote no se dio descanso; fundó varios centros clandestinos de catequesis para los niños, visitaba a los católicos en sus ranchos interesándose por su situación, y por las noches entraba en el pueblo, visitaba a los enfermos de su parroquia y celebraba la Eucaristía de modo oculto en las casas. En todas estas aventuras le asistía y cuidaba con amor de madre su hermana mayor, María, que en todo compartía las privaciones y sacrificios de su hermano sacerdote.
Aquella barranca, escenario de su martirio, también pre¬senció la acción pastoral de santo Toribio Romo, pues ahí bautizó a centenares de niños, unió en matrimonio a muchas parejas y dio pláticas de instrucción religiosa y moral a los habitantes del lugar, quienes le cuidaban y protegían cuando merodeaban los soldados federales.
En las diversas poblaciones donde estuvo santo Toribio, los fieles vieron en él un sacerdote abnegado y apostólico, que se interesaba por sus problemas y trataba por acercarlos a Cristo. Como le tocó vivir su sacerdocio durante la dura prueba de la persecución, por amor a sus almas encomendadas, aceptó los mayores sacrificios y nunca dejó de atenderlos espiritualmente.
Cuenta un testigo de aquellos años heroicos:
“El día de Cristo Rey del año 1927 se concentraron en el pueblo unos quince mil fieles que asistieron a Misa en un cerro abierto y juraron ante el Santísimo expuesto de defender la fe, aun a costa de la propia vida. La montaña se estremeció con los gritos de ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Virgen Santísima de Guadalupe!”
Los testigos que le conocieron hablan de él dando una lista de cualidades y de virtudes que lo igualan a los demás mártires que la Iglesia ha engendrado en sus veinte siglos de historia: fuerte espíritu de caridad, pasión por la Iglesia, amor a la Eucaristía (sobre todo se le veía esto en su ma¬nera de celebrar la Misa) y a la Virgen de Guadalupe, celo apostólico, amor a obreros y a los niños. Así mismo, destacó por su pobreza de vida y austeridad. Vivía en una zona plenamente cristera y sin embargo, aun comprendiendo sus motivaciones y su dolor, se mantuvo al margen de toda lucha armada. Él era un sacerdote y se consagró a ejercer su ministerio espiritual en bien de todos.
El gobierno federal, viendo que no podía doblegar la re¬sistencia de los católicos, empleó la técnica de las “reconcentraciones” de la población rural con el fin de cortar los suministros a los cristeros. Con ello no hizo sino aumentar los sufrimientos y padecimientos de la pobre gente en Los Altos, que se vieron obligados a abandonar sus pobres ranchos y aldeas para reconcentrarse en las poblaciones grandes o en las ciudades como León, en condiciones de extrema pobreza. El P. Toribio sufría entrañablemente al conocer todo lo que padecían los pacíficos pobladores de manos del ejército federal y de los agraristas. Tal vez por ello se ha constituido en especial protector, desde el cielo, de los migrantes y trabajadores que sufren la pobreza y el alejamiento forzoso de sus hogares.
La emigraciónforzada
Todas las guerras han arrastrado los fantasmas del hambre, de las enfermedades y de los desplazamientos forzosos de población para salvar la vida. En esos duros años en que fue probado el temple del heroico pueblo católico, la emigración de miles de mexicanos hacia las grandes ciudades o hacia los Estados Unidos creció en grandes proporciones, constituyendo un serio problema social. La gente salía de sus pueblos o aldeas cargando sus pocas posesiones materiales, y muchas veces tenía que esperar varios días y noches en las estaciones para abordar un tren o el autobús con destino a las ciudades grandes donde podrían reconstruir su vida.
Fue la época en que ciudades como León y Guadalajara registraron un aumento considerable de población, procedente sobre todo de la región de los Altos de Jalisco, que fue la zona más castigada por las reconcentraciones forzosas planeadas por el ejército federal, al mando de Joaquín Amaro, en su intento por estrechar el cerco contra los cristeros.
Los vehículos de motor o de tracción animal dejaban atrás los pobres ranchos y los pueblos repletos de gente con sus humildes enseres domésticos, su animalitos de granja y lo que pudieran llevar consigo; muchas mujeres con sus niños en brazos no tenían otro remedio que viajar de pie hasta doce o catorce horas en los camiones. Se calcula que el éxodo hacia el interior del país llegó a contar más de 200 mil personas, mientras que otras 400 mil cruzaron las fron¬teras norteamericanas.
Llegó el día de su martirio
En Tequila, el P. Toribio estuvo acompañado de su hermana mayor María, Quica; después por temporadas de su hermano menor Román, también sacerdote, quien llegó para ayudarle. Varias veces ambos hermanos sacerdotes tuvieron que esconderse, porque los perseguidores buscaban continuamente víctimas, y sus predilectos eran precisamente los párrocos y sacerdotes de las zonas rurales, a quienes el gobierno federal calumniaba con la mentira de ser los instigadores de los cristeros. Del propio diario del P. Toribio se puede leer este testimonio:
“He tenido que esconderme por días enteros, a veces en hediondas cuevas, a veces en la cumbre de alguna montaña.”
Sus enemigos lo buscaban con rabia y odio criminal. El viernes 24 de febrero de 1928 pasó el día retirado y el sábado 25 quiso celebrar la Misa a las cuatro de la mañana, pero se caía de sueño. Se fue a descansar un rato, vestido como estaba y se quedó dormido. Los soldados lo descubrieron en su escondite el 25 de enero de 1928, pero para esto no faltó un judas que ya lo había delatado a cambio de unas cuantas monedas.
A las cinco de la mañana, siguiendo las indicaciones del judas traidor que lo denunció, bajaron sigilosamente la barranca y penetraron en la habitación del señor León Aguirre, encargado de cuidar la finca39. Pero al abrir la puerta, uno de los agraristas exclamó: “Este no es el cura”. A continuación dieron con la puerta del cuarto donde dormía el Padre Toribio, y uno de los esbirros le quitó el brazo que le cubría la cara y gritó:
- Este es el cura. ¡Mátenlo!
Sorprendidísimo se despertó el padre Toribio, quien apenas tuvo tiempo para darse cuenta de lo que ocurría y decir:
- Sí, soy, pero no me maten...
No pudo concluir la frase. Los soldados y agraristas lo acribillaron a balazos inmediatamente al grito de “¡Muera el cura!” Con pasos vacilantes, el Padre Toribio caminó hacia la puerta y una segunda descarga lo hizo caer en brazos de su hermana María que en aquellos momentos se encontraba con él en la casa.
“¡Valor, padre Toribio...! ¡Jesús misericordioso, recíbelo...! ¡Viva Cristo Rey!”
Fueron las palabras que su heroica hermana gritó ante los asesinos. Los soldados sacaron el cadáver del sacerdote mártir, mientras entre burlas y con palabras gruesas mortiticaban a la pobre María, que en esos momentos también vivía un martirio moral en su propia alma. Los vecinos del rancho, mortificados por la pena tan grande de ver asesina¬do a su santo pastor, improvisaron con palos y ramas una humilde camilla y así subieron la barranca, con el cuerpo del sacerdote mártir hacia la población de Tequila, en medio de la tropa de soldados que cantaban canciones vulgares y silbaban.
El cadáver fue regando con su sangre el suelo pedregoso de la barranca, el camino y la entrada a Tequila. Detrás de él iba su hermana María rezando el rosario, descalza.
Presentía su martirio
El P. Lauro L. Beltrán es del parecer que santo Toribio tenía el presentimiento de su muerte:
“El viernes 24 celebró su última misa, con una devoción tan grande como si fuera la primera, cuando fue ungido sacerdote, y como la última, de quien ya está con un pie en el sepulcro. Todo este día lo pasó como el anterior, en su agonía de Getsemaní. Por la noche, abrumado de presentimientos, quiso dormir, pero no conciliaba el sueño. A eso de las tres de la mañana del sábado 25, el día de su martirio, le dijo a su hermana que preparara todo para la celebración de la santa misa. Ya encendidas las velas, como a las cuatro de la mañana, se puso la sotana y entró en el Oratorio. Pero le dijo a su hermana que el sueño lo dominaba. Se quitó la sotana y así vestido se tendió en la cama, donde pasó los últimos minutos de su vida, pues los federales habían llegado a la barranca y lo buscaban con odio implacable y necio para victimarlo. Si lo hubieran encontrado oficiando la santa misa podría haber habido una profanación, un sacrilegio. ¿Lo presintió? Ofreció tan sólo su propio sacrificio... Se durmió en la tierra y despertó en el cielo.”40
¡No debemos llorar... ya está en el cielo!
Dignísima, hermana del sacerdote mártir, en todo fue María, Quica, quien hizo de segunda madre para él y también Román, su hermano menor sacerdote. Al llegar a la po¬blación de Tequila, los soldados y agraristas, armando gran alboroto, tiraron el cadáver en la plaza, frente a la presidencia municipal, como si se tratara de un animal cazado en el monte. Y a la hermana la llevaron detenida, a pie, al cuartel de los soldados en La Quemada. Para despedirse de su hermano mártir, María se arrodilló junto a su cadáver y rezó una oración. Empapó su rebozo de la sangre y en la frente le dio el último beso.
Mientras tanto, la gente del pueblo reclamaba su cuerpo, pero los militares y los clerófobos se lo impedían; finalmente por la tarde, con mucha dificultad, un vecino del pueblo, tras violenta discusión, logró el permiso de retirar el cadáver y llevarlo a su casa, donde lo amortajaron para velarlo y disponerlo para el sepelio. La gente empezó a llegar. Los rosarios se sucedían uno tras otro; la gente rezaba de rodillas, velando el cuerpo del mártir. Muchos tomaban algodones y los mojaban en la sangre, que aún manaba de sus heridas, para guardarlos como reliquia. Durante dos días aquella sangre permaneció fresca y sin mal olor.
El domingo 26 de febrero, en imponente procesión por la tarde, todo el pueblo condujo el cadáver del sacerdote mártir al cementerio, llevándolo triunfante en hombros. Era su canonización popular.
Finalmente, después de tres días de hambre, sed, burlas e insomnio y con el dolor de no haber podido acompañar a su hermano en el entierro, María fue liberada por aquellos hombres indignos que no merecen el título de soldados. Llevaba la pobre sus humildes vestidos, aún manchados con la sangre de su hermano, y en al alma las huellas del martirio moral a que también la sometieron los verdugos. Ella se trasladó a Guadalajara, donde sus familiares la recibieron con un gran abrazo, entre abundantes lágrimas y con todo el amor que ameritaba. Aunque demacrada y débil, María supo consolar a su familia, con estas palabras admirables de una mujer de fe:
“¡No debemos llorar: el Padre Toribio ya está en el cielo! Démosle gracias a Dios porque le concedió la palma del martirio, que él quiso sufrir por el triunfo de la Iglesia.”
Santa Ana de Guadalupe
Sobre las ruinas de la humilde casa donde nació santo Toribio Romo se levanta hoy una ermita consagrada a la Sagrada Familia. En la cumbre de La Mesita también se levanta una capilla, para mirar más de cerca el cielo y para recordar a los fieles que hasta allá se llega después de cumplir la voluntad de Dios en esta tierra y de amar al prójimo por amor a Cristo.
Por el fervor guadalupano del Padre Toribio y de sus habitantes, la población se llama hoy Santa Ana de Guadalupe, Jalisco.
El heroísmo de los sacerdotes
Los sacerdotes por su parte imitaron maravillosamente e hicieron propia la constancia de los obispos en medio de las mayores calamidades; los ejemplos egregios de virtudes que ellos nos han dado y de los cuales hemos recibido nosotros grande consuelo los proponemos y los alabamos ante todo el universo católico, porque son dignos de ello. Y en este asunto, pensamos que a pesar de que en México se han utilizado todos los artificios, y que todo el esfuerzo y todas las vejaciones de los adversarios se han dirigido principalmente a este punto, es decir, a que el Clero y el pueblo se aparten de la jerarquía sagrada y de la Seda Apostólica, y que sin embargo de todos los sacerdotes, que pasan de cuatro mil, solamente uno que otro ha faltado a su obligación, no hay nada que no podamos esperar del Clero mexicano.
Pues estos ministros sagrados unidos estrechamente entre sí obedecieron reverente y libremente a los mandatos de sus obis¬pos, aunque esto las más de las veces no podría hacerse sin grave perjuicio para ellos... debieron sobrellevar con paciencia y fortaleza la pobreza y la necesidad; debían celebrar Misa en privado; mirar por las necesidades espirituales de los fieles en la medida de sus fuerzas y fomentar y mantener el fuego de la piedad en todos; y además, con su ejemplo, con sus consejos y exhortaciones procuraban levantar la mente de los fieles hacia lo alto, y confirmar los ánimos para perseverar pacientemente.
¿Quién se admirará de que la ira y la rabia de los enemigos se haya dirigido principalmente contra los sacerdotes? Pero ellos, siempre que fue necesario, no dudaron en sobrellevar con rostro sereno y con fortaleza de ánimo la cárcel y la misma muerte.
(Papa Pío XI, “Sobre la durísima situación del catolicismo en México”, en la carta Iniquis afflictisque, 18 de noviembre de 1926).
Este artículo es parte del libro "Madera de Héroes" Semblanza de algunos
héroes mexicanos de nuestro tiempo, de Luis Alfonso Orozco.
Si estás interesado en comprar el libro, visita el siguiente enlace Centro de Formación Integral a Distancia, Cefid
Rita Amada de Jesús (Rita López de Almeida), Beata
Rita Amada de Jesús (Rita López de Almeida), Beata
Rita Amada de Jesús (Rita López de Almeida), Beata
Fundadora, 6 de enero
Por: . | Fuente: Vatican.va

Fundadora del

Andrés (Alfredo) Bessette, Santo
Andrés (Alfredo) Bessette, Santo
Por: . | Fuente: Vatican.va

Fundadora del
Instituto de Religiosas de Jesús, María y José
Martirologio Romano: En Casalmendinho, Portugal, beata Rita Amada de Jesús, virgen y fundadora (1913).
Fecha de beatificación: 28 de mayo de 2006 por el Papa Benedicto XVI.

Rita Amada de Jesús nació el 5 de Marzo de 1848, en un pequeño pueblo de la parroquia de Ribafeita, Diócesis de Viseu, Portugal. Pocos días después fue bautizada con el nombre de Rita Lopes de Almeida.
Creció en un ambiente familiar de mucha piedad, donde en las noches se hacía lectura espiritual. Desde su niñez demostró una devoción especial a Jesús Sacramentado, la Santísima Virgen y S. José, así como cariño por el Santo Padre, quien en ese tiempo se encontraba en exilio.
La Iglesia en Portugal continuaba a ser perseguida por parte de la Masonería, que se apoderó de los bienes eclesiásticos, cerró los Seminarios, y Casas de Religiosos. A los Institutos de Religiosas, les prohibió la admisión de Novicias. Obispos y sacerdotes provenientes de familias de alto nivel económico fueron objeto también de ataques. Debido a esto no podían dedicarse a su ministerio completamente, ya que tenían que defenderse. Todo esto debilitó en parte la Iglesia.
Pero esta situación política no apagó el ansia de una auténtica vida cristiana que la familia de Rita experimentaba, en especial sus Papás, así como el deseo de comunicarla a los demás. En este ambiente familiar Dios suscitó en Rita la vocación misionera, para liberar la juventud del indiferentismo religioso, y fomentar los valores morales, y así con este apostolado pudo fortalecer la familia.
Su celo apostólico hizo de ella una itinerante. Iba de pueblo en pueblo y enseñaba a orar. A través del Santo Rosario y otras oraciones deseaba despertar en los corazones de quienes la escuchaban, la imitación de Nuestra Señora, Madre de Dios.
En su apostolado buscaba siempre las personas que llevaban una vida inmoral, y hacía todo lo posible para rescatarlas del mal y conducirlas a Dios. Este estilo radical de apostolado, la hizo objeto de amenazas de muerte.
A la oración unió la penitencia. Para llevar a cabo este objetivo, logró conseguir algunos instrumentos de mortificación, en sus visitas a las Hnas. Benedictinas del Convento de Jesús a Viseu.
En este tiempo, con la ayuda de su Confesor, pudo discernir que Dios la llamaba a la Vida Consagrada. En esta Época no era posible entrar a ningún Instituto, debido a que las leyes masónicas prohibían la entrada de novicias. Por lo tanto, Rita siguió en el mundo, entregada al apostolado y a las prácticas de mortificación, con la esperanza de poder consagrarse a Dios en el futuro. Durante este tiempo rechazó pretendientes, algunos de ellos ricos, pues según ella ya había hecho su consagración a Dios en el íntimo de su corazón.
Su consagración a Dios la llevó a la práctica frecuente de la Comunión Reparadora, que fomentó su fervor Eucarístico, y a la devoción al Sagrado Corazón. Dios hizo de ella un verdadero apóstol concediéndole una pasión por la salvación de las almas.
Colaborando con el apostolado de Rita, sus padres llegaron a albergar en casa mujeres muy deseosas de conversión.
Como a los 20 años de edad, su deseo de consagrarse a Dios aumentó considerablemente. Compartió con sus padres este su gran deseo. No obstante la fe y vida ejemplar cristiana de sus padres, sus padres no aprobaron su decisión. Rita no desistió, al contrario, continuó nutriendo la esperanza de realizarlo. Y a la edad de 29 años logró entrar a una Congregación.
Esta congregación era la única que existía en Portugal porque era extranjera, y se dedicaba solo a ayudar a los pobres. Pero como el carisma de este Instituto era diverso del tipo de celo apostólico que ardía en su corazón, Rita no se pudo identificar con el.
El Director Espiritual de la Comunidad, en quien Rita confiaba plenamente, vio que la Voluntad de Dios para ella, era: el recibir y educar niñas pobres y abandonadas. Rita salió de este Instituto, de origen francés, a la edad de 32 años.
De acuerdo con el Rev. P. Francisco Pereira, S.J. buscó los medios para prepararse y realizar su futura y urgente misión. Rita era dotada de muchos dones y virtudes y de naturaleza piadosa, y solo deseaba cumplir la voluntad de Dios.
Dócil a su Director Espiritual, logró vencer los conflictos político y religiosos y fundar un Colegio-Instituto de Jesús, María y José, en la Parroquia de Ribafeita, con la espiritualidad de la Sagrada Familia, el 24 de Septiembre, 1880.
En breve tiempo, este tipo de apostolado se extendió a otras diócesis de Portugal. En las diócesis de Viseu, Lamego y Guarda, las autoridades civiles trataron siempre de suprimirlo. Experimentó dificultades de carácter económico, así como con una religiosa de su Instituto.
Aún más, en el año 1910, se desencadenó una feroz persecución contra la Iglesia. Todos los Institutos fueron suprimidos, sus propiedades fueron expropiadas incluyendo el Instituto de Madre Rita, quien consiguió refugiarse en su tierra natal.
Es aquí donde poco a poco logró localizar sus religiosas dispersas debido a la situación política, y reagruparlas en una humilde casa de Ribafeita. Desde este lugar, envió varios grupos de ellas a Brasil, que perpetuaron el Carisma de la Fundadora. En esta forma su Instituto pudo sobrevivir.
Madre Rita, falleció el 6 de Enero de 1913, en Casalmendinho (Parroquia de Ribafeita), en olor de santidad. Su funeral, fue presidido por el Vicario General de la Diócesis, y fue un acción de gracias a Dios por el don de esta religiosa a la Iglesia y al mundo.
Fue beatificada el 28 de mayo de 2006.
Reproducido con autorización de Vatican.va
Andrés (Alfredo) Bessette, Santo
Religioso, 6 de enero
Por: Antoine Marie osb | Fuente: Clairval.com


Oración para obtener un favor especial
mediante la intercesión del Santo Hermano Andrés
Santo Hermano Andrés,
agradecemos al Señor tu presencia entre nosotros.
Tu amor para con Jesús, María y José
hace de ti un intercesor poderoso ante el Señor.
La compasión reúne tus palabras ante Dios,
tus ruegos son atendidos y traen consuelo y alivio.
Junto a ti, nuestra boca se acerca al oído del Señor
para que atienda nuestro pedido...
Que nos permita participar igual que tu en
la obra del Señor con un espíritu de
oración, compasión y humildad.
Santo Hermano Andrés, ruega por nosotros.
Amén.
Juan de Ribera, Santo
Juan de Ribera, Santo
Por: Antoine Marie osb | Fuente: Clairval.com

Religioso de la Congregación de Santa Cruz
Martirologio Romano: En Montreal, ciudad de la provincia de Quebec (Canadá), San Andrés (Alfredo) Bessette, religioso de la Congregación de la Santa Cruz, que trabajó incansablemente en la construcción del insigne santuario dedicado a san José que se alza en aquella ciudad († 1937).
Fecha de canonización: 17 de octubre de 2010, durante el pontificado de S.S. Benedicto XVI
Fecha de canonización: 17 de octubre de 2010, durante el pontificado de S.S. Benedicto XVI

Alfredo Bessette nació el 9 de agosto de 1845 en Saint-Grégoire d´Iberville, cerca de Montreal (Canadá). Era un niño enclenque que pudo subsistir gracias a los cuidados de su madre. Sus padres eran personas muy sencillas, desprovistas de bienes terrenales pero ricos en virtudes. El señor Bessette, carpintero de oficio, era un trabajador incansable, pero muere muy pronto, al ser aplastado por un árbol que estaba cortando. Deja viuda y diez hijos, que viven en una cabaña de madera de unos siete por cinco metros. Aunque en un primer momento se siente abatida, no por ello la madre cae en el desaliento, sino que, apoyada por sus hermanos y hermanas, se dedica a educar a sus hijos. El alma de Alfredo se desarrolla en el contacto con aquella abnegada y amorosa madre, que con tanta dulzura y fe habla de Jesús, de María y de José. Pero el niño sólo tiene doce años cuando fallece la madre, agotada de vigilias y de fatigas y minada por la tuberculosis. Alfredo es acogido entonces por su tío y su tía Nadeau, que enseguida lo consideran como su propio hijo. Él, por su parte, demuestra su agradecimiento mediante una actitud de obediencia y de afecto. El sacerdote del lugar, el párroco Provençal, se percata de su pureza de sentimientos y de su caridad tan poco común; le toma un especial afecto y le prepara cuidadosamente para la primera comunión, enseñándole a invocar a san José, patrono de Canadá.
Pero el matrimonio Nadeau es pobre, de modo que, para ganarse la vida, Alfredo se pone a trabajar en casa de un zapatero. Tras contraer allí una enfermedad del estómago que le durará toda la vida, se pone al servicio de un agricultor, el señor Ouimet. Entonces empieza a imponerse una norma de vida espiritual, consistente en levantarse muy temprano para hacer el vía crucis y orar durante largo rato, en rezar el rosario varias veces al día, en conversar a menudo con san José, confiándole sus trabajos, sus penas y sus alegrías, y en entregarse a la penitencia. Tras la muerte del señor Ouimet, Alfredo es aceptado como aprendiz en casa de un herrero, con quien, a pesar de su precaria salud, consigue gran habilidad en el oficio. A la edad de veinte años, el joven viaja a los Estados Unidos y encuentra un puesto de trabajo en una hilandería. Dedicado por completo a su trabajo y servicial con todos, su conducta moral es irreprochable, a pesar del ambiente deletéreo del taller. Pero el régimen de la industria perjudica su salud y se ve obligado a abandonar la hilandería y a entrar en una granja, dónde de nuevo encuentra el trabajo al aire libre. Sin embargo, después de haber recobrado sus fuerzas, se coloca de nuevo en una hilandería.
«¡Está decidido!»
Durante aquellos años inestables en los Estados Unidos, Alfredo siente nostalgia por su país natal y mantiene contactos con el padre Provençal. En julio de 1869 recibe de él una carta que le conturba: el párroco le propone que ingrese en la vida religiosa, como un simple fraile. En realidad, la vida religiosa le atrae, pero no está seguro de que su salud le permita ser aceptado y perseverar. ¡Lo cierto es que no ha podido estabilizarse en ninguna parte! Durante seis meses, reza a san José para que le ilumine. Finalmente, un domingo de diciembre, el joven regresa a Saint-Césaire y va directamente al presbiterio, donde el viejo sacerdote le recibe con los brazos abiertos: «¿Te lo has pensado bien, Alfredo? Señor cura, está decidido, seré religioso». Y ambos dirigen una fervorosa plegaria de agradecimiento a san José.
En el otoño de 1870, Alfredo se dirige al Noviciado de la Congregación de la Santa Cruz de Montreal. Ese instituto, entonces de reciente creación, debe su origen a un sacerdote de la diócesis de Le Mans (Francia), el padre Moreau, y cuenta entre sus miembros con sacerdotes y frailes, misioneros y docentes. Alfredo es acogido con gran bondad por el padre superior, a quien el padre Provençal había escrito en estos términos: «Le envío un santo para su comunidad». Al estar familiarizado con todo tipo de trabajos, el joven cumple de buen grado las diferentes tareas que se le encomiendan, en unión con Jesús de Nazaret y bajo la mirada de san José. El 27 de diciembre recibe el hábito y toma el nombre de fray Andrés, en memoria del padre Andrés Provençal. El nuevo fraile es nombrado portero del colegio que se encuentra junto al Noviciado.
Pero su salud se muestra tan precaria que sus superiores hablan de no admitirlo a la profesión religiosa. Un día en que monseñor Bourget, obispo de Montreal, visita el colegio, fray Andrés se arroja a sus pies para suplicarle que interceda para que le permitan profesar los votos. Le revela con sencillez su deseo de servir a Dios y a sus hermanos en las tareas oscuras y le habla de su especial devoción por san José, en honor de quien le gustaría construir un santuario en lo alto de una colina próxima. El prelado, que acaricia también en secreto la posibilidad de edificar una iglesia monumental para san José, responde con bondad: «No temas, serás admitido a la profesión». De ese modo, ante la sorpresa de sus hermanos de religión, que lo consideran un simple, hace profesión el 28 de diciembre de 1871.
Dejado en la puerta
Una vez admitido oficialmente en la congregación, fray Andrés continúa sirviendo como portero del Colegio de Nuestra Señora, cerca de Mont-Royal. Al final de su vida, dirá con humor: «Al acabar el noviciado, los superiores me dejaron en la puerta... Allí me quedé cuarenta años, sin irme». La mayor parte de sus jornadas las pasa en una consergería estrecha, con una mesa, algunas sillas y un banco como único mobiliario. Siempre está allí, atento a las necesidades de todos, sonriente y servicial. Pero su tarea no resulta fácil. Están llamando a la puerta continuamente y el fraile recibe a los visitantes, los acompaña hasta el locutorio, corre luego a buscar al religioso o al alumno correspondiente. A veces le tratan con aspereza, pues el religioso al que buscan no está disponible, y en ocasiones la visita se va dando un portazo. Semejantes disgustos le producen a veces impaciencias, de las que se arrepiente enseguida amargamente. Durante la noche, cuando cesa el ajetreo, se dedica al penoso trabajo de mantenimiento del suelo de los locutorios y de los pasillos. Hasta bien tarde está arrodillado, lavando, encerando y sacando brillo, a la luz de una vela. Una vez terminado el trabajo, se cuela en la capilla y cae de rodillas ante la estatua de san José, y después, delante del altar, se entrega a una extensa plegaria.
Fray Andrés ejerce también las tareas de lavandería, así como de enfermero y de peluquero, y además tiene tiempo de conversar amistosamente con los alumnos, ayudándoles en su vida espiritual. Cuando alguna vez consigue que le sustituyan en la portería, su mayor alegría consiste en trepar por entre las zarzas hacia la cercana colina de Mont-Royal, donde, en medio de una profunda oración, se entrega en lo más hondo de su corazón a un diálogo secreto con san José. Después de bajar del montículo, reanuda su trabajo con gran fidelidad a su deber de estado, como si nada. Su humildad consiste en aceptar estar donde Dios lo ha situado, cumpliendo con su banal tarea, a imitación de san José.
«San José decía el papa Pablo VI se nos presenta bajo las apariencias más insospechadas. Podríamos imaginárnoslo como un hombre poderoso o como un profeta... Pero no, se trata de alguien de lo más normal, modesto y humilde... Nos encontramos en el umbral de una paupérrima tienda artesanal de Nazaret. Estamos ante José, que si bien es verdad que pertenece al linaje de David, ello no supone ningún título ni motivo de gloria... Sin embargo, en nuestro humilde y modesto personaje podemos adivinar una asombrosa docilidad, una prontitud extraordinaria de obediencia y de ejecución. Él no discute, no duda, no esgrime derechos o aspiraciones... Su cometido consiste en educar al Mesías para el trabajo y para las experiencias de la vida. Él lo protegerá y tendrá la sublime prerrogativa nada menos que de tener que guiar, dirigir y ayudar al Redentor del mundo... ».
«De ese modo, los grandes designios de Dios, las empresas providenciales que el Señor propone a los destinos de los hombres pueden coexistir con las condiciones más habituales de la vida y apoyarse en ellas. Nadie queda excluido de la posibilidad de cumplir, y a la perfección, el anhelo divino... Ninguna vida resulta banal, mezquina, despreciable u olvidada. Por el hecho mismo de respirar y de movernos en el mundo, somos seres predestinados a algo grande: al Reino de Dios, a las invitaciones de Dios, a la conversación con Él, a la vida y a la sublimación con Él, hasta hacernos «partícipes de la naturaleza divina» (cf. 2 P 1, 4)... Quien sabe cumplir con los deberes de su estado, confiere a toda su actividad una grandeza incomparable» (19 de marzo de 1968).
Vida ordinaria pero favor extraordinario
Aquí en la tierra San José llevó una vida de lo más ordinaria, pero, ya en el Cielo, consigue gracias abundantes para quienes confían en él. Después de unos quince años de vida religiosa oscura y laboriosa, fray Andrés recibe del padre putativo de Jesús la gracia de hacer milagros. La divina Sabiduría se complace de ese modo en dejar constancia de una parte de su poder a un instrumento humilde y dócil, para el mayor beneficio de los hombres. Consciente de su debilidad, fray Andrés, lejos de vanagloriarse del don recibido, repite sin cesar que no es sino el agente de san José, sólo eso. «Lo que yo pueda hacer de prodigioso asegura es un simple favor que Dios concede para que el mundo abra los ojos. ¡Pero, por desgracia, el mundo permanece ciego!».
Una noche, mientras se encuentra junto a un alumno enfermo de difteria, fray Andrés recibe una inspiración: sin hacer ruido, baja hasta la capilla, toma una medalla de san José y vuelve a subir. «Hermano, ¿por qué me ha dejado solo? Estoy sufriendo mucho. Ya no vas a sufrir más», contesta el religioso mientras se pone a frotar con la medalla el cuello del joven, a la vez que reza a san José. Después, el enfermo se adormece. Al alba, se despierta y exclama: «¡Hermano, estoy curado!». Efectivamente, durante la mañana se dan cuenta de que no queda rastro de la enfermedad. Algún tiempo después, fray Andrés visita al procurador del colegio, quien le dice: «Hace ya un mes que tengo una herida en la pierna que no consigue curarse. La llaga tiene mal aspecto, y estoy preocupado al pensar en todo el trabajo que me queda por hacer en el despacho. Haga una novena al padre adoptivo del Divino Maestro; sólo nueve días nos separan de su festividad. O sea, que espera usted un milagro. ¡Pues claro!». Llegado el día de san José, la llaga ha desaparecido por completo; ante el asombro de todos, el procurador baja a la capilla.
¡Déjelo actuar!
La noticia de los primeros milagros de fray Andrés se difunde por toda la ciudad, y los enfermos empiezan a acudir con la esperanza de ser curados. La afluencia alcanza enseguida tales dimensiones que el superior se conmueve y asigna a fray Andrés un local abandonado y miserable para que pueda recibirlos. Pero, deseoso de que esa acogida de enfermos cese, acude a hablar con el obispo de Montreal. El prelado le pregunta: «Si le dijera a fray Andrés que dejara de recibir a los enfermos, ¿cree que lo haría? ¡Desde luego! Entonces, déjelo actuar. Si la obra que está llevando a cabo procede de Dios, seguirá progresando; en caso contrario, ella misma se desmoronará». Así pues, el desfile de enfermos continúa. Si bien cura los cuerpos, el fraile pone cuidado sobre todo en la salvación de las almas. A un enfermo que acude a verlo, le dice: «Si quiere que san José le cure, abandone a la mujer con quien vive en fornicación y vuelva a visitarme». Y a otro, le dice: «Vaya a confesarse y empiece una novena a san José. ¿A confesarme? ¡Si hace veinte años que no lo hago! ¡Le prometo que me confesaré!». Y la curación se produce enseguida.
A pesar de los dones extraordinarios y de su buen humor habitual, fray Andrés posee un temperamento nervioso e irascible. En ocasiones se deja llevar por los arrebatos y despide a los visitantes con frases desconsideradas o con comentarios ásperos, sobre todo si le tratan como a un santo, o en sus relaciones con enfermos irreligiosos o de malas costumbres. Una tarde, alguien le comenta: «San José está sordo ante nuestras plegarias. Al menos usted nos concede todo tipo de favores. ¿Cómo se atreve a pronunciar palabras tan ofensivas hacia san José?», replica con gran disgusto; y en medio de los excesos de su indignación, desaparece del lugar y se va a acostarse. Consciente de sus imperfecciones, acostumbra a pedir a sus amigos: «¡Rezad por mi conversión!». En efecto, los santos deben luchar sin descanso contra las imperfecciones de su naturaleza, y es precisamente esa lucha en todo momento lo que caracteriza la santidad.
El jueves, fray Andrés se lleva consigo a algunos alumnos, e incluso a profesores, a Mont-Royal. Poco a poco, va tomando cuerpo el proyecto de edificar un oratorio en la ladera de la montaña. En julio de 1896, se adquieren los terrenos y es colocada una estatua de san José en la cavidad de una roca, donde, mientras dure el buen tiempo, fray Andrés recibirá en adelante a los enfermos. Muy pronto se eleva una capilla: «el Oratorio». En la época de las vacaciones, fray Andrés está siempre allí, llegando muy temprano y no regresando hasta la noche, ya que sus superiores le dejan ahora total libertad de acción.
Un vil instrumento
A partir de 1908, fray Andrés vive permanentemente en el Oratorio, instalado en lo alto de la capilla, donde le han acondicionado una habitación y un despacho caldeados por una estufa. Allí recibe a toda clase de personas, incluso a altos dignatarios de la Iglesia, que acuden a pedirle su intercesión. «No tengo poder alguno les dice el humilde fraile. Nada de lo que hago en las curaciones procede de mí, sino que todo viene de san José, que consigue esas gracias excepcionales de Dios. Soy únicamente un vil instrumento del que se sirve el patrono de la Iglesia para realizar prodigios, para suscitar conversiones y progresos en la perfección cristiana». Más que las curaciones, lo que le importa es la repercusión espiritual de los milagros en las almas. Todos los días está al acecho para arrancarle pecadores al demonio, pero éste no se priva en absoluto de hacerle notar su presencia, turbando en más de una ocasión al fraile mediante ruidos de vajilla rota; y también a veces se oye a fray Andrés, cuando está solo en su habitación, expresándose con vehemencia contra un personaje misterioso.
En 1912, como quiera que algunas peregrinaciones consiguen reunir a más de diez mil personas, se toma la decisión de ampliar la capilla, y muy pronto el arzobispo de Montreal considera la posibilidad de construir una basílica en honor de san José. Fray Andrés está lleno de gozo. En primer lugar se construye una cripta espaciosa, cerca de la cual se habilita un convento para los religiosos de «Santa Cruz», que se encargarán del servicio del santuario. Existen además amplias terrazas y jardines que permiten recibir a las multitudes. Fray Andrés prevé un gran movimiento de adoración de Dios, así como la conversión en masa de los pecadores, pero todavía queda pendiente conseguir el dinero necesario para la construcción de la basílica. Para lograr ese objetivo, se crea una revista, «Los Anales de san José», y después una «Cofradía de san José», que enseguida consigue reunir a más de treinta mil afiliados; finalmente, un grupo de adeptos se dedica a cosechar fondos en los Estados Unidos.
En 1924, empiezan a levantarse hacia el cielo los pesados pilares de una basílica de arquitectura neoclásica, y hasta 1930 los trabajos se suceden sin descanso. Pero la muerte del arquitecto y la falta de fondos interrumpen durante varios años la construcción, con gran pesadumbre por parte de fray Andrés. Sin embargo, el humilde fraile no pierde la confianza. Todos los años, él mismo emprende una gira de recolecta por los Estados Unidos. Esos viajes, en los que debe aparecer en público ante multitudes entusiasmadas y sufrir el acoso de los periodistas y de los fotógrafos, le resultan penosos en extremo. Pero él los aborda por la gloria de Dios y la salvación de las almas, y la generosidad de los norteamericanos le conmueve profundamente. Las curaciones se multiplican, y fray Andrés solamente exige a quienes se acercan a él una enorme confianza en Dios y una total sumisión a su voluntad.
Ese excepcional anciano de casi noventa años sorprende por la juventud de su corazón. «Nos imaginamos la fe cristiana como algo muy viejo afirma. Pero se trata de un error, ¡es completamente joven!». En efecto, para Dios y, por tanto, para Nuestro Señor Jesucristo, todo está presente. Esa verdad influye profundamente en la oración y en la contemplación de fray Andrés. Según la recomendación de san Ignacio en las contemplaciones de sus Ejercicios Espirituales, él se imagina las escenas de la vida de Jesús como si estuviera allí en realidad. De ese modo, cuando pasa su vía crucis (lo que le ocurre con frecuencia), sigue a Cristo como si asistiera personalmente a la Pasión, convencido de que sus arrebatos de amor alivian verdaderamente los sufrimientos del Salvador. Ocurre de igual modo cuando habla con san José, imaginando que trabaja junto a él en el taller de Nazaret, o cerca de la Santísima Virgen. Esas contemplaciones vivientes aumentan su amor a Dios y su caridad para con el prójimo.
Pero la gran pesadumbre de fray Andrés procede de la interrupción de los trabajos de la basílica. A principios de 1936, durante la reunión del consejo de la capilla de Mont-Royal, exclama: «Vayamos a llevar de inmediato la estatua de san José al ábside de la basílica y nuestro santo patrono se encargará de cubrirla con la cúpula». Dicho y hecho. Poco tiempo después se pide un préstamo, cubierto rápidamente por las donaciones, y los trabajos se reanudan. «La continuación de los trabajos está asegurada dice fray Andrés. Ahora resulto inútil; es hora de irme». Es ya un venerable nonagenario, agotado por el trabajo; siente cómo le abandonan sus fuerzas, y ya sólo recibe a los enfermos dos días a la semana.
¡Si las personas amaran al Señor...!
Durante la velada de la celebración de Navidad le dice a un amigo: «Seguramente es mi última Navidad. ¡Pero el Oratorio aún le necesita! No está prohibido desear la muerte cuando es por deseo de ver el Cielo... Cuando alguien hace el bien en la tierra, eso no es nada comparable con lo que podrá hacer una vez se encuentre en el Cielo». Poco tiempo después contrae una gastritis aguda y es hospitalizado. La terminación de la basílica ocupa sus pensamientos, pues es consciente del bien que está realizando san José en Mont-Royal: «No sabe usted lo que el Señor está haciendo en el Oratorio dice a su superior. ¡Cuánta desgracia hay en el mundo!... Fui llamado para ver eso... Si las personas amaran al Señor, nunca pecarían, y todo sería perfecto si amaran al Señor como Él las ama». El miércoles 6 de enero de 1937, entrega su alma a Dios y entra en la verdadera vida. La noticia se difunde enseguida por Canadá y América, llegando de todas partes testimonios de simpatía. Aquel humilde fray Andrés conoce un verdadero triunfo, pálido reflejo no obstante de su gloria en el Cielo, donde, junto a san José, intercede poderosamente por la Iglesia y por cada uno de los fieles. Porque san José es, en efecto, el «Protector de la Santa Iglesia». «Resulta lógico y necesario decía Juan Pablo II el 19 de marzo de 1993 que aquel a quien el Padre eterno confió a su Hijo, extienda igualmente su protección sobre el Cuerpo de Cristo, que según la enseñanza del apóstol Pablo es la Iglesia. Hoy en día, la comunidad de los creyentes, diseminada por todo el mundo, pone su confianza en san José y encomienda a su poderoso patrocinio sus necesidades en el difícil momento actual de la historia».
Aprendamos de san José y del santo fray Andrés el amor por la oración. ¿«La confianza de fray Andrés en la virtud de la oración acaso no es una de las indicaciones más preciadas para los hombres y las mujeres de nuestro tiempo, que intentan resolver sus problemas sin tener en cuenta a Dios»? preguntaba el Papa cuando la beatificación de fray Andrés. ¡Que éste obtenga para nosotros la gracia de rezar con amor y confianza todos los días de nuestra vida!
mediante la intercesión del Santo Hermano Andrés
Santo Hermano Andrés,
agradecemos al Señor tu presencia entre nosotros.
Tu amor para con Jesús, María y José
hace de ti un intercesor poderoso ante el Señor.
La compasión reúne tus palabras ante Dios,
tus ruegos son atendidos y traen consuelo y alivio.
Junto a ti, nuestra boca se acerca al oído del Señor
para que atienda nuestro pedido...
Que nos permita participar igual que tu en
la obra del Señor con un espíritu de
oración, compasión y humildad.
Santo Hermano Andrés, ruega por nosotros.
Amén.
Juan de Ribera, Santo
Obispo, 6 de enero
Por: ACI Prensa |
Martirologio Romano: En la ciudad de Valencia, en España, san Juan de Ribera, obispo, que ejerció también las funciones de virrey. Fue muy devoto de la santísima Eucaristía, defendió la verdad católica y educó al pueblo con sus insistentes instrucciones (1611).
Fecha de canonización: 12 de junio de 1960 por el Papa Juan XXIII.

San Juan nació en Sevilla el 27 de Diciembre de 1532.
Sus padres se llamaban Pedro y Teresa, familia que se distinguía entre la nobleza por su generosidad.
Enviaron a Juan a estudiar a Salamanca, donde se convirtió en discípulo de Vitoria y de otros teólogos que brillaban a la vez en Trento.
No tenía aún 30 años cuando fue nombrado por el Papa Pio IV Obispo de Badajoz, dedicándose de lleno a la santificación de sus ovejas, enviando misioneros por toda la diócesis.
A la edad de 36 años fue trasladado a la sede de Valencia, donde pronto advirtió las necesidades de esta gran arquidiócesis.
Al santo, entre otras cosas, le tocó aplicar las reformas de Trento en su jurisdicción, así como también la catequización de los moriscos pero con pocos frutos, siendo éstos expulsados en 1609 por el rey Felipe III.
Frente a esto, San Juan fue nombrado virrey de Valencia; el santo aceptó este cargo a ruegos del rey, y Valencia disfrutó largos años de paz y de mejor administración de la justicia.
San Juan recorrió varias veces la diócesis y entre 1570 y 1610 llevó a cabo 2.715 visitas pastorales, y celebró siete sínodos. Fundó el Colegio de Corpus Christi para la formación del clero y honrar solemne al Santísimo Sacramento.
San Juan de Ribera falleció en enero de 1611.
Autor: n/a | Fuente: Archidiócesis de Madrid
Tan mal estaban las cosas en su época que los herejes y los infieles disfrutaban esperando la pronta disolución de la Iglesia. Juan sintió fervor por los santos reformadores que el Espíritu Santo suscitó, también en ese tiempo, para aliviar las penas de su pueblo.
Nace en Sevilla cuando era la puerta de entrada y salida para el Nuevo Mundo y pertenece a la mejor prosapia. Hijo de don Pedro Afán Enríquez de Ribera y Portocarrero, conde de los Molares, duque de Alcalá, Virrey de Nápoles y antes de Cataluña. Su madre, doña Teresa de los Pinelos, murió muy pronto. La familia, con sus títulos nobles, es conocida en la ciudad por su generosidad y amor a los pobres.
Estudia en la Universidad de Salamanca cuando el Claustro salmanticense vive un periodo áureo entre las lecciones de Vitoria y los teólogos que tienen mucho que ver con Trento, porque son tiempos en los que la infidelidad y la herejía se combaten con las espadas y con la pluma. Allí termina los estudios y tiene cátedra.
El papa Pío IV lo nombra obispo de Badajoz, cuando aún no ha cumplido treinta años; no hay que olvidar que es hijo del Virrey de Nápoles y esas cosas tenían mucho peso por aquel entonces. Da comienzo a su andadura como prelado enviando seis predicadores con San Juan de Ávila para preparar las almas a la reforma que se postula desde Trento. Por su parte, no se queda quieto: predica con entusiasmo, se pone como un confesor más en el confesonario, visita y atiende con los sacramentos a los enfermos y, a veces, le toca dormir sobre sacos de sarmientos. Y hasta vende la vajilla de plata para remediar a los pobres. Escribe normas para la reforma de la vida de los obispos, primeras en España en su género. Para disgusto de los pacenses, les dura poco este obispo como pastor.
Ahora es Valencia la que disfrutará de su gobierno. Le ha precedido un santo que puso las metas muy altas. Fue Santo Tomás de Villanueva, el fraile que dio un vuelco a Valencia que por un siglo no ha disfrutado de la presencia de sus obispos. Allá va Juan como Arzobispo, después de haber dejado en Badajoz, repartidos entre los pobres, sus dineros, bienes y alhajas. Madruga, reza, estudia, recibe a la gente sin trabas ni excesos de respeto; es parco en la comida, rompe frecuentemente los moldes usuales de la época, siendo suficiente en ocasiones los higos secos, uvas, o frutas del tiempo. Va haciendo acopio de libros como intelectual sin remedio. La Misa le dura con frecuencia dos horas... y con lágrimas, después de despedir al acólito para estar a gusto con el Señor después de la consagración y entrar en diálogo íntimo, personal e intenso. Suenan las disciplinas y guarda los cilicios en lugar recóndito que siempre descubre su perspicaz asistente.
La meta marcada en su trabajo es poner en marcha la reforma de Trento. Sufre el problema de la abundante morisca a la que no consiguió convertir. Celebró siete sínodos. Las continuas visitas pastorales son el quicio de su pastoral junto con la atención a su clero al que adoctrina, anima, corrige o amonesta, siempre dándole ejemplo. Burjasot le ha visto en su plaza explicando el catecismo a los niños. En su propio palacio monta una escuela para los hijos de los nobles porque afirma que es obispo de todos: allí se forman bien los alumnos, se educan, pasan a la universidad, ayudan en los pontificales; aquello se parece por la piedad y los buenos modos a un seminario y, de hecho, salen de la institución cardenales, arzobispos y altos eclesiásticos.
Felipe III lo hace Virrey de Valencia y desde entonces las cosas marchan mejor, sobre todo la recta administración de la justicia.
Fundó en la ciudad el Colegio y Seminario del Corpus Christi. Y falleció en su amado colegio el 6 de Enero de 1611. En Valencia se festeja el día 14 y en Badajoz el 19, ambos en Enero.
Con hombres tan íntegros y apostólicos la Iglesia superó el obstáculo de herejes y de infieles. No hizo San Juan sino lo que es propio de un obispo, pero hacerlo en aquel tiempo fue mucho mérito.
Por: ACI Prensa |

Obispo
Fecha de canonización: 12 de junio de 1960 por el Papa Juan XXIII.

Sus padres se llamaban Pedro y Teresa, familia que se distinguía entre la nobleza por su generosidad.
Enviaron a Juan a estudiar a Salamanca, donde se convirtió en discípulo de Vitoria y de otros teólogos que brillaban a la vez en Trento.
No tenía aún 30 años cuando fue nombrado por el Papa Pio IV Obispo de Badajoz, dedicándose de lleno a la santificación de sus ovejas, enviando misioneros por toda la diócesis.
A la edad de 36 años fue trasladado a la sede de Valencia, donde pronto advirtió las necesidades de esta gran arquidiócesis.
Al santo, entre otras cosas, le tocó aplicar las reformas de Trento en su jurisdicción, así como también la catequización de los moriscos pero con pocos frutos, siendo éstos expulsados en 1609 por el rey Felipe III.
Frente a esto, San Juan fue nombrado virrey de Valencia; el santo aceptó este cargo a ruegos del rey, y Valencia disfrutó largos años de paz y de mejor administración de la justicia.
San Juan recorrió varias veces la diócesis y entre 1570 y 1610 llevó a cabo 2.715 visitas pastorales, y celebró siete sínodos. Fundó el Colegio de Corpus Christi para la formación del clero y honrar solemne al Santísimo Sacramento.
San Juan de Ribera falleció en enero de 1611.
Autor: n/a | Fuente: Archidiócesis de Madrid
Tan mal estaban las cosas en su época que los herejes y los infieles disfrutaban esperando la pronta disolución de la Iglesia. Juan sintió fervor por los santos reformadores que el Espíritu Santo suscitó, también en ese tiempo, para aliviar las penas de su pueblo.Nace en Sevilla cuando era la puerta de entrada y salida para el Nuevo Mundo y pertenece a la mejor prosapia. Hijo de don Pedro Afán Enríquez de Ribera y Portocarrero, conde de los Molares, duque de Alcalá, Virrey de Nápoles y antes de Cataluña. Su madre, doña Teresa de los Pinelos, murió muy pronto. La familia, con sus títulos nobles, es conocida en la ciudad por su generosidad y amor a los pobres.
Estudia en la Universidad de Salamanca cuando el Claustro salmanticense vive un periodo áureo entre las lecciones de Vitoria y los teólogos que tienen mucho que ver con Trento, porque son tiempos en los que la infidelidad y la herejía se combaten con las espadas y con la pluma. Allí termina los estudios y tiene cátedra.
El papa Pío IV lo nombra obispo de Badajoz, cuando aún no ha cumplido treinta años; no hay que olvidar que es hijo del Virrey de Nápoles y esas cosas tenían mucho peso por aquel entonces. Da comienzo a su andadura como prelado enviando seis predicadores con San Juan de Ávila para preparar las almas a la reforma que se postula desde Trento. Por su parte, no se queda quieto: predica con entusiasmo, se pone como un confesor más en el confesonario, visita y atiende con los sacramentos a los enfermos y, a veces, le toca dormir sobre sacos de sarmientos. Y hasta vende la vajilla de plata para remediar a los pobres. Escribe normas para la reforma de la vida de los obispos, primeras en España en su género. Para disgusto de los pacenses, les dura poco este obispo como pastor.
Ahora es Valencia la que disfrutará de su gobierno. Le ha precedido un santo que puso las metas muy altas. Fue Santo Tomás de Villanueva, el fraile que dio un vuelco a Valencia que por un siglo no ha disfrutado de la presencia de sus obispos. Allá va Juan como Arzobispo, después de haber dejado en Badajoz, repartidos entre los pobres, sus dineros, bienes y alhajas. Madruga, reza, estudia, recibe a la gente sin trabas ni excesos de respeto; es parco en la comida, rompe frecuentemente los moldes usuales de la época, siendo suficiente en ocasiones los higos secos, uvas, o frutas del tiempo. Va haciendo acopio de libros como intelectual sin remedio. La Misa le dura con frecuencia dos horas... y con lágrimas, después de despedir al acólito para estar a gusto con el Señor después de la consagración y entrar en diálogo íntimo, personal e intenso. Suenan las disciplinas y guarda los cilicios en lugar recóndito que siempre descubre su perspicaz asistente.
La meta marcada en su trabajo es poner en marcha la reforma de Trento. Sufre el problema de la abundante morisca a la que no consiguió convertir. Celebró siete sínodos. Las continuas visitas pastorales son el quicio de su pastoral junto con la atención a su clero al que adoctrina, anima, corrige o amonesta, siempre dándole ejemplo. Burjasot le ha visto en su plaza explicando el catecismo a los niños. En su propio palacio monta una escuela para los hijos de los nobles porque afirma que es obispo de todos: allí se forman bien los alumnos, se educan, pasan a la universidad, ayudan en los pontificales; aquello se parece por la piedad y los buenos modos a un seminario y, de hecho, salen de la institución cardenales, arzobispos y altos eclesiásticos.
Felipe III lo hace Virrey de Valencia y desde entonces las cosas marchan mejor, sobre todo la recta administración de la justicia.
Fundó en la ciudad el Colegio y Seminario del Corpus Christi. Y falleció en su amado colegio el 6 de Enero de 1611. En Valencia se festeja el día 14 y en Badajoz el 19, ambos en Enero.
Con hombres tan íntegros y apostólicos la Iglesia superó el obstáculo de herejes y de infieles. No hizo San Juan sino lo que es propio de un obispo, pero hacerlo en aquel tiempo fue mucho mérito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario