sábado, 7 de febrero de 2015

67. Un sillón de ruedas (Razones desde la otra orilla) José Luis Martín Descalzo

67. Un sillón de ruedas
Los jueves por la tarde, en las pequeñas pantallas de la televisión alemana, aparece un joven rostro de mujer cargado de simpatía, un bonito pelo rubio, unos ojos verdes, una sonrisa tímida, una voz perfectamente adaptada para el programa juvenil que presenta.
Cada mañana el cartero deja varias docenas de cartas en el buzón de Petra Krause. Son misivas de admiradores que la escriben enamorados de su sonrisa. Porque su rostro es hoy uno de los más conocidos en Alemania occidental.
Lo que hasta hace poco no sabían los televidentes alemanes es que Petra Krause presenta su programa desde una silla de ruedas, ya que es paralítica en la mitad inferior de su cuerpo. Y sólo hace muy poco han conocido la verdadera historia de esa sonrisa que a tantos cautiva.
Es la historia de una de tantas muchachas vacías que fueron rebotan- do por la vida de fracaso en fracaso hasta convertir su existencia en un largo hastío que terminaría en el más amargo de los desenlaces: el intento de suicidio arrojándose desde la ventana de su cuarto, en un quinto piso.
Pero, al parecer, Alguien no quiso que Petra muriese, tal vez para explicar al mundo que una muchacha que no encontraba el sentido de su vida mientras todo le sonrió en realidad y mientras la salud habitaba su cuerpo, iba a encontrar ahora ese sentido cuando -paralítica, rota la espina dorsal en su caída- todo parecía verdaderamente terminar de cerrarse para ella.
Y es que un joven actor, Peter Vogel, que casualmente la conoció en el hospital, se empeñó en explicar a Petra que la vida no era negra y que basta con empeñarse en encontrar la felicidad para lograrlo. Pero ¿de qué iba a servir ahora Petra, cuando ya sólo sería una carga para cuantos la quisieran?
Peter se atrevió a proponer algo que parecía completamente inverosímil: lo mejor de Petra era su sonrisa, pues habría que utilizarla. No podría usar sus piernas paralizadas, pero siempre podría sonreír. Y precisamente las presentadoras de televisión eran las profesionales de la sonrisa.
Y el 2 de febrero de 1982 la Norddescher Runkfunk, de Hamburgo, presentó a sus telespectadores un nuevo rostro, sin explicar para nada a su público las circunstancias que a Petra rodeaban. Y nadie lo notó, gracias a un hábil manejo de las cámaras. Y pronto los buzones de Petra comenzaron a llenarse de cartas de admiradores.
Ahora la televisión alemana ha contado el desenlace de cuento de hadas de la historia. Petra es la señora de Peter Vogel y es una muchacha que no sonríe ya por oficio, sino porque es feliz, porque es amada, porque pinta y juega al ping-pong, porque hace un oficio que le gusta. Porque ha descubierto que la felicidad no es algo que alguien nos mete un día por la ventana de nuestra casa, sino algo que construimos cada mañana y cada tarde con la sonrisa y el esfuerzo diarios.

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