II. ¿QUÉ ES EVANGELIZAR?
Complejidad de la acción evangelizadora
17. En la acción evangelizadora de la
Iglesia, entran a formar parte ciertamente algunos elementos y aspectos que
hay que tener presentes. Algunos revisten
tal importancia que se tiene la tendencia a identificarlos simplemente con
la evangelización. De ahí que se haya
podido definir la evangelización en términos de anuncio de Cristo a aquellos
que lo ignoran, de predicación, de
catequesis, de bautismo y de administración de los otros sacramentos.
Ninguna definición parcial y fragmentaria
refleja la realidad rica, compleja y dinámica que comporta la
evangelización, si no es con el riesgo de
empobrecerla e incluso mutilarla. Resulta imposible comprenderla si no se
trata de abarcar de golpe todos sus
elementos esenciales.
Estos elementos insistentemente subrayados
a lo largo del reciente Sínodo siguen siendo profundizados con
frecuencia, en nuestros días, bajo la
influencia del trabajo sinodal. Nos alegramos de que, en el fondo, sean
situados en la misma línea de los que nos
ha transmitido el Concilio Vaticano II, sobre todo en Lumen gentium,
Gaudium et spes, Ad gentes.
Renovación de la humanidad...
18. Evangelizar significa para la Iglesia
llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su
influjo, transformar desde dentro, renovar
a la misma humanidad: "He aquí que hago nuevas todas las cosas" (46).
Pero la verdad es que no hay humanidad
nueva si no hay en primer lugar hombres nuevos con la novedad del
bautismo (47) y de la vida según el
Evangelio (48). La finalidad de la evangelización es por consiguiente este
cambio interior y, si hubiera que
resumirlo en una palabra, lo mejor sería decir que la Iglesia evangeliza
cuando,
por la sola fuerza divina del Mensaje que
proclama (49), trata de convertir al mismo tiempo la conciencia personal
y colectiva de los hombres, la actividad
en la que ellos están comprometidos, su vida y ambiente concretos.
... y de sectores de la humanidad
19. Sectores de la humanidad que se
transforman: para la Iglesia no se trata solamente de predicar el Evangelio en
zonas geográficas cada vez más vastas o
poblaciones cada vez más numerosas, sino de alcanzar y transformar con
la fuerza del Evangelio los criterios de
juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de
pensamiento, las fuentes inspiradoras y
los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la
palabra de Dios y con el designio de salvación.
Evangelización de las culturas
20. Posiblemente, podríamos expresar todo
esto diciendo: lo que importa es evangelizar -no de una manera
decorativa, como un barniz superficial,
sino de manera vital, en profundidad y hasta sus mismas raíces- la cultura y
las culturas del hombre en el sentido rico
y amplio que tienen sus términos en la Gaudium et spes (50), tomando
siempre como punto de partida la persona y
teniendo siempre presentes las relaciones de las personas entre sí y
con Dios.
El Evangelio, y por consiguiente la
evangelización, no se identifican ciertamente con la cultura y son
independientes
con respecto a todas las culturas. Sin
embargo, el reino que anuncia el Evangelio es vivido por hombres
profundamente vinculados a una cultura, y a
la construcción del reino no puede por menos de tomar los elementos
de la cultura y de las culturas humanas.
Independientes con respecto a las culturas, Evangelio y evangelización no
son necesariamente incompatibles con
ellas, sino capaces de impregnarlas a todas sin someterse a ninguna.
La ruptura entre Evangelio y cultura es
sin duda alguna el drama de nuestro tiempo, como lo fue también en otras
épocas. De ahí que hay que hacer todos los
esfuerzos con vistas a una generosa evangelización de la cultura, o
más exactamente de las culturas. Estas
deben ser regeneradas por el encuentro con la Buena Nueva. Pero este
encuentro no se llevará a cabo si la Buena
Nueva no es proclamada.
Importancia primordial del testimonio
21. La Buena Nueva debe ser proclamada en
primer lugar, mediante el testimonio.
Supongamos un cristiano o un grupo de
cristianos que, dentro de la comunidad humana donde viven, manifiestan
su capacidad de comprensión y de
aceptación, su comunión de vida y de destino con los demás, su solidaridad en
los esfuerzos de todos en cuanto existe de
noble y bueno. Supongamos además que irradian de manera sencilla y
espontánea su fe en los valores que van
más allá de los valores corrientes, y su esperanza en algo que no se ve ni
osarían soñar. A través de este testimonio
sin palabras, estos cristianos hacen plantearse, a quienes contemplan su
vida, interrogantes irresistibles: ¿Por
qué son así? ¿Por qué viven de esa manera? ¿Qué es o quién es el que los
inspira? ¿Por qué están con nosotros? Pues
bien, este testimonio constituye ya de por sí una proclamación
silenciosa, pero también muy clara y
eficaz, de la Buena Nueva. Hay en ello un gesto inicial de evangelización. Son
posiblemente las primeras preguntas que se
plantearán muchos no cristianos, bien se trate de personas a las que
Cristo no había sido nunca anunciado, de
bautizados no practicantes, de gentes que viven en cristiano pero según
principios no cristianos, bien se trate de
gentes que buscan, no sin sufrimiento, algo o a Alguien que ellos adivinan
pero sin poder darle un nombre. Surgirán
otros interrogantes, más profundos y más comprometedores,
provocados por este testimonio que
comporta presencia, participación, solidaridad y que es un elemento esencial,
en general al primero absolutamente en la
evangelización (51).
Todos los cristianos están llamados a este
testimonio y, en este sentido, pueden ser verdaderos evangelizadores.
Se nos ocurre pensar especialmente en la
responsabilidad que recae sobre los emigrantes en los países que los
reciben.
Necesidad de un anuncio explícito
22. Y, sin embargo, esto sigue siendo
insuficiente, pues el más hermoso testimonio se revelará a la larga impotente
si no es esclarecido, justificado -lo que
Pedro llamaba dar "razón de vuestra esperanza" (52) -, explicitado
por un
anuncio claro e inequívoco del Señor
Jesús. La Buena Nueva proclamada por el testimonio de vida deberá ser
pues, tarde o temprano, proclamada por la
palabra de vida. No hay evangelización verdadera, mientras no se
anuncie el nombre, la doctrina, la vida,
las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazaret Hijo de Dios.
La historia de la Iglesia, a partir del
discurso de Pedro en la mañana de Pentecostés, se entremezcla y se confunde
con la historia de este anuncio. En cada
nueva etapa de la historia humana, la Iglesia, impulsada continuamente por
el deseo de evangelizar, no tiene más que
una preocupación: ¿a quién enviar para anunciar este misterio? ¿Cómo
lograr que resuene y llegue a todos
aquellos que lo deben escuchar? Este anuncio -kerigma, predicación o
catequesis- adquiere un puesto tan
importante en la evangelización que con frecuencia es en realidad sinónimo. Sin
embargo, no pasa de ser un aspecto.
Hacia una adhesión vital y comunitaria
23. Efectivamente, el anuncio no adquiere
toda su dimensión más que cuando es escuchado, aceptado, asimilado
y cuando hace nacer en quien lo ha
recibido una adhesión de corazón. Adhesión a las verdades que en su
misericordia el Señor ha revelado, es
cierto. Pero, más aún, adhesión al programa de vida -vida en realidad ya
transformada- que él propone. En una
palabra, adhesión al reino, es decir, al "mundo nuevo", al nuevo
estado de
cosas, a la nueva manera de ser, de vivir
juntos, que inaugura el Evangelio. Tal adhesión, que no puede quedarse
en
algo abstracto y desencarnado, se revela concretamente por medio de una entrada
visible, en una comunidad
de fieles. Así pues, aquellos cuya vida se
ha transformado entran en una comunidad que es en sí misma signo de la
transformación, signo de la novedad de
vida: la Iglesia, sacramento visible de la salvación (53). Pero a su vez, la
entrada en la comunidad eclesial se
expresará a través de muchos otros signos que prolongan y despliegan el signo
de la Iglesia. En el dinamismo de la
evangelización, aquel que acoge el Evangelio como Palabra que salva (54), lo
traduce normalmente en estos gestos
sacramentales: adhesión a la Iglesia, acogida de los sacramentos que
manifiestan y sostienen esta adhesión, por
la gracia que confieren.
Impulso nuevo al apostolado
24. Finalmente, el que ha sido
evangelizado evangeliza a su vez. He ahí la prueba de la verdad, la piedra de
toque
de la evangelización: es impensable que un
hombre haya acogido la Palabra y se haya entregado al reino sin
convertirse en alguien que a su vez da
testimonio y anuncia.
Al terminar estas consideraciones sobre el
sentido de la evangelización, se debe formular una última observación
que creemos esclarecedora para las
reflexiones siguientes.
La evangelización, hemos dicho, es un paso
complejo, con elementos variados: renovación de la humanidad,
testimonio, anuncio explícito, adhesión
del corazón, entrada en la comunidad, acogida de los signos, iniciativas de
apostolado. Estos elementos pueden parecer
contrastantes, incluso exclusivos. En realidad son complementarios y
mutuamente enriquecedores. Hay que ver
siempre cada uno de ellos integrado con los otros. El mérito del reciente
Sínodo ha sido el habernos invitado
constantemente a componer estos elementos, más bien que oponerlos entre
sí, para tener la plena comprensión de la
actividad evangelizadora de la Iglesia.
En esta visión global lo que queremos
ahora exponer, examinando el contenido de la evangelización, los medios
de evangelizar, precisando a quién se
dirige el anuncio evangélico y quién tiene hoy el encargo de hacerlo.
NOTAS
46. Ap. 21, 5; cf. 2 Cor. 5, 17; Gál. 6,
15. [Regresar]
47. Cf. Rom. 6, 4. [Regresar]
48. Cf. Ef. 4, 23-24; Col. 3,
9-10. [Regresar]
49. Cf. Rom. 1, 16; 1 Cor. 1, 18; 2, 4.
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50. Cf. 53: AAS 58 (1966), p. 1075.
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51. Cf. Tertuliano, Apologeticum, 39: CCL,
I, pp. 150-153; Minucio Félix, Octavius 9 y 31: CSLP, Augustae
Taurinorum 1963, pp. 11-13, 47-48.
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52. 1 Pe. 3, 15. [Regresar]
53. Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen
gentium, 1, 9, 48: AAS 57 (1965), pp. 5, 12-14, 53-54;
Const. past. Gaudium et Spes,
42, 45; AAS 58 (1966), pp. 1060-1061, 1065-1066; Decr. Ad gentes, 1, 5;
AAS 58 (1966), pp. 947,
951-952. [Regresar]
54. Cf. Rom. 1, 16; 1 Cor. 1, 18. [Regresar]
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