Con la fe de San José, la vida de Jesús y la audacia de María "¿Señor, qué mandáis hacer de mí?"
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Vamos a celebrar el Día del seminario. Y quiero acercar a todos los
creyentes de nuestra archidiócesis y a todos los hombres y mujeres de buena
voluntad la verdad del ministerio sacerdotal y su actualidad para la vida del
mundo. El lema que la Iglesia que camina en España ha elegido para este año
dice así: “Señor, ¿qué mandáis hacer de mí?”. Son palabras de Santa
Teresa de Jesús que nos traen unas sugerencias especialmente importantes para
vivir el ministerio sacerdotal hoy. ¿Quiénes son los sacerdotes? Hombres
elegidos por el Señor de entre los hombres a quienes un día, valiéndose de
muchas situaciones, les llama para que le presten la vida a Él. De tal manera
que, después de una larga preparación humana, teológica, espiritual y pastoral,
el Obispo les impondrá las manos para que sean “otro Cristo”, regalando así a
los hombres su amor, su gracia, su perdón, su alimento, su presencia. El Papa
San Juan Pablo II nos decía que el sacerdocio ministerial, que nació en el
Cenáculo, junto con la Eucaristía, tiene solamente una manera de vivirse: “la
existencia sacerdotal ha de tener, por un título especial, ‘forma eucarística’”. Se trata de globalizar el amor mismo de Jesucristo,
dando forma a la existencia sacerdotal y regalando y manteniendo esa vida entre
los hombres, en su existencia personal y en la historia que tejemos con nuestra
vida entre todos.
A todos los jóvenes os hago una llamada singular a vuestro corazón. Decid:
“Señor, ¿qué mandáis hacer de mí?”. A vosotros, jóvenes,
con ideales grandes, con deseos de dar lo mejor de vuestra vida para que todos
los hombres tengan la vida del Señor y para hacer posible que el Reino de Dios
se haga presente ya en esta historia, os invito a que, con la expresión de
Santa Teresa de Jesús, dejéis que vuestro corazón responda con generosidad. No
seáis tacaños en esta hora de la historia donde se fragua una época nueva. Y,
tanto a quienes sois ya sacerdotes, como a quienes os estáis formando para el
ministerio sacerdotal en nuestros seminarios, para que vuestra vida sea llamada
y pregunta para los jóvenes, os invito a cultivar dos dimensiones esenciales en
el ministerio sacerdotal, constitutivas y complementarias: la comunión y la
misión, la unidad y la evangelización. La unidad de la que el Señor nos habló
en la última Cena, cuando nos dijo: “sed uno”, y la misión o tensión
evangelizadora de la cual el Señor habló a los discípulos antes de subir a los
cielos, cuando nos dijo: “id por el mundo y anunciad el Evangelio”.
En este año, en el que Teresa de Jesús tiene un protagonismo especial en la
Iglesia en España, escuchemos cómo ella habla del liderazgo apostólico llamando
a los sacerdotes capitanes. La Santa manifiesta así la grandeza del ministerio
sacerdotal: “¡Buenos quedarían los soldados sin capitanes! Han vivir entre los
hombres y tratar con los hombres y estar en los palacios y aún hacerse algunas
veces con ellos en lo exterior. ¿Pensáis, hijas mías, que es menester poco para
tratar con el mundo y vivir en el mundo y tratar negocios del mundo y hacerse,
como he dicho, a la conversación del mundo, y ser en lo interior extraños del
mundo y enemigos del mundo y estar como quien está en destierro y, en fin, no
ser hombres, sino ángeles? Porque a no ser esto así, ni merece el nombre de
capitanes, ni permita el Señor salgan de sus celdas, que más daño harán que por
derecho. Porque no es ahora tiempo de ver imperfecciones en los que han de
enseñar” (Camino 3, 3).
El sacerdocio ministerial es indispensable para la existencia de una
comunidad eclesial. Los fieles cristianos esperan de los sacerdotes que sean
fundamentalmente especialistas en promover el encuentro del hombre con Dios,
expertos en la vida espiritual, testigos de la sabiduría de Dios. Son
impresionantes las palabras del santo cura de Ars, San Juan María Vianney:
“¡Oh, qué grande es el sacerdote! Si se diese cuenta, moriría… Dios le obedece:
pronuncia dos palabras y Jesucristo Nuestro Señor baja del cielo al oír su voz
y se encierra en una pequeña hostia” (carta de Convocación del Año Sacerdotal
16-6-2009).
En la formación de quienes habéis sido llamados al ministerio sacerdotal, y
quienes ya lo vivimos y hemos de salir al mundo para anunciar a Jesucristo,
hemos de salir con la fe de San José, la Vida de Jesús y la Audacia de María:
1) La Fe de San José: la fe es un don. Por
eso, la primera condición es permitir que nos donen algo, no ser
autosuficientes, no hacerlo todo por nosotros. Es necesario abrirnos y ser
conscientes de que el Señor dona realmente. Este es un paso necesario para
recibir algo que no tenemos ni podemos tener. Disponibilidad de aceptar el don,
como San José. Dejarnos impresionar por el don en nuestro pensamiento, memoria
y voluntad. La verdadera fe implica a toda la persona: pensamientos, afectos,
intenciones, relaciones, corporeidad, actividad, trabajo diario. Creer quiere
decir, ante todo, aceptar como verdad lo que nuestra mente no comprende del todo.
Aceptar lo que Dios nos revela sobre sí mismo, sobre nosotros mismos y sobre la
realidad que nos rodea, incluida la invisible. Creer quiere decir abandonarse a
Dios, poner en sus manos nuestro destino. Esto es lo que hizo el patriarca San
José. Por eso digo: con la fe de San José.
2) La Vida de Jesús: en Jesucristo, Dios no
sólo es apariencia de hombre, sino que se hace hombre. No se limita a mirarnos
desde el trono de su gloria, sino que se sumerge personalmente en la historia
humana. Se hace carne, es decir, realidad frágil, condicionada por el tiempo y
el espacio. En Jesucristo se nos revela el gran sí que Dios dijo al hombre y a
su vida, a nuestra libertad, a nuestra inteligencia. Solamente si situamos
nuestra existencia cristiana dentro de ese “sí”, penetramos profundamente en el
significado que tiene en nuestra vida decir al Señor: "aquí estoy”, te
presto todo lo que soy para que hagas con mi vida, por tu gracia, tu presencia
en medio de los hombres.
3) La Audacia de María: “he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. El sí de María a Dios
es mi sí. La respuesta de María al ángel se prolonga con esa llamada a
manifestar a Cristo en la historia, ofreciendo disponibilidad para que Dios
pueda seguir visitando a la humanidad con su misericordia. La audacia de María
está en su abandono y en la confianza absoluta en Dios. Con la audacia de su sí
abrió el cielo en la tierra y se abrió la tierra al cielo. La raíz de la
audacia, esa que tenemos que imitar de María nuestra Madre, está en darnos
cuenta de que Dios ha puesto los ojos en cada uno de los que han sido llamados
al ministerio sacerdotal.
Es la primera vez que os hago una petición como esta: ayudadme a sostener
nuestros seminarios, prestad vuestra ayuda económica en la medida que podáis
para realizar este sueño de Dios, que, por ser de Dios, es real, para que se
pueda hacer de esta tierra el cielo. Para hacerlo, el Señor ha querido el
ministerio sacerdotal. Ayudadme.
Con gran afecto, os
bendice:
+ Carlos,
Arzobispo de Madrid
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