viernes, 6 de marzo de 2015

Santa Coleta - San Olegario - Santa Rosa de Viterbo 06032015


viernes 06 Marzo 2015

Santa Coleta

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Virgen (1380-1447)    Hija única. Su padre fue un carpintero de Corbie, en la Picardía, que en agradecimiento a san Nicolás por haberle dado la niña tan deseada, esperada y que parecía que no iba a llegar nunca, le puso por nombre Nicolette. Quedó huérfana a los dieciocho años.
La mitad de su vida transcurrió durante el Cisma de Occidente (1378-1417), donde se simultaneaban papas y antipapas a granel; hasta tres papas llegó a tener la Iglesia, uno en Roma, otro en Avignón y otro en Pisa. Coleta, que como la gran mayoría de los franceses, aceptaba la obediencia al papa de Avignón, tomó en el mismo año tres hábitos distintos por la entrada en tres monasterios diferentes.    Tal como entró salió en las beguinas de Amiens, en las benedictinas de Corbie y en las clarisas "suaves" o mitigadas en su rigor primitivo por bula de Urbano IV (muerto en 1264) y por ello llamadas "urbanistas"; todos los monasterios le parecían demasiado cómodos y relajados; todos los ella conoció habían perdido el rigor primitivo.
Ciertamente los males eran muy grandes en la Iglesia. Por fin recaló en la Tercera Orden de san Francisco, sin vida en común.   Decidió enclaustrarse ella misma, haciendo que le tapiaran entre dos contrafuertes de la iglesia de Nuestra Señora de Corbie; allí tenía la suerte de no tener nada, de poder emplear el día y la noche en oración contemplativa y dedicarse a las penitencias que el espíritu le sugería. Vivía reclusa, vestida con su hábito, y consiguió hacer de aquel espacio su celda particular desde la que podía asistir a la misa diaria y recibir a Jesús Sacramentado.
Por cuatro años llevó aquella vida solitaria y penitente, ayunando toda la Cuaresma a pan agua y repitiendo en alguna que otra temporada la misma pauta; con poco sueño y mala cama, si es que puede recibir este nombre el manojo de sarmientos desparramados por el suelo y que le servían para estirar sus huesos.  En esas circunstancias tuvo éxtasis en los que le parecía contemplar el lastimoso estado de las personas consagradas a Dios, que habían perdido el fervor de la primera caridad. Lágrimas y más penitencia para expiar.
Tuvo visiones de la Virgen, de san Francisco y santa Clara que le pedían dedicase su tiempo y fuerzas a reformar la Orden franciscana; pero como se veía a sí misma como la criatura más tosca, vil y torpe para tamaña empresa, no se atrevió a hacer nada hasta que recibió la prueba de lo que desde el Cielo se le pedía.    Animada por fray Enrique de la Beaume y ayudada por la Sra. De Brisay, se trasladó de Niza a Provenza para entrevistarse con Benedicto XIII, en Avignón. Tiene veinticinco años. Asombrado quedó el papa con las propuestas de Coleta; autorizó la reforma para todas aquellas monjas que quisieran aceptarla y la autorizó para fundar nuevos conventos; aprobó con todas sus bendiciones el propósito de Colette, vistiéndole él mismo el hábito de la Orden Franciscana, otorgándole el velo y el cíngulo, y nombrándola abadesa y superiora general tanto de los conventos que reformase como de los que fundase.
Toda Francia se puso en su contra: los seglares, los religiosos y los mismos prelados consideraron aquella aventura poco menos que imposible. Las monjas la juzgaron como amotinada, orgullosa, hipócrita e ilusa. Tuvo que retirarse a Saboya por la persecución; después pasó a Borgoña.   Gracias a su perseverancia se consiguió aquel imposible por la cantidad de sinsabores, humillaciones, mortificación y trabajo que debió padecer para sacar la reforma adelante. La peste ayudó un poco también, llevándose por delante con sus estragos a las que mostraron mayor resistencia a la reforma. El primer convento que aceptó la vuelta al primitivo espíritu fue el de Besanzon; luego se corrió el buen deseo por toda centro Europa y dejó atrás a los Pirineos, cuando pasó a España.
Murió Coleta, después de recibir fervorosamente los sacramentos, en Gante (Bélgica), el día 6 de marzo de 1447, con sesenta y seis años de edad, después de haber sido adornada con los dones de profecía y milagros. Ella misma fundó dieciocho nuevos conventos llamados de las Clarisas Pobres, las descalzas, que viven en alegría el espíritu de Coleta.





Oremos

Tú, Señor, que concediste a Santa Coleta el don de imitar con fidelidad a Cristo pobre y humilde, concédenos también a nosotros, por intercesión de esta santa, la gracia de que, viviendo fielmente nuestra vocación, tendamos hacia la perfección que nos propones en la persona de tu Hijo. Que vive y reina contigo.





Calendario  de Fiestas Marianas: Nuestra Señora de Nazaret, Pierre Noire,  Portugal (1150)


San Olegario

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http://www.oremosjuntos.com/Santoral/San_Olegario_obispo.jpgObispo (1060-1136)
En lo religioso es Nicolás II quien dirige y en lo civil Enrique IV administra el Sacro Imperio Romano cuando nace en el año 1060 Olegario. Sus padres fueron Olaguer –válido de D. Ramón Berenguer, conde de Barcelona– y Guilia. En su tiempo se condena a Berengario por sus errores sobre la Eucaristía y Godofredo de Buillón conquista Jerusalén, nombrándosele defensor del Santo Sepulcro.
Fue canónigo de la iglesia Catedral de Barcelona y D. Ramón Beltrán, obispo de la ciudad lo ordenó sacerdote. Pero, pensando que agradaba más a Dios de otra manera, Olaguer –que así le conocen en Barcelona y Tarragona– renuncia a la prebenda catedralicia, entra en el monasterio de san Adrián del que llega a ser prior y pasa a ser abad  de san Rufo hasta que se le nombra obispo en el año 1115.-

Cuando muere el papa Pascual y se elige a Gelasio II, va Olegario a Roma a besar los pies de Pedro y prestarle juramento como acto protocolario del tiempo. A su vuelta se ha recuperado Tarragona de los moros, se restituye su condición de sede metropolitana y Olaguer es nombrado su arzobispo el 21 de marzo de 1118. El papa lo nombra además legado suyo para toda España.
 

Tiene que vivir en Barcelona cuya sede mantiene porque quedó arrasada Tarragona y sin bienes propios; ocho años tardará Olegario en terminar de reedificar las murallas de esta ciudad y en llevar a ella gente aguerrida que esté en condiciones de poder defenderla.


Cumpliendo la misión de metropolitano y legado ad latere hubo de tomar parte en diversos concilios y anatematizó al antipapa Anacleto.
 

A su regreso de Tierra Santa se preocupa de que se restituyan a la iglesia los bienes que algunos se habían injustamente apropiado, bendice y repara las iglesias desacralizadas por los sarracenos, e interviene en Zaragoza en la reconciliación entre don Alonso de Castilla y don Ramiro de Aragón.


Este hombre celoso, incansable, con don de gobierno y mucho amor a Dios no pudo ver reconstruida su iglesia metropolitana por falta de recursos económicos antes de morir el 6 de marzo del 1136. Fueron sepultados sus restos en su iglesia de Barcelona y canonizado a la antigua usanza, es decir, por veneración popular y consentimiento del Romano Pontífice.





http://es.catholic.net/catholic_db/imagenes_db/gente/san-olegario.jpg

Oremos
Señor, tú que diste a San Olegario obispo, la abundancia del espíritu de verdad y de amor para que fuera un buen pastor de tu pueblo, concede a cuantos celebramos hoy su fiesta adelantar en la virtud, imitando sus ejemplos, y sentirnos protegidos con su valiosa intercesión. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.



Calendario  de Fiestas Marianas: Nuestra Señora de Nazaret, Pierre Noire,  Portugal (1150)





Santa Rosa de Viterbo

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(1235-1252)Gertrudis von le Fort ha escrito que la  verdadera genialidad de la mujer se encuentra en lo religioso, y que el  mundo  profano no ha dado a la historia nombres comparables a Juana de Arco o a  Catalina de Sena. Rosa de Viterbo se halla en la línea de lo genial en  el mundo religioso.
El barrio gótico de Viterbo es uno de los lugares  más evocadores de la Edad Media. Cuando se habla de aquella época  hay que evitar dos escollos: o considerarla como la edad ideal del  cristianismo, a fijarse sólo en sus defectos, que los tuvo. Sin embargo,  prevalecen los aspectos positivos. En ninguna otra edad de la historia  se  dejó sentir tan intensamente el influjo del cristianismo en la vida  pública y privada, política y social, cultural y  artística. Un verdadero y sentido universalismo unió a los  pueblos bajo la dirección del Papa y del emperador. Todos tenían  fe, y se sujetaban gustosos al magisterio de la Iglesia, no faltando,  naturalmente, las excepciones. ¿Qué otro tiempo puede gloriarse de  creaciones como las universidades, las catedrales, las cruzadas, la Suma de Santo Tomás y la Divina Comedia de Dante? Los héroes  que se llevaban las simpatías de todos eran los santos. Santos del  calibre de un Tomás de Aquino, de un Domingo, de un Francisco de  Asís.
Rosa nació en Viterbo en 1235. Viterbo formaba parte  entonces del patrimonio de San Pedro. En 1216 había muerto Inocencio  III, a quien se ha llamado el Augusto del pontificado. Con él se  llegó a la cúspide de la autoridad de la Iglesia sobre el mundo.  Pero, a su muerte, el emperador Federico II estuvo en lucha constante  con los  papas Gregorio IX e Inocencio IV. De la lucha salieron debilitados los  dos  poderes, el imperial y el pontificio. Se acercaban días malos para la  Iglesia.
Los padres de Rosa eran pobres y excelentes  cristianos. Ya  en su más tierna infancia todos se dieron cuenta de que Dios  tenía grandes planes sobre ella. De verdad que es asombrosa la mezcla de  lo natural y de lo sobrenatural en su vida. En vez de entregarse a los  juegos  propios de su edad, se pasaba largos ratos ante las imágenes de los  santos, especialmente si eran imágenes de la Virgen Santísima.  Impresionaba la atención con que oía a sus padres cuando hablaban  de cosas de Dios. Desde muy pequeña sintió ansias de vivir en  soledad, ansias que casi nunca se realizaron del todo. Y siempre fue una  enamorada de la penitencia. Los viterbianos se avezaron a ver por sus  calles a  una niña, que iba siempre descalza y con los cabellos en desorden.  Grandes eran sus austeridades en la comida, llegando a pasarse días  enteros con un poco de pan. Pan que muchas veces iba a parar a la boca  de los  pobres, otra de sus santas debilidades. Corría tras los pobres y con  cariño inmenso les ofrecía todo cuanto tenía. Si fuera de  su casa era caritativa, es fácil imaginar el respeto y amor con que  mimaba a sus padres.
En Viterbo había un convento de religiosas, llamado  de San Damián. A sus puertas llamó nuestra heroína, pero  inútilmente, porque era pobre y porque era niña. Entonces decide  convertir su casa en un claustro. Allí se excedía santamente en  las penitencias corporales, llegando a disciplinarse hasta perder el  conocimiento. Los de su casa intentan apartarla del camino emprendido,  pero es  tanta la gracia humano-divina que se refleja en toda su persona, que  convence a  todos. Y las horas de oración se sucedían sin interrupción  en su vida.
A los ocho años, víctima de sus penitencias,  contrae una gravísima enfermedad, que dura quince meses. Fue  milagrosamente curada por la Santísima Virgen, quien le mandó  tomar el hábito de la Tercera Orden de San Francisco, hábito que  recibió en la iglesia de Santa María. Aquel día  empezó su vida de apóstol. Al salir de la iglesia predicó  con tal fervor sobre la pasión de Nuestro Señor Jesucristo y los  pecados de los hombres, que todos se volvieron compungidos a sus casas,  mientras ella regresaba gustosa a su soledad. Día tras día toda  la ciudad, atónita, oyó sus predicaciones. Difícilmente  comprendemos hoy el ardor con que las multitudes medievales iban tras el  predicador de la palabra de Dios, las conversiones, las públicas  reconciliaciones que provocaba, por ejemplo, un San Antonio de Padua. Y  si el  predicador resultaba ser una niña de pocos años...
No faltaron las contradicciones ni las penas. Los  partidarios de Federico II, enemigos de la Santa Sede, en seguida la  hicieron  objeto de sus ataques. Tras las mofas y las calumnias vino el destierro.  Todo  ello sirvió para demostrar el temple de aquella niña, quien, como  los apóstoles en otro tiempo, dijo que no podía dejar de predicar  la divina palabra. Y la Providencia se valió de la malicia de sus  perseguidores para que la semilla de la verdad fructificara en otras  partes.  Con sus padres tuvo que salir de noche de Viterbo, mientras la nieve  barría los caminos. Agotados por el cansancio y el sufrimiento, llegaron  al día siguiente al pueblo de Soriano. Sin embargo, todos los  sufrimientos físicos se desvanecieron ante el dolor de su alma por la  disolución moral de aquellas gentes. Allí continúa  predicando, y su predicación se convierte, al cabo de algunos meses, en  abundantes conversiones. Acuden también a oírla hombres y mujeres  de los pueblos vecinos. A sus oyentes un día les anunció la  muerte de Federico II, ocurrida en Fiorentino de Puglia el 13 de  diciembre de  1250. Al fin de su vida el emperador se reconcilió con la Iglesia.
Y los pueblos de Vitorchiano, Orvieto, Acquapendente,  Montefalcone y Corneto, oyeron, extrañados y al fin convencidos, la voz  de aquella niña que atraía con su sola presencia, y que, si era  preciso, confirmaba su predicación con milagros. Uno de los defectos que  se achacan, con razón, a la Edad Media es la excesiva credulidad con que  admitía los hechos extraordinarios. Hoy los biógrafos de nuestra  Santa rechazan algunos de los milagros que se le atribuyeron, pero sin  duda  ninguna que hizo grandes milagros, porque de otro modo no se explica la  polvareda espiritual que su paso levantó por todas partes. Su vida  entera era un milagro.
A los dieciocho meses de haber salido de su pueblo  natal  pudo regresar a él, después de la muerte de Federico II. El  pueblo entero salió a recibir a la mujer extraordinaria, contentos todos  de recuperar aquel tesoro, que ahora apreciaban más después de  haberlo perdido.
A pesar de sus triunfos apostólicos, su alma deseaba  la soledad, para entregarse más decididamente a la oración y a la  penitencia. Es la constante historia de todos los verdaderos apóstoles.  San Bernardo había escrito poco tiempo antes que el apóstol debe  ser concha y no simple canal.
Por segunda vez intenta entrar en un convento. Esta  vez el  monasterio lleva el bonito nombre de Santa María de las Rosas. Pero por  segunda vez se le cierran las puertas del claustro. Dios no la destinaba  a la  vida religiosa.
Y por consejo de su confesor, Pedro de Capotosti,  decide de  nuevo convertir su casa en el claustro soñado; esta vez, sin embargo,  tendrá que preocuparse de la santificación de otras almas.  Algunas amigas suyas de Viterbo se unen a ella para guardar silencio,  cantar  salmos y oír sus exhortaciones espirituales. Ante la constante afluencia  de nuevas jóvenes, el confesor de Rosa les compra un terreno cerca de  Santa María de las Rosas. Allí floreció una comunidad que  tomó la regla de la Orden Tercera de San Francisco.
De nuevo las humanas pequeñeces estorbaron la obra de  Dios. Inocencio IV suprimió la obra, a indicación de las monjas  de San Damián.
El biógrafo de San Francisco de Asís,  Tomás de Celano, dice que «cantando recibió la muerte».  Un canto de alegría fue también la muerte de Rosa. Gastada  prematuramente por las penitencias y el apostolado, se preparó para  salir al encuentro del Esposo de las vírgenes. Al recibir el  viático quedó largo rato en altísima contemplación.  Cuando volvió en sí se le administró la  extremaunción. Pidió perdón a Dios de todos sus pecados y  se despidió de sus familiares con la exquisita caridad de siempre.  Jesús, María, fueron sus últimas palabras.  Tenía diecisiete años y diez meses.
Puede fácilmente imaginarse el dolor de los  viterbianos. ¡Había sido tan rápido su paso sobre la tierra!  Su cuerpo, que despedía un perfume muy agradable, fue sepultado en Santa  María.
Inocencio IV inició su proceso de  canonización, pero la muerte le impidió terminarlo. Entonces  nuestra Santa se aparece a Alejandro IV, que a la sazón se hallaba en  Viterbo, y le indica que traslade su cuerpo a la iglesia de San Damián.  Se organizó una magnífica procesión, presidida por el  Papa, a quien acompañaban cuatro cardenales, para el traslado de sus  reliquias a la iglesia aludida. Desde entonces el monasterio se llama de  Santa  Rosa.
Nicolás V ordenó al consejo de la villa de  Viterbo que en la precesión de la Candelaria tres cirios de cera blanca  recordaran a todos la luz de su apostolado, su amor a Dios y a los  hombres, y  su blancura virginal.
Calixto III la colocó en el catálogo de los  santos. Desde su muerte, el lugar que guarda su cuerpo incorrupto ha  sido  centro de constantes peregrinaciones. En 1357 ocurrió en Viterbo un gran  milagro. Quedó reducida a cenizas la capilla que guardaba sus reliquias,  y se quemó la caja que las contenía; el cuerpo santo sólo  cambió un poco de color.
Aunque su muerte ocurrió el día 6 de marzo de  1252, su fiesta se celebra el día 4 de septiembre, por ser el  aniversario de la solemne traslación.
De le representa recibiendo la sagrada comunión junto  a un altar, y viendo en sueños los instrumentos de la pasión de  Nuestro Señor Jesucristo.
¿La lección de Rosa? Yo diría que es una  lección de sobrenaturalismo. Nuestro siglo XX, escéptico ante lo  extraordinario, y excesivamente enamorado de lo humano, conviene  recuerde que  Dios tiene marcada preferencia por servirse de instrumentos inadecuados  para  obtener sus victorias. Sobre todo deberían recordar frecuentemente la  vida y la obra de Rosa de Viterbo todos los que se dedican al  apostolado.







Oremos

Escucha, Señor, nuestras plegarias y concede a los que celebramos la virtud e Santa Rosa de Viterbo, virgen, crecer siempre en tu amor y perseverar en él hasta el fin. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.





Calendario  de Fiestas Marianas: Nuestra Señora de Nazaret, Pierre Noire, Portugal (1150)

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