domingo, 12 de abril de 2015

EL VUELO DEL QUETZAL 48 - 50 (REVOLUCIONARIOS POR EL EVANGELIO).(Pedro Casaldáliga)


REVOLUCIONARIOS POR EL EVANGELIO

En torno al testimonio de quince nicaragüenses, cristianos y revolucionarios, contenido en el libro "Revolucionarios por el Evangelio", de Teófilo Cabestrero (Desclée, Bilbao, España, 1983).

Estos quince hombres y mujeres de Nicaragua son revolucionarios. Estos quince hombres y mujeres de Nicaragua son cristianos. Son "revolucionarios por el Evangelio".
Nadie podrá negarles esta doble condición, que se está haciendo en ellos una sola vida armónica, conscientemente probada, públicamente asumida.
Se podrá discutir con ellos qué entienden por "revolución" y se podrá discutir con ellos cómo interpretan el Evangelio. Y es bueno que los cristianos y los revolucionarios del mundo discutan con los cristianos revolucionarios de Nicaragua. La libertad que ellos piden dentro de su Iglesia, y que Cristo nos conquistó de una vez por todas, ellos, lógicamente, la han de conceder a los demás.
Después de leer su testimonio yo no tengo mayores dudas, ni sobre el Evangelio por el que viven, ni sobre la revolución a la que quieren servir evangélicamente y que evangélicamente sueñan. Esto no significa que ellos puedan arrogarse la única interpretación legítima del Evangelio o la única interpretación legítima de la revolución.
De estos quince testimonios... Yo destacaría, hasta con palabras textuales de los entrevistados, estos trazos:
Ellos no quieren saber de otro Evangelio que el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo. "El seguimiento de Jesús" es su programa; en lo cual coinciden con los primeros días de la Iglesia y con todos los cristianos con voluntad sincera de ser discípulos. Recurren al Espíritu Santo. Oran diariamente, "hasta una hora y pico". Meditan la Biblia y la subrayan y la comparten en comunidad. Participan en la Eucaristía como de la Pascua de Jesús que vence la muerte y transforma la vida. Rezan, quizás, el Rosario, como el viejo Emilio, empresario que fue. Saben teología, conocen la espiritualidad cristiana y Católica, han participado en movimientos eclesiales de evangelización, han estudiado la Doctrina Social de la Iglesia, saben distinguir entre el Magisterio y las opciones políticas o los intereses que no son pastorales. Se sienten Iglesia, Iglesia Católica, concretamente, en su caso; y quieren ser Iglesia, hasta la muerte, a pesar de las dificultades y las incomprensiones. A algunos de ellos, ya entrados en edad, y padres de familia muy responsables, les espanta la sola idea de imaginar que un día sus hijos puedan dejar de ser Iglesia. Profesan su fe abiertamente y quieren evangelizar, como cristianos seglares, las realidades temporales que tienen implicaciones eternas.
El Evangelio de Jesús los ha metido en esta dura y gloriosa empresa. Las exigencias del Evangelio los traen y los llevan. Aquel "Mateo 25", que un día nos juzgará a todos por el amor real que hayamos tenido a los hermanos concretos más necesitados.
Y a partir del Evangelio y de sus exigencias, ellos entienden la revolución y se han incorporado a ella por "decisión cristiana", y la definen críticamente como un instrumento histórico en la hora específica de su país. "La fe cristiana en su motivación" vital; y "el sandinismo es un instrumento".
La revolución, por otra parte, no es para ellos simplemente levantar puños y banderas, lanzar consignas y depositar flores. La revolución para ellos no es ponerlo todo patas arriba. Es un servicio de transformación social que responde a urgentes necesidades y a flagrantes injusticias en su país y que viene a ser, para ellos, un servicio cristiano al Reino de Dios. Servicio limitado, pero, ineludible; "creativo", por ser cristiano y por ser revolucionario; sostenido por la "audacia del pobre" y "por la fe que es mayor que ellos mismos", porque los entronca con la fuerza del propio Espíritu de Dios.
Entrar en la revolución y en la revolución popular sandinista -que es hoy la revolución de Nicaragua- significa, para estos hombres y mujeres, asumir el servicio concreto del amor al prójimo, según el mandamiento de Jesús, de manera real, histórica y eficaz. Porque han descubierto que el prójimo no es solo el cuñado o un vecino. Para ellos amar al prójimo es también, y con razón más ancha, amar al pueblo sirviendo al pueblo. "Reconciliarse con el pueblo", quizás, si fueron "explotadores del pueblo" antes de ser revolucionarios y mientras, a pesar de ello, se consideraban cristianos. Trabajar ahora sin intereses de lucro, perder status social, arriesgar la propia vida o la vida de los suyos, dedicarse al bien de las mayorías desheredadas... Aceptar aquellas rupturas que el Evangelio ya anunciaba, nicaragüensemente vividas ahora en la carne y en la sangre de ellos y los suyos; de la hija, tal vez, de un General de Somoza.
"No el que diga Señor, Señor, entrará en el Reino", advertía Jesús. Estos discípulos suyos de Nicaragua, "aspirantes a cristianos y aspirantes a revolucionarios", han sabido traducir, a su vez, que no entrará el que diga "amor, amor, en abstracto", sino el que se entregue con amor a la creación de "estructuras, leyes y hombres nuevos"; aquel que renuncie a "seguir sometiendo a los sometidos"; el que se disponga a "contribuir en la transformación de las relaciones de producción", sin hacer "operaciones parche ", antes dedicándose a construir fraternidad; el que "trabaja con amor" y sabe "criticarse" y pedir perdón con humildad.
Ellos están descubriendo, para sí y posiblemente para muchos que la verdadera revolución ha de ser verdadera liberación.
Son revolucionarios, en la revolución popular sandinista. Son cristianos en la Iglesia. Porque son revolucionarios por el Evangelio "sin paralelismos con la Iglesia y sin paralelismos con el pueblo".
Yo he leído estos testimonios como cristiano y como obispo. Desde la hora de nuestra América Latina. Desde nuestra Iglesia que trata de vivir la opción por los pobres.
Y como cristiano y como obispo de la Iglesia de Jesús en América Latina, las confesiones de estos hombres y mujeres nicas me han conmovido y me comprometen.
Por seis razones, principalmente:
1. Por su sentido de Iglesia y por la voluntad de ser Iglesia siempre. Exigiendo, naturalmente, el derecho a la libertad eclesial que su condición de bautizado y seglares les confiere.
Por la decisión cristiana de ser corresponsables, como adultos en la fe, sin someterse infantilmente a los abusos que los "hombres de Iglesia" cometemos con frecuencia, sea en doctrinas cuestionables, sea en predicaciones agresivas, sea en imposiciones pastorales, sea en la administración de los bienes de la comunidad, sea en opciones sociales o en compromisos políticos siempre discutibles porque han de ser plurales. "Estar con el obispo", dicen muy justamente, "no estar con la política del obispo", sea cual fuere la política en que el obispo pueda estar de hecho.
2. Por su Espíritu evangelizador y su comprometida actuación misionera. Por su generosa decisión de encarnar el Evangelio en los desafíos de la nueva situación histórica de Nicaragua, dentro del proceso popular de la revolución. Para ser fermento en la masa, para ser sal en la mesa del pueblo.
Y como laicos, precisamente, que saben que su misión concreta es estar metidos, activos y comprometidos, en las realidades temporales; misión reconocida y exaltada por tantos documentos del Magisterio eclesiástico, que confían a los seglares la capacidad y la pericia en ese terreno.
3. Porque están descubriendo, con impresionante lógica, con sumisa docilidad al Espíritu que procuran traducir en vida real, aquellas páginas esenciales del Evangelio: como el "empobrecimiento voluntario" y el desprendimiento para compartir fraternalmente con las mayorías pobres y empobrecidas de su patria secularmente despojada.
Con aquel loguión digno de la boca de Jesús, ellos anuncian que "la dicha no está en lo que se tiene sino en lo que se da".
4. Porque van entendiendo que la opción por los pobres ha de ser comprobable social, económica y políticamente, en obras de justicia comunitaria, en la renuncia a los privilegios clasistas y el bien indiscutible de la mayoría pobre.
Opción que no puede ser solamente de la Iglesia del Tercer Mundo. Yo estoy convencido, con ellos, de que "la identificación con la lucha del pobre es una vocación universal de la Iglesia", siempre que ésta quiera ser la Iglesia de Jesús de Nazaret.
5. Por su pasión entrañable hacia la persona de Jesucristo. Por su propósito fundamental de andar en "el seguimiento de Jesús". Porque quieren hacer de ese seguimiento -concretado por ellos en el hoy de su Nicaragua que se esfuerza por ser nueva-, la espiritualidad cristiana de los hombres y mujeres nuevos de Nicaragua, y de América. Porque piden incluso, humildemente y como discípulos, que algún continental Ignacio de Loyola abra caminos latinoamericanos para esta espiritualidad latinoamericanamente cristiana.
Yo afirmo, con tanta sencillez como convicción, que este libro de testimonios pasará a ser volumen indispensable en la formulación vivencial de esa espiritualidad evangélica de la liberación, a la que tan fuertemente el Espíritu de Jesús nos conclama.
6. Porque no huyen de la cruz de Cristo. Y asumen las contradicciones con ánimo de clarearlas a la luz del Evangelio, en la fidelidad a un proceso, siempre relativo pero insoslayable como la propia vida histórica. Porque miran de sublimar, en la esperanza del Reino y en servicio a la propia Iglesia, aquellas rupturas profundas que sufren en su propia familia y en la propia comunidad eclesial. Porque son compañeros de mártires y no rehuyen la vocación del martirio.
Yo no canonizo a estos hombres y mujeres, cristianos y, revolucionarios, nicaragüenses y sandinistas. No es bueno canonizar a los que todavía andan por la tierra de las contingencias.
Y ellos mismos apuntan sus limitaciones y defectos personales. Y reconocen fallos, errores y limitaciones en el proceso revolucionario de Nicaragua, en la revolución sandinista.
Ellos, como cristianos y como revolucionarios, deben siempre ser libres y fieles. Cada día más lúcidamente fieles y libres en su autocrítica y en su crítica consecuente, tanto a la Iglesia que son como a la revolución en la que trabajan sirviendo al pueblo.
Su Dios y su pueblo y todos nosotros, compañeros de su esperanza, les vamos a cobrar, por la Historia y por el Reino, si no cumplen el juramento solemne que tan cristianamente proclaman, varios de ellos, en su testimonio: "El día en que esta revolución no sirva al bien de las mayorías pobres, seremos los primeros en criticarla".
Un cristiano ha de ser cada día nuevo, como la Buena Nueva novísima de Jesús. Un revolucionario ha de hacer la revolución diariamente. Y ha de hacerla en la sociedad, en la familia y en el propio corazón siempre tentado de envejecer.
Los testimonios escritos son unos pocos. Los testimonios vivientes son millares. Millares de hombres, mujeres y niños de Nicaragua, cristianos y revolucionarios, están contribuyendo, con libertad y con sacrificio, a la construcción del Reino en esta hora dramática de Centroamérica y de toda América Latina. Muchos ahora, quizás, no pueden comprenderlo; el amanecer es siempre una luz indefinida... La luz de la liberación se ha de ir definiendo -y no sin dudas, no sin riesgos, no sin problemas- en la Historia y en la Iglesia.
Yo quiero dar gracias a esos confesores de la fe y de la militancia, por su testimonio conmovedor. Y quiero dar gracias a esa pequeña Nicaragua y a su Iglesia que los han producido. Y quiero dárselas principalmente, al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nunca deja de derramar su Espíritu para renovar la faz de la tierra y el rostro de su Pueblo.
Cristianos y revolucionarios, son poetas también estos testigos, testigos de palabra militante. Y "quieren morir de espaldas a la noche", porque creen, por causa del Evangelio, que "el Día ya se avecina".
A ellos me uno en esta esperanza.


No hay comentarios:

Publicar un comentario