REVOLUCIONARIOS POR EL
EVANGELIO
En torno al testimonio
de quince nicaragüenses, cristianos y revolucionarios, contenido en el libro
"Revolucionarios por el Evangelio", de Teófilo Cabestrero (Desclée,
Bilbao, España, 1983).
Estos quince hombres y
mujeres de Nicaragua son revolucionarios. Estos quince hombres y mujeres de
Nicaragua son cristianos. Son "revolucionarios por el Evangelio".
Nadie podrá negarles
esta doble condición, que se está haciendo en ellos una sola vida armónica,
conscientemente probada, públicamente asumida.
Se podrá discutir con
ellos qué entienden por "revolución" y se podrá discutir con ellos
cómo interpretan el Evangelio. Y es bueno que los cristianos y los
revolucionarios del mundo discutan con los cristianos revolucionarios de
Nicaragua. La libertad que ellos piden dentro de su Iglesia, y que Cristo nos
conquistó de una vez por todas, ellos, lógicamente, la han de conceder a los
demás.
Después de leer su
testimonio yo no tengo mayores dudas, ni sobre el Evangelio por el que viven,
ni sobre la revolución a la que quieren servir evangélicamente y que
evangélicamente sueñan. Esto no significa que ellos puedan arrogarse la única
interpretación legítima del Evangelio o la única interpretación legítima de la
revolución.
De estos quince
testimonios... Yo destacaría, hasta con palabras textuales de los
entrevistados, estos trazos:
Ellos no quieren saber
de otro Evangelio que el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo. "El
seguimiento de Jesús" es su programa; en lo cual coinciden con los
primeros días de la Iglesia y con todos los cristianos con voluntad sincera de
ser discípulos. Recurren al Espíritu Santo. Oran diariamente, "hasta una
hora y pico". Meditan la Biblia y la subrayan y la comparten en comunidad.
Participan en la Eucaristía como de la Pascua de Jesús que vence la muerte y
transforma la vida. Rezan, quizás, el Rosario, como el viejo Emilio, empresario
que fue. Saben teología, conocen la espiritualidad cristiana y Católica, han
participado en movimientos eclesiales de evangelización, han estudiado la
Doctrina Social de la Iglesia, saben distinguir entre el Magisterio y las
opciones políticas o los intereses que no son pastorales. Se sienten Iglesia,
Iglesia Católica, concretamente, en su caso; y quieren ser Iglesia, hasta la
muerte, a pesar de las dificultades y las incomprensiones. A algunos de ellos,
ya entrados en edad, y padres de familia muy responsables, les espanta la sola
idea de imaginar que un día sus hijos puedan dejar de ser Iglesia. Profesan su
fe abiertamente y quieren evangelizar, como cristianos seglares, las realidades
temporales que tienen implicaciones eternas.
El Evangelio de Jesús
los ha metido en esta dura y gloriosa empresa. Las exigencias del Evangelio los
traen y los llevan. Aquel "Mateo 25", que un día nos juzgará a todos
por el amor real que hayamos tenido a los hermanos concretos más necesitados.
Y a partir del
Evangelio y de sus exigencias, ellos entienden la revolución y se han
incorporado a ella por "decisión cristiana", y la definen
críticamente como un instrumento histórico en la hora específica de su país.
"La fe cristiana en su motivación" vital; y "el sandinismo es un
instrumento".
La revolución, por
otra parte, no es para ellos simplemente levantar puños y banderas, lanzar
consignas y depositar flores. La revolución para ellos no es ponerlo todo patas
arriba. Es un servicio de transformación social que responde a urgentes
necesidades y a flagrantes injusticias en su país y que viene a ser, para
ellos, un servicio cristiano al Reino de Dios. Servicio limitado, pero,
ineludible; "creativo", por ser cristiano y por ser revolucionario;
sostenido por la "audacia del pobre" y "por la fe que es mayor
que ellos mismos", porque los entronca con la fuerza del propio Espíritu
de Dios.
Entrar en la
revolución y en la revolución popular sandinista -que es hoy la revolución de
Nicaragua- significa, para estos hombres y mujeres, asumir el servicio concreto
del amor al prójimo, según el mandamiento de Jesús, de manera real, histórica y
eficaz. Porque han descubierto que el prójimo no es solo el cuñado o un vecino.
Para ellos amar al prójimo es también, y con razón más ancha, amar al pueblo
sirviendo al pueblo. "Reconciliarse con el pueblo", quizás, si fueron
"explotadores del pueblo" antes de ser revolucionarios y mientras, a
pesar de ello, se consideraban cristianos. Trabajar ahora sin intereses de
lucro, perder status social, arriesgar la propia vida o la vida de los suyos,
dedicarse al bien de las mayorías desheredadas... Aceptar aquellas rupturas que
el Evangelio ya anunciaba, nicaragüensemente vividas ahora en la carne y en la
sangre de ellos y los suyos; de la hija, tal vez, de un General de Somoza.
"No el que diga
Señor, Señor, entrará en el Reino", advertía Jesús. Estos discípulos suyos
de Nicaragua, "aspirantes a cristianos y aspirantes a
revolucionarios", han sabido traducir, a su vez, que no entrará el que
diga "amor, amor, en abstracto", sino el que se entregue con amor a
la creación de "estructuras, leyes y hombres nuevos"; aquel que
renuncie a "seguir sometiendo a los sometidos"; el que se disponga a
"contribuir en la transformación de las relaciones de producción",
sin hacer "operaciones parche ", antes dedicándose a construir
fraternidad; el que "trabaja con amor" y sabe "criticarse"
y pedir perdón con humildad.
Ellos están
descubriendo, para sí y posiblemente para muchos que la verdadera revolución ha
de ser verdadera liberación.
Son revolucionarios,
en la revolución popular sandinista. Son cristianos en la Iglesia. Porque son
revolucionarios por el Evangelio "sin paralelismos con la Iglesia y sin
paralelismos con el pueblo".
Yo he leído estos testimonios
como cristiano y como obispo. Desde la hora de nuestra América Latina. Desde
nuestra Iglesia que trata de vivir la opción por los pobres.
Y como cristiano y
como obispo de la Iglesia de Jesús en América Latina, las confesiones de estos
hombres y mujeres nicas me han conmovido y me comprometen.
Por seis razones,
principalmente:
1. Por su sentido de
Iglesia y por la voluntad de ser Iglesia siempre. Exigiendo, naturalmente, el
derecho a la libertad eclesial que su condición de bautizado y seglares les
confiere.
Por la decisión
cristiana de ser corresponsables, como adultos en la fe, sin someterse
infantilmente a los abusos que los "hombres de Iglesia" cometemos con
frecuencia, sea en doctrinas cuestionables, sea en predicaciones agresivas, sea
en imposiciones pastorales, sea en la administración de los bienes de la
comunidad, sea en opciones sociales o en compromisos políticos siempre
discutibles porque han de ser plurales. "Estar con el obispo", dicen
muy justamente, "no estar con la política del obispo", sea cual fuere
la política en que el obispo pueda estar de hecho.
2. Por su Espíritu
evangelizador y su comprometida actuación misionera. Por su generosa decisión
de encarnar el Evangelio en los desafíos de la nueva situación histórica de
Nicaragua, dentro del proceso popular de la revolución. Para ser fermento en la
masa, para ser sal en la mesa del pueblo.
Y como laicos,
precisamente, que saben que su misión concreta es estar metidos, activos y
comprometidos, en las realidades temporales; misión reconocida y exaltada por
tantos documentos del Magisterio eclesiástico, que confían a los seglares la
capacidad y la pericia en ese terreno.
3. Porque están
descubriendo, con impresionante lógica, con sumisa docilidad al Espíritu que
procuran traducir en vida real, aquellas páginas esenciales del Evangelio: como
el "empobrecimiento voluntario" y el desprendimiento para compartir
fraternalmente con las mayorías pobres y empobrecidas de su patria secularmente
despojada.
Con aquel loguión
digno de la boca de Jesús, ellos anuncian que "la dicha no está en lo que
se tiene sino en lo que se da".
4. Porque van
entendiendo que la opción por los pobres ha de ser comprobable social,
económica y políticamente, en obras de justicia comunitaria, en la renuncia a
los privilegios clasistas y el bien indiscutible de la mayoría pobre.
Opción que no puede
ser solamente de la Iglesia del Tercer Mundo. Yo estoy convencido, con ellos,
de que "la identificación con la lucha del pobre es una vocación universal
de la Iglesia", siempre que ésta quiera ser la Iglesia de Jesús de
Nazaret.
5. Por su pasión
entrañable hacia la persona de Jesucristo. Por su propósito fundamental de
andar en "el seguimiento de Jesús". Porque quieren hacer de ese
seguimiento -concretado por ellos en el hoy de su Nicaragua que se esfuerza por
ser nueva-, la espiritualidad cristiana de los hombres y mujeres nuevos de
Nicaragua, y de América. Porque piden incluso, humildemente y como discípulos,
que algún continental Ignacio de Loyola abra caminos latinoamericanos para esta
espiritualidad latinoamericanamente cristiana.
Yo afirmo, con tanta
sencillez como convicción, que este libro de testimonios pasará a ser volumen
indispensable en la formulación vivencial de esa espiritualidad evangélica de
la liberación, a la que tan fuertemente el Espíritu de Jesús nos conclama.
6. Porque no huyen de
la cruz de Cristo. Y asumen las contradicciones con ánimo de clarearlas a la
luz del Evangelio, en la fidelidad a un proceso, siempre relativo pero
insoslayable como la propia vida histórica. Porque miran de sublimar, en la
esperanza del Reino y en servicio a la propia Iglesia, aquellas rupturas
profundas que sufren en su propia familia y en la propia comunidad eclesial.
Porque son compañeros de mártires y no rehuyen la vocación del martirio.
Yo no canonizo a estos
hombres y mujeres, cristianos y, revolucionarios, nicaragüenses y sandinistas.
No es bueno canonizar a los que todavía andan por la tierra de las
contingencias.
Y ellos mismos apuntan
sus limitaciones y defectos personales. Y reconocen fallos, errores y
limitaciones en el proceso revolucionario de Nicaragua, en la revolución
sandinista.
Ellos, como cristianos
y como revolucionarios, deben siempre ser libres y fieles. Cada día más
lúcidamente fieles y libres en su autocrítica y en su crítica consecuente,
tanto a la Iglesia que son como a la revolución en la que trabajan sirviendo al
pueblo.
Su Dios y su pueblo y
todos nosotros, compañeros de su esperanza, les vamos a cobrar, por la Historia
y por el Reino, si no cumplen el juramento solemne que tan cristianamente
proclaman, varios de ellos, en su testimonio: "El día en que esta
revolución no sirva al bien de las mayorías pobres, seremos los primeros en
criticarla".
Un cristiano ha de ser
cada día nuevo, como la Buena Nueva novísima de Jesús. Un revolucionario ha de
hacer la revolución diariamente. Y ha de hacerla en la sociedad, en la familia
y en el propio corazón siempre tentado de envejecer.
Los testimonios
escritos son unos pocos. Los testimonios vivientes son millares. Millares de
hombres, mujeres y niños de Nicaragua, cristianos y revolucionarios, están
contribuyendo, con libertad y con sacrificio, a la construcción del Reino en
esta hora dramática de Centroamérica y de toda América Latina. Muchos ahora,
quizás, no pueden comprenderlo; el amanecer es siempre una luz indefinida... La
luz de la liberación se ha de ir definiendo -y no sin dudas, no sin riesgos, no
sin problemas- en la Historia y en la Iglesia.
Yo quiero dar gracias
a esos confesores de la fe y de la militancia, por su testimonio conmovedor. Y
quiero dar gracias a esa pequeña Nicaragua y a su Iglesia que los han
producido. Y quiero dárselas principalmente, al Dios y Padre de nuestro Señor
Jesucristo, que nunca deja de derramar su Espíritu para renovar la faz de la
tierra y el rostro de su Pueblo.
Cristianos y
revolucionarios, son poetas también estos testigos, testigos de palabra
militante. Y "quieren morir de espaldas a la noche", porque creen,
por causa del Evangelio, que "el Día ya se avecina".
A ellos me uno en esta
esperanza.
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