viernes, 3 de julio de 2015

Maestro Eckhart (místico medieval) Sermón XXb

SERMÓN XX b(197)
Homo quidam fecit cenam magnam etc.

«Un hombre preparó una cena, un gran banquete nocturno» (Lucas 14, 16). Quien,
por la mañana, ofrece una comida, invita a toda clase de gente, pero para la cena se invita
a personas destacadas y queridas y amigos muy íntimos. En el día de hoy la Cristiandad
celebra el día de la Cena que Nuestro Señor preparó a sus discípulos, sus amigos íntimos,
cuando les dio de comer su sagrado Cuerpo. Esto es lo primero. Otro significado
de la cena [es el siguiente]: Antes de que se llegue al anochecer debe haber una mañana
y un mediodía. La luz divina surge en el alma y crea una mañana y el alma trepa en la
luz a la extensión y altura del mediodía; luego sigue el atardecer. Ahora hablaremos en
un tercer sentido sobre el atardecer. Cuando baja la luz, anochece; cuando todo el mundo
se desprende del alma, entonces anochece [y] así el alma halla su descanso. Pues
bien, San Gregorio dice de la cena(198): Cuando se come por la mañana, sigue más tarde
otra comida; pero después de la cena no sigue ninguna otra comida. Cuando el alma
prueba la comida en la Cena, y la chispita del alma aprehende la luz divina, entonces ya
no le hace falta comida alguna ni busca nada de afuera y se mantiene enteramente dentro
de la luz divina. Ahora bien, San Agustín dice(199): Señor, si te nos quitas, danos otro
tú; no encontramos satisfacción en nada que no seas tú, porque no queremos nada fuera
de ti. Nuestro Señor se alejó de sus discípulos como Dios y hombre, y se les devolvió
como Dios y hombre, pero de otra manera y bajo otra forma. [Es] como allí donde hay
una gran reliquia; no se permite que sea tocada o vista descubierta; se la engarza en un
cristal o en otra cosa. Así hizo también Nuestro Señor cuando se dio como otro sí mismo.
En la Cena Dios se da como comida, con todo cuanto es, a sus queridos amigos.
San Agustín(200) se estremeció ante esta comida; entonces le dijo en el espíritu una voz:
«Soy una comida para gente mayor; ¡crece y aumenta y cómeme! Tú no me transformas
en ti, sino que eres transformado en mí». De la comida y bebida que yo probara hace
quince noches, una potencia de mi alma se eligió lo más puro y lo más fino y lo introdu-
197 Atribución: «Homo quidam fecit cenam magnam Maestro eckart demuestra aquí cómo la recepción del Cuerpo de Nuestro Señor se llama una cena y cómo son los criados que invitan al banquete nocturno y como son las personas que nunca gozarán de la comida».
198 Gregorius M., Hom. in Evang. II hom. 36 n. 2.
199 Cfr. lo dicho en sermón XX a nota 4.
200 Augustinus, Confess. 1. VII c. 10 n. 16.

jo en mi cuerpo y lo unió con todo cuanto hay dentro de mí de modo que no existe nada
tan pequeño que se le pueda poner encima una aguja, que no se haya unido con ello; y
es tan propiamente uno conmigo como lo que fue concebido en el seno de mi madre, al
principio, cuando se me infundió la vida. La fuerza del Espíritu Santo toma con igual
propiedad lo más límpido y lo más fino y lo más elevado, [o sea], la chispita del alma, y
lo lleva íntegramente hacia arriba dentro del fuego, [o sea] el amor, tal como diré ahora
del árbol: La fuerza del sol elige en la raíz del árbol lo más puro y lo más fino y lo tira
todo hacia arriba hasta la rama; allí se convierte en flor. Exactamente de la misma manera,
la chispita del alma es llevada arriba en la luz y en el Espíritu Santo, y es levantada
de este modo al origen primigenio, y así se hace totalmente una con Dios y tiende completamente
hacia lo Uno y es una sola con Dios en un sentido más propio de lo que es la
comida con relación a mi cuerpo, ah sí, lo es mucho más en la medida en que es más
acendrada y más noble. Por eso se dice: «Una gran cena». Pues bien, dice David: «Señor,
cuán grandes y múltiples son la dulzura y la comida que tienes ocultadas para todos
aquellos que te temen» (Salmo 30, 20); y a quien reciba con miedo esta comida, nunca
le gustará realmente; hay que recibirla con amor. Por eso, un alma amante de Dios vence
a Dios para que tenga que entregársele por completo.
Dice, pues, San Lucas: «Un hombre preparó una gran cena». Ese hombre no tenía
nombre, ese hombre no tenía rival, ese hombre es Dios. Dios no tiene nombre. Dice un
maestro pagano(201) que no hay lengua capaz de pronunciar una palabra acertada sobre
Dios a causa de la eminencia y limpidez de su ser. Cuando hablamos del árbol, hacemos
enunciados sobre él por medio de las cosas que se hallan por encima del árbol, como el
sol que opera en el árbol. Por eso no se puede hablar de Dios en sentido propio, pues por
encima de Dios no hay nada y Dios no tiene causa. En segundo lugar, hacemos enunciados
sobre las cosas por medio de la igualdad. De ahí que tampoco se pueda hablar de
Dios en sentido propio, porque no existe nada igual a Él. En tercer lugar, se hacen enunciados
sobre las cosas por medio de sus efectos: cuando se quiere hablar del arte de un
maestro, se habla del cuadro creado por él; el cuadro revela el arte del maestro. Todas
las criaturas valen demasiado poco como para revelar a Él; son todas [juntas] una nada
en comparación con Dios. Por eso, ninguna criatura sabe expresar una sola palabra relativa
a Dios en sus creaciones. Por ende dice Dionisio(202): Todos cuantos pretenden hablar
de Dios no tienen razón, porque no dicen nada sobre Él. [Mas] quienes no quieren hablar
de Él, tienen razón, porque no hay palabra capaz de expresar a Dios; pero eso sí, Él
mismo habla sobre sí en sí mismo. Por eso dice David: «Veremos esta luz en tu luz»
201 Liber de causis prop. 6.
202 Cfr. Dionysius Areopagita, De caelesti hierarchia c. 2 T 3.
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(Salmo 35, 10). Lucas dice: «Un hombre». Él es «uno solo» y es un «hombre» y no se
iguala a nadie y flota por encima de todo.
El amo envió a sus criados (Lucas 14, 17). San Gregorio dice(203) que estos «criados»
son la Orden de los Predicadores. Yo hablo de otro criado, que es el ángel. Por lo demás,
queremos hablar de un criado, al cual ya me he referido varias veces, y que es el entendimiento
en la periferia del alma donde toca la naturaleza angelical, siendo una imagen
de Dios. Dentro de esta luz, el alma se halla unida con los ángeles y [hasta] con aquellos
ángeles que han caído al infierno y quienes, sin embargo, han conservado la nobleza de
su natura. Ahí se encuentra esta chispita, desnuda, erguida sin sufrimiento alguno, dentro
del ser divino. Ella [=el alma] se asemeja también a los ángeles buenos que operan
continuamente en Dios, y reciben de Dios y devuelven a Dios todas sus obras, tomando
a Dios de Dios en Dios. A estos ángeles buenos se asemeja la chispita del entendimiento
que fue creada por Dios sin mediación alguna, [y que es] una luz flotante por encima [de
las cosas] y una imagen de la naturaleza divina y [fue] creada por Dios. Esta luz el alma
la lleva en sí. Dicen los maestros(204) que en el alma existe una potencia llamada sindéresis,
pero no es así. Esta última significa algo así como una cosa que adhiere en todo momento
a Dios sin pretender nunca nada malo. [Incluso] en el infierno tiene disposición
para el bien; dentro del alma lucha contra todo cuanto no es puro ni divino, e invita sin
cesar a [concurrir] a ese banquete.
Por eso dice: «Envió a sus criados para que concurrieran [los invitados]; que todo estaba
preparado» (Lucas 14, 17). Nadie necesita preguntar qué es lo que recibe con el
Cuerpo de Nuestro Señor. La chispita que se halla dispuesta a recibir el Cuerpo de
Nuestro Señor, se encuentra siempre en el ser divino. Dios se entrega todo nuevo al
alma en un devenir [continuo]. Él no dice «ha llegado a ser» o «llegará a ser», sino que
todo es [siempre] nuevo y fresco como un devenir sin fin.
Por eso dice: «Ahora todo está preparado».
Ahora bien, dice un maestro(205) que por encima del ojo hay una potencia que es más
ancha que toda la tierra y más ancha que el cielo. Esta potencia recoge todo cuanto es
introducido en la vista y lo lleva todo arriba hasta el alma. Otro maestro le contradice y
afirma: No, hermano, no es así. Todo cuanto es introducido en esa potencia por medio
de los sentidos, no llega al alma; antes bien, purifica y prepara y conquista al alma para
que sea capaz de recibir desnuda la luz del ángel y la luz divina. Por eso dice: «Ahora
todo está preparado».
203 Gregorius M., Hom. in Evang. II hom. 36 n. 2.
204 Cfr. Sermón XX a nota 10.
205 Aristóteles.
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Y no van, esos que fueron invitados. El primero dijo: «He comprado una aldea, no
puedo ir» (Lucas 14, 18). Por la aldea se entiende todo cuanto es terrestre. Mientras el
alma posee alguna cosa terrestre, no llega a este banquete. El otro dijo: «He comprado
cinco yuntas de bueyes, no puedo ir, pues tengo que ir a verlas» (Lucas 14, 19). Las cinco
yuntas de bueyes son los cinco sentidos. Cada sentido se halla dividido en dos, son,
[pues], cinco yuntas. Mientras el alma siga a los cinco sentidos, nunca llegará a este
banquete. El tercero dijo: «Acabo de casarme, no puedo ir» (Lucas 14, 20). Yo lo he dicho
varias veces: El varón en el alma es el entendimiento. Cuando el alma con el entendimiento
se endereza directamente hacia arriba, hasta Dios, entonces el alma es «varón»
y es uno y no dos; mas cuando el alma se dirige hacia abajo, entonces es «mujer». Con
un solo pensamiento y una sola mirada hacia abajo, se pone vestimenta de mujer; semejante
gente tampoco llega al banquete.
Resulta ahora que Nuestro Señor dice una palabra de mucho peso: «De cierto os
digo: Ninguno de ellos probará jamás mi banquete». Luego dijo el Señor: «Salid a las
calles angostas y anchas». El alma, cuanto más se ha recogido, tanto más angosta es, y
cuanto más angosta, tanto más ancha. «Ahora idos a los cercados y a los caminos anchos
». Una parte de las potencias del alma está atada a la vista y a los otros sentidos.
Las otras potencias son libres, no están atadas e impedidas por el cuerpo. A ésas, invitadlas
todas e invitad a los pobres y a los ciegos y a los tullidos y a los enfermos. Estos,
y nadie más, entrarán para [participar de] este banquete (Cfr. Lucas 14, 21 y 23 s). Por
eso dice San Lucas: «Un hombre había preparado una gran cena» (Lucas 14, 16). Ese
hombre es Dios y no tiene nombre. ¡Que Dios nos ayude para que lleguemos a este banquete!
Amén.
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