
San Cayetano de Thiene, presbítero y fundador
fecha: 7 de agosto n.: 1480 - †: 1547 - país: Italia canonización: B: Urbano VIII 8 oct 1629 - C:Clemente X 12 abr 1671 hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
San Cayetano de Thiene, presbítero, que en Nápoles, en la región de Campania, se entregó a pías obras de caridad, especialmente en favor de los enfermos incurables, promovió asociaciones para la formación religiosa de los laicos e instituyó los Clérigos Regulares para la renovación de la Iglesia, recomendando a sus discípulos el deber de observar la primitiva forma de vida apostólica.
Fundador. Año 1547. Este santo, muy popular entre los comerciantes y ganaderos porque los protege de muchos males, nació en 1480 en Vicenza, cerca de Venecia, Italia. Su padre, militar, murió defendiendo la ciudad contra un ejército enemigo. El niño quedó huérfano, al cuidado de su santa madre que se esmeró intensamente por formarlo muy buen.
Estudió en la Universidad de Pádua donde obtuvo dos doctorados y allí sobresalía por su presencia venerable y por su bondad exquisita que le ganaba muchas amistades. Se fue después a Roma, y en esa ciudad capital llegó a ser secretario privado del Papa Julio II, y notario de la Santa Sede. A los 33 años fue ordenado sacerdote. El respeto que tenía por la Santa Misa era tan grande, que entre su ordenación sacerdotal y su primera misa pasaron tres meses, tiempo que dedicó a prepararse lo mejor posible a la santa celebración.
En ese tiempo estalló la revolución de Lutero que fundó a los evangélicos y se declaró en guerra contra la Iglesia de Roma. Muchos querían seguir su ejemplo, atacando y criticando a los jefes de la santa Iglesia Católica, pero San Cayetano les decía: «Lo primero que hay que hacer para reformar a la Iglesia es reformarse uno a sí mismo».
San Cayetano era de familia muy rica y se desprendió de todos sus bienes y los repartió entre los pobres. «Veo a mi Cristo pobre, ¿y yo me atreveré a seguir viviendo como rico?» Veo a mi Cristo humillado y despreciado, ¿y seguiré deseando que me rindan honores? Oh, que ganas siento de llorar al ver que las gentes no sienten deseos de imitar al Redentor Crucificado».
Sentía un inmenso amor por Nuestro Señor, y lo adoraba especialmente en la Sagrada Eucaristía y recordando la santa infancia de Jesús. Su imagen preferida era la del Divino Niño Jesús. La gente lo llamaba: «El padrecito que es muy sabio, pero a la vez muy santo» Los ratos libres los dedicaba, donde quiera que estuviera, a atender a los enfermos en los hospitales, especialmente a los más abandonados y repugnantes. Un día en su casa de religioso no había nada para comer porque todos habían repartido sus bienes entre los pobres.
San Cayetano se fue al altar y dando unos golpecitos en la puerta del Sagrario donde estaban las Santas Hostias, le dijo con toda confianza: «Jesús amado, te recuerdo que no tenemos hoy nada para comer». Al poco rato llegaron unas mulas trayendo muy buena cantidad de provisiones, y los arrieros no quisieron decir de dónde las enviaban. En su última enfermedad el médico aconsejó que lo acostaran sobre un colchón de lana y el santo exclamó: «Mi Salvador murió sobre una tosca cruz. Por favor permítame a mí que soy un pobre pecador, morir sobre unas tablas».
Y así murió el 7 de agosto del año 1547, en Nápoles, a la edad de 67 años, desgastado de tanto trabajar por conseguir la santificación de las almas. En seguida empezaron a conseguirse milagros por su intercesión y el Sumo Pontífice lo declaró santo en 1671.
Falleció el 7 de agosto de 1547. En 1670 el Papa Clemente X lo canonizó.
Oremos
Señor Dios todopoderoso, que inspiraste al presbítero san Cayetano el deseo de vivir según el modelo de la primitiva comunidad apostólica, haz que nosotros, siguiendo su ejemplo y contando con su intercesión, confiemos siempre en ti y busquemos continuamente el reino de los cielos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
Oración a San Cayetano
Glorioso San Cayetano, Tú pasaste por la vida viendo a Cristo en los hermanos, especialmente a los más necesitados, y experimentaste la asistencia providencial de Dios. Ayúdanos a construir una sociedad en la que todos participemos con nuestro trabajo y podamos reencontrar los valores que nos fueron arrebatados: la solidaridad, el respeto, el bien común, la honestidad y la alegría.
San Sixto II
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Santos Sixto II, papa, y compañeros, mártires
fecha: 7 de agosto †: 258 - país: Italia canonización: pre-congregación hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Santos Sixto II, papa, y compañeros, mártires. El papa san Sixto, mientras celebraba los sagrados misterios y enseñaba a los fieles los mandatos del Señor, por orden del emperador Valeriano fue inesperadamente detenido por los soldados y decapitado de inmediato, el día seis de agosto; con él sufrieron al mismo tiempo el martirio cuatro diáconos, que fueron enterrados juntamente con el pontífice en Roma, en el cementerio de Calixto, en la vía Apia. En este mismo día, los santos Agapito y Felicísimo, diáconos suyos, murieron también en el cementerio de Pretextato, donde fueron sepultados.
San Sixto II , Papa. Fue electo el 31 de agosto de 257 y martirizado en Roma el 6 de agosto de 258. Su origen es desconocido. El «Liber Pontificalis» dice que era griego por nacimiento, pero esto probablemente sea un error originado por la errónea suposición de que era idéntico a un filósofo griego del mismo nombre, quien fue autor de las llamadas «Sentencias» de Xystus. Durante el pontificado de su predecesor, San Esteban, surgió una fuerte disputa entre Roma y las Iglesias africana y asiática, en cuanto al bautismo de los herejes, que había amenazado con terminar en la completa ruptura entre Roma y las Iglesias de África y Asia Menor.
Sixto II, a quien Pontius (Vita Cyprian, cap. xiv) describe como un sacerdote bueno y pacífico, fue más conciliador que San Esteban y restauró las relaciones amistosas con estas Iglesias, aunque, al igual que su predecesor, mantuvo la usanza romana de no rebautizar a los herejes. Poco antes del pontificado de Sixto II, el Emperador Valeriano emitió su primer edicto de persecución, en el que obligaba a los cristianos a participar en el culto nacional de los dioses paganos y les prohibía reunirse en los cementerios, amenazando con el exilio o la muerte a aquel que se descubriera desobedeciendo la orden.
Los primeros días de agosto de 258, el emperador emitió un edicto nuevo y mucho más cruel contra los cristianos, cuyo contenido ha sido conservado en una carta de San Cipriano a Successus, Obispo de Abbir Germaniciana (Ep. lxxx). En él se enviaba a muerte a los obispos, sacerdotes y diáconos («episcopi et presbyteri et diacones incontinenti animadvertantur»).
Sixto II fue uno de los primeros en caer víctimas de este mandato imperial («Xistum in cimiterio animadversum citáis VIII. id. Augusti et cu meo diacones quattuor» –Cipriano, Ep. lxxx). Con el fin de escapar a la vigilancia de los funcionarios imperiales reunió a su rebaño el 6 de agosto en uno de los cementerios menos conocidos, el de Pretextatus, del lado izquierdo de la Vía Appia, casi frente al cementerio de San Calixto. Mientras estaba sentado dirigiéndose a su rebaño fue repentinamente aprehendido por una banda de soldados.
Existe cierta duda de si fue decapitado de inmediato o si fue primero llevado frente a un tribunal para recibir su sentencia y luego llevado de vuelta al cementerio para ser ejecutado. Lo último parece ser lo más probable. La inscripción que el Papa Dámaso (366-84) colocó en su tumba en el cementerio de San Calixto puede ser interpretado en cualquiera de estas dos formas. La inscripción completa es obra de San Dámaso (P.L. XIII, 383-4, donde se supone erróneamente que es epitafio para el Papa Esteban I), y unos cuantos fragmentos fueron descubiertos en la tumba misma por Rossi (Inscr. Christ., II, 108).
El «Liber Pontificalis» menciona que fue llevado para ser ofrecido como sacrificio a los dioses («ductus ut sacrificaret demonios» –I, 155) San Cipriano establece en la carta mencionada anteriormente, que fue escrita cuando muy tarde un mes después del martirio de Sixto, que «los prefectos de la Ciudad urgían diariamente la persecución con el fin de que, si cualquiera era traído ante ellos, pudieran ser castigados y sus propiedades confiscadas».
La patética reunión entre San Sixto II y San Lauro, mientras el primero era llevado a ejecución, de la cual se hace mención en los apócrifos «Hechos de San Lauro», así como por San Ambrosio (Officiorum, lib. I, c. xli y lib. II, c. ccviii) y el poeta Prudentius (Peristephanon, II), probablemente sólo sea una leyenda. Cuatro diáconos, Januarius, Vincentius, Magnus y Stephanus, fueron aprehendidos con Sixto y decapitados con él en el mismo cementerio.
Otros dos diáconos, Felicissimus y Agapitus, sufrieron martirio el mismo día. Los restos de Sixto fueron transferidos por los cristianos a la cripta papal en el cementerio vecino de San Calixto. Tras su tumba se conservó en una capilla la silla ensangrentada en la cual fue decapitado. Se erigió un oratorio (Oratorium Xysti) sobre el cementerio de San Pretextatus, en el lugar donde fue martirizado, y era visitado por los peregrinos hasta los siglos siete y ocho.
Por algún tiempo se creyó que Sixto II era el autor de las llamadas «Sentencias» o «Anillo de Sixto», originalmente escrito por un filósofo pitagórico y revisado en el siglo dos por un cristiano. Este error surgió porque en su introducción a una traducción al latín de dichas «Sentencias», Rufino las adjudica a Sixto de Roma, obispo y mártir. Ahora existe la certeza de que el Papa Sixto II no es el autor (ver Conybeare, «El Anillo del Papa Sixto se ofrece ahora en inglés, con un comentario histórico y crítico, Londres 1910).
Harnack (Texte und Untersuchungen zur altchrist. Literatur, XIII, XX) le adjudica el tratado «Ad Novatianum», pero su opinión ha sido en general rechazada (ver Rombold en «Theol. Quartalschrift», LXII, Tübingen, 1900). Algunas de sus cartas han sido impresas en P.L., V, 79-100.
Una carta descubierta recientemente fue publicada por Conybeare en «English Hist. Review», Londres, 1910
Oremos
Dios todopoderoso, que concediste al Papa san Sixto II y a sus compañeros, mártires, la valentía de entregar sus vidas por proclamar tu palabra y por dar testimonio de Jesús, infunde también en nosotros la fuerza del Espíritu Santo, para que seamos siempre dóciles en aceptar la fe y valerosos para proclamar ante los hombres. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
Santa Afra de Augsburgo
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Santa Afra, mártir
En Augsburgo, de la Retia, santa Afra, mártir, que, convertida al cristianismo desde una vida de pecado, cuenta la tradición que, sin haber sido aún bautizada, fue quemada viva por haber confesado su fe en Cristo.
Maximiano, el colega de Diocleciano, continuó furiosamente la persecución en las provincias que le tocaron en suerte cuando se dividió el Imperio. Según las «actas», Afra, que había sido prostituta, fue arrestada en Augsburgo cuando cambió de vida y se hizo cristiana. Una versión posterior afirma que había sido convertida por san Narciso, obispo de Gerona, España, acerca del cual apenas sabemos nada. El juez Gayo, que conocía bien a Afra, le dijo: «Ofrece sacrificios a los dioses; mejor es vivir que morir en los tormentos». Afra replicó: «Yo fui una gran pecadora antes de conocer a Dios. Pero no quiero añadir otros crímenes a mi vida pasada, de suerte que no haré lo que me ordenas». Gayo le dijo: «Me han dicho que eres una prostituta. Así pues, lo mejor es que ofrezcas sacrificios, ya que estás lejos del Dios de los cristianos y Él no querrá aceptarte». Afra replicó: «Mi Señor Jesucristo dijo que había venido del cielo a salvar a los pecadores. El Evangelio cuenta que una pecadora le lavó los pies con sus lágrimas y obtuvo su perdón. Cristo jamás rechazó a los miserables sino que comía con ellos». Al ver Gayo que no podía convencerla, dictó sentencia contra ella. La santa respondió: «Bien está que sufra el cuerpo que ha pecado. No perderé mi alma adorando a los falsos dioses». Los verdugos condujeron a Afra a una isla del río Lech. Después de desnudarla, la ataron a una estaca y prendieron fuego a las ramas que habían amontonado junto a ella. Las últimas palabras de Afra fueron: «Gracias te doy, Señor Jesús, por la bondad con que te dignas aceptar este holocausto que se consuma en tu nombre. Tú te ofreciste en la cruz por los pecados del mundo. Yo me ofrezco como víctima tuya, que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.» Con estas palabras exhaló el último suspiro, sofocada por el humo.
Tres servidoras de la mártir, Digna, Eunomia y Euprepa, quienes habían seguido a su ama en su vida de pecado, pero que se convirtieron y bautizaron junto con ella, presenciaron el martirio. Acompañadas por Hilaria, la madre de Afra, recogieron el cadáver por la noche y le dieron sepultura. Cuando se hallaban aún junto a la tumba, Gayo se enteró de sus andanzas. Inmediatamente despachó a un pelotón de soldados, con órdenes de obligarlas a sacrificar a los dioses; si se negaban a ello, debían ser quemadas ahí mismo. Los soldados emplearon halagos y amenazas, pero al comprobar que resultaban inútiles, acumularon ramas en el interior de la bóveda, cerraron la entrada, y quemaron vivas a las cuatro mujeres.
Está fuera de duda que existió en Augsburgo una mártir llamada Afra, a quien se veneraba desde muy antiguo; lo que se discute mucho es el valor histórico de las actas que hemos citado. Unos historiadores se lo niegan todo otros afirman que la narración del juicio y el martirio es una versión comentada de un original antiguo. En cuanto a la cuestión de la vida pecadora de Afra, de su conversión y de la ejecución de su madre y sus sirvientas, se trata, según esos historiadores, de una invención que data de la época carolingia. Venancio Fortunato menciona a Santa Afra. En Augsburgo y otros sitios de Alemania se la venera todavía.
B. Krusch publicó en Monumenta Germaniae Historiae., Scriptores Merov., vol. III, pp. 56-64 y vol. VII, pp. 192-204, los dos textos latinos más importantes. Según Duchesne, el texto original de las actas es un documento merovingio; según Krusch, se trata simplemente de un comentario del texto del Hieronymianum: In provincia Retía civitate Augusta Afrae veneriae. A. Bigelmair, A. Poncelet y O. Riedner se inclinan por la opinión de Krusch; sin embargo, en CMH., p. 423, se expone la opinión contraria; ahí mismo se encontrarán referencias bibliográficas más amplias.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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