¿cómo disponerse a la oración cuando las preocupaciones del mundo absorben nuestras energías?
Por: Óscar Ramírez, L.C. | Fuente: Virtudes y Valores
Por: Óscar Ramírez, L.C. | Fuente: Virtudes y Valores

La oración es para el cristiano algo así como “la respiración del alma” ya que sin ella su alma sucumbiría muy pronto por asfixia. De la oración depende todo y no podemos concebir una vida cristiana sin ella; pero el vértigo moderno parece eliminar las condiciones para la oración e incluso la oración misma.
La realidad de este vértigo la palpamos diariamente, de hecho es el escenario en el que se desarrolla nuestra vida; su exponente son las calles de nuestras urbes, con su amplias avenidas, sus anuncios publicitarios no siempre discretos, coches de todas marcas y formas, motos, bicicletas… cláxones que frenéticamente piden el paso, peatones esperando con nerviosismo la señal luminosa para lanzarse a la travesía de las calles, confluencia de personas, estrés, cansancio, frenesí… Y a este vértigo de las calles se suman las restantes actividades humanas: acumulaciones de cargos, de negocios, de atenciones y de citas; de salidas de casa, de lagos viajes. La preocupación constante de tener el coche a la puerta, de atender las llamadas del móvil, de ser puntuales al vuelo…
Actividad, vértigo, frenesí, dinamismo y locura; tal es la vida moderna.
Cuando en medio de todo esto se quiere orar, la memoria, la imaginación y el cansancio hacen que el diálogo con Dios sea una utopía. Entonces, ¿cómo orar en un mundo así?, ¿cómo disponerse a la oración cuando las preocupaciones del mundo absorben nuestras energías?
Es necesario encontrar a Dios en medio de este mar agitado, es necesario mantenerse unido a Él mediante suspiros del alma. Para esto contamos con una ventaja: la ventaja de que todas las criaturas son reflejo del Creador y por tanto nos comunican con Él; solo hace falta concentración y esfuerzo que con el tiempo se tornarán en hábito, y así la presencia de Dios será perene incluso en medio del bullicio de la vida social. Es decir, debemos hacer de lo distractorio una herramienta que nos disponga a la oración.
Un semáforo, un reloj, una avenida, un móvil… todo, todo nos debe hablar de Dios y, por tanto, nos debe disponer a la oración y a una mayor unión con Él. El semáforo podría hablarnos sobre las pautas que Dios no da en nuestra vida, él nos da una luz y nosotros somos libres para avanzar o no, si avanzamos en rojo las consecuencias serán trágicas, mientras que el avanzar en verde nos hará proseguir en el camino de manera segura. Dios nos advierte, aunque respeta nuestra libertad.
Un reloj, de pared o de mano, nos pude recordar en sus inquietas manecillas que el tiempo pasa y, por tanto, el encuentro con el Amigo es cada segundo más próximo. ¿Cómo nos estamos preparando para ese momento?
Caminar por una avenida, ancha o estrecha, con confluencia de personas o desierta… como sea, debe dibujar en nuestra mente el pensamiento, o más bien la realidad, de que somos peregrinos hacia la Patria Celeste y por consiguiente no podemos detenernos en las nimiedades de esta vida.
Hablar con Dios es más fácil y barato que hablar con otra persona por medio del móvil ¿Cuántas veces al día le llamamos a Dios? y si no ¿Le enviamos al menos un mensaje de texto al 333 jaculatoria? No nos lleva mucho tiempo, basta dirigirse a Él con la mente y con el corazón. A veces el único con el que perdemos la señal satelital es con Dios.
Vivir conscientes de la presencia de Dios en nuestra vida cuesta mucho al principio, pero una vez formado el hábito no queda más que potenciarlo. Sin embargo hay que considerar que esto es un don de Dios y por tanto hay que pedírselo. Él jamás nos negará nada que convenga a nuestra alma y nos lleve a amarle más.
Un error en este ejercicio es el de caer en agobio al tratar de encontrar en cada objeto o acontecimiento un vínculo con Dios. Sería un fardo pesado y agotador. Bastan tres o cuatro referencias que hagan permanecer la presencia de Dios en nuestro obrar cotidiano para que así nuestra alma pueda respirar grandes bocanadas de aire en su oración.
Es necesario comentar que este ejercicio para mantener la presencia de Dios en medio de un mundo frenético que corre sin dirección, no es la solución a nuestra falta de esfuerzo en la oración o a la aridez que podamos sentir en ésta. La oración no es un entramado de sentimientos sino más bien un diálogo con Dios; por tanto, las referencias que podamos elegir no serán más que un medio que nos ayudará a permanecer más conscientes y atentos a lo que en este diálogo se nos quiera decir. La oración requiere esfuerzo y no depende de los sentimientos.
La unión íntima con Dios es el puntal que sostiene y penetra todo el edificio de la propia existencia. Hacer oración es tener una razón para vivir.
La realidad de este vértigo la palpamos diariamente, de hecho es el escenario en el que se desarrolla nuestra vida; su exponente son las calles de nuestras urbes, con su amplias avenidas, sus anuncios publicitarios no siempre discretos, coches de todas marcas y formas, motos, bicicletas… cláxones que frenéticamente piden el paso, peatones esperando con nerviosismo la señal luminosa para lanzarse a la travesía de las calles, confluencia de personas, estrés, cansancio, frenesí… Y a este vértigo de las calles se suman las restantes actividades humanas: acumulaciones de cargos, de negocios, de atenciones y de citas; de salidas de casa, de lagos viajes. La preocupación constante de tener el coche a la puerta, de atender las llamadas del móvil, de ser puntuales al vuelo…
Actividad, vértigo, frenesí, dinamismo y locura; tal es la vida moderna.
Cuando en medio de todo esto se quiere orar, la memoria, la imaginación y el cansancio hacen que el diálogo con Dios sea una utopía. Entonces, ¿cómo orar en un mundo así?, ¿cómo disponerse a la oración cuando las preocupaciones del mundo absorben nuestras energías?
Es necesario encontrar a Dios en medio de este mar agitado, es necesario mantenerse unido a Él mediante suspiros del alma. Para esto contamos con una ventaja: la ventaja de que todas las criaturas son reflejo del Creador y por tanto nos comunican con Él; solo hace falta concentración y esfuerzo que con el tiempo se tornarán en hábito, y así la presencia de Dios será perene incluso en medio del bullicio de la vida social. Es decir, debemos hacer de lo distractorio una herramienta que nos disponga a la oración.
Un semáforo, un reloj, una avenida, un móvil… todo, todo nos debe hablar de Dios y, por tanto, nos debe disponer a la oración y a una mayor unión con Él. El semáforo podría hablarnos sobre las pautas que Dios no da en nuestra vida, él nos da una luz y nosotros somos libres para avanzar o no, si avanzamos en rojo las consecuencias serán trágicas, mientras que el avanzar en verde nos hará proseguir en el camino de manera segura. Dios nos advierte, aunque respeta nuestra libertad.
Un reloj, de pared o de mano, nos pude recordar en sus inquietas manecillas que el tiempo pasa y, por tanto, el encuentro con el Amigo es cada segundo más próximo. ¿Cómo nos estamos preparando para ese momento?
Caminar por una avenida, ancha o estrecha, con confluencia de personas o desierta… como sea, debe dibujar en nuestra mente el pensamiento, o más bien la realidad, de que somos peregrinos hacia la Patria Celeste y por consiguiente no podemos detenernos en las nimiedades de esta vida.
Hablar con Dios es más fácil y barato que hablar con otra persona por medio del móvil ¿Cuántas veces al día le llamamos a Dios? y si no ¿Le enviamos al menos un mensaje de texto al 333 jaculatoria? No nos lleva mucho tiempo, basta dirigirse a Él con la mente y con el corazón. A veces el único con el que perdemos la señal satelital es con Dios.
Vivir conscientes de la presencia de Dios en nuestra vida cuesta mucho al principio, pero una vez formado el hábito no queda más que potenciarlo. Sin embargo hay que considerar que esto es un don de Dios y por tanto hay que pedírselo. Él jamás nos negará nada que convenga a nuestra alma y nos lleve a amarle más.
Un error en este ejercicio es el de caer en agobio al tratar de encontrar en cada objeto o acontecimiento un vínculo con Dios. Sería un fardo pesado y agotador. Bastan tres o cuatro referencias que hagan permanecer la presencia de Dios en nuestro obrar cotidiano para que así nuestra alma pueda respirar grandes bocanadas de aire en su oración.
Es necesario comentar que este ejercicio para mantener la presencia de Dios en medio de un mundo frenético que corre sin dirección, no es la solución a nuestra falta de esfuerzo en la oración o a la aridez que podamos sentir en ésta. La oración no es un entramado de sentimientos sino más bien un diálogo con Dios; por tanto, las referencias que podamos elegir no serán más que un medio que nos ayudará a permanecer más conscientes y atentos a lo que en este diálogo se nos quiera decir. La oración requiere esfuerzo y no depende de los sentimientos.
La unión íntima con Dios es el puntal que sostiene y penetra todo el edificio de la propia existencia. Hacer oración es tener una razón para vivir.
¡Vence el mal con el bien!
El servicio es gratuito
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