domingo, 25 de octubre de 2015

San Bernardo Calbó - Santos Crisanto y Daría - San Miniato de Florencia - San Frontón de Périgeux 25102015

San Bernardo Calbó

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Vislumbrando la voluntad de Dios, y fallecido ya su padre, con la salud recobrada en 1215 se unió a la comunidad cisterciense de Santes Creus, Tarragona. Dio este paso en contra del parecer de los suyos, que es el signo compartido por quienes sintiéndose llamados por Dios se deciden a seguirle afrontando el veto que en sus propios hogares pueden querer imponerles. Ha sido frecuente en todas las épocas de la historia que los más cercanos se dispongan a dar su beneplácito a los hijos si la vía del matrimonio es la elegida, pero no han sido siempre tan generosos cuando éstos piensan establecer su compromiso con Dios. Toda la apertura, la comprensión y aceptación –a veces de lo objetivamente dañino–, que tantos jóvenes reciben hoy día de sus progenitores, se torna en intransigencia en no pocas ocasiones cuando se trata de dar alas a la vocación religiosa.

En su propio tiempo, Bernando, haciendo caso omiso del juicio negativo que su decisión había suscitado en sus parientes, al integrarse en el monasterio legó sus pertenencias a su madre y al resto de su familia en un testamento redactado ese mismo año 1215 que revocaba otro anterior. Extrayendo el néctar de la regla cisterciense, fiel al Evangelio, hizo de la caridad el hilo conductor de su entrega, única vía para alcanzar la unión con las Personas Divinas. Era bien conocido por los tarraconenses por tratarse de uno de los canónigos de la catedral, elegido también su vicario. Durante doce años de austeridad, oración y penitencia, aquilató su donación en el convento. Fueron sus edificantes virtudes las que se tuvieron en cuenta en el momento en que se planteó la sucesión del abad Ramón cuando éste falleció. Nadie dudó de que Bernardo sería el idóneo para proseguir manteniendo el espíritu observante del monasterio. Y en torno a 1225 asumió esta responsabilidad.

Su labor apostólica no se limitó a la formación de los monjes, sino que fue director espiritual de las religiosas cistercienses de Valldonzella. Esta comunidad se había establecido en Santa Creu d’Olorde en las cercanías de Vallvidrera y quedaron sujetas (fueron donadas) por iniciativa del obispo de Barcelona, Berenguer de Palou, quien las puso bajo la tutela de la orden del Císter, dependiente del monasterio de Santes Creus. El abad Bernardo fue cofundador de esta comunidad que bajo su amparo vivió una época de gran florecimiento apostólico. También contribuyó a mantener vivo el espíritu reformador de la abadía cisterciense de Ager, Lérida.

En esta época de reconquista, dos figuras señeras de la historia mallorquina, Ramón y Guillermo de Montcada, muy estimados por el rey Jaime I el Conquistador, se disponían a partir a Mallorca para rescatarla. Antes se despidieron del abad Bernardo y se sintieron confortados con su consejo y aliento. Ambos murieron en la batalla de Porto Pi, y a Bernardo le tocó dar cristiana sepultura a sus restos en el monasterio de Santes Creus. En 1230 integró el grupo de electores, entre otros san Raimundo de Peñafort, que, unidos al arzobispo de Tarragona, designaron al obispo de la reconquistada Mallorca. Entretanto, los rasgos de su piedad y caridad se prodigaban dentro y fuera de la comunidad. Manifestaba una predilección por los enfermos.

Cuando el prelado Guillermo de Tavertet dejó vacante la sede de Vic, Bernardo fue elegido para sucederle dada su trayectoria espiritual y apostólica. A su esmerada formación teológica se unía la prudencia, discreción y exquisitez en el trato. Asumir este oficio supuso para él una contrariedad. Su vocación se hallaba en el silencio del claustro. Pero convencido de que el nombramiento obedecía a la voluntad divina, lo acogió e implantó el espíritu monástico en la sede episcopal. Convivió junto a una comunidad de cuatro monjes que le acompañaron hasta su muerte secundándole en todas las tareas de su ministerio que, naturalmente, tenían el signo de la auténtica consagración. Bernardo fue un insigne Pastor que veló por la liturgia y por la formación de los sacerdotes. Fue enérgico y exigente con su forma de vida. Se distinguió también por la modestia, la generosidad, la bondad, y la caridad. En el ejercicio de su misión llevó consigo la reconciliación y la paz.

El papa Gregorio IX, conocedor de sus virtudes y valía pastoral, pensó en él para luchar contra los valdenses designándole inquisidor en 1232. El santo monje luchó contra los albigenses, y se implicó en la guerra de Valencia firmando la capitulación en 1238. Por su valor fue recompensado por el rey Jaime I. En 1239 y en 1243 participó en sendos concilios provinciales. El 26 de octubre de este último año entregó su alma a Dios, con fama de santidad. Antes de cumplirse seis meses de su muerte, su vida comenzó a ser examinada por una comisión de canónigos. En 1338 se abrió el proceso de su canonización. Clemente XI en un breve apostólico fijó la fecha de su celebración dentro del císter el 26 de septiembre de 1710.



Santos Crisanto y Daría

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Santos Crisanto y Daría, mártires
En Roma, en el cementerio de Trasone, de la vía Salaria Nueva, santos Crisanto y Daría, mártires, a los que dedicó sus alabanzas el papa san Dámaso.
El culto de estos mártires en Roma, que data de muy antiguo, prueba que existieron realmente y que dieron su vida por Cristo; pero el relato de su martirio es una invención de fecha muy posterior. Según dicho relato, Crisanto era hijo de un patricio llamado Polemio, quien se trasladó, con su hijo, de Alejandría a Roma, durante el reinado de Numeriano. Un sacerdote llamado Carpóforo, instruyó y bautizó a Crisanto. Al enterarse, Polemio se indignó en extremo y con objeto de que Crisanto renunciase a la castidad y a su nueva religión, introdujo en su habitación a cinco mujeres de mala vida. Como la estratagema no diese resultado, Polemio propuso a su hijo que contrajese matrimonio con una sacerdotisa de Minerva, llamada Daría. No sabemos cómo ni por qué, Crisanto aceptó la proposición de su padre, convirtió a Daría al cristianismo y ambos guardaron la virginidad en el matrimonio. Juntos convirtieron a muchos personajes de la sociedad romana. Finalmente, fueron denunciados y comparecieron ante el tribuno Claudio. Este entregó a Crisanto a un pelotón de soldados, con la orden de obligarle por todos los medios a ofrecer sacrificios a Hércules. Los soldados sometieron a Crisanto a diferentes torturas, pero la firmeza del mártir fue tal que el propio tribuno, su esposa Hilaria y sus dos hijos confesaron a Cristo. También los soldados siguieron su ejemplo. El emperador mandó asesinarlos a todos. Hilaria consiguió escapar, pero fue capturada más tarde, cuando se hallaba orando ante el sepulcro de los mártires. El Martirologio Romano celebraba a san Claudio y sus compañeros el 3 de diciembre, pero la conmemoración ha sido retirada en la última revisión.

Entre tanto, Daría había sido enviada a una casa de prostitución, donde la defendió un león que se había escapado del circo. Para acabar con la fiera, los soldados tuvieron que incendiar la casa. Daría y Crisanto comparecieron entonces ante el propio Numeriano, quien los condenó a muerte. Fueron primero apedreados y después, enterrados vivos en una antigua mina de arena de la Via Salaria Nova. El día del aniversario de la muerte de los mártires, algunos cristianos se reunieron allí a orar junto a su sepulcro. El emperador se enteró de que los fieles se hallaban dentro y mandó tapiar la entrada de la mina con rocas y tierra, de suerte que los cristianos murieron ahí. Se trata de los santos Diodoro (sacerdote), Mariano (diácono) y sus compañeros, a quienes se conmemoraba también en el Martirologio anterior (1 de diciembre), y lo mismo que Claudio, han sido retirados del actual.

Es posible que san Crisanto y santa Daría hayan sido realmente apedreados y enterrados en vida en una mina. Se cuenta que su tumba y la de los cristianos martirizados el día de su aniversario fue descubierta más tarde. San Gregorio de Tours describió de oídas el santuario que se había erigido sobre la mina, pero sin nombrar a los mártires. En el siglo IX, las pretendidas reliquias de san Crisanto y santa Daría fueron trasladadas a Prüm, en la Prusia renana, y cuatro años después, a Münstereifel, donde se encuentran en la actualidad. El sepulcro de los mártires se hallaba en las cercanías del cementerio de Trasón, en la Via Salaria Nova, donde hay varias antiguas minas de arena. Se sabe que el papa san Dámaso (s. IV) escribió un epitafio para el sepulcro de los mártires, pero el que se le atribuía antiguamente data ciertamente de una fecha posterior.

Existen dos textos de la leyenda: uno griego y otro latino. Ambos se encuentran en Acta Sanctorum, oct., vol. XI. En Comentario sobre el Martirologium Hieronymianum (12 de agosto), Delehaye discute muy extensamente los datos históricos. El 12 de agosto es propiamente el día de la conmemoración de estos mártires, pero se les menciona también el 20 de diciembre. Delehaye hace notar que la fecha del 25 de octubre, escogida por el Martirologio Romano para la celebración de la fiesta, proviene probablemente de un relato de la traslación de las reliquias en dicha fecha. El calendario de mármol de Nápoles (c. 850) parece confirmar esta opinión. Véase J. P. Kirsch, Festkalender (1924), pp. 90-93; y Dictionnaire d'Archéologie chrétienne et de Liturgie, vol. III, cc. 1560-1568. En Santi e beati
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI


San Miniato de Florencia

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En Florencia, ciudad de la Toscana, san Miniato, mártir.

San Frontón de Périgeux

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San Frontón de Périgeux, obispo
En Périgeux, de Aquitania, san Frontón, considerado como el primer anunciador del Evangelio en esta ciudad.
No cabe duda de que san Frontón existió realmente y evangelizó Périgueux; pero la leyenda de su vida fue inventada o modificada con el objeto de relacionar con los Apóstoles el origen de la sede de Périgueux. Según dicha leyenda, Frontón pertenecía a la tribu de Judá y nació en Licaonia. Se convirtió a la fe por el testimonio de los milagros de nuestro Señor, fue bautizado por san Pedro, y llegó a ser uno de los setenta y dos discípulos de Cristo. Acompañó a san Pedro a Antioquía y a Roma, de donde el príncipe de los Apóstoles le envió junto con un tal Jorge a predicar en la Galia. Jorge murió en el camino, pero el báculo de san Pedro le resucitó, como en el caso de san Materno de Tréveris y san Marcial de Limoges. San Frontón predicó con gran éxito. Sobre su ministerio se cuentan muchos detalles extravagantes y milagros fantásticos. El centro de su predicación era Périgueux, donde se le venera como primer obispo. La leyenda posterior ha sido enriquecida con un incidente que procede de la vida de otro san Frontón, que fue ermitaño en el desierto de Nitria. A su compañero Jorge se le venera como san Jorge, primer obispo de Le Puy, que evangelizó la región de Velay, pero el Martirologio actual no lo ha considerado con suficiente entidad histórica como para mantenerlo en sus listas.

La leyenda primitiva afirma que san Frontón nació en Leuquais de Dordogne (de donde puede provenir la confusión con Licaonia), bastante cerca de la región de Périgueux, que iba a evangelizar más tarde. Los anacronismos y rasgos extravagantes abundan tanto en esta leyenda como en la que acabamos de resumir; sin embargo, hay motivos para creer que el autor de la leyenda primitiva se basó en ciertos datos históricos, y en la vida de san Gerardo (que data del siglo VII) se habla claramente del sepulcro de san Frontón en Périgueux.

Véase Analecta Bollandiana, vol. XLVIII (1930), pp. 324-360, donde hay una discusión seria sobre los documentos. M. Coens editó, bajo el título de La Vie ancienne de St. Front, el texto de la más antigua biografía del santo, según lo había reconocido Duchesne en Fastes Episcopaux, vol. II, pp. 130-134. Nótese que en la redacción del elogio actual se evita decir que era obispo, ya que es dato no es del todo seguro, aunque en nuestro santoral, y a falta de estudios más detallados, lo catalogamos entre los obispos. Artículo del Butler modificado.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

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