sábado, 24 de octubre de 2015

San Proclo de Constantinopla - Santos Aretas de Nagrán y trescientos cuarenta compañeros 24102015

San Proclo de Constantinopla

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San Proclo de Constantinopla, obispo
En Constantinopla, san Proclo, obispo, que proclamó insistentemente a la Virgen María como Madre de Dios, dispuso el solemne retorno de las restos de san Juan Crisóstomo a esta ciudad, y en el Concilio Ecuménico de Calcedonia mereció ser llamado «Grande».
San Proclo era originario de Constantinopla. Recibió la orden del lectorado cuando era muy joven. Aunque era discípulo de san Juan Crisóstomo, llegó a ser secretario del mayor enemigo de éste, Ático, obispo de Constantinopla, quien le confirió el diaconado y el sacerdocio. A la muerte de Ático, muchos quisieron elegir obispo a Proclo. Al fin, Sisinio fue elegido obispo de Constantinopla y nombró a Proclo obispo de Cízico. Pero los habitantes de esa ciudad se negaron a aceptarle y eligieron a otro en su lugar. Así pues, san Proclo se quedó en Constantinopla, donde alcanzó gran fama con su predicación. Cuando murió Sisinio, muchos volvieron a proponer la candidatura de Proclo; pero el elegido fue Nestorio, quien pronto empezó a propagar sus errores (el nestorianismo, que reconoce en Cristo no sólo dos naturalezas, sino dos personas). San Proclo defendió valientemente la verdad contra él. El año 429, predicó un sermón en el que proclamó la maternidad divina de la Virgen María. En dicho sermón se hallaba la famosa frase: «No proclamamos a un hombre deificado, sino que confesamos a un Dios encarnado». Nestorio fue depuesto y a Maximiano se le eligió para sucederle. A la muerte de éste, el año 434, san Proclo, que nunca había podido tomar posesión de la sede de Cízico, fue promovido a la de Constantinopla.

El tacto y la bondad con que supo tratar a los más obstinados nestorianos y a otros herejes constituyen los rasgos más característicos del santo. Los obispos armenios le consultaron sobre la doctrina y los escritos de Teodoro de Mopsuestia, que ya había muerto, pero seguía siendo muy famoso en aquella región. San Proclo escribió en respuesta el «Tomo a los Armenios», que es la más famosa de sus obras. En ella condenaba la doctrina mencionada por su parentesco con el nestorianismo y exponía la verdadera doctrina sobre la Encarnación, todo ello sin nombrar a Teodoro, el cual había muerto en comunión con la Iglesia y cuya memoria era muy venerada. San Proclo exhortaba a los armenios a seguir la doctrina de san Basilio y san Gregorio Nazianceno, cuyas obras eran muy estimadas entre ellos. Otros polemistas fueron menos moderados que san Proclo. Con la ayuda de la emperatriz santa Pulqueria, éste trasladó los restos de san Juan Crisóstomo de Comana del Ponto a la Iglesia de los Apóstoles en Constantinopla. Todo el pueblo salió en procesión a recibir las reliquias, y los intransigentes discípulos de san Juan Crisóstomo se sometieron finalmente a su bondadoso sucesor.

Durante el episcopado de san Proclo hubo un violento terremoto en Constantinopla. Los hombres vagaban entre las ruinas, aterrados, en vana búsqueda de un sitio donde guarecerse; muchos huyeron al campo. Proclo, acompañado de su clero, salió para prestar ayuda a sus feligreses, confortó al pueblo y le exhortó a implorar la misericordia divina. El Menologio griego de Basilio, en base al testimonio de un cronista que escribió tres siglos y medio después de los hechos refiere que, mientras el pueblo imploraba la misericordia divina, rezando el «Kyrie eleison», un niño fue arrebatado por los aires hasta perderse de vista. Cuando volvió a la tierra, el niño declaró que había oído los coros angélicos que cantaban: «Santo Dios, Santo y Fuerte, Santo Inmortal», y falleció inmediatamente después. El pueblo repitió esas palabras y agregó: «Ten misericordia de nosotros». Entonces los temblores cesaron. Desde aquel momento san Proclo introdujo en la liturgia el «trisagio». No consta con certeza que lo haya introducido él realmente, pero lo cierto es que la primera mención del trisagio data del Concilio de Calcedonia, que tuvo lugar pocos años después, y es muy posible que san Proclo y su pueblo hayan empleado dicha oración durante el terremoto.

San Cirilio de Alejandría describe a san Proclo como «un hombre muy religioso, perfectamente al tanto de la disciplina eclesiástica y muy observante de los cánones». Sócrates, el historiador griego, quien le conoció personalmente, escribe: «Pocos podrían igualarle en santidad. Era bondadoso con todos, porque estaba convencido de que la bondad sirve mejor que la severidad a la causa de la verdad. Por ello estaba resuelto a no irritar ni provocar a los herejes, con lo cual restituyó a la iglesia, en su persona, la mansedumbre y bondad que le son propias y que desgraciadamente le habían faltado en tantos casos ... Fue verdaderamente un modelo de prelado». San Proclo murió el 24 de julio de 446.

Se han conservado algunas de sus cartas y sermones. Alban Butler comenta: «El estilo de este padre es conciso, sentencioso, lleno de salidas ingeniosas capaces más bien de deleitar que de mover el corazón. Es un estilo que supone mucho trabajo y estudio; si bien este padre lo empleó con gran éxito, no se puede comparar su estilo con la gravedad llena de naturalidad de un san Basilio ni con la suavidad de un san Juan Crisóstomo».

F. X. Bauer, Proklos von Constantinopel (1918). Desde que se publicó el texto sirio del Bazar of Heraclides, se ha discutido mucho acerca de la verdadera doctrina de Nestorio, de suerle que la literatura sobre el tema es muy extensa. Sobre san Proclo, y también sobre el nestorianismo, está en castellano el Quasten, Patrología, volumen II. En el Oficio de lecturas se utilizan dos fragmentos de Proclo, «El Amigo de los hombres se ha hecho hombre, naciendo de la Virgen» y «La santificación de las aguas». La fecha de fallecimiento del 24 de julio que menciona el Butler es la calculada por los bolandistas en Acta Sanctorum, oct. X, pág. 649; sin embargo no hay un acuerdo sobre la fecha real de su muerte y es posible que el Martirologio actual haya preferido mantner la fecha tradicional en ausencia de un argumento de peso para trasladarla.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI


San Aretas de Nagrán

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Santos Aretas y trescientos cuarenta compañeros, mártires
En Nagrán, en Arabia, martirio de los santos Aretas, príncipe de la ciudad, y trescientos cuarenta compañeros, que en tiempo del emperador Justino fueron asesinados por Du Nuwas o Dun'an, rey de los himyaritas.
A principios del siglo VI, los etíopes aksumitas cruzaron el Mar Rojo y extendieron su dominio sobre los árabes y judíos de Himyar (actual Yemén), a quienes impusieron un virrey. Dunaán, un miembro de la familia himyarita que había sido arrojada del trono, se levantó en armas y tomó Zafar. Como se había convertido al judaísmo, asesinó a los miembros del clero y convirtió la iglesia en sinagoga. En seguida puso sitio a Najrán, que era uno de los grandes centros cristianos. La ciudad se defendió tan valientemente que Dunaán, sintiéndose incapaz de conquistarla, le ofreció la amnistía si se rendía. Los defensores aceptaron la oferta; pero Dunaán, en vez de cumplir su palabra, permitió a los soldados que saqueasen la plaza y condenó a muerte a todos los cristianos que no apostatasen. El organizador de la defensa fue el jefe de la tribu de Banu Horith (que desde entonces se llamó de san Aretas) con muchos de sus hombres, y todos fueron decapitados. Los sacerdotes, los diáconos y las vírgenes consagradas fueron arrojados en fosos llenos de fuego. Como la esposa de Aretas se negase a acceder a las proposiciones amorosas de Dunaán, éste mandó ejecutar a sus hijas delante de ella y la obligó a beber su sangre; en seguida ordenó que la degollasen.

El obispo Simeón de Beth-Arsam, legado del emperador Justino I, se hallaba en la frontera persa con una tribu árabe. Cuando se enteró de lo sucedido, transmitió la noticia al abad de Gabula, que se llamaba también Simeón. Al mismo tiempo, los refugiados de Najrán difundieron la noticia por todo Egipto y Siria. La impresión que el hecho produjo no se borró en varias generaciones; Mahoma alude a esa matanza en el Corán y condena al infierno a los asesinos (sura LXXXV). El patriarca de Alejandría escribió a los obispos de Oriente con la recomendación de que conmemorasen a los mártires, que orasen por los supervivientes y señalando como culpables del crimen a los antiguos judíos de Tiberíades que, en realidad, eran inocentes. Tanto el emperador como el patriarca escribieron al rey aksumita Elesbaán (a quien los sirios llaman David y los etíopes Caleb), para clamar venganza por la sangre de los mártires. El monarca no necesitaba que le incitasen a la venganza y partió al punto, con su ejército, a reconquistar su poder en Himyar. Elesbaán tuvo éxito en la campaña. Dunaán murió en el campo de batalla y su capital fue ocupada por el enemigo. Alban Butler afirma que Elesbaán, «convencido de que había derrotado al tirano con la ayuda divina, se mostró muy clemente y moderado con los vencidos». Tal afirmación es falsa. Cierto que Elesbaán reconstruyó Najrán e instaló a un obispo alejandrino, pero tanto en el campo de batalla como en el trato a los judíos que habían incitado a Dunaán a la matanza, se condujo con crueldad y codicia propias de la barbarie de una nación semipagana. Sin embargo, se cuenta que al fin de su vida renunció al trono en favor de su hijo, regaló su corona a la iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén y se retiró al desierto como anacoreta. El Martirologio Romano celebra a san Elesbaán el 15 de mayo. Baronio introdujo en el Martirologio Romano tanto el nombre de san Elesbaán como el de san Aretas y los mártires de Najrán, sin tener en cuenta que, al menos en el sentido material de la palabra (ya que quizás no conocían otra forma de cristianismo), todos ellos eran monofisitas.

En el elogio del Martirologio actual se habla de 341 mártires, mientras que en el anterior se establecían más de 4000. El número y tipo de martirios, acorde con las fuentes, está detallado en Acta Sanctorum, donde el número de 340 (incluyendo a Aretas) se reserva para los cabeza de clan (lit.: «demum proceres 340, inter quos S. Arethas», AS oct. X, pág. 708). En la nueva redacción del elogio parece haberse descuidado ese detalle, dando por resultado que no se celebran miles de mártirs que, sin embargo, deberían estar en el Martirologio a igual título que el grupo que quedó inscripto.

Acta Sanctorum, oct., vol. X. Se conserva también el texto sirio escrito por Simeón. Véase Guidi, en Atti della Accad. dei Lincei, vol. VII (1881), pp. 471 ss; Deramey, en Revue de l'histoire des religions, vol. XXVIII, pp. 14-42; la Revue des études juives, vols. XVIII, XX y XXI, donde hay un ensayo de Halévy y la respuesta de Duchesne. Artículo del Butler con modificaciones.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

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