viernes, 23 de octubre de 2015

Santa Etelfleda de Rumsey - San Alucio de Campugliano - Beato Juan Bono - Beato Juan Ángel Porro 23102015

Santa Etelfleda de Rumsey

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En Rumsey, en Inglaterra, santa Etelfleda, que. aún adolescente, se consagró al Señor en el monasterio fundado por su padre Etelwodo y, elegida abadesa, lo gobernó durante largos años hasta su muerte.


San Alucio de Campugliano

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San Alucio, laico
En Campugliano, de la Toscana, san Alucio, pacífico hacedor del bien hacia los pobres y peregrinos, y liberador de cautivos.
San Alucio, patrono de Pescia de Toscana, era pastor. Debido al gran interés que se tomó por el hospital de Val di Nievole, fue nombrado director de él y se le considera como su segundo fundador. Más tarde, Alucio se dedicó a fundar albergues en los puertos y pasos peligrosos de las montañas y a otras obras de beneficencia pública, tales como la construcción de un puente sobre el Arno. Los jóvenes que formó para el servicio en los hospitales, recibieron el nombre de hermanos de San Alucio.

Se cuentan muchos milagros del santo y a él se atribuye la reconciliación entre las ciudades enemigas de Ravena y Faenza. En 1182, cuarenta y ocho años después de la muerte de san Alucio, sus reliquias fueron trasladadas al hospital de Val di Nievole, que recibió su nombre. Hay muchos documentos que prueban la existencia del culto de san Alucio; uno de ellos es un documento legal en el que se resumen los principales acontecimientos de su vida. El culto del santo fue confirmado por Pío IX.

Acta Sanctorum, oct., vol. x; y Dictionnaire d'Histoire et de Géographie ecclésiastiques, vol. II, c. 627, así como una biografía popular escrita por D. Biagioti (1934).
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

Beato Juan Bono

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Beato Juan Bono, eremita
En Mantua, ciudad de la Lombardía, beato Juan Bono, eremita, que siendo joven abandonó a su madre y vagó por diversas partes de Italia, haciendo de malabarista y comediante. A los cuarenta años, con motivo de una enfermedad, prometió a Dios abandonar el mundo para darse a Cristo y a la Iglesia en el amor y la penitencia, para lo cual fundó una congregación a la que dio la Regla de san Agustín.
No obstante su apellido, que es una abreviación de Buonomini [Buen hombre], Juan no se distinguió por su piedad en la juventud. Cuando murió su padre, el joven partió de Mántua y empezó a ganarse la vida como actor en las cortes y palacios de Italia. No obstante las oraciones de su devota madre, Juan llevaba una vida licenciosa y alocada. En 1208, cuando tenía cerca de cuarenta años, una peligrosa enfermedad le puso a las puertas de la muerte. Interpretó aquello como una señal del cielo y cambió de vida en cuanto recobró la salud, como lo había prometido. Tales promesas son fáciles de hacer, pero menos fáciles de guardar. Juan abrió su corazón al obispo de Mántua, quien le aconsejó la vida eremítica. En un paraje de las cercanías de Cesena el beato se dedicó a domeñar su cuerpo en la soledad y a adquirir los hábitos de la devoción y la virtud. Pronto adquirió gran fama de santidad y se le reunieron algunos discípulos. Durante algún tiempo, el beato Juan los dirigió según la inspiración del momento. Más tarde, construyeron una iglesia y la comunidad tomó una forma más definida. Inocencio IV les impuso la regla de San Agustín al aprobar la congregación.

El beato Juan recibió numerosas ilustraciones sobrenaturales en la oración y obró muchos milagros extraordinarios. Ni siquiera en su ancianidad aflojó en la mortificación: observaba tres cuaresmas cada año, en lo más crudo del invierno se vestía con telas muy ligeras, en su celda había tres lechos, de los cuales uno era malo, otro peor y el tercero pésimo. El demonio siguió tentándole violentamente hasta el fin de su vida. Por otra parte, no faltó quien le calumniase, pero la vida que llevaba el beato desmentía todas las acusaciones. El número de penitentes y personas que acudían a visitarle aumentó de tal modo, que Juan decidió huir secretamente. Después de haber caminado toda la noche, se encontró nuevamente, al amanecer, ante la puerta de su celda, en lo cual vio una manifestación de que la voluntad de Dios era que permaneciese allí. Murió en Mántua en 1249. Dios honró su sepulcro con numerosos milagros. La congregación que había fundado no conservó mucho tiempo la independencia. Los «Boniti», como los llamaba el pueblo, llegaron a tener once conventos a los pocos años de la muerte de su fundador; pero en 1256 el papa Alejandro IV los fundió con otras congregaciones en la orden de los ermitaños de San Agustín. Los frailes agustinos y los agustinos de la Asunción celebran la fiesta del beato Juan Buoni, cuyo nombre fue incluido en el Martirologio Romano en 1672.

En Acta Sanctorum, oct., vol. IX, hay casi 200 páginas consagradas al beato; los principales documentos allí reunidos son una biografía relativamente extensa escrita por el agustino Ambrosio Calepinus, a principios del siglo XVI y las deposiciones de los testigos en el proceso de beatificación (1251, 1252 y 1254). Entre otras cosas, se habla de la inmunidad del beato a los efectos del fuego, ya que en cierta ocasión anduvo varios minutos sobre un montón de cenizas ardientes, sin recibir el menor daño.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI


Beato Juan Ángel Porro

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Beato Juan Ángel Porro, religioso presbítero
En Milán, también de la Lombardía, beato Juan Ángel Porro, presbítero de la Orden de los Siervos de María, que, siendo prior del convento, todos los días festivos estaba en la puerta de la iglesia, o recorría las calles, para reunir a los niños y enseñarles la doctrina cristiana.
Juan Ángel nació en el ducado de Milán el año 1451. Era hijo de Protasio Porro y Francisca de Guanzate, muy buenos cristianos, y cuya familia era originaria de Barlassina, cerca de Seveso. El año 1468, Juan Ángel vistió el hábito de los Siervos de María, y vivió unos cinco años en el convento de santa María, en Milán, Más tarde, según algunos escritores de la Orden, se retiró por un tiempo a la soledad en la región de Cavacurta, a la orilla derecha del río Adda, para entregarse a la contemplación y a la penitencia. El año 1474 fue enviado a Florencia, al convento de la Anunciación. Allí se dedicó de manera especial a la observancia regular, y allí probablemente hizo los estudios requeridos y fue ordenado presbítero. Durante este periodo, Juan Ángel concibió el propósito de retirarse a la soledad para dedicarse únicamente a Dios. Subió, pues, al eremitorio de Monte Senario, donde a principios del siglo XV algunos frailes con su trabajo y su fervor habían restaurado la observancia primitiva y llevaban una vida solitaria. Este tiempo de permanencia en Monte Senario fue de gran trascendencia para la vida y el progreso espiritual del beato Juan Ángel; tanto es así que le llamaban a veces «Juan del Monte» y cuando, por razón de enfermedad o de obediencia tenía que abandonar Monte Senario, allí regresaba en cuanto podía.

El año 1484 fue llamado al convento de Florencia por fray Antonio Alabanti, prior de aquel lugar, para desempeñar el cargo de maestro de novicios, para los que había escrito, según se cree, unos «saludables consejos». Tres años después, con el beneplácito de los ermitaños, fray Antonio Alabanti, que entre tanto había sido elegido prior general, lo nombró rector del eremitorio de Monte Senario, cargo que ejerció sabia y santamente. El prior general, que tenía en gran aprecio la prudencia y santidad de Juan Ángel, recurrió también a él más de una vez para la dirección del eremitorio de Chianti.

Al morir fray Antonio Alabanti, Juan Ángel volvió a Milán, hacia el año 1495, y parece que fue elegido prior de aquel convento. También en medio del torbellino de aquella gran ciudad se esforzó en cultivar la soledad, que tanto amaba, pues, como cuenta fray Felipe Ferrari, su biógrafo, «vivía en una celda algo separada de los demás». En este período destaca un aspecto singular de su vida: la dedicación a la catequesis de los niños; en efecto, en la obra de Hipólito Porro titulada Orígenes y desarrollo de la doctrina cristiana en Milán leemos: «todos los días festivos, a pesar de su cargo de prior, reunía en la entrada de la iglesia o por las calles, a los niños y los instruía en la doctrina cristiana». Así lo atestigua un bajorrelieve de mármol de mediados del siglo XVI, que representa al beato Juan ángel adoctrinando a los niños en la iglesia.

Juan Ángel murió santamente el día 23 de octubre del año 1505, en el convento de Milán, llorando por los frailes y por el pueblo. Fue beatificado por el papa Clemente XII en el año 1737. Su cuerpo, casi incorrupto, se guarda con gran veneración en la iglesia de san Carlos, llamada en otro tiempo de santa María de los Siervos. Existe una antigua y piadosa tradición según la cual los niños enfermos son llevados al sepulcro del beato Juan Ángel para ser curados por su intercesión.

Texto que proviene del "Propio del Oficio de la Orden de los Siervos de Maria", tomado del sitio de los Servitas de Cádiz.
fuente: Orden de los Siervos de María





Interceda, Señor, por nosotros, el beato Juan Ángel, admirable por su empeño en promover la auténtica vida religiosa y en difundir la doctrina cristiana, a fin de que, fijo en ti nuestro corazón, perseveremos en una vida conforme al Evangelio y seamos inflamados de fervor apostólico. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

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