domingo, 25 de octubre de 2015

Santos Martirio y Marciano - San Gaudencio de Brescia - San Hilaro de Javols - San Frutos de Segovia 25102015

Santos Martirio y Marciano

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En Constantinopla, santos Martirio, subdiácono, y Marciano, cantor, que en tiempo del emperador Constancio fueron asesinados por los arrianos.


San Gaudencio de Brescia

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San Gaudencio de Brescia, obispo
En Brescia, ciudad de la región de Venecia, san Gaudencio, obispo, que, ordenado por san Ambrosio, se distinguió entre los prelados de la época por su doctrina y sus virtudes, enseñó a su pueblo de palabra y con sus escritos, y construyó una basílica a la que llamó «Concilio de los Santos».
A lo que parece, san Gaudencio fue educado por san Filastro, obispo de Brescia, en el norte de Italia, a quien llama «padre». Como sus paisanos tuviesen a Gaudencio en alta estima, el santo decidió hacer una peregrinación a Jerusalén, con la esperanza de que sus compatriotas le olvidasen, pero no lo consiguió. En Cesarea de Capadocia conoció a las hermanas y a las sobrinas de san Basilio, quienes le entregaron las reliquias de los Cuarenta Mártires, seguras de que Gaudencio las veneraría con cl mismo fervor que ellas. San Filastro murió durante la ausencia de Gaudencio, el pueblo y el clero de Brescia le eligieron obispo y se obligaron, bajo juramente, a no aceptar otro pastor. San Gaudencio se doblegó cuando los obispos de Oriente le amenazaron con negarle la comunión si no aceptaba el cargo. Fue consagrado por san Ambrosio alrededor del año 387. El sermón que el nuevo obispo predicó en esa ocasión puso de manifiesto el temor que, por humildad, le inspiraban su juventud y su inexperiencia.

Los habitantes de Brescia cayeron pronto en la cuenta del tesoro que tenían en aquel pastor tan santo. Por aquel entonces, vivía refugiado en Brescia un noble caballero llamado Benévolo, por haber caído en desgracia de la emperatriz Justina, al negarse a redactar un edicto en favor de los cristianos. Benévolo profesaba una auténtica veneración por san Gaudencio, hasta el extremo de que en cierta ocasión, cuando estaba enfermo e impedido de asistir a los sermones que pronunciaba el obispo, le envió un mensaje para suplicarle que se los escribiese. Gracias a que san Gaudencio accedió a la petición de Benévolo, entre los veintiún sermones del santo que se conservan hasta hoy, diez están escritos de su puño y letra, y pueden considerarse auténticos. En el segundo de los que Gaudencio envió a su enfermo admirador, pronunciado ante los neófitos que habían recibido el bautismo el Sábado Santo, explicaba los misterios de la Sagrada Eucaristía, sobre los que no podía explayarse en presencia de los catecúmcnos. Sobre el particular decía, entre otras cosas: «El Creador y Señor de la naturaleza, que hace brotar el pan de la tierra, convirtió también en pan su propio Cuerpo, porque así lo había prometido y podía hacerlo. Aquél mismo que transformó el agua en vino, hizo vino de su propia Sangre».

Edificó en Brescia una iglesia a la que dio el nombre de «Asamblea de los Santos» y a su consagración invitó a muchos obispos. En aquella ocasión, pronunció el décimo séptimo sermón de los veintiuno que se conservan. En él, anunciaba que en su nueva iglesia se hallaban depositadas algunas reliquias de los Apóstoles y de otros santos y afirmaba, asimismo, que la mínima porción de la reliquia de un mártir es tan eficaz en sus virtudes como la reliquia entera: «Así pues -agregaba-, para que merezcamos el patrocinio de tantos santos, acerquémonos a suplicarles con entera confianza y ardiente deseo que nos obtengan todos los bienes que pedimos por su intercesión. Cristo, dador de todas las gracias, será así glorificado».

El año 405, el papa san Inocencio I envió a san Gaudencio y a otros dos legados al Oriente, para defender la causa de san Juan Crisóstomo ante Arcadio. Aquél escribió una carta a san Gaudencio para agradecerle su intervención. Los legados fueron aprisionados en Tracia, donde se los despojó de todos sus papeles y se los incitó con halagos a declararse en comunión con el usurpador de la sede de san Juan Crisóstomo. Se cuenta que san Pablo se apareció a uno de los diáconos de la comitiva para alentarlos en su lucha. Finalmente los legados volvieron sanos y salvos a Roma, aunque parece que sus enemigos deseaban que naufragasen, pues les enviaron en un navío destartalado. San Gaudencio murió probablemente el año 410. Rufino le calificó de «gloria de los doctores de la época en que vive».

En un prefacio que el mismo Gaudencio escribió para la colección de sus discursos, pone en guardia al lector contra las ediciones falsificadas. Y algo de eso habráa ocurrido, porque de los veintiún sermones conservados, se tuvieron por auténticos durante mucho tiempo sólo diez; sin embargo la crítica moderna ha conseguido identificar como genuinos otros seis. No puede considerarse un Padre de la Iglesia de los más originales, ya que se atiene al estilo y las convenciones de predicación de la época, pero precisamente por eso tiene valor su obra, ya que nos muestra el tipo de lectura del Antiguo Testamento que se practicó durante siglos, la lectura «tipológica», que veía en los hechos del Antiguo Testamento la figura sacramental del Nuevo.

San Hilaro de Javols

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En el territorio de Gevaudan, en la Galia, san Hilaro, obispo de Javols.

San Frutos de Segovia

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San Frutos, eremita
En las cercanías de Segovia, en Hispania, san Frutos, que llevó vida eremítica junto a una escarpada montaña.
Sepúlveda era un caserío de Castilla la Vieja, encaramado sobre las pendientes rocosas de la Sierra de Guadarrama, a la entrada del paso de Somosierra. Más o menos 20 km al noroeste de Sepúlveda, hay una enorme roca que domina un precipicio de casi cien metros de profundidad, estrecho y oscuro cañón, en cuyo fondo corre el río Duratón, que las gentes del lugar conocen desde tiempos inmemoriales con el nombre de Cuchillada. En aquella peña agreste y aislada del resto del mundo, vivían a fines del siglo VII los hermanos Frutos y Valentín y su hermana Engracia. Dice la tradición que aquella Cuchillada se abrió en las rocas milagrosamente para proteger a Frutos, perseguido de cerca por los moros. En aquel nido de águilas se estableció Frutos. Le siguieron sus hermanos: Valentín fue a morar en un vecino nicho de piedra y Engracia se refugió en una gruta abierta en el muro de roca que caía sobre el río. Al imaginarla allí, joven, hermosa y llena de devoción y amor a Dios, se evocan las palabras del Cantar de los Cantares: «Paloma mía, en las grietas de la roca, en escarpados escondrijos, muéstrame tu semblante, déjame oír tu voz; porque tu voz es dulce, y gracioso tu semblante» (2,14).

Frutos murió en paz sobre su observatorio de eternidad, hacia el año 715, poco después de la invasión de los árabes, pero su hermano y su hermana perdieron la vida a manos de los invasores. Frutos fue sepultado en un pequeño santuario al que inmediatamente comenzaron a acudir los fieles cristianos de los alrededores. Alfonso VI de Castilla cedió aquella capilla con sus terrenos a Fortunio, abad de Silos, en la diócesis de Burgos, en el año de 1076 y, en el curso de los veinte años siguientes se edificó en el lugar una nueva iglesia, consagrada el año 1100, y que aún existe.

Buena parte de las reliquias de san Frutos fue trasladada a la ciudad de Segovia, al pie de la Sierra de Guadarrama, de donde se le nombró patrono. En 1681, una de las reliquias del santo tuvo el honor de ser venerada en el Escorial. A fines del siglo XIX, la iglesia de san Frutos era el santuario más frecuentado en la diócesis de Segovia, y los días 25 de octubre, fecha de su fiesta, el templo era pequeño para contener a tantos peregrinos.

El investigador benedictino Dom Férotin publicó una inscripción grabada en el año 1019 por tres peregrinos en una piedra de la ermita de San Valentín, que atestigua la popularidad del culto a este santo y sus hermanos. En 1570, un abad de Silos escribió un relato de los numerosos milagros obrados en aquel lugar santo. Se cuenta, por ejemplo, que en 1225, cuando llegaron los peregrinos para las fiestas de la Santísima Trinidad, venía entre ellos un caballero de Segovia con su esposa. El hombre tenía profundos agravios contra su mujer y estaba dispuesto a matarla. Cuando ambos ascendían por la pendiente, hacia la ermita de San Valentín, empujó a la mujer hacia el abismo. La infortunada profirió un grito desgarrador y cayó hasta el fondo. Los peregrinos y los religiosos bajaron a toda prisa y encontraron a la dama ilesa, arrodillada junto al río dando gracias a Dios y a san Frutos por su salvación. Después de aquel prodigio, la mujer abandonó a su esposo para ingresar a un monasterio y no pasó mucho tiempo sin que su esposo, arrepentido, hiciera lo propio.

En 1476, una bula de Sixto IV dio a los dos hermanos el título de mártires para su culto en Silos. Un misal de Segovia impreso en 1500 nombra a Valentín, confesor, y a Engracia, virgen. Más tarde, a los tres se los veneró como mártires en la diócesis de Segovia. En la actualidad, sin embargo, el Martirologio sólo inscribe a san Frutos, aunque los dos hermanos, Valentín y Engracia, siguen recibiendo culto local, en Segovia, el día 26 de octubre.

Acta Sanctorum, oct. vol. XI, pp. 692-704. Lo que ahí dice se complementa con la obra de M. Férotin, Hist. de l'abbaye de Silos, 1897, pp. 217-223, 293-294, 339 y 343. La Bio-bibliographie, vol. I, 1905, cols. 1621-1622, de U. Chevaliere. En cuanto al milagro de la mujer arrojada al precipicio, véase Le Sacrement de l'amour, tercera ed. 1950, de Ch. Massabki. Aquí puede verse una serie de fotos del entorno y la ermita de San Frutos.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI


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