miércoles, 4 de noviembre de 2015

Fascinante estrategia misionera 03112015

Fascinante estrategia misionera

· Celso Constantini primer legado apostólico en China ·

«Nosotros respetamos al pueblo chino; solamente la Iglesia pide libertad para su misión, para su trabajo, ninguna otra condición». Así respondió el Papa Francisco a la pregunta de un periodista el 19 de agosto de 2014, en el momento en el que por primera vez un romano Pontífice pudo sobrevolar el espacio aéreo del territorio de la República popular china. Y continuó citando la carta de Benedicto XVI dirigida en el 2007 a los católicos en la tierra de Confusio: «Esta carta hoy es actual. (…) Es siempre la Santa Sede quien se abre a los contactos: siempre, porque tiene una verdadera estima por el pueblo chino».
Ese «siempre» repetido por el Papa Francisco nos conduce al surco profundo trazado en China por sus ilustres predecesores, sobretodo desde que enviaron al primer delegado apostólico, monseñor Celso Constantini. Este, fiel intérprete del ministerio petrino, llegó a realizar, de 1992 al 1933, obras que quedarán indelebles en la historia y que son objeto de estudio, el cual da válidas razones de cuánto consideren a Costantini el artífice del nuevo curso de la Iglesia católica entre los herederos del celeste imperio.
El cuadro delineado por el presente volumen es original, impresionante, fascinante y, al mismo tiempo, exultante.
Original, porque está compuesto sobre la base de fuentes inéditas y de autoridad, que se hicieron accesibles por parte de los archivos de la Santa Sede, relativas sobretodo a las disposiciones del romano Pontífice y a la correspondencia de su Secretaría de Estado y de la Sagrada Congregación de Propaganda Fide con el delegado apostólico en Pekín. De la mina de documentos buscados, el autor ha sabido extraer, gracias a su competencia histórica y jurídica el material más preciado, al punto tal que las investigaciones posteriores sobre la cuestión china, deberá confrontarse con esta publicación.
Impresionante es la mole de actividad realizada por Constantini y aquí analizada, las cuales representan las principales raíces del desarrollo eclesial en China, porque siguen dando abundantes frutos también hoy. Entre ellos, surgen en particular: el primer Concilio plenario chino preparado por el futuro cardenal oriundo de Pordenone y presidido por él en Shanghai en 1924 en calidad de legado pontificio; la consagración de los primeros seis obispos chinos en 1926 y la promoción del clero indígena en oficinas eclesiásticas importantes; la constitución del primer instituto religioso clerical chino, fundado por él en 1927 y denominadoCongregatio discipulorum Domini; la erección en el mismo año de la universidad católica Fu Ren en Pekín; la inauguración de la asociación general de la juventud católica china, que se tuvo en 1929 en la sede de la delegación apostólica.
Es fascinante la estrategia misionera que emerge en esta obra. En efecto, monseñor Celso fue enviado a China para llevar a cabo el recorrido trazado en la carta apostólica Maximum illud promulgada en 1919 por Benedicto XV. Su navegación debía moverse entre miles de dificultades y en aguas agitadas por las turbulencias internas del país. Pero sus objetivos eran claros: separar las misiones católicas de los difíciles condicionamientos de las potencias coloniales, en particular por Francia que era celosa de su protectorado sobre ellas; «plantar» la Iglesia confiándola al clero indígena; inyectándole la linfa del Evangelio en las venas de la gran civilización china eliminando los cuerpos extraños traídos por Occidente. Este programa atrajo el interés y el aprecio del gobierno nacional, también por su convergencia con los ideales republicanos sintetizados en el dicho: «China para los chinos».
Exultantes son los resultados alcanzados por él y que dejamos que el lecctor los descubra. Estos se consiguieron gracias a un entendimiento perfecto entre la Santa Sede y el primer delegado apostólico en Pekín. El retrato de Constantini en estas páginas lo presentan no como un simple escultor de ordenes recibidas de arriba. Él, obediente a la autoridad superior, fue un intérprete creativo para el mayor bien de los fieles en la tierra de Confusio. Gran amigo de China, se revela también como protagonista en el entramado de relaciones diplomáticas entre la Iglesia católica y la República china.
Al doctor Christian Gabrieli, que nos regaló esta preciada composición, le dirigimos nuestro vivísimo agradecimiento. Él arrojó nueva luz sobre la figura y obra del cardenal Celso Constantini, hijo ilustre de la diócesis de Concordia-Pordenone, gran evangelizador de China, guía iluminada de las misiones católicas.
El autor también tiene el mérito de haber manifestado la máxima atención, el enorme esfuerzo y el ilimitado amor de los obispos de Roma hacia el pueblo chino, como hoy nos queda bien testimoniado por el Papa Francisco.
Pietro Parolin
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