viernes, 25 de diciembre de 2015

Beata María de los Apóstoles von Wüllenweber - Santa Anastasia de Roma - Santa Eugenia de Roma 25122015

Beata María de los Apóstoles von Wüllenweber

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Beata María de los Apóstoles von Wüllenweber, virgen y fundadora
En Roma, beata María de los Apóstoles (María Teresa) von Wüllenweber, virgen, alemana de origen, que inflamada por el ardor misionero fundó el Instituto de Hermanas del Divino Salvador, en Tivoli, población del Lacio.
Therese von Wüllenweber nació un 19 de febrero de 1833, en el seno de una noble familia alemana, en concreto en el castillo de Myllendonk, no lejos de la ciudad de Colonia. Fue la primera de cinco hermanas y creció en un hogar devoto y lleno de vida y amor, recibiendo una notable educación, como le correspondía por su nobleza.

Poseía desde temprana edad una inclinación a la vida apostólica y en concreto a la actividad misionera y toda su vida fue una continua búsqueda y maduración de este ímpetu/vocación, pero en aquel tiempo no existía una orden femenina donde ella pudiera tener una experiencia misionera. En 1875 conoció al Obispo Raimondi -Vicario Apostólico de Hong Kong- quién, viendo su gran espíritu misionero, le animó a establecer una nueva fundación misionera. Pero no era el tiempo adecuado, el «Kulturkampf», una legislación anticatólica, había prohibido entre otras cosas el establecimiento de nuevas comunidades religiosas en Alemania. Sin embargo Teresa emitió ese mismo año un voto privado de que su vida y sus bienes serían dedicados enteramente para el bien de las misiones y de la iglesia. En esos días plasmaba su celo y entusiasmo misionero en un poema titulado «Impulso».
Teresa rondaba ya los 50 y no había encontrado lo que buscaba. Sin embargo todo esto cambió el 12 de abril de 1882 cuando por casualidad (si existe la casualidad) cayó en sus manos el «Kölnische Volkszeitung» en el que se anunciaba la publicación misionera de los salvatorianos «Der Missionär». Ahí leyó que el objetivo de esta nueva sociedad era difundir y defender la fe católica mediante todos los medios y maneras posibles, en casa y en las misiones. Inmediatamente se puso en contacto con el P. Lüthen en Munich y luego ya todo fue muy deprisa. El 4 de julio se encuentra con el P. Jordan, que sólo 6 meses antes (el 8 de diciembre de 1881) había fundado a los Salvatorianos, y ambos descubren tener la misma vocación y carisma por la misión y el trabajo apostólico y que la mano de la Divina Providencia les había unido. Teresa quedó sorprendida por la persona del Fundador: «¡Se quedó con nosotras 3 días! Difícilmente podría aguardarme una alegría más grande. Me dio la impresión de un ferviente y verdadero apóstol. Me pareció un santo mandado por Dios mismo».
El resultado de este mutuo sentir, y una vez superadas un sin fin de dificultades y pruebas, fue la Fundación en Tívoli (cerca de Roma) el 8 de diciembre de 1888 de la Congregación de las Hermanas del Divino Salvador. Teresa en adelante sería María de los Apóstoles. El 25 de marzo de 1889 emitía públicamente sus votos perpetuos y Jordan la designó Superiora General. La Comunidad de las Salvatorianas creció rápidamente: En 1892 había 50 Hermanas en Tívoli y el informe de 1900 habla de 120.

Si bien el deseo misionero de la Madre María no pudo ser realidad en su propia persona, pronto sí lo fue en la Congregación, «su fuego fue prendiendo otros fuegos»: En diciembre de 1890 las primeras 3 Hermanas acompañaban a 2 Padres y 2 Hermanos a ASSAM / La India para iniciar la Primera Misión Salvatoriana. Tres años después 5 Hermanas iniciaron otro proyecto misionero en Ecuador. Y en mayo de 1895 otras 3 Hermanas iban a los Estados Unidos. Hoy 1.250 Hermanas trabajan en 30 países repartidos por los 5 Continentes. El 25 de diciembre de 1907, a medianoche, durante la celebración de la liturgia de Navidad, Madre María se fue de Roma al Cielo. Pasado un corto tiempo y desde fuera de la comunidad fueron llegando reconocimientos de su santidad. La devoción hacia ella crecía. El Papa Pablo VI beatificó a la Madre María de los Apóstoles el 13 de Octubre de 1968 destacando durante su homilía «su espíritu misionero en un tiempo en que no había mujeres misioneras». El gran amor de la Madre María por las misiones y su espíritu apostólico siguen encendiendo hoy los corazones de muchas mujeres y hombres salvatorianos alrededor del mundo.

Fernando López, SDS en Amsala, revista de la Asociación Misionera Salvatoriana para Latinoamérica, nº 47, abril de 2008, pp 16-17.
fuente: Congregación


Santa Anastasia de Roma

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Santa Anastasia de Roma, mártir
Conmemoración de santa Anastasia, mártir en Sirmio, en Panonia
La Pasión de Santa Anastasia relata que era la hija de un noble romano llamado Pretextato y que tuvo a san Crisógono como consejero y director. Anastasia se casó con el pagano Publio y, durante la persecución de Diocleciano, atendió a los confesores de la fe que se hallaban en prisión, hasta que su marido le prohibió que saliese de casa. Anastasia mantenía correspondencia con san Crisógono, quien se hallaba en Aquilea y, cuando Publio murió, en el curso de un viaje a Persia, su viuda se apresuró a trasladarse a Aquilea para socorrer a los cristianos de aquella ciudad. Después del martirio de santa Agape, Cionía e Irene, también Anastasia fue detenida y trasladada a Sirmio para comparecer ante el prefecto del Ilírico. Mientras estuvo en la prisión, se le apareció con frecuencia santa Teódota para consolarla y alimentarla. Después fue embarcada en un navío, junto con otro cristiano y con numerosos criminales y delincuentes paganos, y abandonada a la deriva en alta mar. Pero de nuevo apareció santa Teódota, que condujo la nave a la costa sin contratiempos, de suerte que todos los paganos se convirtieron. Anastasia fue capturada de nuevo y se la envió a la isla de Palmira, donde se le dio muerte en la hoguera, después de haberla atado, boca arriba, en el suelo, a cuatro estacas. Al mismo tiempo, otros doscientos hombres y setenta mujeres fueron martirizados también.

Estos relatos son enteramente apócrifos. A santa Anastasia se le rindió culto en Roma desde fines del siglo quinto, cuando se inscribió su nombre en el canon de la misa, pero según los datos ciertos que se tienen, nunca tuvo nada que ver con esa ciudad. Su culto se originó en Sirmio, en Panonia, donde tal vez fue martirizada durante la persecución de Diocleciano, aunque no han llegado hasta nosotros detalles ciertos de su vida y de su muerte. Mientras san Genadio fue patriarca de Constantinopla, durante la segunda mitad del siglo quinto, las reliquias de santa Anastasia fueron trasladadas de Sirmio a Constantinopla y ahí se rindió considerable culto a la santa. El aspecto histórico litúrgico más interesante de santa Anastasia es la distinción de que se la conmemorase, en el rito antiguo, en la segunda misa del día de Navidad.

En Roma, al pie de la colina del Palatino y cerca del Circo máximo, habia una iglesia del titulus Anastasiae. Había sido construida en el siglo cuarto, se la llamaba de santa Anastasia y tuvo considerable importancia, puesto que en esa iglesia cantaba el Papa la segunda misa del día de Navidad. Durante el siglo sexto y todavía después, aquella misa era propia de Santa Anastasia. La extraordinaria importancia litúrgica que se dio a aquella mártir, debida a las condiciones imperantes en Roma en los siglos quinto y sexto, quedó luego reducida a una simple conmemoración en la Misa de la Aurora, luego desapareció, con la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II. No existe, al parecer, ninguna tradición en la que se mencione que santa Anastasia haya sido martirizada un 25 de diciembre. En la actualidad, los griegos celebran su fiesta el día 22, la veneran como una megalomártir (es decir, dentro de los «grandes mártires») y como abogada y remediadora de los que sufren los efectos de algún veneno.

 Passio S. Chrysogoni, Passio S. Theodotae, etc. También hay una versión griega que sólo existe en manuscrito. En el Etude sur le Légendier romain, de Delehaye, pp. 151-171. (ver los Etudes, textes, découverts, 1913, pp. 328, 391 y 392, de Dom Morin). Duchesne en Mélanges d'archéologie et d'histore, vol VII (1887) , pp. 387-413; a J.P. Kirsch, en Die römischen Titelkirchen (1918), pp. 18-23; a Lanzoni en Titoli presbiterali (1925), pp. 11-12 y 58-59.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI



Santa Eugenia de Roma

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Santa Eugenia, mártir
En Roma, en el cementerio de Aproniano, de la vía Latina, santa Eugenia, mártir.
Aunque la santa Eugenia que celebramos hoy fue una virgen y mártir romana auténtica, su nombre se hizo más famoso por la narración que se nos ha transmitido en la colección medieval conocida como «Leyenda Dorada» (o «Legenda aurea», en latín), y que cuenta una historia que carece de relación con la santa original. Sin embargo, tanta difusión ha tenido la leyenda que, así sea para rechazar su vinculación con la santa, es bueno repasar a cuál nos referimos:

Eugenia, la noble virgen, era hija de Felipe, duque de Alejandría, quien gobernaba toda la tierra de Egipto en nombre del emperador de Roma. Cierto día, Eugenia salió ocultamente del palacio de su padre, acompañada por dos servidores (los santos Proto y Jacinto) y, con los atavíos, el porte y los hábitos de un hombre, se refugió en una abadía, donde llevó una existencia tan santa y ejemplar, que no pasó mucho tiempo sin que se le diera el cargo de abad. Y sucedió que ninguno de los monjes a su cargo sabía que el abad era una mujer y, sin embargo, una dama lo acusó formalmente de adulterio ante el juez, que era el padre de la acusada. Eugenia fue inmediatamente arrojada en la prisión, en espera del juicio que la condenaría a muerte. Pero la noble virgen se las arregló para hablar largamente con el juez, su padre, hasta que lo convirtió a la fe de Jesucristo. Entonces le descubrió que era una mujer, se dio a conocer como su hija y le recriminó que la tuviese encarcelada por un crimen que no podía haber cometido. En cuanto se aclararon las cosas, la dama que había formulado la falsa acusación ardió con el fuego del infierno junto con todos sus cómplices. El juez, padre de Eugenia, llegó a ser un santo obispo y, mientras cantaba misa, fue degollado por la fe de Jesucristo. Además, la dama Claudia (madre de Eugenia) y todos sus hijos, se trasladaron a Roma para enseñar la doctrina. Fueron muchas las gentes comunes convertidas por ellos, mientras que Eugenia conquistaba innumerables doncellas para el servicio de Dios. La dicha Eugenia fue atormentada de muy diversas maneras y al fin, la espada consumó su martirio. Así ofreció su propio cuerpo a Nuestro Señor Jesucristo, qui est benedictus in saecula saeculorum, Amen.

La leyenda de la mujer-monje acusada de un pecado imposible para su condición femenina se contaba en el medioevo de varias santas (santa Marina, santa Reparada, y otras), constituyendo un tema repetitivo del folclore de raíz cristiana. Aunque no tiene ninguna relación con la historia real de la santa, peromite explicar los rasgos propios de la iconografía y la devoción popular. Debe notarse que aunque la historia sea ficticia, algunos de sus personajes son tan reales como la propia Eugenia; por ejemplo, las tumbas de los santos Proto y Jacinto están ubicadas cerca de la de Eugenia, lo que ayuda a entender cómo fueron a parar a la narración.

Sobre la tumba de la santa, en el cementerio de Aproniano, se construyó una basílica en su honor, que fue restaurada en el siglo VIII. La santa está representada en mosaicos de Rávena, Nápoles y Grecia. En la actualidad, las reliquias de la mártir están en la iglesia romana de los Santos Apóstoles.

Patrología Latina, de Migne, vol. XXI y LXXIII, y la adaptación de Metafrasto, en Patrología Griega, de Migne, vol. CXVI, pp. 609-652. En su Etude sur légendier romain (1936), pp. 171-186.



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