sábado, 26 de diciembre de 2015

Santa Vicenta María López y Vicuña - San Dionisio de Roma - San Zenón de Mayuma - San Zósimo de Roma 26122015

Santa Vicenta María López y Vicuña

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Santa Vicenta María López Vicuña, virgen y fundadora
En Madrid, en España, santa Vicenta María López Vicuña, virgen, que fundó y propagó el Instituto de Hijas de María Inmaculada, para que cuidaran del cuerpo y del alma de las jóvenes que, por razón del servicio doméstico, se encontraban alejadas de sus familias.
Fragmento dedicado a la santa en la homilía de la misa de canonización, por SS el papa Pablo VI, el 25 de mayo de 1975. Puede leerse el texto completo en el sitio del Vaticano. En Butler-Guinea (Tomo IV, pág. 622-23) hay una biografía breve, con los datos sustanciales.
Vicenta María López y Vicuña nació en las nobles y cristianas tierras de Navarra, el día 24 de marzo de 1847, para morir en los umbrales de este siglo. Trascurrió una juventud serena, durante la cual fueron madurando en ella los frutos de una esmerada educación cristiana, en la que dejó huellas inconfundibles el ambiente familiar: la madre, un tío sacerdote, una tía religiosa. ¡Oh! Nunca ponderaremos bastante la importancia formativa del núcleo familiar; esa labor ejemplar, insustituible, de siembra y cultivo de conocimientos y virtudes. Y Dios bendice con predilección a las familias auténticamente cristianas; son ellas, por su parte, la mejor cantera de vocaciones para el servicio de la Iglesia. En España tenéis, a este respecto, una tradición espléndida, gloriosa, fecunda. Os recordamos esto ahora, amadísimos hijos, porque abrigamos la esperanza de que el Año Santo se distinga también por un despertar de las vocaciones, por «un incremento numérico de aquellos que sirven a la Iglesia con particular dedicación de su vida, es decir, de los sacerdotes y religiosos» (Apostolorum Limina, IV).

Nuestra Santa es muy joven aún, cuando oye en sus adentros la llamada divina. No fue una decisión fácil de realizar. Con sencillez v dulzura, con sacrificio y caridad logra verse liberada de la perspectiva que le ofrece una vida en el mundo tranquila, acomodada, halagadora. En la fiesta de la Santísima Trinidad de 1876 recibe el hábito religioso junto con dos compañeras; nace así la congregación de las Religiosas de María Inmaculada; una familia que tiene por misión la santificación personal de sus miembros y la ayuda a las jóvenes que trabajan fuera de sus propios hogares. A esas jóvenes, rodeadas con frecuencia de no pequeñas dificultades y peligros, Vicenta María entrega su vida entera. Al poner en la balanza el futuro de su vocación, podrá decir: «¡Las chicas han vencido!». Y a ellas se dará sin reservas, para hacerles encontrar un hogar acogedor, donde hallen una voz amiga, la palabra alentadora v desinteresada, el calor de un corazón, donde descubran la riqueza inmensa humano-divina de sus vidas, el secreto de los valores perennes, de la paz interior y donde, a la vez, aprendan a promoverse integralmente, para hacerse cada vez más dignas ante Dios y realizarse mejor como jóvenes.

¡De qué maravillosas intuiciones es capaz quien ama de veras! ¡Qué fina pedagogía sabe aplicar quien habla ese lenguaje sublime que se aprende en el corazón de Cristo! Nuestra Santa tenía ya una experiencia personal en este apostolado específico. Sus mismos familiares de Madrid la habían puesto en contacto con esa clase trabajadora, tan necesitada. El deseo de entregarse a Dios hace lo demás. Ella misma siente en su alma la exigencia insaciable de renuncia genuina, deliberada, amorosa, que se le pide al discípulo de Cristo «para gloria de Dios más palpable. Más pobreza. Más mortificación de mis naturales inclinaciones. Mucho peligro de sufrir desprecios. ¡Cuántos la vituperarán! Continuo esfuerzo, continuo sacrificio. Necesidad de la época». Son éstos precisamente los motivos que la impulsan a hacer la fundación, según ella misma ha dejado escrito (Cfr. Escritos de la fundadora, Cuaderno t. f. 80 r. O. c. 124-130). A pesar de su muerte prematura, a los cuarenta y tres años, no sin sufrimientos físicos y sobre todo morales -¡la cruz es la compañera inseparable de los Santos!-, la madre Vicuña vio aprobada su Obra por la Santa Sede; tenía ya casas repartidas por España y estaba ilusionada con fundar en Buenos Aires. La congregación se abría así a todos los horizontes de la Iglesia, como lo está hoy con numerosas comunidades esparcidas por Europa, América, Africa y Asia.

Recordamos bien cuando fue beatificada por nuestro venerable predecesor Pío XII en el anterior Año Santo. Y en este Año Santo, que coincide además con el Año Internacional de la Mujer, podríamos preguntarnos: ¿qué mensaje trae Santa Vicenta María para la Iglesia y para el mundo de nuestro tiempo? Al iniciar el ciclo de beatificaciones de este Año Santo con María Eugenia Milleret decíamos que «la santidad, buscada en todos los estados de vida, es la promoción más original y más llamativa a Ia que pueden aspirar y acceder las mujeres». Santa Vicenta María ha sentido, imperioso, el reclamo de la caridad hecha servicio, algo que le está invitando a prodigar su atención hacia la mujer, sobre todo la joven, necesitada de cuidados religiosos, de asistencia social, de la auténtica sublimación cristiana, en una palabra, de promoción en el sentido más completo y elevado del término. Una tarea que, con las diversas modalidades que van presentando los tiempos, constituye también una exigencia importante del mundo actual. El carisma de la fundadora tiene así en nuestra época una vivencia singular.


fuente: Vaticano



San Dionisio de Roma

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San Dionisio, papa
En Roma, en el cementerio de Calixto, en la vía Apia, san Dionisio, papa, el cual, después de la persecución bajo el emperador Valeriano, consoló con piadosas cartas y con su presencia a los hermanos y a los afligidos, con dinero redimió de los sufrimientos a los cautivos, y enseñó a los ignorantes los principios de la fe, brillando en toda virtud.
Con el antecesor de Dionisio, san Sixto II, la persecución llegó a extremos de crueldad; tanto que a partir del 258, cuando es martirizado san Sixto, la sede romana quedará vacante por casi un año: no encuentra la Iglesia manera de reorganizarse. Sin embargo el emperador Valeriano es traicionado por los suyos, y asesinado por los persas en el 259. En el 260 llega al trono del imperio Galieno, que gobernará por el mismo período que el nuevo papa, Dionisio, es decir, del 260 al 268. Período pacífico y de resurgimiento de la Iglesia

El nuevo emperador devolvió el sosiego a los cristianos con su Edicto de tolerancia, proporcionándoles, incluso, lugares para el culto. Y a partir del 22 de julio, tuvo Roma un nuevo obispo: Dionisio, un sacerdote que hasta entonces se había distinguido por su celo y sabiduría. Lo más apremiante era reorganizar la Iglesia local: Dionisio fortaleció la estructura presbiterial, acentuando el papel de los presbíteros sobre el de los diáconos. Y también era urgente reanudar los contactos con las demás Iglesias de África y de Asia. El obispo de Roma escribió a todos una carta volviendo a concretar y definir la posición romana acerca de la validez del bautismo de los herejes y sobre la doctrina de la Santísima Trinidad.

Precisamente, en relación con esta cuestión, un sacerdote de Alejandría acababa de denunciar a su obispo, el patriarca -también llamado Dionisio- que había interpuesto sus buenos oficios en el conflicto entre Esteban y Cipriano. Un sínodo reunido en Roma encontró culpable al patriarca; el papa le dirigió una carta llena de comprensión y delicadeza comunicándole la decisión, y el patriarca de Alejandría le contestó disculpándose y quedó libre de toda sospecha de herejía.

Los bárbaros, en sus incursiones por tierras del Imperio, habían devastado Cesarea de Capadocia. El Santo Padre escribió a la comunidad cristiana así probada expresándole sus sentimientos de compasión y enviándole una importante suma de dinero. Dionisio murió el 26 de diciembre del 268. Pasaría a la Historia como el más notable de los obispos de Roma del siglo III. Fue el papa número 25 de la sucesión petrina, y aunque no fue el primero en morir de causas naturales, fue el primero que no recibió culto litúrgico como mártir. Una curiosidad es que por mucho tiempo los Carmelitas veneraron a san Diosnisio como miembro de su Orden, lo que naturalmente es un anacronismo.


 «Los Papas, de San Pedro a Juan Pablo II», de Jean Mathieu-Rosay, Rialp, Madrid, 1990, pp 50-51. Historia Eclesiástica, Libro VII  y al Liber Pontificalis (Duchesne, vol. I, p. 157).





Oremos 

Dios todopoderoso y eterno, que quisiste que San Dionisio, Papa, presidiera a todo tu pueblo y lo iluminara con su ejemplo y sus palabras, por su intercesión protege a los pastores de la Iglesia y a sus rebaños y hazlos progresar por el camino de la salvación eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

San Zenón de Mayuma

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San Zenón de Mayuma, obispo

Conmemoración de san Zenón, obispo de Mayuma, en Palestina, que edificó una basílica a sus sobrinos mártires Eusebio, Nestabio y Zenón, y hasta el fin de su vida trabajó como tejedor para procurarse el sustento y ayudar a los pobres.


San Zósimo de Roma

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San Zósimo, papa
En Roma, en la vía Tiburtina, junto a San Lorenzo, sepultura del papa san Zósimo.
Elegido en marzo del año 417, Zósimo, un griego ajeno a la mentalidad romana, carecía de las cualidades precisas para continuar la obra de sus predecesores. Aunque tampoco tuvo tiempo para arruinarla. Estaba, sin embargo, lleno de buenas intenciones; él sabía perfectamente que tenía que afirmar, como Siricio e Inocencio, las prerrogativas del papado. Pero así como los papas precedentes habían puesto al servicio de ese objetivo todo su tacto, toda su circunspección y todo su conocimiento de los hombres, el impulsivo Zósimo siguió el procedimiento de echarse el mundo a la espalda.

Nombró a su protegido, Patroclo de Arlés, metropolita de las provincias de Vienne y de Narbona, poniendo así bajo su control todo el clero de la Galia. Si se hubiera tomado la molestia de informarse, se habría enterado de que nadie, en esa región de Europa, quería a aquel ambicioso. De modo que, de un golpe, se granjeó el rechazo de los galos. En África, apelando a decretos de los que nadie había oído hablar, exigió la rehabilitación de Apiario, un sacerdote condenado con toda justicia, de fondo y de forma. Y en cuanto a Pelagio y a Celestio, cuyos evidentes errores ni merecían ser denunciados, estuvieron a punto de convencerle de su estricta ortodoxia. San Agustín se estremeció: ¿llegaría a cometer el papa otro error garrafal? Zósimo, no obstante, terminó condenando a Pelagio y a Celestio en su famosa «Epístola tractoria».

La providencia, felizmente, puso término a «aquel reinado torpe en el que se toleró la intromisión del Estado en los asuntos internos de la Iglesia romana, anegando por un tiempo todo lo que el trabajo silencioso y prudente de sus predecesores había logrado en favor de la independencia de la Iglesia» (E. Caspar). El Papa, 41º en el orden de sucesión de la sede romana, murió el 26 o 27 de diciembre del 418.


fuente: Mathieu-Rosay: Los Papas


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