miércoles, 20 de enero de 2016

Beato Angelo Paoli, religioso presbítero - San Esteban Min Kuk-ka, catequista mártir 20012016

Beato Angelo Paoli, religioso presbítero

fecha: 20 de enero
n.: 1642 - †: 1720 - país: Italia
canonización: 
B: Benedicto XVI 25 abr 2010
hagiografía: Web Los Carmelitas
En Roma, beato Angelo Paoli, sacerdote de la Orden de los Carmelitas de la Antigua Observancia.


Nació el 1 de septiembre de 1642 en Argigliano, anejo entonces del municipio de Fivizzano, hoy de Casola en Lumigiana (Massa). En el bautismo le pusieron el nombre de Francisco. En 1660 recibió la tonsura y las dos primeras órdenes menores. Después de pasar algunos meses con su familia, tomo el habito carmelita en Fivizzano y fue enviado a hacer el noviciado a Siena, donde pronuncio los votos el 18 de diciembre de 1661. Estudio filosofía y teología en Pisa y Florencia y en esta ciudad celebro su primera Misa el 7 de enero de 1667.
Su vida puede dividirse en dos periodos: en su provincia religiosa de Toscana, y en Roma. El primer periodo se caracteriza por frecuentes cambios de residencia: en Argigliano y en Pistoya, en 1675 vuelve a Florencia como Maestro de novicios. Dieciocho meses más tarde se halla de párroco en Corniola y en 1677, diez meses después, es trasladado a Siena y luego a Montecatini en 1680, donde dos años después se le encarga la enseñanza de la gramática a los religiosos jóvenes; pero ese mismo ano le trasladan a Pisa y pocos meses mas tarde a Fivizzano como organista y sacristán. El segundo período se inicia en 1687, cuando el general de la orden lo llama a Roma donde, en el convento de San Martino ai Monti, vivió los treinta y dos años restantes de su vida, primero como Maestro de novicios y luego como ecónomo, sacristán y organista y al mismo tiempo como director del conservatorio para muchachas fundado por Livia Vipereschi.
Durante la primera época de su vida, por doquier había ido dejando a su paso el muy grato recuerdo de un alma sedienta de silencio, de oración, de mortificación, pero sobre todo de un hombre entregado a la caridad espiritual y corporal hacia los enfermos y los pobres, tanto que en Siena le dieron el apelativo de «Padre Caridad». Y siempre hizo honor a este apelativo dondequiera que se hallara, especialmente en Roma donde cuido de los dos hospitales de San Juan (el de hombres y el de mujeres) y fundo el hospicio para convalecientes pobres en la avenida entre el Coliseo y la basílica de San Juan. Su lema fue: «Quien ama a Dios debe buscarlo entre los pobres». Supo también atraer a muchas personas que le imitaron en su atención a los necesitados, como pudo verse sobre todo durante las calamidades públicas de terremotos e inundaciones que se abatieron sobre Roma en los años 1702 y 1703, en una época en la que el fasto de unos pocos contrastaba con la miseria de la mayoría.
Acertó a dar a los ricos muy buenos consejos y ellos le estimaron y le secundaron y emplearon como mediador en sus propias obras de beneficencia. Enseñó a los pobres a ser agradecidos y a encontrar en su humilde condición motivos de perfeccionamiento moral. Fue consejero de príncipes y de otros «grandes» de la Roma de entonces o de los huéspedes ilustres de la ciudad. Cardenales y altos prelados le tenían en gran estima. Rehusó la púrpura que le ofrecieron Inocencio XII y Clemente XI porque -decía- «habría redundado en perjuicio de los pobres a los que no habría podido atender».
Tuvo una confianza plena en la Divina Providencia, a la que solía llamar su «despensa», en la cual nunca falta nada. Esta confianza se vio no pocas veces recompensada con hechos humanamente inexplicables, tales como la multiplicación de cosas sencillas destinadas al alimento de los pobres. Al practicar la caridad, no descuidaba, sin embargo, la justicia: siendo él mismo ejemplo de justa retribución a los obreros, sabía conseguir también que obraran con justicia quienes a veces descuidaban eso. Su unión profunda con Dios la buscaba en la oración solitaria, ya fuese en una cueva como cuando era niño en Argigliano, en los espacios ilimitados del Monte San Peregrino, en los sótanos del convento de Florencia, o en las catacumbas romanas, en su celda o en el corillo de la iglesia de San Martino donde la noche se le pasaba en un santiamén, descansando -solía decir- como san Juan «sobre el pecho de Cristo por medio de la oración». Destacó por su amor a la Cruz que quiso alzar incluso materialmente allá donde le fue posible: entre Argigliano y Minucciano, en el Monte San Peregrino, junto a Corniola, y en Roma tres en el Testaccio y tres dentro del Coliseo. El Señor le dio a conocer algunos sucesos lejanos (como la muerte de Luis XIV y la victoria del Príncipe Eugenio de Saboya en Petrovaradin) o futuros (como su propia muerte y la de otros). Varias personas le atribuyeron señaladas gracias estando él todavía en vida.
Murió el 20 de enero de 1720 y fue sepultado en la iglesia de San Martino ai Monti, donde se encuentra actualmente en la nave izquierda. Tres años después de su muerte se inicio el proceso informativo diocesano en Florencia, Pescia y Roma. El apostólico se desarrollo de 1740 a 1753. La heroicidad de sus virtudes fue reconocida por Pío VI en 1781. Fue beatificado por SS Benedicto XVI el 25 de abril de 2010.
Tomado, con apenas cambios gramaticales, de la página de la Orden Carmelita.
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Estas biografías de santo son propiedad de El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía, referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.org/lectura/santoral.php?idu=4901



San Esteban Min Kuk-ka, catequista mártir

fecha: 20 de enero
n.: 1788 - †: 1840 - país: Corea
canonización: 
B: Pío XI 5 jul 1925 - C: Juan Pablo II 6 may 1984
hagiografía: Abel Della Costa
En Seúl, en Corea, san Esteban Min Kuk-ka, mártir, catequista, que fue decapitado en la cárcel por su fe cristiana.



San Esteban Ming Kuk-ka nació en 1788 en Gyeonggi-do, Corea. De su vida no han quedado más datos que los escasos que nos llegan por el testimonio de su martirio. Sabemos de él que ejercía como catequista de la comunidad cristiana de Seúl, y que era viudo en 1840, es decir, al momento de dar su testimonio, cuando arreciaba la persecución. Fue encarcelado y se le pidió, según costumbre, que apostatara, pero él se negó. No obstante, aunque estaba ya sentenciado, fue dejado en una celda algún tiempo, hasta que el 20 de enero fue decapitado en la propia celda.
Abel Della Costa
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