San Francisco de Sales, obispo y
doctor de la Iglesia
fecha: 24 de enero
fecha en el calendario anterior: 29 de enero
n.: 1567 - †: 1622 - país: Francia
canonización: B: Alejandro VII 1661 - C: Alejandro VII 1665
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
fecha en el calendario anterior: 29 de enero
n.: 1567 - †: 1622 - país: Francia
canonización: B: Alejandro VII 1661 - C: Alejandro VII 1665
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Memoria
de san Francisco de Sales, obispo de Ginebra y doctor de la Iglesia. Verdadero
pastor de almas, consiguió volver a la comunión católica a muchos hermanos que
se habían separado, y con sus escritos enseñó a los cristianos la devoción y el
amor a Dios. Fundó, junto con santa Juana de Chantal, la Orden de la
Visitación, y en Lyon entregó humildemente su alma a Dios el veintiocho de
diciembre de 1622. Fue sepultado en Annecy, en Francia, el día de hoy.
patronazgo: patrono de la
prensa católica, los escritores y periodistas, y los sordos.
refieren a este santo: Beato Juan
Juvenal Ancina, Santa Juana
Francisca Frémiot de Chantal, Santa Luisa de
Marillac, Beata María de
la Encarnación Avrillot
oración:
Señor, Dios nuestro, tú has querido que el santo
obispo Francisco de Sales se entregara a todos generosamente para la salvación
de los hombres; concédenos, a ejemplo suyo, manifestar la dulzura de tu amor en
el servicio a nuestros hermanos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que
vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos
de los siglos. Amén (oración litúrgica).

San Francisco nació en el castillo de Sales, en
Saboya, el 21 de agosto de 1567. Al día siguiente, fue bautizado en la iglesia
parroquial de Thorens, con el nombre de Francisco Buenaventura. San Francisco
de Asís había de ser su patrono durante toda la vida. El cuarto en que nació
san Francisco de Sales se llamaba «el cuarto de San Francisco», porque había en
él una imagen del «Poverello» predicando a los pájaros y a los peces. Francisco
de Sales fue muy frágil y delicado en sus primeros años, debido a su nacimiento
prematuro; pero, gracias al cuidado que tuvo de su salud, se fue fortaleciendo
con los años, de suerte que, si bien nunca fue robusto, pudo desplegar una
enérgica actividad durante su vida. La madre del santo se encargó de su
educación, ayudada por el P. Déage, quien fue tutor de Francisco y le acompañó
en todos los viajes de sus primeros años. Durante su infancia se distinguió por
su obediencia y sentido de responsabilidad, y parece haber sido muy amante de
la lectura. A los ocho años entró al colegio de Annecy donde hizo su primera
comunión. En la iglesia de Santo Domingo (actualmente San Mauricio), recibió la
confirmación y, un año más tarde, la tonsura. Un gran deseo de consagrarse a
Dios consumía al joven, que había cifrado en ello la realización de su ideal;
pero su padre (que al casarse había tomado el nombre de Boisy) tenía destinado
a su primogénito a una carrera secular, sin preocuparse de sus inclinaciones. A
los catorce años, Francisco fue a estudiar a la Universidad de París que, con sus
cincuenta y cuatro colegios, era uno de los grandes centros de enseñanza de la
época. Su padre le había enviado al Colegio de Navarra, a donde iban los hijos
de las familias nobles de Saboya; pero Francisco, que temía por su vocación,
consiguió que consintiera en dejarle ir al Colegio de Clermont, dirigido por
los jesuitas y conocido por la piedad y el amor a la ciencia que reinaban en
él. Acompañado por el P. Déage, Francisco se instaló en el Hotel de la Rosa
Blanca de la calle de St. Jacques, a unos pasos del Colegio de Clermont.
Pronto se distinguió en retórica y en filosofía;
después se entregó apasionadamente al estudio de la teología. Para dar gusto a
su padre, tomó también lecciones de equitación, danza y esgrima, pero sin poner
en ello gran empeño. Cada día estaba más decidido a consagrarse a Dios y acabó
por hacer voto de castidad perpetua, poniéndose bajo la protección de la
Santísima Virgen. Pero no por ello le faltaron las pruebas. Hacia los dieciocho
años le asaltó una angustiosa tentación de desesperación. El amor de Dios había
sido siempre lo más importante para él, y tenía la impresión de haber perdido
la gracia divina y estaba destinado a odiar eternamente a Dios junto con los
condenados. Esa obsesión le perseguía día y noche, y su salud empezó a
resentirse. Finalmente, un acto heroico de amor de Dios le salvó de la
tentación: «¡Señor -gritó el santo-, haz que jamás blasfeme yo de Tu nombre,
aun en el caso de que no esté predestinado a verte en el cielo! ¡Y si no he de
amarte en el otro mundo, porque en el infierno los condenados no te alaban,
concédeme que, por lo menos, en esta vida te ame con todas mis fuerzas!»
Inmediatamente después, cuando se hallaba todavía arrodillado ante su imagen
favorita de Nuestra Señora, en la iglesia de St. Etienne des
Grés, recitando humildemente el «Acordáos», el temor y la desesperación se
esfumaron y una gran paz invadió su alma. Esta prueba le enseñó a comprender y
tratar con bondad a quienes sufrían las tentaciones y dificultades
espirituales.
A los veinticuatro años, Francisco obtuvo el doctorado
en leyes en Padua, y fue a reunirse con su familia en el castillo de Thuille, a
orillas del lago de Annecy. Allí llevó durante dieciocho meses, por lo menos en
apariencia, la vida ordinaria de un joven de la nobleza. El padre de Francisco
tenía gran deseo de que su hijo se casara cuanto antes y había escogido para él
a una encantadora muchacha, heredera de una de las familias del lugar. Sin embargo,
el trato cortés, pero distante, de Francisco hicieron pronto comprender a la
joven que éste no estaba dispuesto a secundar los deseos de su padre. El santo
declinó, por la misma razón, la dignidad de miembro del senado que le había
sido propuesta, a pesar de su juventud. Hasta entonces Francisco sólo había
confiado a su madre, a su primo Luis de Sales y a algunos amigos íntimos, su
deseo de consagrarse al servicio de Dios. Pero había llegado el momento de
hablar de ello con su padre. El Sr. de Boisy lamentaba que su hijo se negara a
aceptar el puesto en el senado y que no hubiese querido casarse, pero ello no
le había hecho sospechar, ni por un momento, que Francisco pensara en hacerse
sacerdote. La muerte del deán del capítulo de Ginebra hizo pensar al canónigo
Luis de Sales en la posibilidad de nombrar a Francisco para sustituirle, lo
cual haría menos duro el golpe para el padre del santo. Con la ayuda de Claudio
de Granier, obispo de Ginebra, pero sin consultar a ningún miembro de la
familia, el canónigo explicó el asunto al Papa, quien debía hacer el
nombramiento y, a vuelta de correo, llegó la respuesta del Sumo Pontífice que
daba a Francisco el puesto. Este quedó muy sorprendido ante la dignidad con que
le distinguía el Papa, pero se resignó a aceptar ese honor que no había
buscado, con la esperanza de que su padre accedería así más fácilmente a su
ordenación. Pero el Sr. de Boisy era un hombre muy decidido, con el principio
de que sus hijos debían una obediencia absoluta a sus deseos, y Francisco tuvo
que recurrir a toda su respetuosa paciencia y su poder de persuasión para
convencerle de que debía ceder. Por fin vistió la sotana el día mismo en que
obtuvo el consentimiento de su padre, y fue ordenado sacerdote seis meses
después, el 18 de diciembre de 1593. A partir de ese momento, se entregó al
cumplimiento de sus nuevos deberes con un celo que nunca decayó. Ejercitaba los
ministerios sacerdotales entre los pobres, con especial cariño; sus penitentes
predilectos eran los de cuna humilde. Su predicación no se limitó a Annecy
únicamente, sino a muchas otras ciudades. Hablaba con palabras tan sencillas,
que los oyentes le escuchaban encantados, pues no había en sus sermones todo
ese ornato de citas griegas y latinas tan común en aquellos tiempos, a pesar de
que Francisco era doctor. Pero Dios tenía destinado al santo a emprender, en
breve, un trabajo mucho más difícil.
Las condiciones religiosas de los habitantes del
Chablais, en la costa sur del lago de Ginebra, eran deplorables debido a los
constantes ataques de los ejércitos protestantes, y el duque de Saboya rogó al
obispo Claudio de Granier que mandase algunos misioneros a evangelizar de nuevo
la región. El obispo envió un sacerdote a Thonon, capital del Chablais; pero
sus intentos fracasaron. El enviado tuvo que retirarse muy pronto. Entonces el
obispo presentó el asunto a la consideración de su capítulo, sin ocultar sus
dificultades y peligros. De todos los presentes, el deán fue quien mejor
comprendió la gravedad del problema, y se ofreció a desempeñar ese duro
trabajo, diciendo sencillamente: «Señor, si creéis que yo pueda ser útil en esa
misión, dadme la orden de ir, que yo estoy pronto a obedecer y me consideraré
dichoso de haber sido elegido para ella». El obispo aceptó al punto, con gran alegría
de Francisco. Pero el señor de Boisy veía las cosas de distinta manera, y se
dirigió a Annecy para impedir lo que él llamaba «una especie de locura». Según
él, la misión equivalía a enviar a su hijo a la muerte. Arrodillándose, a los
pies del obispo, le dijo: «Señor, yo permití que mi primogénito, la esperanza
de mi casa, de mi avanzada edad y de mi vida, se consagrara al servicio de la
Iglesia; pero yo quiero que sea un confesor y no un mártir». Cuando el obispo,
impresionado por el dolor y las súplicas de su amigo, se disponía a ceder, el
mismo Francisco le rogó que se mantuviese firme: «¿Vais a hacerme indigno del
Reino de los Cielos?» -preguntó- «Yo he puesto ya mi mano en el arado, no me
hagáis volver atrás». El obispo empleó todos los argumentos posibles para
disuadir al Sr. de Boisy, pero éste se despidió con las siguientes palabras:
«No quiero oponerme a la voluntad de Dios, pero tampoco quiero ser el asesino
de mi hijo permitiendo su participación en esta empresa descabellada. Que Dios
haga lo que su Providencia le dicte, pero yo jamás autorizaré esta misión».
Francisco tuvo que emprender el viaje, sin la bendición de su padre, el 14 de
septiembre de 1594, día de la Santa Cruz. Partió a pie, acompañado solamente
por su primo, el canónigo Luis de Sales, a la reconquista del Chablais. El
gobernador de la provincia se había hecho fuerte con un piquete de soldados en
el castillo de Allinges, donde los dos misioneros se las ingeniaron para pasar
las noches a fin de evitar sorpresas desagradables. En Thonon quedaban apenas
unos veinte católicos, a quienes el miedo impedía profesar abiertamente sus
creencias. Francisco entró en contacto con ellos y les exhortó a perseverar
valientemente. Los misioneros predicaban todos los días en Thonon, y poco a
poco, fueron extendiendo sus fuerzas a las regiones circundantes. El camino al
castillo de Allinges, que estaban obligados a recorrer, ofrecía muchas
dificultades y, particularmente en invierno, resultaba peligroso. Una noche,
Francisco fue atacado por los lobos y tuvo que trepar a un árbol y pérmanecer
allí en vela para escapar con vida. A la mañana siguiente, unos campesinos le
encontraron en tan lastimoso estado que, de no haberle trasportado a su casa
para darle de comer y hacerle entrar en calor, el santo habría muerto
seguramente. Los buenos campesinos eran calvinistas. Francisco les dio las
gracias en términos tan llenos de caridad, que se hizo amigo de ellos y muy
pronto los convirtió al catolicismo. En el mes de enero de 1595, un grupo de
asesinos se puso al acecho de Francisco en dos ocasiones, pero el cielo
preservó la vida del santo en forma casi milagrosa.
El tiempo pasaba y el fruto del trabajo de los
misioneros era muy escaso. Por otra parte, el Sr. de Boisy enviaba
constantemente cartas a su hijo, rogándole y ordenándole que abandonase aquella
misión desesperada. Francisco respondía siempre que si su obispo no le daba una
orden formal de volver, no abandonaría su puesto. El santo escribía a un amigo
de Evián en estos términos: «Estamos apenas en los comienzos. Estoy decidido a
seguir adelante con valor, y mi esperanza contra toda esperanza está puesta en
Dios». San Francisco hacía todos los intentos para tocar los corazones y las
mentes del pueblo. Con ese objeto, empezó a escribir una serie de panfletos en
los que exponía la doctrina de la Iglesia y refutaba la de los calvinistas.
Aquellos escritos, redactados en plena batalla, que el santo hacía copiar a
mano por los fieles, para distribuirlos, formaron más tarde el volumen de las
«controversias». Los originales se conservan todavía en el convento de la
Visitación de Annecy. Así empezó la carrera de escritor de san Francisco de
Sales, que a este trabajo añadía el cuidado espiritual de los soldados de la
guarnición del castillo de Allinges, que eran católicos de nombre pero formaban
una tropa ignorante y disoluta. En el verano de 1595, cuando san Francisco se
dirigía al monte Voiron a restaurar un oratorio de Nuestra Señora, destruido
por los habitantes de Berna, una multitud se echó sobre él, después de
insultarle, y le maltrató. Poco a poco el auditorio de sus sermones en Thonon
fue más numeroso, al tiempo que los panfletos hacían efecto en el pueblo. Por
otra parte, aquellas gentes sencillas admiraban la paciencia del santo en las
dificultades y persecuciones, y le otorgaban sus simpatías. El número de
conversiones empezó a aumentar y llegó a formarse una corriente continua de
apóstatas que volvían a reconciliarse con la Iglesia. Cuando el obispo Granier
fue a visitar la misión, tres o cuatro años más tarde, los frutos de la
abnegación y celo de san Francisco de Sales eran visibles. Muchos católicos
salieron a recibir al obispo, quien pudo administrar una buena cantidad de
confirmaciones, y aun presidir la adoración de las cuarenta horas, lo que
habría sido inconcebible unos años antes, en Thonon. San Francisco había
restablecido la fe católica en la provincia y merecía, en justicia, el título
de «Apóstol del Chablais». Mario Besson, un posterior obispo de Ginebra ha
resumido la obra apostólica de su predecesor en una frase del mismo san
Francisco de Sales a santa Juana de Chantal: «Yo he repetido con frecuencia que
la mejor manera de predicar contra los herejes es el amor, aun sin decir una
sola palabra de refutación contra sus doctrinas». El mismo obispo Mons. Besson,
cita al cardenal du Perron: «Estoy convencido de que, con la ayuda divina, la
ciencia que Dios me ha dado es suficiente para demostrar que los herejes están
en el error; pero si lo que queréis es convertirles, llevadles al obispo de
Ginebra, porque Dios le ha dado la gracia de convertir a cuantos se le
acercan».

Mons. de Granier, quien siempre había visto en
Francisco un posible coadjutor y sucesor, pensó que había llegado el momento de
poner en obra sus proyectos. El santo se negó a aceptar, al principio, pero
finalmente se rindió a las súplicas de su obispo, sometiéndose a lo que
consideraba como una manifestación de la voluntad de Dios. Al poco tiempo, le
atacó una grave enfermedad que le puso entre la vida y la muerte. Al
restablecerse fue a Roma, donde el papa Clemente VIII, que había oído muchas
alabanzas sobre la virtud y cualidades del joven deán, pidió que se sometiese a
un examen en su presencia. El día señalado se reunieron muchos teólogos y
sabios. El mismo Sumo Pontífice, así como Baronio, Belarmino, el cardenal
Federico Borromeo (primo de san Carlos) y otros, interrogaron al santo sobre
treinta y cinco puntos difíciles de teología. San Francisco respondió con
sencillez y modestia, pero sin ocultar su ciencia. El Papa confirmó su
nombramiento de coadjutor de Ginebra, y Francisco volvió a su diócesis, a trabajar
con mayor ahinco y energía que nunca. En 1602 fue a París donde le invitaron a
predicar en la capilla real, que pronto resultó pequeña para la multitud que
acudía a oír la palabra del santo, tan sencilla, tan conmovedora y tan
valiente. Enrique IV concibió una gran estima por el coadjutor de Ginebra y
trató en vano de retenerle en Francia. Años más tarde, cuando san Francisco de
Sales fue de nuevo a París, el rey redobló sus instancias; pero el joven obispo
se rehusó a cambiar su diócesis de la montaña, su «pobre esposa», como él la
llamaba, por la importante diócesis -la «esposa rica»- que el rey le ofrecía.
Enrique IV exclamó: «El obispo de Ginebra tiene todas las virtudes, sin un solo
defecto».
A la muerte de Claudio de Granier, acaecida en el otoño
de 1602, Francisco le sucedió en el gobierno de la diócesis. Fijó su residencia
en Annecy, donde organizó su casa con la más estricta economía, y se consagró a
sus deberes pastorales con enorme generosidad y devoción. Además del trabajo
administrativo, que llevaba hasta en los menores detalles del gobierno de su
diócesis, el santo encontraba todavía tiempo para predicar y confesar con
infatigable celo. Organizó la enseñanza del catecismo; él mismo se encargaba de
la instrucción en Annecy, y lo hacía en forma tan interesante y fervorosa, que
las gentes del lugar recordaban todavía, muchos años después de su muerte, «el
catecismo del obispo». La generosidad y caridad, la humildad y clemencia del
santo eran inagotables. En su trato con las almas fue siempre bondadoso, sin
caer en la debilidad; pero sabía emplear la firmeza cuando no bastaba la
bondad. En su maravilloso «tratado del amor de Dios», escribió: «La medida del
amor es amar sin medida». Y supo vivir sus palabras. Con su abundante
correspondencia alentó y guió a innumerables personas que necesitaban de su
ayuda. Entre los que dirigía espiritualmente, santa Juana
Francisca de Chantal ocupa un sitio especial. San Francisco
la conoció en 1604, cuando predicaba un sermón de cuaresma en Dijón. La
fundación de la Congregación de la Visitación, en 1610, fue el resultado del
encuentro de los dos santos. La «Introducción a la Vida Devota» -la más
conocida de las obras del santo- nació de las notas que el santo conservaba de
las instrucciones y consejos enviados a su prima política, la Sra. de Chamoisy,
que se había confiado a su dirección. San Francisco se decidió, en 1608, a
publicar dichas notas, con algunas adiciones. El libro fue recibido como una de
las obras maestras de la ascética, y pronto se tradujo a muchos idiomas. En
1610, Francisco de Sales tuvo la pena de perder a su madre (su padre había
muerto nueve años antes). El santo escribió más tarde a santa Juana de Chantal:
«Mi corazón estaba desgarrado y lloré por mi buena madre como nunca había
llorado, desde que soy sacerdote». San Francisco había de sobrevivir nueve años
a su madre, nueve años de inagotable trabajo.
En 1622, el duque de Saboya, que iba a ver a Luis XIII
en Aviñón, invitó al santo a reunírseles en aquella ciudad. Movido por el deseo
de conseguir ciertos privilegios para la parte francesa de su diócesis, el
obispo aceptó al punto la invitación, aunque arriesgaba su débil salud en un
viaje tan largo, en pleno invierno. Pero parece que el santo presentía que su
fin se acercaba. Antes de partir de Annecy puso en orden todos los asuntos, y
emprendió el viaje, como si no tuviera esperanza de volver a ver a su grey. En
Aviñón hizo todo lo posible por llevar su acostumbrada vida de austeridad; pero
las multitudes se apiñaban para verle y todas las comunidades religiosas
querían que el santo obispo les predicara. En el viaje de regreso, san
Francisco se detuvo en Lyon, hospedándose en la casita del jardinero del
convento de la Visitación. Aunque estaba muy fatigado, pasó un mes entero
atendiendo a las religiosas. Una de ellas le rogó que le dijese qué virtud
debía practicar especialmente; el santo escribió en una hoja de papel, con
grandes letras: «Humildad». Durante el Adviento y la Navidad, bajo los rigores
de un crudo invierno, prosiguió su viaje, predicando y administrando los
sacramentos a todo el que se lo pidiera. El día de San Juan le sobrevino una
parálisis; pero recuperó la palabra y el pleno conocimiento. Con admirable
paciencia, soportó las penosas curaciones que se le administraron con la
intención de prolongarle la vida, pero que no hicieron más que acortársela. En
su lecho repetía: «Exspectans exspectavi Dominum et intendit mihi, et exaudivit
preces meas, et eduxit me de lacu miseriae et de luto faecis» («Puse toda mi
esperanza en el Señor, y me oyó y escuchó mis súplicas y me sacó del foso de la
miseria y del pantano de la inquidad», salmo 39 (40),2-3). En el último
momento, apretando la mano de uno de los que le asistían solícitamente murmuró:
«Advesperascit et inclinata est jam dies» («Empieza a anochecer y el día se va
alejando», la frase de los peregrinos de Emaús, Lc. 24,29). Su última palabra
fue el nombre de Jesús. Mientras los circunstantes recitaban de rodillas las
letanías de los agonizantes, san Francisco expiró dulcemente, a los cincuenta y
seis años de edad.
La beatificación de san Francisco de Sales fue la
primera llevada a cabo con solemnidad en San Pedro de Roma. La canonización
tuvo lugar en la misma basílica, tres años después. La fiesta del santo se
celebraba el 29 de enero, día de la translación de sus restos al convento de la
Visitación de Annecy, aunque en la reforma litúrgica se ha movido al 24 de
enero, aniversario de su sepultura. En 1877 fue declarado Doctor de la Iglesia,
y el Papa Pío XI le nombró patrono de los periodistas. Cuando san Francisco
murió, un sacerdote llamadoVicente de Paul vivía
en París. El santo obispo le había confiado el cuidado del primer convento de
la Visitación. San Vicente dijo de san Francisco: «El siervo de Dios se
conformaba de tal modo al molde que Dios le había fijado, que muchas veces me
pregunté admirado cómo una criatura podía alcanzar tan alto grado de
perfección, dada la fragilidad de nuestra naturaleza... Meditando sus palabras
me he sentido tan lleno de admiración, que creo que Francisco de Sales es el
hombre que ha reproducido más fielmente sobre la tierra el amor del Hijo de
Dios». Algunas personas, considerando que el santo era demasiado indulgente con
los pecadores, se lo dijeron francamente cierta vez. El obispo respondió: «Si
existiera una virtud más alta que la bondad, Dios nos la habría enseñado. Pues
bien, a nada nos exhortó tanto Jesucristo como a ser mansos y humildes de
corazón. ¿Por qué os oponéis a que obedezca al mandato de mi Señor? ¿Quién
mejor que Dios puede indicarnos el camino en este punto?» La ternura de san
Francisco se mostraba especialmente con los apóstatas y los pecadores. Cuando
esos pródigos volvían a la casa paterna, el santo les acogía con la bondad de
un padre, diciéndoles: «Dios y yo estamos dispuestos a ayudaros. Todo lo que os
pido es que no desesperéis; del resto yo me encargo». Su solicitud por ellos se
extendía también a sus dificultades materiales, y les abría su bolsa tan
ampliamente como su corazón. Como algunos murmurasen de que eso alentaba a los
pecadores en sus malos hábitos, el santo respondió: «¿No forman acaso parte de
mi grey? ¿O acaso el Señor no derramó su sangre por ellos? Estos lobos se
transformarán en mansos corderos y un día valdrán más ante los ojos de Dios que
todos nosotros. Si Dios no hubiese usado de misericordia con Saulo, san Pablo
no hubiera existido».
Existe un material inmenso sobre la vida de san
Francisco de Sales. En el siglo XVII aparecieron numerosas biografías, dos de
ellas, apenas un par de años después de la muerte del santo. Sus propias obras,
especialmente sus cartas, constituyen una mina inagotable de información. Ver
la gran edición de Annecy, preparada por las religiosas de la Visitación, bajo
la dirección del benedictino inglés Dom Mackey, y más tarde, bajo la dirección
del P. Navatel y otros. L'esprit de St. François de Sales, de Mons. Camus,
alcanzó inmensa popularidad desde la primera edición en 1641, y ha sido
traducido a muchos idiomas; ver también St. Francis de Sales (1937) de M.
Mueller. Las más completas biografías modernas son la del P. Hamon y la de
Mons. W. G. Trochu. Existe un estudio en francés sobre San Francisco de Sales,
Maestro de Perfección, del canónigo J. Leclercq (1948). En español hay una
edición de «Obras Selectas», editadas por F. de la Hoz en BAC, Madrid, 1953. La
preciosa «Introducción a la vida devota» puede leerse completa en línea en Mercabá.
fuente: «Vidas
de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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o última modificación relevante: ant 2012
Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía,
referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.org/lectura/santoral.php?idu=298
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