San Gaudencio de Novara, obispo
fecha: 22 de enero
†: c. 418 - país: Italia
canonización: pre-congregación
hagiografía: Abel Della Costa
†: c. 418 - país: Italia
canonización: pre-congregación
hagiografía: Abel Della Costa
En la ciudad de Novara, en la Liguria, san Gaudencio,
a quien se considera el primer obispo de esta sede.
refieren a este santo: San Lorenzo de
Novara

De
san Gaudencio, primer obispo de Novara, se conserva una «Vita» escrita algunos
siglos más tarde, posiblemente cuando el culto del santo fundador de la
diócesis estaba establecido; por lo cual no se trata tanto de una biografía
cuanto de una exaltación de sus virtudes, con apenas base documental en el
sentido en que satisfaría hoy un criterio historiográfico. Pese a estas
limitaciones, puede recogerse algunos datos a grandes rasgos: parece ser
oriundo de Istria, y era aun pagano cuando se trasladó a Vercelli. Allí conoció
al gran obispo san Eusebio,
que fue el medidador de su conversión, y quien le confirió las órdenes
sagradas.
Novara era aun un territorio de misión, que iba
saliendo del paganismo poco a poco. Gaudencio se trasladó allí como ayudante de
un sacerdote, y llevó una vida austera y de recogimiento. Pertenecía al círculo
del clero no arriano, seguidor, como vimos, de san Eusebio, y amigo también de
san Ambrosio. Precisamente el sucesor de éste, Simplicio, teniendo que crear
una nueva división territorial, escogió y consagró a Gaudencio en el 397 o 398
como obispo de la nueva diócesis de Novara, sin que falten en la narración de
su vida los signos celestiales que confirman el acierto de la elección.
Poco sabemos de su episcopado, que duró veinte años,
hasta su muerte, en el 418, excepto que lo ejerció con prudencia pastoral y
bondad, que vivía en comunidad con su clero, sujetos a una regla. Su fecha de
muerte se desconoce: unas tradiciones hablan del 22 de enero y otras del 3 de
agosto, aunque estas podrían ser también alguna de las traslaciones de sus
reliquias. Fue sepultado fuera de los muros de la ciudad, en un lugar en el que
en el siglo VI se construyó una basílica dedicada a los apóstoles. En el siglo
VII, cuando ya estaba establecido el culto, la basílica tomó el nombre de san
Gaudencio, y quedó al cuidado de una comunidad de canónigos. En 1553 sus restos
fueron llevados al interior de la ciudad, a la basílica de san Vicente, que
tomó luego el nombre del santo obispo, y es hoy la magnífica catedral.
Ver Acta Sanctorum, enero II, pág. 417ss. El sitio web de la diócesis trae también algunos pocos
datos documentales.
Abel
Della Costa
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Estas biografías de santo son propiedad de El Testigo
Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo como fuente,
es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino que siempre se
corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía, referirla con el nombre
del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.org/lectura/santoral.php?ids=278
San Anastasio, monje mártir
fecha: 22 de enero
n.: c. 600 - †: 628 - país: Irak-Irán
otras formas del nombre: Magundat
canonización: pre-congregación
n.: c. 600 - †: 628 - país: Irak-Irán
otras formas del nombre: Magundat
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En Sergiopolis, ciudad de Persia, pasión de san
Anastasio, monje y mártir, el cual, después de muchos tormentos que sufrió en
la ciudad de Cesarea de Palestina, fue ahogado y luego decapitado junto a un
río por orden de Cosroes, rey de los persas, tras haber presenciado la muerte
de setenta compañeros.
patronazgo: patrono de los orfebres, protector contra dolores
de cabeza y obsesiones.

La Cruz de Jesucristo, llevada a Persia por Cósroes,
el año 614, después del sitio y saqueo de Jerusalén, siguió obteniendo
victorias. El trofeo visible de una de ellas fue san Anastasio, un joven
soldado del ejército persa que se llamaba Magundat. Al saber que el rey había
traído la Cruz desde Jerusalén, Magundat comenzó a informarse sobre la religión
cristiana. Las verdades de la fe le impresionaron de tal modo que, al volver a
Persia después de una expedición, abandonó el ejército y se retiró a
Hierápolis. Allí se alojó en casa de un herrero, cristiano persa muy devoto,
con el que hacía frecuentemente oración. Las imágenes sagradas que el herrero
le mostraba, le impresionaban profundamente, y le daban ocasión de instruirse
más y de admirar el valor de los mártires, cuyos sufrimientos estaban
representados en las iglesias. Pasó después a Jerusalén, donde fue bautizado
por el obispo Modesto, y recibió el nombre cristiano de Anastasio (es decir,
Resucitado), para recordarle, según el significado de la palabra griega, que
había resucitado de entre los muertos a una vida espiritual. Para cumplir
plenamente sus votos y obligaciones bautismales, Anastasio solicitó ser
recibido en un convento de Jerusalén. El abad le ordenó que estudiase el griego
y aprendiese de memoria el salterio; después, le cortó los cabellos y le
concedió el hábito monacal en el 621.
Los primeros pasos en la vida monástica del futuro
mártir no fueron fáciles. El demonio le asaltó con toda especie de tentaciones,
recordándole las prácticas supersticiosas que su padre le había enseñado.
Anastasio se defendió, manifestando a su confesor todas sus dificultades e
insistiendo en la oración y el cumplimiento de sus obligaciones. Movido de un
gran deseo de dar su vida por Cristo, Anastasio pasó a Cesarea, que se hallaba
entonces bajo el dominio persa. Habiendo atacado audazmente los ritos y
supersticiones de la religión de sus paisanos, fue aprehendido y llevado ante
el gobernador Marzabanes, a quien declaró que era persa de nacimiento y que se
había convertido al cristianismo. Marzabanes le condenó a ser encadenado por el
pie a otro criminal, a llevar una cadena desde el cuello hasta el otro pie, y a
transportar piedras. Más tarde, el gobernador le mandó llamar nuevamente, pero
no pudo conseguir que Anastasio abjurase de la fe. El juez le amenazó con
escribir al rey si no cedía, a lo cual respondió el santo: «Escribe a quien
quieras; yo soy cristiano, y no me cansaré de repetirlo; soy cristiano». El
juez le sentenció a ser apaleado. Los verdugos se preparaban a atarle en el
suelo, pero el santo declaró que se sentía con valor suficiente para resistir
el suplicio sin que le atasen. Simplemente, pidió permiso de quitarse su hábito
de monje, para que no fuese tratado con el desprecio que sólo su cuerpo
merecía. Quitándose, pues, el hábito, se tendió en el suelo y permaneció
inmóvil durante la tortura. El gobernador le amenazó nuevamente con informar al
rey sobre su obstinación. Anastasio respondió: «¿A quién debo temer: a un
hombre mortal, o al Dios que hizo todas las cosas de la nada?» El juez le
repitió que sacrificase al fuego, al sol y a la luna. El santo replicó que
nunca reconocería como dioses a las criaturas que Dios había hecho para el
servicio del hombre. El gobernador le mandó nuevamente a la prisión.
El abad de Anastasio, al recibir la noticia de su
martirio, le envió dos monjes y ordenó que se hicieran oraciones por él. El
santo, que pasaba el día acarreando piedras, tenía todavía fuerzas para emplear
gran parte de la noche en la oración. Uno de sus compañeros le sorprendió
orando y se maravilló al verle reluciente, como un espíritu glorioso y rodeado
de ángeles, y llamó a otros presos para mostrárselo. Anastasio estaba
encadenado a un malhechor condenado por un crimen público. Para no molestarle,
el santo oraba con la cabeza inclinada y con el pie junto al de su compañero.
Marzabanes hizo saber al mártir que el rey estaba dispuesto a contentarse con
una simple abjuración oral, y que el santo quedaría después en libertad de
elegir entre la corte o el convento. El gobernador le hacía notar que podía
guardar en su corazón su fe en Jesucristo, ya que bastaba con que renunciase a
Él de palabra en su presencia, en forma totalmente privada, «de suerte que no
sería una gran injuria a Jesucristo». Anastasio contestó que jamás
representaría la comedia de renegar de Dios en apariencia. Entonces, el
gobernador le dijo que tenía orden de enviarle encadenado a Persia para
comparecer ante el rey. «No es necesario que me encadenes -replicó el santo-,
que yo iré voluntaria y gozosamente a sufrir por Cristo». El día señalado, el
mártir partió de Cesarea con otros dos prisioneros cristianos, seguido por uno
de los monjes que su abad había enviado. Dicho monje fue quien escribió más
tarde las actas de su martirio.
Una vez llegados a Betsaloe de Asiria, cerca del
Eufrates, donde se hallaba el rey, los prisioneros fueron encerrados en un
calabozo, mientras llegaba la orden de comparecer ante el soberano. Un legado
del rey fue a interrogar al santo, quien respondió así a sus magníficas
promesas: «Mi pobre hábito religioso es una prueba de que desprecio de todo
corazón las vanas pompas del mundo. Los honores y riquezas que me ofrece un rey
que morirá pronto, no me tientan». Al día siguiente, retornó el legado e
intentó doblegar al santo con amenazas, pero éste le dijo tranquilamente:
«Señor, no gastéis inútilmente vuestro tiempo conmigo. Por la gracia de Cristo
espero permanecer inconmovible. Haced, pues, vuestra voluntad sin tardanza». El
legado le sentenció a ser apaleado a la manera persa. El castigo se repitió
durante tres días; al tercer día el juez ordenó que tendieran de espaldas al
mártir y que descargaran sobre él una pesada plancha sobre la que se hallaban
dos soldados. El cuerpo del mártir fue macerado hasta los huesos. El legado de
Cósroes, admirado ante la paciencia y tranquilidad del santo, fue a informar
nuevamente al soberano. Durante la ausencia del legado, el carcelero, que era
cristiano, pero carecía del valor suficiente para renunciar a su cargo, dejó
entrar a la prisión a cuantos lo deseaban. Los cristianos acudieron al punto;
todos querían besar los pies y las cadenas del mártir y conservar como
reliquias todos los objetos que habían tocado su cuerpo. El santo, confuso e
indignado, trató de impedir esto, pero no lo consiguió. Después de infligirle
nuevos suplicios, Cósroes ordenó finalmente que Anastasio y todos los prisioneros
cristianos fuesen ejecutados. Los dos compañeros de Anastasio y otros sesenta y
seis cristianos fueron estrangulados en su presencia, uno tras otro. Anastasio,
con los ojos fijos en el cielo, dio gracias a Dios por la muerte tan feliz que
le esperaba, y declaró que hubiese deseado un suplicio más largo; pero, viendo
que Dios había reservado para él ese ignominioso castigo de esclavos, lo aceptó
gozosamente. Los verdugos le estrangularon y después le decapitaron.
El martirio tuvo lugar el 22 de enero del año 628. El
cadáver de Anastasio y los de sus compañeros fueron arrojados a los perros,
pero éstos dejaron intacto el cuerpo del mártir. Los cristianos lo recogieron
más tarde y le dieron sepultura en el monasterio de San Sergio, a un kilómetro
y medio del lugar de su martirio. El sitio se llamaba Sergiópolis (actualmente
Rasapha, en Irak). El monje que le había asistido durante su martirio se llevó
consigo el «colobium» del santo, es decir, su túnica de lino sin mangas. Más
tarde, las reliquias de san Anastasio fueron trasladadas a Palestina, después a
Constantinopla, y finalmente a Roma, donde quedaron depositadas en la iglesia
de San Vicente. Esta es la razón por la que los dos mártires son celebrados en
el mismo día.
El séptimo Concilio Ecuménico, Nicea II, reunido
contra los iconoclastas, aprobó el uso de las imágenes de este mártir que se
conservaban y veneraban en Roma junto con su cabeza. Se dice que dichas
imágenes se hallan todavía en la iglesia de los santos Vicente y Anastasio.
El texto griego de la Vida de san Anastasio fue
publicado por H. Usener en 1894; en Acta Sanctorum, 22 de enero, se encontrará
una antigua versión latina. Hefele-Leclercq, Conciles, vol. III, p. 766, ofrece
un breve resumen de los documentos de la cuarta sesión del séptimo Concilio
Ecuménico; el texto completo puede leerse en Mansi, Concilia, vol. XIII, pp.
21-24; Bibl. Hagiográfica Griega, n. 6; Bibl. Hagiográfica Latina, n. 68.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert
Thurston, SI
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Estas biografías de santo son propiedad de El Testigo
Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo como fuente,
es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino que siempre se
corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía, referirla con el nombre
del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.org/lectura/santoral.php?idu=279
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