jueves, 24 de marzo de 2016

CURSO “EL HOMBRE NUEVO” ( LA CREACIÓN ES SALVADA, DENTRO DE MÍ, POR “EL AMOR” (HN-12))

LA  CREACIÓN  ES  SALVADA,  DENTRO  DE  MÍ,  POR  “EL  AMOR”  (HN-12)

Resumamos algunas de las cosas dichas últimamente, antes de continuar con el plan de Dios: Plan que consiste en irnos amasando –con sus manos divinas y a lo largo del tiempo– en lo más interior de cada uno, para irnos salvando de esta forma; como la encarnación que somos de Cristo, en cada hombre.  Resumamos por tanto dos grandes afirmaciones sobre esto:    
*Dios crea, y al crear se mete en la Creación. Y así, al encarnarse y llenar todo con su Amor, es esta misma energía amorosa primigenia (dentro de lo creado) la que salva la Creación.

*Creación-Encarnación-Salvación, son realidades que no se pueden separar; porque se encuentran unas dentro de las otras, con una dinámica común en el tiempo. En efecto, como yo soy creación y Dios se derrama en ella es por lo que Cristo (Dios en el hombre) está conmigo: y como resultado ya siento “un  rumor”, de pasos encarnados en mis adentros. Y es así cómo me amasa Dios, poco a poco y a lo largo del tiempo: cómo amasa Dios todas mis respuestas vitales a las interpelaciones de todo tipo que me llegan durante mi vida; interpelaciones que proceden precisamente de su encarnación en todas y cada una de mis múltiples circunstancias. O sea, es así cómo hace Dios que me vaya creciendo la salvación por dentro; hasta terminar de amasar mi “cuerpo completo de resurrección”.  
Ahora, tras lo resumido y habiendo asumido también todo lo anterior, deberíamos estar ya todos perplejos: pues, ¿cómo es posible que alguien se pregunte todavía, si se salvará o no? Está claro que quien se haga  todavía esta pregunta, como mínimo tiene miopía; porque yo me estoy salvando ya y  ahora, en mi presente y en cada momento. O sea, dentro de cada uno ya se está produciendo la Salvación. Lo que pasa es que además de miopes estamos sordos, pues si nos escucháramos mínimamente por dentro sentiríamos la sonoridad de toda la Creación: no solo la de los pasos del Dios que salva, sino también los de la misma Salvación. Estamos siendo salvados por el Amor, y lo somos en nuestro interior.  
La Creación suena toda, pues es sonora de la presencia de Dios. La Creación, que es Dios que se derrama, no es diferente de Dios; la Creación es Dios en marcha, de Alfa hacia Omega. Y como Dios es Creación, y yo soy creación, Dios es sonoro en mí. Todo vibra con la presencia de Dios, y cuando algo suena en mí es Dios que se acerca. Pero es que yo además de ser creación soy cristiano-creyente, y por tanto no solamente es que Dios suena dentro de mí sino que además creo (de forma explícita y consciente)  que me está salvando: El ruido, el ansia de búsqueda que siento dentro de mí, es Dios que viene; pues ya está trabajando mi “cuerpo” para la eternidad. Dios va amasando todo en mí, con sus manos llenas de amor de Padre y Salvador (día a día, lágrima a lágrima, gozo a gozo... nevada a nevada y atardecer tras atardecer), para que yo desemboque al final –con toda mi “vida” y mis ilusiones– en aquel lugar donde todo es alegría y fiesta. Pero hay una gran dificultad para percibir lo anterior –para que las personas del s. XXI sintamos lo resumido– y es que el hombre de nuestro siglo está ajeno a sí mismo; está huido de sí: actualmente solemos saber de todos y de todo, menos la profundidad de nosotros mismos. Si supiéramos escucharnos y mirarnos por dentro, no solo veríamos la Creación viva (al sentir como resuenan dentro de nosotros todos los árboles y toda la creación) sino también a Dios empujándola (desde dentro) hacia el bien y la salvación. Dios empuja todo hacia una tierra nueva y un cielo nuevo donde pueda caber Dios completamente, ya que ahora todavía no cabe.

¿Y todo esto cómo sucede dentro de mí, cuándo y cómo me salva Dios? ¿Es sólo en la meditación matutina, en la misa, en la plegaria de la noche...? Estas últimas preguntas son típicas de una religiosidad falsa: lo que Dios salva de mí no son los actos de piedad sino las actitudes religiosas. Lo que nos salva a los humanos es nuestra actitud religiosa ante la Creación: ante Cristo, que metido en ella (en la Creación y dentro de mí) va salvándonos paso a paso. Lo que nos salva es nuestra actitud religiosa ante todo lo creado, pues es por la Creación por donde viene Dios. Y lo creado es: no solo la montaña, la sangre, la célula que muere, el cerebro que no funciona, el titubeo espiritual en que vivo, el atardecer que me emociona, el aleluya de Haëndel que…; sino además todos mis asombros ante lo creado. Todo esto es la Creación, y por todo esto viene Cristo salvando. En efecto, Cristo viene salvando por todo lo creado pero no como dicen algunas religiones de la tierra: que Dios solo salva a los que van a misa, a los que escuchan a un cura que predica bien, a los que repiten rezos y letanías...; y a estos, sin más compromisos ni actitudes religiosas con todo lo encarnado: o sea, sin comprometerse con la Creación y sus criaturas. Según S. Pablo, Cristo se metió en el corazón de la Creación para salvar –punto a punto y paso a paso–; desde dentro de ella y de nosotros. Dios me salva, en lo que soy creación sometida a evolución; como  realidad creada que camina. Dios salva, caminando dentro del tiempo y salvando los frutos de nuestro caminar. Dios salva a través de todo y en todo. Por eso, Dios –que también salva en una oración, en la Eucaristía... –  nos salva básicamente por nuestra actitud religiosa ante la sacramentalidad de todo lo creado. Cristo nos enseñó a no circunscribir las cosas, a no limitarlas ni empequeñecerlas, pues Dios –que está en la Creación–  antes de crear ya tenía el “designio”, ya tenía la “elección”: Dios nos eligió para... Por eso, luego, cuando llega la Creación ya viene poblada de este deseo de Dios. Por esto cuando tú llegas Dios ya te habita todo; y si le dejas trabajar te coge punto por punto, detalle por detalle y los va salvando. ¿Y qué detalles y qué puntos va salvándome?: las lágrimas que vierto, los temblores del alma ante..., el problema que tengo con mi hijo y con..., la alegría que me crece esta tarde por las venas, el atardecer que me conmueve..., la ternura que me crece por el corazón al ver tanto indigente...  Por todo esto viene Dios salvándome, por todo esto está viniendo mi eternidad.

Y debemos resaltar que, en todo lo que venimos diciendo hay una misma música de fondo: Dios es amor. Cuando Dios nos “eligió”, antes de la Creación, precisamente nos eligió por amor; para que  así podamos llegar a ser lo que tenemos que ser (unos salvados). Y este es el mensaje cristiano: Cuando Dios crea, crea por amor porque ama; cuando Dios se encarna en el corazón de la Creación, también se da y se vierte en ella por amor; y cuando Dios nos salva también es por amor. Es decir, la presencia de Dios en la Creación se llama Amor; Dios está empapando y penetrando todas las rendijas de la creación con su amor. Por esto, si pudiéramos intentar aventurar algunas partes en la que no está Dios, solo sería posible intentarlo donde pareciera que no hay amor; porque Dios es amor. Y por tanto, cuando las religiones crean estructuras frías –como andamiajes, donde todo son líneas y cuadrículas rigidizadoras– a estas estructuras no podemos llamarlas religión; o si se prefiere, podemos llamarlas así pero sólo como algo puramente preparatorio y provisional.

Todo lo que es amor es religioso (como religación con lo encarnado), y lo que no es amoroso no es religioso. Dicho de otra forma, lo que hace que una religión sea religión verdadera es el amor. Y por tanto, toda persona que ama es creyente aunque no lo sepa, y toda persona que no ama no lo es aunque crea serlo.  Toda persona que esté en el cogollo de la Creación –que es amor– ama; y toda persona que no ama no está en el cogollo de la Creación, porque este cogollo es Amor.

Estamos en una época de perturbación y andamiajes provisionales en el tema del amor, y esto va siempre contra Cristo –por ser este el cogollo de la Creación– y por tanto contra la misma Creación; y por esto no es una coincidencia, sino un efecto, el que donde hemos estropeado la Creación como nunca también seamos como nunca ateos. La ecología y la presencia de Dios van juntas: ecología es teología. Donde el hombre destruya la Creación –en la que habita Dios– el hombre se hará ateo; y será ateo aunque invoque mucho a Dios y por mucho que diga que tiene visiones. 
Todo se hizo para que Cristo viniera; y Cristo viene dentro de todo lo creado, para que así todo sea salvado. Lo que Cristo toca lo ingresa en la eternidad, y también al revés: cuando Cristo vino la eternidad irrumpió dentro de nosotros; y esta eternidad que va creciendo dentro de nosotros, no lo hace tanto por los hechos religiosos –que son buenos en sí– cuanto por nuestra integración en la Creación: Cuando mato una mariposa sin necesidad, estoy estropeando mi salvación. ¿Lo entendemos, o todavía no?  Cortar un pino sin necesidad tiene importancia, porque la Creación está pensada para el hombre; pero para un hombre que la piense desde la cúspide de la evolución, y como máximo pensante conocido. Por eso el hombre, cuando es como debe ser, se da cuenta que todas las cosas necesitan y desean ser pensadas; pero pensadas bien. Un pino es pino cuando es pensado en mí y en relación con el todo, porque yo soy el pensamiento globalizante del pino. Sucede igual con los miembros del cuerpo de que habla San Pablo, y del cuerpo místico de Jesús. Si alguien me aplastase el dedo gordo del pie, yo no diría: ¡bah este me queda lejos y además el dedo no piensa, no sabe quién es él! Sí que lo sabe. El dedo gordo sabe quién es porque forma parte de mi integridad pensante; y esta integridad sabe que el dedo no puede ser maltratado sin que le afecte a ella. 

Pero no es sólo pensar (aunque pensar sea saberse), pues aun cuando el hombre se sepa y sepa en sí toda la Creación, aún tendrá que dar un paso más: no basta que yo piense las cosas creadas, se trata de pensarlas bien; y pensarlas bien es sentirse solidario con ellas: es amarlas. De la misma forma que mi dedo gordo es pensado en el cuerpo entero –que lo considera suyo y se siente solidario con él–, cuando me lo pisan el que protesta soy yo entero y no mi dedo. Lo curioso es que cuando un hombre ama, piensa bien. Las cosas no se quedan satisfechas sólo con ser pensadas, necesitan ser amadas en el interior de las personas. 

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