Beato
Francisco de Fabriano – 22 de abril
«Primer fundador de bibliotecas de
la orden franciscana. Impulsor de la creación de un convento, bienhechor de los
menesterosos. Sentía especial devoción por la Pasión de Cristo que le afligía
profundamente arrancando sus lágrimas»
21 ABRIL 2016ISABEL ORELLANA VILCHESESPIRITUALIDAD Y
ORACIÓN

Centro De La Ciudad Italiana De Fabriano, (Foto
Parsifall -Wiki Commons CC BY-SA 3.0)
(ZENIT – Madrid).- Nació en Fabriano, Ancona,
Italia, en febrero de 1251. Era hijo de Compagno Venimbeni, médico, y de
Margarita di Federico. Ésta debió haber prometido mediante voto que si tenía un
hijo acudiría a Asís en peregrinación. Y cuando el muchacho tuvo edad de viajar
lo llevó consigo. En este recorrido sucedió un hecho significativo para el
futuro del pequeño. Tuvieron un encuentro con Angelo Tancredi, uno de los discípulos
de san Francisco, quien mirando a los ojos del niño vaticinó: «Tú serás uno de
los nuestros». Fue un hecho que el mismo beato narró en su Cronica Fabrianensis
redactada en 1319.
Impresionada Margarita por estas palabras, se ocupó de
recordar con frecuencia a su hijo que tendría que consagrarse y vincularse a la
Orden franciscana, idea con la que creció. Profesionalmente el joven Francisco
no quiso seguir los pasos de su padre, y en lugar de cursar medicina eligió la
carrera de filosofía. Entre todos los pensadores de la época sintió
predilección por san Buenaventura, al que admiraba. En 1267, a los 16 años,
ingresó en la Orden de los Hermanos Menores. Mientras hacía el noviciado se le
concedió acudir a la Porciúncula donde se hallaba fray León, uno de los
primeros seguidores de san Francisco que moriría en 1271. Él, fray Angelo
Tancredi y fray Rufino fueron artífices de la Leyenda de los tres compañeros,
una de las fuentes capitales para conocer lo que aconteció en torno a la vida
del Poverello. Los textos van precedidos de una carta dirigida al ministro
general de la Orden, Crescentius de Aesio, fechada en Greccio el 11 de agosto
de 1246, que acompaña a las anotaciones tomadas por estos tres discípulos suyos
que fueron testigos de sus pasos. Es decir, que ellos no fueron los autores de
la obra, pero dieron las claves para conocer la vida de san Francisco.
Una vez que san Buenaventura redactó la Leyenda mayor,
reconocida por el capítulo general de París en 1266 (antes había sido aprobada
por el capítulo general celebrado en Pisa en 1263), los restantes relatos
quedaron fuera de la circulación. Pero indudablemente conocer de primera mano
el devenir del fundador, nada menos que a través de fray León, fascinó al beato
de Fabriano. Incluso tuvo la fortuna de haber leído los escritos de este fiel
seguidor del Seráfico padre, y así lo consignó en la Cronica. «He aquí que yo,
fray Francisco de Fabriano, hermano menor inútil e indigno, hago constar en
este escrito que he leído y he visto autentificado con el sello del señor
obispo de Asís el documento de indulgencia de la Porciúncula… y esto me lo
testimonió fray León, uno de los compañeros de san Francisco, hombre de vida
probada, al que conocí el año que vine [al convento] y fray León narró haber
escuchado de la labios de san Francisco cómo la obtuvo [la indulgencia] de
nuestro señor y papa Honorio III».
En 1268 Fabriano culminaba su noviciado en el convento
de porta Cervara, y justo ese año falleció el padre Raniero, que había sido
rector de Santa María di Civita y con el que san Francisco se confesó en
algunas ocasiones. También a él le vaticinó –pero en este caso lo hizo el mismo
Poverello–, que un día sería franciscano, como así sucedió. Francisco de
Fabriano impulsó la construcción de un nuevo convento en su localidad natal. Al
poder adquirir el terreno por una cantidad razonable, juzgó que era un milagro
de su fundador que en uno de sus viajes a la localidad había predicho a María,
esposa de Alberico, que un día los frailes se establecerían en el lugar. El beato
Francisco fue nombrado superior de este convento en 1316, y desde 1318 a 1321.
En ese periodo, a propósito de la celebración del segundo capítulo provincial,
solicitó la generosa ayuda de los ciudadanos para atender a todos los hermanos
que participaban en él y que provenían de todas las Marcas, obteniendo su
inmediata respuesta. Como buen franciscano no tenía nada propio. El dinero que
le legó su padre lo invirtió en construir una valiosa biblioteca en la que
custodió importantes manuscritos. De ahí que se le considere el «primer
fundador de bibliotecas» de la Orden franciscana.
De su generosidad sabían bien los menesterosos, a los
que ayudaba preparándoles la comida y distribuyéndola en la puerta del
convento. Vestía una áspera túnica y se infligía duras mortificaciones, apenas
descansaba, y lo poco que dormía lo hacía encima de un duro jergón. Pasaba las
horas prácticamente en oración, meditando en los misterios de la Pasión de
Cristo, por los que sentía especial devoción; le arrancaban amargas lágrimas.
Una gran parte de su tiempo transcurría en el confesionario y en la
predicación, pero también atendía a los enfermos y les ayudaba a prepararse
para un bien morir.
Fue particularmente devoto de las almas del
Purgatorio, por las que oraba y ofrecía sus penitencias. Al respecto se cuenta
que, en una ocasión, mientras oficiaba la misa por ellas, como solía hacer con
frecuencia, aunque la iglesia estaba casi vacía se escucharon muchas voces que
alegremente respondían «Amén» a las oraciones de la antigua liturgia de la misa
de difuntos; se cree que provenían de ellas. En todo caso, cuando celebraba la
misa siempre se podía apreciar el recogimiento y fervor que acompañaba al
beato. Llevaba cuarenta y cinco años en la vida religiosa admirablemente
sellados por su virtud cuando le fue vaticinado el día de su deceso, hecho que
se produjo el 22 de abril de 1322. Pío VI aprobó su culto el 1 de abril de
1775.
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