Santa Juliana, virgen y reclusa
fecha: 5 de abril
n.: 1191/1192 - †: 1258 - país: Bélgica
otras formas del nombre: Juliana de Cornillon, Juliana de Lieja
canonización: Conf. Culto: Pío IX 1869
hagiografía: Santi e Beati
n.: 1191/1192 - †: 1258 - país: Bélgica
otras formas del nombre: Juliana de Cornillon, Juliana de Lieja
canonización: Conf. Culto: Pío IX 1869
hagiografía: Santi e Beati
En el lugar de Fosses, en Brabante,
santa Juliana, virgen de la Orden de San Agustín, que fue priora de
Mont-Cornillon, junto a Lieja, y llevó después vida recluida, en la cual,
fortalecida con gracias especiales, promovió la solemnidad del Cuerpo de
Cristo.

La introducción de la fiesta del Corpus
Christi se debe principalmente a los esfuerzos de la beata Juliana. Nació cerca
de Lieja en 1192, y a los cinco años quedó huérfana, al cuidado de las
religiosas de Monte Cornillon. Era éste un monasterio doble, de religiosos y
religiosas de San Agustín, que se dedicaba a atender a los enfermos,
especialmente a los leprosos. Para evitar que Juliana y su hermana Inés se
contagiaran, la superiora les mandó a una finca de las cercanías de Amercoeur.
Allí las educó con gran cariño la hermana Sapiencia. Inés murió joven, pero
Juliana se convirtió en una muchacha muy estudiosa. Profesaba gran devoción al
Santísimo Sacramento y pasaba horas enteras hojeando los volúmenes de san
Agustín, san Bernardo y otros santos Padres, en la biblioteca. Cosa extraña,
desde los quince o dieciséis años de edad, veía constantemente una especie de
luna dividida por una banda negra. Al principio, temía Juliana que se tratase
de un artificio del demonio para distraerla del estudio; pero poco a poco se
convenció de que la aparición tenía un significado sobrenatural que todavía no
era capaz de comprender. Finalmente tuvo una visión en la que el Señor le
explicó que la luna representaba el año litúrgico con todas las fiestas y que
la banda negra representaba la falta de la fiesta del Santísimo Sacramento que
debía completar el ciclo.
Años más tarde, Juliana tomó el hábito en
Monte Cornillon; pero era desconocida en el mundo y carecía de influencia para
lograr la introducción de la fiesta de Corpus Christi. En 1225, fue elegida
superiora y empezó a hablar de su misión a algunos amigos, en particular a la beata Eva.
Era ésta una solitaria que vivía junto a la iglesia de San Martín, al otro lado
del río. La beata habló también de sus planes con Isabel de Huy, que era una
santa religiosa de su comunidad. Alentada por estas dos piadosas mujeres, se
atrevió a confiarse a un sabio canónigo de San Martín, Juan de Lausana,
rogándole consultase el asunto con los teólogos. El canónigo conferenció la
cosa con Jacobo Pantaleón (quien fue más tarde Urbano IV), con Hugo de Saint
Cher, provincial de los dominicos, con el obispo Guido de Cambrai, canciller de
la Universidad de París, y con otros sabios, y todos aseguraron que no había
ninguna objeción teológica ni canónica que oponer a la institución de la
fiesta. Pero la oposición se levantó por otro lado. Aunque Juan de Cornillon
había compuesto un oficio del Santísimo Sacramento, adoptado por los canónigos
de San Martín, y aunque Hugo de Saint Cher habló en defensa de la beata,
algunos empezaron a decir que era una visionaria y otras cosas peores. Aun en
el monasterio se levantó la oposición contra Juliana. La dirección del
monasterio dependía, en último término, del prior, pero parece que el
burgomaestre y los ciudadanos tenían voz en la dirección del hospital, aunque
el prior administraba las rentas. El nuevo prior, que se llamaba Rogelio, acusó
a Juliana de falsificar las cuentas y de malversar los fondos para promover una
fiesta que a nadie interesaba. El pueblo se enfureció y obligó a Juliana a
partir del convento. El obispo Roberto mandó que se hiciesen investigaciones
sobre el asunto; los resultados fueron excelentes: Juliana volvió a Monte
Cornillon, el prior fue transladado al hospital de Huy y la diócesis de Lieja
adoptó, en 1242, la fiesta del Corpus Christi. Sin embargo, después de la
muerte del obispo se renovó la persecución y Juliana tuvo que salir de nuevo de
la ciudad.
Con tres de las religiosas, Isabel de Huy,
Inés y Otilia, anduvo errante de un sitio a otro hasta que encontró asilo en
Namur. Allí vivieron algún tiempo de limosnas. Finalmente, la abadesa de
Salzinnes tomó por su cuenta la causa de Juliana y obtuvo que el convento de
Monte Cornillon le cediese una parte de su dote. Sin embargo, las dificultades
siguieron lloviendo, como Juliana misma lo había predicho. Durante el sitio de
Namur, las tropas de Enrique II de Luxemburgo quemaron la abadía de Salzinnes,
y Juliana tuvo que huir con la abadesa. En Fosses pasó sus últimos días,
enferma y muy pobre. Murió el 5 de abril de 1258, asistida por la abadesa y por
su fiel amiga Ermentrudis. Eva, la antigua amiga de Juliana, completó su gran
misión. Cuando subió a la Cátedra de San Pedro Urbano IV, quien había sido uno
de los primeros en apoyar a Juliana, Eva acudió al obispo de Lieja para que
solicitase del Sumo Pontífice la institución de la fiesta del Santísimo
Sacramento. El papa accedió y, para demostrar a Eva su reconocimiento por la
parte que había tenido en la institución de la fiesta, le envió la bula de
aprobación y el oficio de Corpus Christi que santo Tomás de Aquino había
compuesto a petición suya. En 1312, bajo Clemente V, el Concilio de Viena
confirmó la bula de Urbano IV. Desde entonces, la fiesta del Corpus Christi se
convirtió en día de precepto en Occidente; muchos católicos del rito oriental
celebran también la fiesta. El culto de Juliana fue confirmado en 1869, por lo
que es formalmente beata, pero se la llama tanto beata como santa.
En Acta Sanctorum, abril, vol. I, se
encontrará la biografía original francesa traducida al latín, que constituye
nuestra principal fuente sobre la beata. Ver también Clotilde de
Sainte-Julienne, Sainte Julienne de Cornillon (1928) ; y E. Denis, La vraie histoire
de Ste. Julienne... (1935). En flamenco existe una biografía escrita por J.
Coenen (1946).
fuente: Santi e Beati
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ingreso o última modificación relevante: ant 2012
Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía,
referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.org/lectura/santoral.php?idu=1118
Santa Catalina Tomás, virgen
fecha: 5 de abril
n.: 1531 - †: 1574 - país: España
otras formas del nombre: Catalina de Palma
canonización: B: Pío VI 1792 - C: Pío XI 22 jun 1930
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
n.: 1531 - †: 1574 - país: España
otras formas del nombre: Catalina de Palma
canonización: B: Pío VI 1792 - C: Pío XI 22 jun 1930
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En la ciudad de Palma, en la isla de
Mallorca, en España, santa Catalina Tomás, virgen, que, habiendo ingresado en la
Orden de Canonesas Regulares de San Agustín, destacó por su humildad y la
abnegación de la voluntad.

Catalina Tomás, que nació en el pueblecito
de Valdemuzza y murió en Palma, pasó toda su vida en la isla de Mallorca. Sus
padres murieron cuando la niña -que era la séptima hija- sólo tenía siete años,
sin dejarle nada de herencia. Se cuentan cosas muy tristes de los malos tratos
que sufrió Catalina en la casa del tío paterno a cuyo cuidado había quedado;
era prácticamente una esclava, a la que los mismos criados podían sobrecargar
el trabajo y maltratar a su gusto. Catalina soportó esos sufrimientos con
invencible paciencia y mansedumbre. Cuando tenía unos quince años de edad, las apariciones
de san Antonio y su patrona santa Catalina despertaron en ella la vocación
religiosa. La joven confió sus deseos a un santo ermitaño, el P. Antonio
Castañeda. Para probar su vocación, el ermitaño le dijo que continuase
encomendando el asunto a Dios y que él lo haría también hasta obtener la
respuesta del cielo. Catalina obedeció, pero tuvo que esperar largo tiempo; la
espera resultó tanto más larga, cuanto que el temor de verse privado de sus
servicios hizo que su tío la maltratase aun más que antes. Sin embargo, el P.
Antonio no la olvidó, a pesar de lo difícil que era encontrar sitio en un
convento para una joven sin dote. Para empezar, el P. Antonio arregló que
Catalina fuese a servir a una familia de Palma, donde su vida espiritual no
encontraría ninguna oposición. La hija de la casa le enseñó a leer y a
escribir; pero, en cuestiones de vida espiritual, se convirtió en discípula de
Catalina, pues ésta, había ya avanzado mucho en el camino de la perfección.
Varios conventos abrieron sus puertas a
Catalina, casi al mismo tiempo, la joven decidió ingresar en el de Santa María
Magdalena de Palma, de las Canonesas de San Agustín. Tenía entonces veinte
años. Desde el primer momento, se ganó el respeto de todos por su santidad, su
humildad y su deseo de ser útil a los demás. Durante algún tiempo, Catalina no
se distinguía en nada de sus fervorosas connovicias; pero pronto fue objeto de
una serie de extraordinarios fenómenos, que se cuentan detalladamente en su
vida: Todos los años, desde un par de semanas antes de la fiesta de santa
Catalina de Alejandría, entraba en un profundo trance. Inmediatamente después
de comulgar, le sobrevenía una especie de éxtasis, que duraba buena parte del
día, cuando no varios días y aun dos semanas. Algunas veces era como un estado
cataléptico en el que desaparecía toda señal de vida; otras veces, la santa
avanzaba con los pies juntos y los ojos cerrados, conversando con los espíritus
celestiales y totalmente abstraída del mundo exterior. Sólo en algunos casos
podía responder a las preguntas que se le hacían. También poseía el don de
profecía.
La santa se vio además sujeta a tremendas
pruebas y asaltos del enemigo. No sólo tuvo que sufrir los malos pensamientos
que le sugería el demonio, sino también alarmantes alucinaciones y aun ataques
materiales del espíritu del mal. En tales ocasiones, sus hermanas oían
terribles gritos y ruidos y observaban los efectos de los ataques en la santa,
pero no veían al enemigo y tenían que cotentarse con tratar de aliviar los
sufrimientos de Catalina. La santa trató siempre evitar que esto le impidiese
el puntual cumplimiento de sus deberes. Su muerte, que ella misma había
predicho, ocurrió cuando no tenía más que cuarenta años de edad. Fue
beatificada en 1792 y canonizada en 1930.
En la bula de canonización, Acta
Apostólicae Sedis, vol. XXII, 1930, pp. 371-380 se hallará un resumen de la
vida de Santa Catalina y una narración detallada de los milagros probados en la
última parte del proceso. Las primeras biografías se deben al canónigo Salvador
Abrines, confesor de Santa Catalina, y al P. Pedro Caldes. En los documentos
del proceso, cuya primera parte fue probablemente impresa en 1669, hay
numerosas citas de esas biografías. En la época de la beatificación se publicó
en Roma una obra titulada Ristretto della Vita della Beata Catarina Tomas.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
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