San Lanfranco de Pavía, obispo
fecha: 23 de junio
†: 1194 - país: Italia
canonización: culto local
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
†: 1194 - país: Italia
canonización: culto local
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En Pavía, ciudad de Lombardía, san
Lanfranco, obispo, varón de paz, que sufrió mucho por fomentar la
reconciliación y la concordia en su comunidad.

Lanfranco, miembro de la familia Beccaria,
nació en Grupello, una pequeña población vecina a Pavía, en la Lombardia. A
pesar de que por naturaleza era un hombre de paz, durante la mayor parte de sus
quince años de episcopado resistió activamente los intentos de las autoridades
civiles para echar mano de las propiedades de la Iglesia. Cierta vez, en lo más
recio de la lucha, el obispo desapareció del escenario, porque había ido a
refugiarse, provisionalmente, al monasterio de San Sepolcro, en busca de la fortaleza
y dirección del cielo para continuar con sus esfuerzos; a su regreso, cesaron
las hostilidades. Sin embargo, la paz no duró mucho tiempo, puesto que los
regidores municipales exigieron que una buena parte de los ingresos
eclesiásticos les fuesen cedidos para terminar la construcción de las
fortificaciones de Pavía, a lo que el obispo se negó rotundamente. Como los del
municipio no pudieron vencer su resistencia, emitieron una ordenanza que
establecía como un delito penado por la ley el suministro de cualquier clase de
alimento al obispo y prestarse a hornearle el pan. Ante la amenaza de morir por
hambre, el obispo Lanfranco abandonó la ciudad para dirigirse a Roma, donde
expuso su caso ante el Papa Clemente III, quien hizo una severa advertencia a los
concejales de Pavía y le pidió al obispo que regresara a su sede. Lanfranco
obedeció rápidamente y con muy grande complacencia, puesto que había recibido
noticias de que Salimbene, un hombre de reconocida piedad y amigo suyo, acababa
de ascender a magistrado mayor y, por largo tiempo al menos, era el gobernador
de la ciudad. El obispo hizo su entrada en Pavía entre las aclamaciones de la
población y, desde entonces, todo fue paz y amistad. Largo tiempo después,
cuando el municipio reanudó sus reclamaciones, Lanfranco, ya anciano y enfermo,
se declaró incapaz de emprender la lucha nuevamente. Decidió renunciar al
gobierno de la diócesis y tomar el hábito en la orden de Valleumbrosa, pero
antes de llevar a cabo sus propósitos, se agravaron sus males y murió. La
fiesta del Beato Lanfranco se celebra en Pavía, donde también nació otro Lanfranco,
el de Canterbury.
Su biografía fue escrita por Bernardo
Balbi, su sucesor en la sede de Pavía, que fue un famoso canonista. Véase el
Acta Sanctorum, junio, vol. V, donde se imprimió, completa, esta biografía.
El cuadro es de Cima da Conegliano: Lanfranco de Pavia entre san Juan Bautista y Liberio, óleo sobre madera de hacia 1515, en el Fitzwilliam Museum, de Cambridge.
El cuadro es de Cima da Conegliano: Lanfranco de Pavia entre san Juan Bautista y Liberio, óleo sobre madera de hacia 1515, en el Fitzwilliam Museum, de Cambridge.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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Beata María de Oignies, reclusa
fecha: 23 de junio
n.: c. 1177 - †: 1213 - país: Francia
otras formas del nombre: María de Nivelles
canonización: culto local
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
n.: c. 1177 - †: 1213 - país: Francia
otras formas del nombre: María de Nivelles
canonización: culto local
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En Oignies, también en Hainaut, beata
María, que, dotada de dones místicos, con el permiso de su esposo se recluyó en
una celda, y después inició y reglamentó el instituto llamado de las
«Beguinas».
refieren a este santo: Beata Cristina
«la Admirable», Santa Lutgarda

El cardenal Jacques de Vitry, quien fue
amigo, discípulo y tal vez, durante algún tiempo, el confesor de María de
Oignies, escribió la biografía de esta beata. Por influencias de María, el
futuro cardenal tomó las órdenes sacerdotales; sin embargo, al examinar, en su
libro, las virtudes de su personaje, advierte a los lectores que no es
precisamente un ejemplo que él recomendase imitar. Nació en el seno de una
acaudalada familia de Nivelles, en Brabante y, no obstante que todas sus
aspiraciones estaban centradas en la vida religiosa, sus padres la dieron en
matrimonio a un hombre joven y gentil, de buena posición, tan pronto como
cumplió los catorce años. Pero si los padres pensaron que el matrimonio de su
hija le haría olvidar su vocación, estaban equivocados. María, joven y hermosa,
adquirió una gran ascendencia sobre su esposo, hasta el grado de convencerle a
que viviesen juntos en absoluta continencia y a que tarnsformasen su casa en un
hospital para los leprosos. La joven pareja se dedicó a cuidar a sus pacientes
con una abnegación sin límites: tanto María como su esposo lavaban
personalmente a los leprosos, velaban a los más enfermos durante noches enteras
y distribuían limosnas entre ellos y todos los pobres de la comarca, con tanta
prodigalidad, que continuamente recibían airadas recriminaciones por parte de
todos sus parientes.
Estas actividades no impedían a María
entregarse a la práctica de rigurosas austeridades. Empleaba las disciplinas,
llevaba cuerdas apretadas en torno a su cuerpo y se privaba del sueño y de los
alimentos. Se afirma que durante todo un invierno excesivamente riguroso, desde
el día de san Martín hasta la Pascua, pasó todas las noches tendida sobre las
losas de una iglesia, con la ropa que llevaba puesta únicamente, sin que
durante toda aquella larga penitencia sufriese un resfriado o un dolor de
cabeza. Cuando se hallaba en su casa, dedicada a hilar o en otro trabajo manual
sedentario, trataba de evitar las distracciones de sus pensamientos, mediante
el procedimiento de poner abierto frente a ella, un salterio o libro de
oraciones para leer alguna frase edificante, de tanto en tanto. Su biógrafo
hace hincapié en la anormal abundancia de sus lágrimas, que tanto él como otros
que escribieron sobre la beata, atribuyen a una gracia espiritual. Por nuestra
parte, estamos mejor dispuestos a tomar semejante anormalidad, como una
reacción física de la tensión nerviosa bajo la cual mantenía constantemente su
cuerpo; pero no debe olvidarse que, en aquellos tiempos, la facilidad de llorar
y la abundancia del llanto se consideraban como un signo de verdadera
contrición. Hasta hace poco figuraban en el misal romano numerosas colectas
«pro petitione lacrymarum» (para pedir lágrimas) y san Ignacio de Loyola, como
se puede comprobar en uno de los fragmentos que aún se conservan de su diario
espiritual, consideraba los días en que no era capaz de derramar lágrimas
durante la celebración de la misa, como períodos de desolación, cuando Dios,
por así decirlo, escondía el rostro. María, por su parte, afirmaba que el
llanto la aliviaba y la refrescaba.
La fama de santidad de la bendita asceta
atrajo a muchos visitantes, y casi todos regresaron a sus hogares, edificados
con sus admoniciones y consolados por sus consejos. Poco tiempo antes de su
muerte, María se sintió llamada a buscar la soledad. Por lo tanto, con el
consentimiento de su esposo, dejó su casa de Williambroux y se estableció en
una celda contigua al monasterio de los canónigos agustinos, en Oignies. Si ya
en el pasado había tenido visiones y éxtasis, en su vida presente se
multiplicaron las manifestaciones celestiales. Tras una larga y penosa
enfermedad, que ella misma había vaticinado, murió a la edad de veintiocho
años, el 23 de junio de 1213.
Uno de los rasgos más notables en la
existencia de María de Oignies, es el hecho de que ella, lo mismo que otros
místicos de los Países Bajos, sobre todo las beguinas, parecen haberse
anticipado bastantes años a la transformación del espíritu de la devoción
católica, cuyo principio data de la iniciación del movimiento franciscano. El
cardenal Vitry, en el prefacio a su «Vida de la beata María», apela al obispo
Fulk, de Toulouse, testigo ocular del extraordinario acrecentamiento de la
piedad, del que Bélgica era el núcleo y, no hay duda de que el biógrafo pensaba
en María de Oignies, al dirigirse al obispo Fulk en estos términos:
«Tengo bien presentes vuestras palabras cuando hablasteis de haber dejado el Egipto de vuestra diócesis y, luego de atravesar un árido desierto, descubristeis, en la comarca de Lieja, la Tierra Prometida ... Ahí encontrasteis también, como os oí decir con acento jubiloso, a muchas santas mujeres de las que moran entre nosotros, quienes lamentan en mayor grado un pecado venial, que todo el pueblo de vuestra comarca pudiese lamentar haber cometido un millar de pecados mortales ... Visteis numerosos grupos de esas santas mujeres que despreciaban los deleites terrenales y las riquezas de este mundo, por el anhelo de un reino celestial; que se ataban a su Eterno Esposo con los lazos de la pobreza y la humildad. Las observasteis mientras trataban de ganar su pobre subsistencia con el trabajo de sus manos y, no obstante que sus padres o parientes nadaban en la riqueza, preferían olvidarse de los seres de su misma sangre y de sus hogares, y soportar las estrecheces de la pobreza, a gozar de una abundancia malhabida.»
La nota característica del mencionado
movimiento de transformación era la afectuosa devoción por la Pasión de Nuestro
Señor, y debe recordarse que «cuando María lloraba tan copiosamente sin caer
desvanecida, que -según dice el cardenal Vitry - podían seguirse sus pasos en
las iglesias donde oraba por las manchas de humedad sobre el pavimento, era
porque tomaba sus lágrimas en el cáliz inagotable de la Pasión o contemplaba un
crucifijo».
Igualmente notable fue su anticipación a
la devoción por la presencia real de Jesucristo en el Santísimo Sacramento,
sobre la cual no hay mención hasta entonces en la literatura devocional o de
culto. Al hablar de la beata María, dice su biógrafo: «A veces, se permitía
tomar un descanso en su celda, pero en otras ocasiones, sobre todo cuando se
aproximaba alguna gran fiesta, no podía encontrar reposo ni tranquilidad más
que en presencia de Cristo, en la iglesia». En fechas posteriores, cualquier
duda que pudiese haber sobre que el significado de la frase «en presencia de
Cristo, en la iglesia» se refiere a la presencia eucarística, quedaron
disipadas por un breve estudio sobre María de Oignies, hecho por Tomás de
Cantimpré, que los bolandistas agregaron como un apéndice a la biografía de
Jacques de Vitry. En ese estudio se hace referencia a un hombre muy rico que,
en cierto sentido, había vuelto a su religión gracias a los esfuerzos de María.
En el momento en que aquel hombre atravesaba por un gran desaliento espiritual,
la beata le aconsejó «que entrase en la iglesia más próxima; una vez en el
templo, cayó de rodillas ante el altar y clavó la vista en la píxide que
contenía el Cuerpo de Cristo, encima del altar». Entonces el hombre vio que,
por tres veces, la píxide se desplazaba de su lugar, atravesaba los aires en
dirección a donde él estaba de rodillas y permanecía unos instantes suspendida
frente a sus ojos. En la tercera ocasión, el hombre cayó en un arrobamiento y
mantuvo una secreta comunión con Dios.

Si tenemos presente la fecha en que fue
escrito, el siguiente párrafo puede resultar muy interesante: «El mayor
consuelo y gran deleite de María, hasta la hora en que llegó a la Tierra
Prometida, fue el maná de vida que viene del cielo. El Pan Sagrado fortalecía
su corazón y el Vino celestial embriagaba de placer su alma. Se saciaba con el
santo alimento de la carne de Cristo, y su sangre vivificante la limpiaba y
purificaba. Aquel era el único consuelo del que no podía privarse. Recibir el
cuerpo de Cristo era para ella lo mismo que vivir y, en su mente morir era
apartarse de su Señor al no participar en su bendito Sacramento. El cumplir con
las palabras: 'A menos que el hombre coma la Carne ...' (Juan 6), lejos de ser,
para ella, una dura prueba, como sucedía con los judíos, le resultaba dulce y
reconfortante, puesto que no solamente experimentaba el deleite y el consuelo
interiores al recibirle, sino también un sabor dulce en la boca, como el de la
miel ... También su sed por la Sangre Regeneradora de su Señor era tan aguda,
que a duras penas podía soportarla, y muchas veces suplicaba que se dejase el
cáliz vacío sobre el altar, después de la misa, para tener la dicha de
mirarlo.»
Asimismo, María fue una de las primeras místicas
de quienes se haya registrado, con bastantes detalles, las experiencias de lo
que nos sentimos tentados a llamar atributos psíquicos. Se afirma que, algunas
veces, supo con extraordinaria claridad, lo que en aquel preciso instante
sucedía a muchas leguas de distancia; que tenía extrañas premoniciones sobre el
futuro y que podía adivinar, con absoluta precisión, la historia pasada de las
reliquias, por ejemplo, que todos ignoraban (hierognosis y psicometría).
Jacques de Vitry, sin duda un testigo presencial, habla admirativamente de un
inexplicable relato que hizo la beata, con lujo de detalles, sobre la ceremonia
de la ordenación sacerdotal de «un amigo suyo», que en aquellos precisos
instantes se desarrollaba en París.
Es importante tener presente que Jacques
de Vitry es un testigo digno de toda confianza. Aparte de que pasó cerca de
cinco años en compañía de la beata, desde 1208 hasta su muerte, ocurrida en
1213, toda su carrera y sus escritos ponen de manifiesto que fue un hombre de
escrupulosa integridad y muy buen juicio. Siempre vio en María una especie de
segunda madre y se sintió sinceramente honrado de que ella le designara como su
«predicador» especial y se identificara con su trabajo apostólico. La biografía
de la beata parece haber sido escrita poco después de su muerte y antes de que
Jacques de Vitry fuese consagrado cardenal, pero es evidente que el autor
conservó, hasta el último día de su vida, la devoción que le inspiró su
personaje, y la localidad de Oignies, donde vivió. María, por su parte, siempre
declaró que la amistad del cardenal se le había dado como respuesta a sus
plegarias y que, aparte de ser su amigo, era su delegado, ya que ella, a causa
de su sexo, no estaba en condiciones de instruir a los fieles y llevarlos hacia
Dios. Ciertamente que, entre ellos, hubo un gran afecto; durante su última
enfermedad, la beata oraba sin descanso por Jacques y pedía a Dios que le
protegise de todo mal para que, llegado el momento de su muerte, pudiera
ofrecer al Señor el alma limpia de su amigo sobre la que ella había velado en
vida, para devolverla a su Creador intacta. En su oración mencionaba todas las
pruebas, tentaciones y aun pecados de «su predicador» y luego, suplicaba al
Señor que le apartase de ellos. El prior que confesaba a María y conocía bien
su conciencia, la oyó decir aquellas cosas y fue en busca del cardenal para
preguntarle si le había confesado a la beata todos sus pecados, «puesto que en
sus "cantos" -dijo el prior-, María hizo relación de todo lo que tú
has hecho, como si lo leyese en un libro». Con la palabra "cantos",
el prior se refería a la extraordinaria manifestación que se produjo durante
los últimos días de vida de la beata, cuando ésta, como si fuera presa del
delirio, hablaba sin cesar de cosas celestiales, pero en prosa rimada y aun en
versos.
También eran extraordinarias las
condiciones físicas en que vivía. Se nos dice, por ejemplo, que «ni siquiera en
lo más crudo del invierno requería el fuego material de la chimenea para evitar
el frío, porque incluso cuando la temperatura era tan baja que toda el agua se
convertía en hielo, ella, por maravilla de la gracia, tenía encendido el
espíritu con un fuego tan vivo, que el calor de su alma, sobre todo durante la
plegaria, le calentaba el cuerpo; muchas veces sucedió que, en las noches más
frías se la veía traspirar y, de sus ropas húmedas, se desprendía una dulce
fragancia. Con mucha frecuencia también, el olor de sus ropas era como el del
incienso, en los instantes en que las oraciones ascendían desde el brasero de
su corazón». Semejantes declaraciones podrían parecer sospechosas si
procedieran de oídas; pero el caso es que Jacques de Vitry se encontraba
presente y no hay duda de que era un hombre devoto, honesto, sereno, que decía
la verdad sin circunloquios.
Prácticamente todo lo que podamos conocer
sobre la vida de María de Oignies, se encuentra en el Acta Sanctorum, junio,
vol. V. Al texto de la biografía escrita por el cardenal Jacques de Vitry, los
bolandistas agregaron unas notas suplementarias de Tomás de Cantimpré. La Beata
María tuvo mucho que ver con la fundación de la casa de los Canónigos Regulares
de la Santa Cruz (Crucistas), por parte de Teodoro de Celles, en la localidad
de Clair-Lieu, cerca de Huy, en 1211. El texto íntegro original de la Vita
escrita por Vitry puede leerse en latín
en internet.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
accedida 1171 veces
ingreso o última modificación relevante: ant 2012
Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía,
referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.org/lectura/santoral.php?idu=2108
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