San Marcelino Champagnat, presbítero y fundador
fecha: 6 de junio
n.: 1789 - †: 1840 - país: Francia
canonización: B: Pío XII 29 may 1955 - C: Juan Pablo II 18 abr 1999
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
n.: 1789 - †: 1840 - país: Francia
canonización: B: Pío XII 29 may 1955 - C: Juan Pablo II 18 abr 1999
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En Saint-Chamond, en el territorio de
Lyon, en Francia, san Marcelino Champagnat, presbítero de la Sociedad de María,
que fundó el Instituto de Hermanos Maristas de la Enseñanza, para la formación
cristiana de los niños.

Juan Bautista Champagnat, un agricultor y
molinero de la aldea de Rosey, en el municipio de Marlhes (Loira), tuvo con su
mujer, María, diez hijos; el octavo, Marcelino-Benito-José, nació el 20 de mayo
de 1789 y fue bautizado al día siguiente. Creció sin asistir a la escuela y
estaba siempre con una tía suya religiosa, refugiada en casa de su padre, que
le contaba las vidas de los santos y lanzaba anatemas furiosos contra la
Revolución. El pequeño Marcelino, que no había experimentado los efectos de la
conflagración, no sabía si se trataba de una persona mala o de una bestia
feroz. Hizo su primera comunión en la primavera de 1800. Desde muy joven, ayudó
a su padre y, como era muy diestro, aprendió numerosos oficios, en particular
el de albañilería. Tenía también el sentido de los negocios: habiéndole
regalado su padre dos o tres corderos, los crió y los vendió, con ganancias,
las que usó para comprar otros, hasta que logró reunir, rápidamente, un capital
de 600 francos.
Tan bien dotado como estaba para los
negocios y para los oficios manuales, cierto día oyó una proposición para
seguir un camino muy diferente. Cuando fue promovido al arzobispado de Lyon el
cardenal Fresch, tío de Napoleón, se preocupó por reclutar a sus seminaristas
y, con el objeto de despertar vocaciones, envió sacerdotes al campo. Uno de
ellos pasó por Marlhes y habló de vocación a los hijos de Champagnat. Marcelino
se decidió al punto: sería sacerdote. Su padre no se oponía, en principio, pero
tenía sus dudas, porque sabía que su hijo no tenía facilidad para aprender. Su
padre murió el 3 de junio de 1804. Su viuda, más optimista, decidió
valientemente ayudar a su hijo a realizar sus esperanzas; lo confió a su yerno,
Amoldo, maestro en Saint-Sauveur, quien, elogiando la aplicación de su
discípulo, declaró en breve que no tenía la capacidad para emprender largos
estudios. Ni Marcelino, ni su madre aceptaron con docilidad la declaración de Amoldo
y partieron a La Louvesc, donde Marcelino solicitó su admisión en el pequeño
seminario de Verriéres, cerca de Montbrison. Ahí ingresó, en octubre de 1805.
El dinero que había ganado criando ovejas le permitió adquirir su ajuar, sin
ser gravoso para el presupuesto familiar.
El pequeño seminario de Verriéres era una
de esas escuelas eclesiásticas, improvisadas después de la Revolución por
sacerdotes llenos de buena voluntad y de confianza en Dios. Allí, los jóvenes
aprendían a ejercitar la piedad, estudiaban el francés y el latín. Mal
alojados, casi sin calefacción, alimentados como espartanos, obedecían un
reglamento bastante vago, que dejaba mucho lugar a lo imprevisto. Los comienzos
de Marcelino fueron dolorosos. De mayor edad que sus condiscípulos, tenía menos
memoria que ellos, y el superior, que le estimaba por su piedad y su virtud, le
anunció que se vería obligado a despedirlo por su ineptitud para los estudios.
Se salvó de la expulsión por su obstinado esfuerzo para aprender y la ayuda de
un amigo suyo muy querido: Juan-Luis Duplay, que, como él, había tardado para
seguir su vocación. El 24 de junio de 1810, Marcelino tuvo el dolor de perder a
su madre, que le había sostenido tan valerosamente. No por eso dejó sus
estudios ni disminuyó en su aplicación. Principió sú curso de filosofía en
Verriéres, junto con dos condiscípulos que habrían de ser ilustres: Juan
Claudio Colin, que ostentaba, brillantemente, el primer lugar de su clase, y
Juan María Vianney, quien aparecía menos apto que Marcelino para los estudios y
no pudo entrar con él al gran seminario de Lyon, en octubre de 1813.
Las necesidades urgentes de la Iglesia
parecían justificar los estudios rápidos. El 6 de enero de 1814, el cardenal
Fesch confirió a Marcelino Champagnat la tonsura, las órdenes menores y el
subdiaconato. Fue ordenado diácono el 23 de junio de 1815, y presbítero el 22
de julio de 1816. Había doce seminaristas que, durante sus años de estudio,
acariciaban el proyecto de fundar una congregación bajo el patrocino de María, con
la aprobación del director. Tan pronto como aquellos doce, entre los que se
encontraba Marcelino, recibieron su ordenación, hicieron el pacto de realizar
el proyecto, si era posible.
Marcelino fue nombrado vicario de La
Valla, cerca de Saint Chamon (Loira). El párroco del lugar, de edad avanzada e
incapaz de hablar en público, se sintió muy contento con la llegada de un
auxiliar para el gobierno de la extensa parroquia, situada entre montañas y en
un estado moral análogo a la de Ars, cuando fue nombrado para ella Juan María
Vianney: los feligreses gustaban de pasar las noches en las tabernas, los
jóvenes se reunían para bailar de manera no siempre conveniente, los adultos y
sus niños sabían muy poco de religión y experimentaban cierto recelo hacia los
sacerdotes. Marcelino Champagnat se dedicó a solucionar todos estos problemas a
la vez: organizó el catecismo, primero en la iglesia parroquial y después en
los poblados vecinos; aparecía bruscamente en medio de los bailes, poniendo en
fuga a los danzantes; hacía reuniones para la gente principal y les prestaba
libros, cambiándoselos por las difundidas ediciones impías del siglo XVIII. Un
día, el vicario fue llamado para asistir a un niño de doce años que estaba
gravemente enfermo. Queriendo confesarlo, tuvo el dolor de constatar que el
pobre chiquillo moribundo ignoraba todo acerca de la religión. Lo instruyó en
dos horas sobre los principales misterios para poder prepararlo a la muerte,
que no tardó en sobrevenir. Este incidente trágico hizo sentir hondamente a
Marcelino el abandono en que vivían los campesinos.
Dos jóvenes de la parroquia deseaban
llevar vida religiosa; el padre Champagnat compró una casa y los instaló en
ella, el 2 de enero de 1817, sin asignarles ninguna función apostólica, ni
explicarles siquiera lo que él se proponía. Ante todo quería darles una
formación sólida. Les trazó un reglamento austero: en la mayor pobreza y en el
más perfecto recogimiento, alternaban las oraciones con los trabajos manuales.
El cultivo de un huerto y un sembrado de especies les aseguró su subsistencia.
Otros jóvenes vinieron a reunirse con los dos primeros. Todos estaban animados
por la misma buena voluntad. El padre Champagnat, que quería hacerlos maestros,
descubrió a un profesor, el cual durante algunos meses les dio lecciones. Muy
pronto, ellos mismos pudieron abrir una escuela elemental que recibió a los
niños del pueblo y recogió a algunos huérfanos.
Las necesidades eran tantas y la buena
voluntad de los nuevos profesores tan manifiesta, que el éxito fue completo e
inmediato, al grado de que el fundador llegó a temer que se les subiera a la
cabeza a sus hermanos y que se disiparan con perjuicio para la vida religiosa.
Para evitar este relajamiento, se instaló él mismo en la casa y los vigiló de
cerca. Apenas se abrió la escuela de La Valla, cuando comenzaron a llegar al
padre Champagnat solicitudes para el envío de hermanos. El primero que dejó la
casa fue al poblado de Bessat, el más distante de la iglesia parroquial, a
enseñar catecismo a sus habitantes desheredados. Después, el párroco de Marlhes
solicitó hermanos, y el padre Champagnat se sintió feliz de poder beneficiar a
su parroquia natal. Desgraciadamente, el párroco de Marlhes no tuvo confianza
en su antiguo feligrés: después de haber intentado retener al hermano Luis
contra la voluntad de su superior, que lo llamaba, se obstinó en mantener la
escuela en una casa en ruinas, sin importarle el enojo de los padres de los
alumnos y arriesgándose a que se resintiera la salud de éstos y la de sus
profesores. Ante esta mala voluntad, el fundador no quiso transigir y llamó a
todos sus hermanos. Nunca tuvo peligro de verlos sin trabajo: durante toda su
vida recibió más demandas de las que podía satisfacer. El día de Todos los
Santos de 1820, inauguró una escuela en Saint-Sauveaur-en-Rue, después otras en
la gran población de Bourg-Argental; en Saint Symphorian-le-Cháteau, en
Beaulieu, Vanóse, etc.
Y todas estas partidas de hermanos
parecían atraer más vocaciones. Muy pronto la casa madre fue demasiado pequeña.
Siempre desprovisto de dinero, el padre Champagnat se transformaba en
arquitecto y en albañil para agrandar él mismo la casa, sin otra ayuda que la
de sus novicios. El incidente de Marlhes no fue sino un signo precursor de
oposiciones más feroces. Todos los sacerdotes de los alrededores sabían que el
padre Champagnat no era precisamente una lumbrera en temas de seminario. Que él
hubiera tenido la audacia de fundar una congregación de enseñanza para los
labriegos sin educación, era original; pero que hubiera llegado a tener éxito
en la empresa, era una insolencia. El párroco de La Valla, tan favorable al
principio, se puso a la cabeza de la corriente de oposición: contradecía a su
vicario en público, introducía cantos para obligarlo a suspender sus sermones,
discutía el valor teológico de sus enseñanzas. Los sacerdotes se lamentaban de
la conducta del padre Champagnat, que degradaba la dignidad sacerdotal al
trabajar como un albañil, y que conducía a esos desgraciados jovencitos hacia
el desastre. La campaña de oposición llegó a su fin, a raíz de una denuncia
dirigida pérfidamente a un gran vicario de Lyon, que también era fundador de
una congregación de hermanos maestros, M. Bochard. Fue intolerable para este
alto personaje el descubrir a un rival en un insignificante vicario de aldea,
por lo que no omitió nada para acabar con él. Felizmente, el padre Champagnat
había dejado un recuerdo excelente entre sus antiguos directores de seminario,
quienes se opusieron a las maniobras del gran vicario. Bien pronto, la
situación de la diócesis cambió: monseñor de Pins, nombrado administrador
apostólico, quedó favorablemente impresionado por el sacerdote Champagnat, en
tanto que M. Bochard no le inspiraba ninguna confianza.
La Valla se convirtió para el fundador en
un sitio inhabitable. El aumento de los hermanos exigía su presencia continua,
lo cual era incompatible con sus otras funciones. La casa era ya, definitivamente,
muy pequeña y tenía que ser reemplazada por otra. Marcelino escogió un terreno
cerca de Saint-Chamond, lo compró y emprendió, esta vez con la ayuda de
albañiles de oficio, la construcción de la gran casa de
Notre-Dame-de-l'Hermitage. El día de Todos Santos de 1824, Marcelino dejó
definitivamente La Valla. Tenía ahora una casa nueva, llena de hermanos y de
novicios. Todo marchaba a las mil maravillas. Dos sacerdotes lo ayudaban.
Desgraciadamente llegó un tercero. Desde que se hicieron en el seminario los
proyectos de la fundación de la congregación de María, el padre Courville había
desempeñado el papel de portavoz, y se le consideraba más o menos como el jefe
del grupo. Después llegó al sacerdocio; en el que no había obtenido gloria,
sino algunos éxitos de poca monta, por lo que tenía deseos de ensayar sus
talentos en otra parte. Juzgó que era el momento oportuno para tomar la
dirección de los hermanos reunidos por el padre Champagnat, a quien él
consideraba como su inferior, y vino a establecerse al Hermitage. Ahí fue bien
recibido, porque el padre Champagnat no se había olvidado de él, ni de los
proyectos del seminario; no deseaba otra cosa sino vivir humildemente en
obediencia. El padre Courville no tuvo ningún reparo en adjudicarse para sí el
primer lugar de la casa, aunque se sintió un poco contrariado al ver que los
hermanos no abandonaban a su verdadero padre. Inmediatamente quiso reformar la
casa a su gusto y se mostró altanero y displicente. Por entonces el padre
Champagnat enfermó gravemente, y su casa cayó en un desorden descomunal: los
acreedores se inquietaron; los dos sacerdotes auxiliares del fundador,
partieron; muchos de los más antiguos hermanos dejaron el instituto, y otros
más pensaban seriamente en imitarlos. Ante tal tempestad, monseñor de Pins se
preguntaba si debía dejar que continuara una tan triste experiencia. Apenas
convaleciente, el padre Champagnat tuvo que prodigarse excesivamente para
restablecer la paz a su grey dispersa.
Las consecuencias de esta crisis duraron
mucho tiempo. La carencia de la autoridad había dejado crecer un relajamiento
solapado. El fundador siempre había castigado duramente los desvíos y jamás
había dudado en despedir a los individuos que no tenían el suficiente espíritu
religioso. No podía ahora, a pesar de la reputación de excesiva severidad que
le crearan los sacerdotes de los alrededores, dejar que su instituto se
derrumbara: hizo frente, atacando sobre todo los abusos en el trato con la
gente del mundo e imponiendo la práctica de la pobreza. Sus consignas fueron
mal recibidas. Muy pronto se formó un verdadero grupo de oposición con miras a
provocar un cambio; los cabecillas lanzaron el ataque con críticas y
acusaciones sobre tres puntos que, a su parecer, bastaban para demostrar el
autoritarismo arbitrario del fundador: la ropa remendada, la sotana con
desgarrones y el empleo de un método nuevo para enseñar a leer a los niños.
Pero, de hecho, se trataba de otra cosa: ¿Los hermanos eran religiosos o
simples maestros? Ante la inminencia del peligro, el padre Champagnat organizó
una manifestación de fidelidad que terminó con la expulsión de los dos
principales culpables.
Para garantizar a sus hermanos una mayor
seguridad, el padre Champagnat quiso obtener para su congregación la
autorización legal. Los primeros pasos emprendidos no tuvieron éxito, a causa
de la Revolución de julio de 1830. Su anticlericalismo no afectó, sin embargo,
al instituto, en donde las vocaciones continuaron floreciendo. La autorización
legal tenía por efecto exceptuar a los religiosos del servicio militar y el
padre Champagnat no quería pasarse sin este privilegio, por lo que reiteró sus
demandas por carta. No habiendo obtenido ninguna respuesta, se decidió, en
enero de 1838, a ir a París. Multiplicó sus visitas, solicitó y obtuvo
numerosos apoyos. Cuando salió de París, en mayo, no había podido vencer la
resistencia del ministro de Educación Pública. Un acuerdo con el padre
Mazelier, fundador de los Hermanos de Saint-Paul- Trois-Cháteaux, congregación
mucho menos floreciente que la suya, pero que tenía la autorización legal,
permitió que los hermanos del padre Champagnat no tuvieran que alistarse en el
servicio militar. Esta negación de autoridad dio un pretexto a los consejeros
infatigables para que sugirieran a M. Champagnat la fusión de su congregación
con alguna otra. Él siempre se rehusó a ello y, después de su muerte, su
congregación fue la que absorbió a otras muchas.
Llegado a fundador sin haberlo buscado, M.
Champagnat no había olvidado los proyectos formados en 1816, en el seminario de
Lyon. El pseudo jefe del grupo, el padre Courville, después de haber fracasado
en sus intentos para demoler su obra, hizo otras tentantivas ridiculas; pero
entretanto, el padre Colin, en silencio, había conseguido fundar la Asociación
de María en la diócesis de Belley y, venciendo muchas dificultades, la había
establecido también en Lyon. El padre Champagnat contribuyó a su extensión,
dirigiendo hacia la nueva institución a nueve sacerdotes que el arzobispo
administrador le había dado sucesivamente como auxiliares. El mismo fue
admitido en la Sociedad de María y aceptó, de buen grado, no ser ya la cabeza
de sus hermanos, sino el delegado del superior general. Sin que este hecho
disminuyera su amistad, el padre Colin había comprendido que las dos
fundaciones eran tan diferentes, que nunca podrían ser fusionadas enteramente.
El padre Champagnat enviaba como auxiliares a las casas de los padres maristas,
a los hermanos que no eran capaces de enseñar, pero esta solución no daba los
resultados esperados y el padre Colin, después de haber tomado el consejo de
sus religiosos, creó una nueva rama de hermanos. El padre Champagnat se apenó
por ello; no sin amargura veía que los hermanos maestros aumentaban en el seno
de la Sociedad de María y pensaba que, con esto, se acercaban a una separación
total. El quería permanecer marista y su ferviente deseo era sincero, pero no
era lógico: considerando que el Instituto de los hermanos no podía contentarse
con la dirección oral de los comienzos de la congregación, redactó e hizo
imprimir, en 1837, la Regla de los Pequeños Hermanos de María. No veía en esto
una pretenciosa conducta de superioridad. Tuvo el gozo de morir marista, pero
la Santa Sede exigió más tarde al superior general de los maristas el abandono de
toda autoridad sobre los hermanos. El padre Champagnat no era todavía viejo,
pero estaba muy acabado. Después de su enfermedad grave de 1825, sufrió de una
gastritis crónica, cuyas crisis lo debilitaban bastante. Los exámenes clínicos
mostraron que padecía un cáncer estomacal. Era tan humilde y tan desligado de
todo, que no se enorgullecía de su obra y aceptó dócilmente preparar a su
sucesor.
El padre Colín reunió a los 99 hermanos
profesos y les hizo elegir un superior general, escogido de entre ellos. Los
votos recayeron sobre el hermano Francisco, uno de los primeros discípulos del
fundador, a quien éste quería mucho. El hermano Francisco empleó su autoridad
para mantener la congregación en su línea original, tanto antes como después de
la muerte del padre. Legalmente propietario de los inmuebles del Instituto, el
padre Champagnat los hizo transferir, por acta notarial, a los hermanos del
consejo. La perpetuidad de su obra estaba asegurada. No le quedaba sino dar a
sus «Pequeños Hermanos» los consejos de vigilancia y de paciencia en los
crueles sufrimientos. El 8 de mayo de 1840, celebró la misa por última vez; el
11, pidió la extremaunción. Una cierta mejoría alentó las esperanzas, pero los
vómitos se repitieron con'tanta violencia, que no le pudieron dar la comunión.
El 4 de junio, una leve mejoría le permitió, por última vez, recibir el santo
viático. Murió en la mañana del sábado 6 de junio de 1840. Marcelino Champagnat
fue beatificado por Pío XII, el 29 de mayo de 1955, y canonizado por SS Juan
Pablo II el 18 de abril del año 1999.
Acta apostolicae Sedís, vol. XLVII, 1955,
pp. 439-444. Vie de Joseph Benoit-Marcellin Champagnat, prétre fondateur de la
Société des Petits Fréres de Marie por uno de sus primeros discípulos, 2 vol.,
Lyon, 1856. Laveille, Marcellin Champagnat (1789-1840), París, 1921. G.
Chastel, Marcellin Champagnat, París, 1939. Masson, R., Marcelino Champagnat.
Las paradojas de Dios (Madnd 1999). Mesonero Sánchez, M, Espiritualidad de San
Marcelino Champagnat. A partir del estudio crítico de su biografía (Madrid,
2003).
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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ingreso o última modificación relevante: ant 2012
Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía,
referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.org/lectura/santoral.php?idu=1933
San Rafael Guizar Valencia, obispo
fecha: 6 de junio
n.: 1878 - †: 1938 - país: México
canonización: B: Juan Pablo II 29 ene 1995 - C: Benedicto XVI 15 oct 2006
hagiografía: Vaticano
n.: 1878 - †: 1938 - país: México
canonización: B: Juan Pablo II 29 ene 1995 - C: Benedicto XVI 15 oct 2006
hagiografía: Vaticano
En Ciudad de México, tránsito de san
Rafael Guizar Valencia, obispo de Veracruz, en México, que durante el tiempo de
persecución, tanto clandestinamente como en el destierro, ejerció con coraje su
ministerio episcopal.

Rafael Guízar Valencia nació en Cotija,
estado de Michoacán y diócesis de Zamora, Méjico, el 26 de abril de 1878. Sus
padres, Prudencio y Natividad, fervientes cristianos, dieron a sus 11 hijos una
esmerada educación religiosa. Huérfano de madre a los nueve años, Rafael hizo
sus primeros estudios en la escuela parroquial y en un colegio regentado por
los padres jesuitas. Maduró durante esos años su vocación al sacerdocio y
decidió seguir la llamada de Dios. En 1891 ingresó en el seminario menor de
Cotija y en 1896 pasó al seminario mayor de Zamora. El primero de junio de
1901, a la edad de 23 años, fue ordenado sacerdote.
En los primeros años de ministerio
sacerdotal, se dedicó con gran celo a dar misiones en la ciudad de Zamora y por
diferentes regiones de Méjico. Nombrado en 1905 misionero apostólico y director
espiritual del seminario de Zamora, trabajó incansablemente para formar a los
alumnos en el amor de la Eucaristía y la devoción tierna y filial a la Virgen.
En 1911, para contrarrestar la campaña persecutoria contra la Iglesia, fundó en
la ciudad de Méjico un periódico religioso, que fue pronto cerrado por los
revolucionarios. Perseguido a muerte, vivió durante varios años sin domicilio
fijo, pasando toda especie de privaciones y peligros. Para poder ejercer su
ministerio, se disfrazaba de vendedor de baratijas, de músico, de médico
homeópata. Podía así acercarse a los enfermos, consolarlos, administrarles los
sacramentos y asistir a los moribundos.
Acosado por los enemigos, no pudiendo
permanecer más tiempo en Méjico por el inminente peligro de ser capturado, pasó
a finales del 1915 al sur de los Estado Unidos y al año siguiente a Guatemala
donde dio un gran número de misiones. Su fama de misionero llegó a Cuba, donde
fue invitado para predicar misiones populares. Su apostolado en esa isla fue
fecundo, y ejemplar fue también su caridad con las víctimas de una peste que
diezmó en 1919 a los cubanos. El primero de agosto de 1919, mientras realizaba
en Cuba su apostolado misionero, fue preconizado obispo de Veracruz. Consagrado
en la catedral de La Habana el 30 de noviembre de 1919, tomó posesión de su
diócesis el 9 del año siguiente. Los dos primeros años los dedicó a visitar
personalmente el vasto territorio de la diócesis, convirtiendo sus visitas en
verdaderas misiones y en obra de asistencia a los damnificados de un terrible
terremoto que había provocado destrucción y muerte entre la pobre gente de
Veracruz: predicaba en las parroquias, enseñaba la doctrina, legitimaba
uniones, pasaba horas en el confesionario, ayudaba a los que habían sido
víctimas del terremoto.
Una de sus principales preocupaciones era
la formación de los sacerdotes. En 1921 logró rescatar y renovar el viejo seminario
de Jalapa, que había sido confiscado en 1914, pero el gobierno le incautó otra
vez el edificio apenas renovado. El obispo trasladó entonces la institución a
la ciudad de Méjico, donde funcionó clandestinamente durante 15 años. Fue el
único seminario que estuvo abierto durante esos años de persecución, llegando a
tener 300 seminaristas. De los dieciocho años que regentó la diócesis, nueve
los pasó en el exilio o huyendo porque lo buscaban para matarlo. Dio sin
embargo muestras de gran valor llegando a presentarse personalmente a uno de
sus perseguidores y a ofrecerse como víctima personal a cambio de la libertad
de culto.
En diciembre de 1937, mientras predicaba
una misión en Córdoba, sufrió un ataque cardíaco que lo postró para siempre en
cama. Desde el lecho del dolor dirigía la diócesis y especialmente su
seminario, mientras preparaba su alma al encuentro con el Señor, celebrando
todos los días la santa misa. Murió el 6 de junio de 1938 en la ciudad de
Méjico. Al día siguiente fueron trasladados sus restos mortales a Jalapa. El
cortejo fúnebre fue un verdadero triunfo: todos querían ver por última vez al
«santo Obispo Guízar». Fue beatificado por S.S. Juan Pablo II el 29 de enero de
1995 en la Basílica de San Pedro, y canonizado por SS Benedicto XVI el 15 de
octubre de 2006, también en la Plaza de San Pedro. Sepultado en la catedral de
Jalapa, su sepulcro es meta de miles de peregrinos que piden su intercesión.
fuente: Vaticano
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El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
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