LA MUERTE DEL HOMBRE NO TIENE QUE VER CON EL PECADO (HN-31)
A veces, y durante no poco tiempo, se entendió la revelación de Cristo como una revelación
filosófico-teológica (como teorías humanas); pero hoy no puede entenderse así, porque eso sería leer el
Evangelio muy superficialmente (si bien cuando una cosa es muy grande, incluso con una interpretación
superficial se la puede mostrar muy positivamente). Y para evitar una lectura superficial, hay que bajar a
los pozos más profundos de la realidad humana. Y es por esto que Cristo, cuando habla del sufrimiento –
del negarse a sí mismo– no enuncia ley cristiana alguna: simplemente habla de la realidad humana
profunda. Por eso, ser cristiano es algo tan humano como que, si alguien te pega en una mejilla la mejor
forma de vencerle es ponerle la otra. Jesús-Cristo, a lo largo del Evangelio y sin imponer ley alguna, no
hace más que anunciarnos, manifestar, el ser del hombre: Cristo siempre nos atrae hacia el “ser”.
Cuando le preguntan: “Señor ¿que haré para salvarme?”, responde: “Cumple los mandamientos, pero si
quieres ser...” Ahí está, le atrae hacia “ser” en vez de enunciarle leyes y prohibiciones. [San Pablo incluso
llega a decir que la ley implica pecado, y es verdad: Cristo no enuncia ley alguna, y si hay alguna ley es
para denunciar la existencia de unas consecuencias que llamamos pecado. En efecto, cuando uno dice: yo
necesito la ley que prohíba matar porque si no existiera yo mataría..., entonces es que eres esclavo de esa
ley para no matar; esa ley, y para ti, lo que hace es denunciar que sin ella tú matarías. Bajo este prisma, la
ley está denunciando que hay pecado previo; de forma que cuando uno ya ha superado el pecado –en este
caso “yo no mato aún sin existencia de ley al respecto”– ya no es necesaria la ley.]
Jesús-Cristo no enuncia leyes, simplemente nos devuelve al cogollo del hombre; que es de donde
salen las buenas obras. Si yo digo ¡mira qué felicidad da el poder! y me instalo en él, he olvidado mi
cogollo. Pues el poder no puede satisfacerme, y si me satisface es porque me he empequeñecido o he
puesto límite a mi grandeza; en definitiva, me he traicionado a mí mismo. Cuando Dios se encarna en ti,
lo que hace es cogerte donde estés y atraerte-devolverte a tu propio cogollo; a tu “ser” infinito: a Cristo, a
Dios personalizado en ti. Por eso, no se debe interpretar nunca el Evangelio como una norma. En el caso
de la respuesta evangélica vista anteriormente (pero si quieres ser...), esta equivale a que Cristo me haga
la pregunta concreta: ¿qué es lo que quieres ser de verdad? Y con ella me devuelve dentro, me hace
mirar profundo y bajar dentro de mi mismo; para que pueda llegar a percibir cómo en mí, allá dentro de
mí, las cosas son esperanza de infinito. En efecto, las cosas se nos clarifican cuando entendemos el
Evangelio y la vida de Cristo como una vuelta al “ser” del hombre.
Retomemos la idea del dolor en el hombre perfecto. ¿Cristo es un hombre perfecto? Sí, y también
padece y muere; luego la muerte pertenece al hombre perfecto. Si hacemos una lectura superficial del
Evangelio podríamos deducir que Cristo murió por nuestros pecados; es decir, que si no hubiésemos
pecado Cristo no hubiera muerto. Esto se ha enseñado muchas veces y es una barbaridad; esto no puede
enseñarse, porque va contra la revelación: Jesús-Cristo no muere por nuestros pecados, muere
simplemente porque es hombre y acepta la muerte. Cristo, como hombre, incluso acepta la muerte
cuando está provocada por otros a los que lleva entregando su vida desde siempre: Y por eso es hombre
perfecto.
Y nosotros, ¿por qué morimos nosotros? ¿Porque somos pecadores? ¿Porque lo dice San Pablo,
con su: “Por el pecado entró la muerte en el mundo”? No, no es verdad, San Pablo no dice eso. Lo que
sucede es que traducimos muy mal el griego; pues, si la muerte hubiese entrado en el mundo por el
pecado esto querría decir que si no hubiésemos pecado no moriríamos. Y entonces también habría que
decir lo mismo de Jesús-Cristo: como muere, ¿es que también él había pecado? Y lo mismo con María
Santísima: como murió, ¿es que había pecado? Debemos saber que: la muerte del hombre no tiene que
ver con el pecado. Pues, se puede vivir de forma que –por nuestra propia vida– no estemos engendrando
vida, y al final en nuestra muerte se produzca un descalabro total; pero también se puede vivir tan
santamente que –al contrario– mientras vives matas tu propia muerte y, al final, tu muerte física sea tu
cosecha y acceso a la vida total. Sabemos que, la muerte pertenece al hombre por el solo hecho de ser
finito; de forma que cuando el infinito le va entrando dentro, va agrietando progresivamente su recipiente
finito hasta ocuparlo todo y hacer eclosionar en infinito lo finito. Hay que tener mucho cuidado para no
ser superficiales, pues Cristo-hombre muere porque es hombre. La muerte es propia del hombre, y el
hombre que no muriese no sería hombre; sería tan solo un finito que se quedaría en finito, o sea, un
eterno infeliz. ¿Nos suena la paradoja de Santa Teresa?: “Muero porque no muero”.
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