can.: B: Pío XI 5 jul 1925 - C: Juan Pablo II 6 may 1984
país: Corea - †: 1839
país: Corea - †: 1839
En Seúl, en Corea,
pasión de los santos Juan Pak Hu-jae y cinco compañeras, mártires, que, por el
hecho de ser cristianos, en tiempo de persecución fueron llevados ante el
tribunal de criminales, donde, después de sufrir crueles suplicios a causa de
su fe, murieron finalmente decapitados. Son sus nombres: santas María Pak
Kun-a-gi Hui-sun, hermana de santa Lucía Pak Hui-sun; Bárbara Kwon-hui, esposa
de san Agustín Yi Kwang-hon; Bárbara Yi Chong-hui; María Yi Yon-hui, esposa de
san Damián Nam Myong-hyog; e Inés Kim Hyo-ju.
103 mártires de la persecución en Corea (1839 - 1867)
Este grupo de 103
mártires, encabezados por el Pbro. Andrés Kim Taegön, cuya memoria conjunta se
celebra litúrgicamente el 20 de septiembre, comprende cristianos de todo estado
y condición, obispos, presbíteros, laicos, casados o no, ancianos, jóvenes y niños,
que dieron su testimonio en Corea, entre 1839 y 1867. Fueron beatificados en
1925 y 1968, y canonizados por SS. Juan Pablo II el 6 de mayo de 1984.
En este grupo:

Corea es uno de los pocos países del mundo
en donde el cristianismo fue introducido por otros medios que el de los
misioneros. Durante el siglo dieciocho se difundieron por el país algunos
libros cristianos escritos en chino, y uno de los hombres que los leyeron, se
las arregló para ingresar al servicio diplomático del gobierno coreano ante el
de Pekín, buscó en la capital de China al obispo Mons. de Gouvea y de sus manos
recibió el bautismo y algunas instrucciones. Aquel hombre regresó a su tierra
en 1784, y cuando un sacerdote chino llegó a Corea, diez años más tarde, se
encontró con que le estaban esperando cuatro mil cristianos bien instruidos,
pero sin bautizar. Aquel sacerdote fue el único pastor del rebaño durante siete
años, pero en 1801 fue asesinado y, durante tres décadas, los cristianos de
Corea estuvieron privados de un ministro de su religión. Existe una carta
escrita por los coreanos para implorar al Papa Pío VII que enviase sacerdotes a
aquella pequeña grey que, sin embargo, ya había dado mártires a la Iglesia. En
1831 se creó el vicariato apostólico de Corea, pero su primer vicario nunca
llegó a ocupar su puesto. El sucesor, Mons. Lorenzo José María Imbert, obispo
titular de Capsa, miembro de las Misiones Extranjeras de París y residente en
China desde hacía doce años, entró a Corea, disfrazado, a fines de 1837. Le
habían precedido por poco tiempo, el san Pedro Filiberto Maubant y el san
Jacobo Honorato Chastan, sacerdotes de la misma sociedad misionera.
El cristianismo no había sido
definitivamente proscrito en Corea y, durante el transcurso de dos años, los
misioneros realizaron su trabajo ocultamente, pero sin ser molestados. Sobre
las circunstancias y dificultades que debieron afrontar, escribió Mons. Imbert:
«Estoy abrumado de fatiga y en grave peligro. Es necesario dejar el lecho a las
dos y media de la madrugada, todos los días, puesto que a las tres hay que
congregar al pueblo en la casa para las oraciones. A las tres y media, comienzo
a desempeñar los deberes de mi ministerio y debo bautizar si hay nuevos
convertidos y también confirmar. Después viene la misa, la comunión y la acción
de gracias. De esta manera, las quince o veinte personas que recibieron los
sacramentos, pueden dispersarse al amparo de las sombras, antes del alba. Pero
durante las horas deT día llegan otros tantos, uno por uno, en procura de
confesión y ya no pueden irse hasta la madrugada siguiente, después de la
comunión. Yo me quedo dos días en cada una de nuestras casas donde reúno a los
cristianos y, antes del alba del tercer día, me voy con ellos, en la oscuridad,
a otra casa. Muchas veces he sufrido el aguijonazo del hambre, porque no es
cualquier cosa, en este clima frío y húmedo, levantarse a las dos y media de la
madrugada y permanecer en ayunas hasta el medio día, cuando puedo comer algunos
alimentos pobres e insuficientes. Después de la comida, descanso un poco hasta
que se presentan mis alumnos de catecismo y, por fin, vuelvo al confesionario
hasta que cae la noche. A las nueve voy a dormir, sobre una estera, en el suelo
y cubierto con una manta de lana de los tártaros; no hay camas ni colchones en
Corea. A pesar de la debilidad de mi cuerpo y mi quebrantada salud, siempre he
llevado una vida dura y muy ocupada, pero me parece que aquí ya alcancé el
último límite del esfuerzo. Se puede comprender fácilmente que, en una
existencia como la que llevamos, apenas si tememos el golpe de espada que, en
cualquier momento, puede acabar con ella».

Por aquellos medios heroicos aumentó el
número de los cristianos en Corea de 6,000 a 9,000, en menos de dos años. Fue
entonces cuando se descubrieron sus actividades y se emitió un decreto para el
exterminio de los fieles. Como un ejemplo de los horrores que tuvieron lugar
entonces, basta citar lo que le sucedió a santa Ágata Kim, una de las decenas
de coreanos beatificados y canonizados junto con los tres sacerdotes franceses.
Se le preguntó a la infortunada mujer si era cierto que practicaba la religión
cristiana, «Conozco a Jesús y a María», respondió con absoluta sencillez; «pero
no conozco nada más». - «Si te torturamos, te olvidarás de tu Jesús y tu
María». - «¡Aunque tenga que morir, no los olvidaré!» Fue cruelmente
atormentada y, por fin, se la condenó a morir. En el travesaño de una alta cruz
sujeta a una carreta fue colgada Ágata por sus muñecas y por su cabellera. La
carreta fue conducida hasta la cumbre de una cuesta pedregosa y, desde ahí se
azuzó a los bueyes para que arrastrasen a la carreta cuesta abajo, entre
brincos y zarandeos y, a cada movimiento, la infeliz mujer, sujeta por los
cabellos y los puños, se sacudía violentamente. Al término de aquella carrera,
fue descolgada, se le arrancaron las vestiduras hasta dejarla desnuda; uno de
los verdugos le sujetó la cabeza contra una piedra y otro se la cortó con un
golpe de espada. San Juan Yi escribía desde la prisión: «Transcurrieron dos o
tres meses antes de que el juez mandara por mí y, en ese tiempo, estuve triste
e inquieto. Los pecados de mi vida entera, en la que tantas veces ofendí a Dios
por pura maldad, parecían pesar sobre mí como una montaña; de continuo me
preguntaba: ¿Cuál será el fin de todo esto? Sin embargo, nunca perdía la
esperanza. Al décimo día de la décima segunda luna, fui llevado ante el juez,
quien ordenó que fuera apaleado. ¿Cómo hubiera podido resistirlo tan sólo con
mis propias fuerzas? Pero la fuerza del Señor, las plegarias de María y de los
santos y de nuestros mártires, me sostuvieron tan bien, que ahora me parece que
apenas si sufrí. Yo no puedo pagar tan grande misericordia y ofrecer mi vida es
justo».

A fin de evitar una matanza general y el
posible peligro de la apostasía, Mons. Imbert se entregó, después de recomendar
a los padres Maubant y Chastan, que hicieran lo mismo. Estos se pusieron a
escribir una carta a Roma para dar cuenta de su actitud y del estado en que
dejaban la misión y se entregaron. Los tres recibieron su ración de bastonazos.
Atados a unos bancos con respaldo, fueron conducidos a las orillas del río que
corre cerca de Seul, donde los tres, siempre sobre los bancos, fueron atados
juntos a un grueso poste, contra el cual el verdugo les cortó la cabeza. El
triple martirio ocurrió el 21 de septiembre de 1839, pero la Misión Extranjera
de París celebra su fiesta el día 26. En el año de 1904, las reliquias de
ochenta y un mártires de Corea fueron trasladadas a la iglesia episcopal del
vicario apostólico en Seul; en 1925, fueron beatificados Mons. Lorenzo Imbert y
sus compañeros, y en 1984 fueron canonizados un grupo de 103 mártires por SS
Juan Pablo II. El primer sacerdote coreano martirizado, fue San Andrés Kim, en
1846.
En L'Histoire de l'Eglise de Corée (1874),
de C. Dallet, especialmente en el vol. II, pp. 118-185, se relatan con detalle,
las vidas y sufrimientos de estos mártires. Ver también Les Missionnaires
Francais en Corée (1895) de A. Launay y Martyrs francais el coréens (1925) y
The Golden Legend Overseas (1931), de E. Baumann. Este artículo está tomado del
Butler, actualizando solamente el cambio de beatos a santos.
Decretos de beatificación y canonización:
beatificación en 1927 (82): AAS 17 [1925], págs .261, 318 y 366; beatificación
en 1968 (24): AAS 60 [1968], págs. 585 y 598. Canonización (103): AAS 80
[1988], pág 1375ss (el decreto había sido omitido de AAS en su lugar
correspondiente, y se subsanó el error en este año).
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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ingreso o última modificación relevante: ant 2012
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