lunes, 10 de abril de 2017

San Ezequiel - Santa Magdalena de Canossa (10 de abril)

San Ezequiel

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Profeta (s. VII a. C)  Ezequiel, hijo de Buzi, linaje sacerdotal, fue llevado cautivo a Babilonia junto con el rey Jeconías de Judá (597 a.C) e internado en Tel Abib, a orillas del río Cobar. Cinco años después, a los treinta de su edad (cfr.1,1), Dios lo llamó al cargo de Profeta, que ejerció entre los desterrados durante 22 años, es decir, hasta el año 520 a.C.   A pesar de las calamidades del destierro, los cautivos no dejaban de abrigar falsas esperanzas, creyendo que el cautiverio terminaría pronto y que Dios no permitiría la destrucción de su templo y la Ciudad Santa (véase Jer. 7,4).
Había, además, falsos profetas que engañaban al pueblo prometiéndole en un futuro cercano el retorno al país de sus padres. Tanto mayor fue el desengaño de los infelices cuándo llegó la noticia de la caída de Jerusalén. No pocos perdieron la fe y se entregaron a la desesperación.   La misión del profeta Ezequiel consistió principalmente en combatir la idolatría, la corrupción de las malas costumbres, y las ideas erróneas acerca del pronto regreso a Jesuralén. Para consolarlos pinta el profeta, con los mas vivos y bellos colores, las esperanzas de la salud mesiánica.
Dividese el libro en un prólogo, que relata el llamamiento del Profeta (cap. 1 a 3), y tres partes principales. La primera (cap. 4 a 24) comprende las profecías a cerca de la ruina de Jerusalén; la segunda (cap.25 a 32), el castigo de los pueblos enemigos  de Judá; la tercera (cap. 33 a 48), la restauración. " es notable la última sección del profeta (40 a 48), en que nos describe en forma verdaderamente geométrica la restauración de Israel después del cautiverio: el Templo, la ciudad, sus arrabales y la tierra toda de Palestina repartida por igual entre las doce tribus " (Nácar-Colunga).
Las profecias de Ezequiel descuellan por las riquezas de alegorias, imágenes, y acciones simbólicas, de tal manera, que San Jerónimo las llama " mar de la palabra divina" y " laberinto de los secretos de Dios".    Fue una época dificultosa para el pueblo de Israel. En Jerusalén reina Joaquín, hijo del piadoso rey Josías que murió en la batalla de Megiddo (609 a. C.). En un primer momento, Joaquín intenta halagar al coloso babilónico, pero termina uniéndose en coalición con pequeñas potencias contra Nabucodonosor.   Jeremías ya dio la voz de alerta, sugiriendo la sumisión, pero el orgullo de los elegidos la hizo imposible.
En 598 los babilonios ponen cerco a Jerusalén y capitula Judá. Su precio es la deportación de gran parte de la población, entre ellos el rey Jeconías, hijo de Joaquín que murió durante el asedio. Con los deportados va también el joven Ezequiel que será el profeta del exilio.   Dos etapas enmarcan su acción profética. La primera es antes de la destrucción de Jerusalén por los caldeos (598 a. C.) Aquí el hombre de Dios se encuentra con un pueblo ranciamente orgulloso y lleno de falso optimismo, fruto de la presunción. Es verdad que siglo y medio antes había permitido Dios la desaparición de Samaría, el Reino del Norte; pero Jerusalén es otra cosa; Yahwéh habita en ella.
Pensaban que pasaría como en tiempos de Senaquerib, un siglo antes, cuando tuvo que abandonar el asedio por una intervención milagrosa; ahora Dios repetiría el prodigio. Ezequiel no piensa como ellos. Afirma y predica que Jerusalén será destruida con el Templo.     Dice a todos que ha llegado la hora del castigo divino para el pueblo israelita pecador; sólo queda aceptar con compunción y humildad los designios punitivos de Yahwéh. A esta altura el profeta tiene una misión ingrata porque es un agorero de males futuros y próximos.     La  segunda  se desarrolla una vez consumada la catástrofe. Ahora ha de levantar los ánimos oprimidos; debe dar esperanzas luminosas sobre un porvenir mejor. Creían sus compatriotas deportados que Dios se había excedido en el castigo, o que les había hecho cargar con los pecados de los antepasados.
Ezequiel se preocupará de hacerles ver que Dios ha sido justo y que el castigo no tiene otra finalidad que la de purificarlos antes de pasar a una nueva etapa gloriosa nacional.   Ezequiel empleando un estilo que no tiene nada que ver con el de los profetas preexilios Amós, Oseas, Isaías y Jeremías; no goza de su sencillez y frescor. Ezequiel pertenece a la clase sacerdotal, está cabalgando entre dos épocas y se aproxima a la literatura apocalíptica del judaísmo tardío.
Fue la vida profética de Ezequiel un período de veinte años (593-573) de amplia actividad para salvar las esperanzas mesiánicas de sus compañeros de infortunio, al derrumbarse la monarquía israelita. Bien puede estar el secreto en copiar la fidelidad de Ezequiel. El Profeta Ezequiel, según tradición judía, murió mártir. La Iglesia celebra su conmemoración el 10 de abril.





Oremos

Concédenos, Señor todopoderoso, que el ejemplo del Profeta Ezequiel nos estimule a una vida más perfecta y que cuantos celebramos su fiesta sepamos también imitar sus ejemplos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.









Calendario de  Fiestas Marianas: Nuestra Señora de Laval (1646).







Santa Magdalena de Canossa

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Nació en Verona, Italia el 1 de marzo de 1774. Era la tercera de seis hermanos. Se ha dicho en incontables ocasiones que el dinero no da la felicidad. Así es. En este hogar se cumplía el aserto de que no es oro todo lo que reluce. Magdalena conoció en él los vericuetos del sufrimiento. Perdió a su padre, sufrió el abandono de la madre que contrajo nuevas nupcias, y se abatieron sobre ella enfermedad e incomprensiones. Son los misteriosos caminos de Dios que horada el corazón de sus dilectos hijos. Adecuarse a la voluntad divina es, sobre todo, un acto de fe, ya que, por lo general, no se comprenden los senderos y hechos que conducen a la unión con Él. A la santa le costó, pero no eludió el compromiso al que fue llamada. Y a los 17 años hasta en dos ocasiones intentó ser carmelita de clausura. Forzada a regresar a su hogar para administrar la fortuna de la familia, cuando su tía se hallaba en trance de muerte se ofreció a adoptar a su pequeño. Las circunstancias histórico-políticas habían acrecentado el drama de los pobres. La Revolución francesa y la hegemonía de distintos gobernantes opresores generó un importante cúmulo de carencias que sepultaban a los débiles. Magdalena, mujer de oración, vocación y empuje experimentó una indecible piedad por ellos. Y como la aflicción es un activo que Dios pone en el corazón humano, se puso manos a la obra. En los barrios marginales de Verona penetró la luz llevada de su ardiente caridad. Palió hambre, falta de afecto, de formación… Su vida, vertebrada por la Eucaristía, el amor a Cristo crucificado y a la Virgen Dolorosa, rezumaba virtud. A su respetable familia le incomodaban sus públicos gestos en favor de los oprimidos. Pero cuando el amor tiene tal intensidad como el que a ella le animaba los muros caen derrocados. Y venció toda resistencia iniciando su obra en 1808.
Se hallaba a la mitad de la treintena cuando dejó la comodidad de palacio para instalarse en un barrio, el de S. Zeno, habitado por la miseria. Y con un grupo de mujeres afines puso los pilares de las Hijas de la Caridad Siervas de los Pobres, inaugurando con ellas el Instituto canossiano. Las chicas más pobres fueron acogidas en el monasterio de san José. Abrió varios frentes: escuelas, residencias para la formación de las docentes, catequesis, asistencia a pobres y enfermos hospitalizados, ejercicios espirituales dirigidos a mujeres de la nobleza, con la idea de impregnarlas de la fe involucrándolas en acciones caritativo sociales. Pero era realista. Escribió a una amiga suya en 1813 y le dijo: «Venecia es la ciudad de los proyectos (...) son las necesidades que dan la oportunidad de proyectar, sin luego poder conocer el éxito de los proyectos mismos...».
Guiada por el afán de cumplir la voluntad de Dios estaba abierta a sus designios. «Me pareció voluntad de Dios que solo buscara vivir completamente abandonada a su divina voluntad». Esta mujer que llevó la ternura y la esperanza a los pobres fue, además, una excepcional formadora. Recta, clara, misericordiosa, con tenacidad y rigor sostenía la vida espiritual de sus hijas. Las cartas que les dirigió, al igual que sus Memorias y el diario espiritual, revelan su grado de santidad. Preocupada y atenta a las necesidades de todas nunca impuso nada. Haciendo acreedoras de su confianza a las religiosas, con palpable humildad y espíritu de servicio, quería conocer su juicio ante las necesidades apostólicas que surgían, seguía con minuciosa atención su devenir, aconsejando el descanso y la visita médica pertinente, si era el caso, el cuidado responsable de la salud, etc., dejando claro que nada de ello formaba parte de la periferia de la vida. Pero el meollo de la misma, y eso jamás lo olvidó, está en la santidad personal. Si todas eran santas, se convertirían en grandes apóstoles y el carisma no sería estéril. «Hija mía querida–decía en una de sus numerosas cartas–, el Señor te quiere santa y yo también lo deseo, y mi deuda de madre y de madre que te ama es la de formar en vos la santidad, y ésta jamás se podrá lograr sin sumisión, obediencia y humildad […]. Para las obras del Señor, se necesitan humildad, abandono en Dios, olvido del mundo y despojo universal […]. No te preocupes de las habladurías del mundo, ni de las felicitaciones, ni de los reproches y atiendas sólo a santificarte en el ejercicio de la obediencia, de la humildad y de la búsqueda de Dios…». El auténtico amor a Dios y al género humano solo podían brotar de la contemplación del Crucificado y de su Madre.
Tenía alma misionera y logró que el Instituto, cuyos miembros se comprometían con plena disponibilidad a partir donde fuera preciso, se extendiera por otras ciudades italianas. Tras su muerte sus hijas lo expandieron por Oriente y América Latina. Cercano su fin, y después de infructuosas gestiones efectuadas ante Rosmini y Provolo, en 1831 fundó el Instituto de Hijos de la Caridad que había soñado en 1799. Murió el 10 de abril de 1835. Su obra había sido aprobada en 1828. Pío XII la beatificó el 7 de diciembre de 1941. Juan Pablo II la canonizó el 2 de octubre de 1988.

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