La “democracia” de los sinvergüenzas
2017-08-08
Es difícil quedarse callado
después de haber presenciado la funesta y desvergonzada sesión de la Cámara de
los Diputados que votó contra la admisión de un proceso del STF contra el
presidente Temer por crimen de corrupción pasiva.
Lo
que la sesión mostró fue la real naturaleza de nuestra democracia que se niega
a sí misma. Si la medimos por los predicados mínimos de toda democracia que
son: el respeto a la soberanía popular, la observancia de los derechos
fundamentales del ciudadano, la búsqueda de una equidad mínima en la sociedad,
la incentivación a la participación, el bien común, además de una ética pública
reconocible, ella se presenta como una farsa y la negación de sí misma.
Ni
siquiera es una democracia de bajísima intensidad. Esta vez se reveló, con
nobles excepciones, como una cueva de gente denunciada por crímenes, de
corruptos y ladrones a la orilla del camino para asaltar los centavos de los
ciudadanos.
¿Cómo
iban a votar a favor de la apertura de un juicio al presidente por el Supremo
Tribunal Federal si cerca del 40% de los diputados actuales hacen frente a
varios tipos de procesos ante la Corte Suprema? Existe siempre una conspiración
secreta entre los criminales o acusados como tales, al estilo de las famiglie
de la mafia.
Nunca
en mi ya larga y cansada existencia oí que algún candidato vendiese su sitio o
se deshiciese de alguno de sus bienes para financiar su campaña, sino que
recurrió siempre a empresarios y a otros adinerados para financiar su
millonaria elección. La caja 2 se naturalizó y las propinas fabulosas fueron
creciendo de campaña en campaña a medida que aumentaban los intercambios de
beneficios.
Esta
vez, el palacio de Planalto se transformó en la cueva principal del gran
Alí-Babá que distribuía bienes a cielo abierto, prometía subsidios por millones
e incluso ofrecía otros beneficios para comprar votos a su favor. Este solo
hecho merecería una investigación de corrupción abierta y escandalosa a los
ojos de los que guardan un mínimo de ética y de decencia, especialmente de la
gente del pueblo que se quedó profundamente horrorizada y avergonzada.
Efectivamente,
ningún brasilero merecía tanta humillación hasta el punto de que tantos
sintieran vergüenza de ser brasileros.
Los
parlamentarios, incluidos los senadores, representan antes los intereses
corporativos de los que financiaron sus campañas que a los ciudadanos que los
eligieron.
Hemos
tenido ya suficiente distancia temporal como para poder percibir con claridad
el sentido del golpe parlamentario dado con la complicidad de parte del
estamento judicial y con apoyo masivo de los medios de comunicación
empresariales: desmontar los avances sociales en favor de la población más
pobre, que fue siempre, desde la colonia, al decir del mayor historiador mulato
Capistrano de Abreu: «castrada y recastrada, sangrada y desangrada». Y también
el de alinear a Brasil con la lógica imperial de los USA en lugar de tener una
política externa «activa y altiva».
Las
clases oligárquicas (Jessé Souza, ex-presidente exonerado del IPEA por el
actual presidente, nos da el número exacto: 71.440 supermillonarios, cuya renta
mensual, generalmente por la financierización de la economía, alcanza los 600
mil reales por mes), nunca aceptaron que alguien venido de abajo y
representante de los supervivientes de la tribulación histórica de los hijos e
hijas de la pobreza, llegase a ocupar el centro del poder. Se asustaron al
verlos presentes en los aeropuertos y en los centros comerciales, lugares de su
exclusividad. Debían ser devueltos al lugar de donde nunca deberían haber
salido: la periferia y la favela. No sólo los quieren lejos, van más allá: los
odian, los humillan y difunden este inhumano sentimiento por todos los medios.
El pueblo no es el que odia, lo confirma Jessé Souza, sino los adinerados que
los explotan y con tristeza y por obligación legal les pagan sus miserables
salarios. ¿Por qué pagarles, si pueden trabajar siempre gratis como
antiguamente?
Historiadores
de la talla de José Honorio Rodrigues, entre otros, han mostrado que siempre
que los descendientes y actualizadores de la Casa Grande perciben políticas
sociales transformadoras de las condiciones de vida de los pobres y marginados,
dan un golpe de estado por miedo a perder su nivel escandaloso de acumulación,
considerado uno de los más altos del mundo. No defienden derechos para todos,
sino privilegios de algunos, es decir, los de ellos. El actual golpe
obedece a esta misma lógica.
Hay
mucho desaliento y tristeza en el país. Pero este padecimiento no será en vano.
Es una noche que nos va a traer una aurora de esperanza de que vamos a superar
esta crisis rumbo a una sociedad –en palabras de Paulo Freire– «menos malvada»,
y donde «no sea tan difícil el amor».
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