Santa Matilde de Sajonia, viuda
fecha: 14 de marzo
n.: c. 895 - †: 968 - país: Alemania
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
n.: c. 895 - †: 968 - país: Alemania
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: En Quedlinburg, en Sajonia, santa Matilde, esposa fidelísima del rey
Enrique I, la cual, conspicua por la humildad y la paciencia, se dedicó a
aliviar a los pobres y a fundar hospitales y monasterios.
refieren a este santo: San Bruno de
Colonia

Matilde era descendiente del célebre
Widukind, capitán de los sajones en su larga lucha contra Carlomagno, como hija
de Dietrich, conde de Westfalia, y de Reinhild, vástago de la real casa de
Dinamarca. Cuando la niña nació, en el año 895, fue confiada al cuidado de su
abuela paterna, la abadesa del convento de Erfurt. Allí, sin apartarse mucho de
su hogar, Matilde se educó y creció hasta convertirse en una jovencita que
sobrepasaba a sus compañeras en belleza, piedad y ciencia, según se dice. A su
debido tiempo se casó con Enrique, hijo del duque Otto de Sajonia, a quien
llamaban «el cazador». El matrimonio fue excepcionalmente feliz y Matilde
ejerció sobre su esposo una moderada, pero edificante influencia. Precisamente
después del nacimiento de su primogénito, Otto, a los tres años de casados,
Enrique sucedió a su padre en el ducado. Más o menos a principios del año 919,
el rey Conrado murió sin dejar descendencia y el duque fue elevado al trono de
Alemania. No cabe duda de que su experiencia de soldado valiente y hábil le
resultó muy útil, puesto que su vida fue una lucha constante en la que triunfó
muchas veces de manera notable.
El mismo Enrique y sus súbditos
atribuyeron sus éxitos, tanto a las oraciones de la reina, como a sus propios
esfuerzos. Esta seguía viviendo en la humildad que la había distinguido de
niña; en el palacio real llevaba la existencia de una religiosa. A sus
cortesanos y a sus servidores, más les parecía una madre amorosa que su reina y
señora; ninguno de los que acudieron a ella en demanda de ayuda quedó
defraudado. Su esposo rara vez le pedía cuentas de sus limosnas o se mostraba
irritado por sus prácticas piadosas, con la absoluta certeza de su bondad y
confiando en ella plenamente. Después de veintitrés años de matrimonio, el rey
Enrique murió de apoplejía, en 936. Cuando le avisaron que su esposo había
muerto, la reina estaba en la iglesia y ahí se quedó, volcando su alma al pie
del altar en una ferviente oración por él. En seguida pidió a un sacerdote que
ofreciera el santo sacrificio de la misa por el eterno descanso del rey y,
quitándose las joyas que llevaba, las dejó sobre el altar como prenda de que
renunciaba, desde ese momento, a las pompas del mundo.
Habían tenido cinco hijos: Otto, más tarde
emperador; Enrique el Pendenciero; san Bruno,
posteriormente arzobispo de Colonia; Gerberga que se casó con Luis IV, rey de
Francia y Hedwig, la madre de Hugo Capeto. A pesar de que el rey había
manifestado su deseo de que su hijo mayor, Otto, le sucediera en el trono,
Matilde favoreció a su hijo Enrique y persuadió a algunos nobles para que
votaran por él; no obstante, Otto, resultó electo y coronado. Enrique no aceptó
de buena gana renunciar a sus pretensiones y promovió una rebelión contra su
hermano, pero fue derrotado y solicitó la paz. Otto lo perdonó y, por la
intercesión de Matilde, le nombró duque de Baviera. La reina llevó desde
entonces una vida de completo auto-sacrificio; sus joyas habían sido vendidas
para ayudar a los pobres y era tan pródiga en sus dádivas, que dio motivo a
críticas y censuras. Su hijo Otto la acusó de haber ocultado un tesoro y de
malgastar los ingresos de la corona; le exigió que rindiera cuentas de todo
cuanto había gastado y envió espías a vigilar sus movimientos y registrar sus
donativos. Su sufrimiento más amargo fue descubrir que Enrique, su favorito,
instigaba y ayudaba a su hermano en contra de ella. Lo sobrellevó todo con
paciencia inquebrantable, haciendo notar, con un toque de patético humor, que
por lo menos la consolaba ver que sus hijos estaban unidos, aunque sólo fuera
para perseguirla. «Gustosamente soportaré todo lo que puedan hacerme, siempre
que lo hagan sin pecar, si es que con ello se conservan unidos», se afirma que
solía decir.
Para darles gusto, Matilde renunció a su
herencia en favor de sus hijos y se retiró a la residencia campestre donde
había nacido. Pero poco tiempo después de su partida, el duque Enrique cayó
enfermo y comenzaron a llover los desastres sobre el Estado. El sentimiento
general era que tales desgracias se debían al trato que los príncipes habían
dado a su madre; Edith, la esposa de Otto, lo convenció para que fuera a
solicitar su perdón y le devolviera todo lo que le habían quitado. Sin que se
lo pidieran, Matilde los perdonó y volvió a la corte, donde reanudó sus obras
de misericordia. Pero no obstante que Enrique había cesado de importunarla, su
conducta continúo causándole gran aflicción. Nuevamente se volvió contra Otto
y, posteriormente castigó una insurrección de sus propios súbditos en Baviera,
con increíble crueldad; ni aun los obispos escaparon a su cólera. En 955,
cuando Matilde lo vio por última vez, le profetizó su próxima muerte y lo instó
a arrepentirse, antes de que fuera demasiado tarde. En efecto, al poco tiempo,
murió Enrique y la noticia causó un dolor muy profundo en la reina que, roto el
último vínculo que la ataba al mundo, se entregó por completo a sus obras
piadosas. Emprendió la construcción de un convento en Nordhausen; hizo otras
fundaciones en Quedlinburg, en Engern y también en Poehlen, donde estableció un
monasterio para hombres. Es evidente que Otto jamás volvió a resentirse porque
su madre gastara los ingresos en obras religiosas, pues cuando él fue a Roma
para ser coronado emperador, dejó el reino a cargo de Matilde.
La última vez que Matilde tomó parte en
una reunión familiar fue en Colonia, en la Pascua de 965, cuando estuvieron con
ella el emperador Otto «el Magno», sus otros hijos y nietos. Después de esta
reaparición, prácticamente se retiró del mundo, pasando su tiempo en una u otra
de sus fundaciones, especialmente en Nordhausen. Cuando se disponía a tratar
ciertos asuntos urgentes que la reclamaban en Quedlinburg, se agravó una fiebre
que había venido sufriendo por algún tiempo y comprendió que pronto iba a
llegar su último momento. Envió a buscar a Richburga, la doncella que la había
ayudado en sus caridades y que era abadesa en Nordhausen. Según la tradición,
la reina procedió a hacer una escritura de donación para todo lo que hubiera en
su habitación, hasta que no quedó nada más que el lienzo de su sudario. «Den
eso al obispo Guillermo de Mainz -que era su nieto-, él lo necesitará primero
que yo». En efecto, el obispo murió repentinamente, doce días antes de que
ocurriera el deceso de su abuela, acaecido el 14 de marzo de 968. El cuerpo de
Matilde fue sepultado junto con el de su esposo, en Quedlinburg, donde se la
venera como santa desde el momento de su muerte.
El MGH, contiene el mejor texto de las dos
biografías antiguas de Santa Matilde, la primera en Scriptores, vol. X, pp.
575-582; la más reciente en Scriptores, vol. IV, pp. 283-302. Pueden obtenerse
mayores informaciones de otros historiadores y cronistas modernos. Véase
también el Acta Sanctorum, marzo, vol. II; Die hl. Mathilde, de L. Clarus; Die
Heiligenleben im 10 Jahrhundert, de L. Zopf; y Ste. Mathilde, de L. E.
Hallberg.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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