Te
saludo hoy, leyente, de manera especial. No sé muy bien cómo es eso de saludar
de manera especial. Por eso sólo lo digo y lo repito, 'de manera especial'. A
ver si lo consigo hacer.
Esta
nota de 'especialidad', que deseo compartir hoy contigo, es tan sencilla como
poner tu Biblia entre tus manos y leer el texto de Juan 10,22-42.
Si lo
pudieras hacer antes de leer nada del comentario, mucho mejor. Lee, por favor
este relato. Una o dos veces. y luego enlazas con el comentario.
Deseo
que caigas en la cuenta de este ejercicio para constatar qué bien se le puede
manipular a un texto cuando se le lee fuera de todo contexto. Y es tan sencillo
hacerlo... Y se hace con tanta frecuencia en nuestras liturgias...
El
Evangelista Juan escribió unas cosas sobre Jesús de Nazaret con las que se
puede estar de acuerdo o en contra. Los judíos de aquel tiempo, finales del
siglo primero, cuando leían lo que este Evangelista escribió no podían aceptar
de ninguna de las maneras las cosas que se decían de un judío como aquel laico
y galileo Jesús de Nazaret.
Estoy
casi seguro de que si alguno de aquellos creyentes judíos de los años noventa
hubiera tenido la oportunidad de conocer al redactor de este libro llamado
Evangelio de Juan hubiera hecho todo lo posible por impedir que siguiera
escribiendo o hablando. Hubiera hecho todo lo que estuviera en sus manos por
acabar con la vida del Evangelista.
Creo
que es así como se entiende esa expresión que nosotros repetimos con cierta
ignorancia de lo que entraña: "Yo y el padre somos uno" (Juan 10,30).
Y cuando yo leo esto, me atrevo a pensar que ese YO no es sólo el 'yo' de Jesús
de Nazaret, sino que también es el 'yo' de mi y de tu misma persona, leyente
ahora de estas líneas.
Traducido:
Yo, escribiente de estos surcos, y Tú, leyente y creyente, y el Padre soy y
eres uno y el mismo con el padre... ¡¡¡Cuánta blasfemia o herejía se
encierra en estos mensajes??? Pregúntaselo a aquel Juan escritor y a todos
aquellos judíos creyentes que lo leyeron entonces... Un hombre se atrevió a
identificarse con su Dios...
Este
era o sigue siendo el saludo especial. Yo y el padre (o con mayúscula, Padre)
somos uno... Una expresión así de clara y precisa sólo se encuentra en este
Evangelio de Juan, nunca en los otros tres Evangelios sinópticos. ¿Fue un
mensaje del propio Jesús o de su narrador y Evangelista? Fue un mensaje y lo
seguirá siendo...
Ahora,
se puede uno leer los comentarios aquí. También están en el archivo adjunto.
No
añado más. Sabes, leyente y creyente, que existe una página con el comentario
correspondiente al Evangelio de Mateo... Hasta dentro de siete días, el tiempo
de una semana...
Domingo 4º de Pascua en el Ciclo C (12.05.2019): Juan
10,27-30.
“Era la fiesta de la Dedicación del Templo” Lo medito y
escribo CONTIGO:
Voy a escribir en
este primer párrafo del comentario el texto completo del Evangelio que se nos
leerá en la liturgia de este cuarto domingo de Pascua: “En aquel
tiempo, dijo Jesús: Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me
siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las
arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y nadie
puede arrebatarlas de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno.” (Juan
10,27-30). Así de breve y así de claro. Así parece, pero... Mis neuronas se
preguntan.
¿Cuándo, dónde, a
quiénes y por qué dijo estas cosas Jesús de Nazaret? Las autoridades de la
sagrada liturgia han suprimido todo contexto de estas palabras que el
Evangelista Juan pone en boca de su Jesús de Nazaret. Por esta sola razón
invito vivamente a que cada cual lea la narración del Evangelista Juan
10,22-42. Ahí se encuentra nuestro texto en su contexto, el que diseñó
su autor para que se comprendiera en su justa medida la persona y misión de su
Jesús.
Sorprende que se
nos lea en plena Pascua de Primavera una narración que su autor situó en pleno
invierno, durante la celebración de la fiesta judía de la Dedicación del Templo
de Jerusalén. Mi sorpresa aumenta cuando se constata que estas palabras están
dedicadas directamente a ‘los judíos’ que, según este narrador Juan, son las
autoridades religiosas del pueblo y de la religión de Moisés, la Ley, los
Profetas y sus Sacerdotes.
‘Estos judíos’ que
dialogan con Jesús, al escucharle, deciden apedrearle por blasfemo. Sin
embargo, este Jesús logró escapar de las manos de sus asesinadores (Juan
10,39). ¡¡¡Cuánto me recuerda este relato de Jesús en el final de su
evangelización a aquel otro relato que el Evangelista Lucas sitúa en el
comienzo del anuncio de la buena noticia de Jesús en su pueblo de Nazaret
(Lucas 4,14-30)!!!
Este Jesús del
Evangelista Juan habla con precisión y claridad de las cosas de la vida, que no
son otras que las cosas de las relaciones entre las personas. Al hablar de
estas relaciones existe un asunto central que no es complicado identificar. Y
se llama, en una palabra, mesianismo. ¿Quién es el Mesías? ¿Quién
es el que tiene autoridad para mandar, liberar, condenar...? ¿Quién es aquí en
la tierra la presencia de la persona de Dios para encarnar su voluntad? ¿El
Templo de Jerusalén? ¿El Sumo Sacerdote? ¿Un laico de Nazaret? ¿Un hombre? ¿Tú,
yo, él...?
Para este
Evangelista, llamado el cuarto, su Jesús de Nazaret era, entre otras realidades
compartidas, el agua, el pan, la luz, el camino, la verdad y, sobre todo, ¡la
vida! Jesús de Nazaret era la vida y, por ello, cuando esta vida abandona su
tierra y a sus gentes yéndose al ‘otro lado del Jordán’ (Juan 10,40-42),
aquella tierra y sus gentes mueren, como Lázaro, el muerto y enterrado del
capítulo siguiente (Juan 11). Lázaro era aquel Israel sin su Jesús, la vida.
Este Jesús del
Evangelista Juan, ¿es hijo del Padre de la misma manera que todo ser
humano es también hijo del Padre? Juan 10,34 y el Salmo 82,6 no lo preguntan,
lo afirman. Cuando leo esto y cuando lo escribo me paro largo rato, porque no
acabo de creerlo y de quererlo así. Me siento que estoy a un paso de la
postura de ‘los judíos’ que deseaban apedrear a aquel Jesús.
Carmelo Bueno Heras
Domingo 24º de Mateo (12.05.2019): Mateo 13,53-58.
“Todo cuanto deseas que te hagan, házselo a los
demás” (Mateo
7,12)
El texto de Mateo
13,53-58 completa la tercera parte de la palindromía que había
comenzado en Mateo 12,46-50. Y ya adelanté que se trata de una palindromía
tanto literaria como teológica sobre ‘la familia de Jesús’. Según
mi propia comprensión este asunto de ‘la familia de Jesús’ es otra forma de
responder a la pregunta que me hago: ¿Qué significa ser Jesús de Nazaret y
pertenecer a su familia?
Después de contar
las parábolas a las gentes reunidas en la orilla del mar de Galilea se fue
Jesús a su cercana tierra de Nazaret y allí “enseñaba en su sinagoga”
(Mt 13,54). ¿Qué enseñaba en aquella sinagoga de su pueblo? Enseñaba lo que
había enseñado hasta ahora y que he tenido la oportunidad de leer desde Mateo
4,23 hasta 13,52. Y seguramente que entre estas enseñanzas no faltó jamás hablar
de ‘el reino-reinado’. Este reino, ¿no era una semilla?
La enseñanza de
Jesús despertaba comentarios maravillados en aquellas gentes de su tierra y su
pueblo que le oían expresarse en la sinagoga. Es más, apunta este narrador
Mateo, estas gentes reconocen la sabiduría y los milagros de este paisano suyo.
¿Cómo no iba a llamar la atención la enseñanza de Jesús si enseñaba a
desobedecer la Ley o, al menos, a dejarla de lado y vivir de otra manera?
¿Acaso se pueden olvidar aquellos ‘se os dijo... pero yo os digo’ (Mt 5)?
¿Cómo no iba a
llamar la atención su mensaje si se atrevía a reemplazar toda la tradición
religiosa de Israel por el deseo que se despierta en el interior de
cada persona y que le invitaba a ser ella misma toda la LEY y los
PROFETAS? Jesús enseñaba a vivir sin una religión que les dijera a las personas
qué debían hacer o no hacer, creer o no creer, orar no orar. Para este Jesús, y
de ello hablaba abiertamente, no era necesaria una Ley, unos Profetas, un
Templo, un Sacerdocio y unas Tradiciones que hablaban de comer así o asá, de
beber así o asá, de vestir de tal o cual manera...
Si al leer esto que
escribo sientes que me sobrepaso o soy parcial o trato de engañar, te invito a
que medites muy despacio la síntesis de toda la enseñanza de este Jesús que nos
ha transmitido el narrador Mateo en el primer discurso llamado de las
bienaventuranzas y que dice lo que ya recuerdas tan acertadamente: “Todo cuanto deseas que te hagan,
házselo a los demás. En esto consisten toda la Ley y los Profetas” (Mt 7,12).
Aquellas gentes se
hacían una gran pregunta. Y creo que también se la han hecho muchas personas
lectoras de sus mensajes. Y tú y yo nos hacemos estas grandes preguntas: ¿Dónde
aprendió aquel Jesús estas cosas? ¿Quién se las enseñó? ¿Participó en cursos de
formación teológico-catequética inicial, avanzada y de investigación por medio
de doctorados y másteres de sublime creación universitaria a lo divino?: ¿De
dónde le vino aquella sabiduría suya?
Cuando pienso en
estas cosas vuelvo a releer el discurso de las parábolas y comprendo que aquel
Jesús, tan humano como tú y yo, se pasó la vida como un contemplativo de la
realidad y desde ella aprendió a estar y mirar a las personas y cuanto les
dolía, alegraba y necesitaban...
Carmelo Bueno Heras
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