sábado, 11 de mayo de 2019

“Era la fiesta de la Dedicación del Templo” (Domingo 4º de Pascua en el Ciclo C (12.05.2019): Juan 10,27-30.) y “Todo cuanto deseas que te hagan, házselo a los demás” (Mateo 7,12) (Domingo 24º de Mateo (12.05.2019): Mateo 13,53-58.)


Te saludo hoy, leyente, de manera especial. No sé muy bien cómo es eso de saludar de manera especial. Por eso sólo lo digo y lo repito, 'de manera especial'. A ver si lo consigo hacer.

Esta nota de 'especialidad', que deseo compartir hoy contigo, es tan sencilla como poner tu Biblia entre tus manos y leer el texto de Juan 10,22-42. 

Si lo pudieras hacer antes de leer nada del comentario, mucho mejor. Lee, por favor este relato. Una o dos veces. y luego enlazas con el comentario. 

Deseo que caigas en la cuenta de este ejercicio para constatar qué bien se le puede manipular a un texto cuando se le lee fuera de todo contexto. Y es tan sencillo hacerlo... Y se hace con tanta frecuencia en nuestras liturgias...

El Evangelista Juan escribió unas cosas sobre Jesús de Nazaret con las que se puede estar de acuerdo o en contra. Los judíos de aquel tiempo, finales del siglo primero, cuando leían lo que este Evangelista escribió no podían aceptar de ninguna de las maneras las cosas que se decían de un judío como aquel laico y galileo Jesús de Nazaret. 

Estoy casi seguro de que si alguno de aquellos creyentes judíos de los años noventa hubiera tenido la oportunidad de conocer al redactor de este libro llamado Evangelio de Juan hubiera hecho todo lo posible por impedir que siguiera escribiendo o hablando. Hubiera hecho todo lo que estuviera en sus manos por acabar con la vida del Evangelista.

Creo que es así como se entiende esa expresión que nosotros repetimos con cierta ignorancia de lo que entraña: "Yo y el padre somos uno" (Juan 10,30). Y cuando yo leo esto, me atrevo a pensar que ese YO no es sólo el 'yo' de Jesús de Nazaret, sino que también es el 'yo' de mi y de tu misma persona, leyente ahora de estas líneas. 

Traducido: Yo, escribiente de estos surcos, y Tú, leyente y creyente, y el Padre soy y eres uno y el  mismo con el padre... ¡¡¡Cuánta blasfemia o herejía se encierra en estos mensajes??? Pregúntaselo a aquel Juan escritor y a todos aquellos judíos creyentes que lo leyeron entonces... Un hombre se atrevió a identificarse con su Dios...

Este era o sigue siendo el saludo especial. Yo y el padre (o con mayúscula, Padre) somos uno... Una expresión así de clara y precisa sólo se encuentra en este Evangelio de Juan, nunca en los otros tres Evangelios sinópticos. ¿Fue un mensaje del propio Jesús o de su narrador y Evangelista? Fue un mensaje y lo seguirá siendo...

Ahora, se puede uno leer los comentarios aquí. También están en el archivo adjunto.

No añado más. Sabes, leyente y creyente, que existe una página con el comentario correspondiente al Evangelio de Mateo... Hasta dentro de siete días, el tiempo de una semana...  


Domingo 4º de Pascua en el Ciclo C (12.05.2019): Juan 10,27-30.
“Era la fiesta de la Dedicación del Templo” Lo medito y escribo CONTIGO: 

Voy a escribir en este primer párrafo del comentario el texto completo del Evangelio que se nos leerá en la liturgia de este cuarto domingo de Pascua: “En aquel tiempo, dijo Jesús: Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno.” (Juan 10,27-30). Así de breve y así de claro. Así parece, pero... Mis neuronas se preguntan.

¿Cuándo, dónde, a quiénes y por qué dijo estas cosas Jesús de Nazaret? Las autoridades de la sagrada liturgia han suprimido todo contexto de estas palabras que el Evangelista Juan pone en boca de su Jesús de Nazaret. Por esta sola razón invito vivamente a que cada cual lea la narración del Evangelista Juan 10,22-42. Ahí se encuentra nuestro texto en su contexto, el que diseñó su autor para que se comprendiera en su justa medida la persona y misión de su Jesús.

Sorprende que se nos lea en plena Pascua de Primavera una narración que su autor situó en pleno invierno, durante la celebración de la fiesta judía de la Dedicación del Templo de Jerusalén. Mi sorpresa aumenta cuando se constata que estas palabras están dedicadas directamente a ‘los judíos’ que, según este narrador Juan, son las autoridades religiosas del pueblo y de la religión de Moisés, la Ley, los Profetas y sus Sacerdotes.

‘Estos judíos’ que dialogan con Jesús, al escucharle, deciden apedrearle por blasfemo. Sin embargo, este Jesús logró escapar de las manos de sus asesinadores (Juan 10,39). ¡¡¡Cuánto me recuerda este relato de Jesús en el final de su evangelización a aquel otro relato que el Evangelista Lucas sitúa en el comienzo del anuncio de la buena noticia de Jesús en su pueblo de Nazaret (Lucas 4,14-30)!!!

Este Jesús del Evangelista Juan habla con precisión y claridad de las cosas de la vida, que no son otras que las cosas de las relaciones entre las personas. Al hablar de estas relaciones existe un asunto central que no es complicado identificar. Y se llama, en una palabra, mesianismo. ¿Quién es el Mesías? ¿Quién es el que tiene autoridad para mandar, liberar, condenar...? ¿Quién es aquí en la tierra la presencia de la persona de Dios para encarnar su voluntad? ¿El Templo de Jerusalén? ¿El Sumo Sacerdote? ¿Un laico de Nazaret? ¿Un hombre? ¿Tú, yo, él...?

Para este Evangelista, llamado el cuarto, su Jesús de Nazaret era, entre otras realidades compartidas, el agua, el pan, la luz, el camino, la verdad y, sobre todo, ¡la vida! Jesús de Nazaret era la vida y, por ello, cuando esta vida abandona su tierra y a sus gentes yéndose al ‘otro lado del Jordán’ (Juan 10,40-42), aquella tierra y sus gentes mueren, como Lázaro, el muerto y enterrado del capítulo siguiente (Juan 11). Lázaro era aquel Israel sin su Jesús, la vida.

Este Jesús del Evangelista Juan,  ¿es hijo del Padre de la misma manera que todo ser humano es también hijo del Padre? Juan 10,34 y el Salmo 82,6 no lo preguntan, lo afirman. Cuando leo esto y cuando lo escribo me paro largo rato, porque no acabo de creerlo y de quererlo así. Me siento  que estoy a un paso de la postura de ‘los judíos’ que deseaban apedrear a aquel Jesús.
Carmelo Bueno Heras

Domingo 24º de Mateo (12.05.2019): Mateo 13,53-58.
“Todo cuanto deseas que te hagan, házselo a los demás” (Mateo 7,12)

El texto de Mateo 13,53-58 completa la tercera parte de la palindromía que había comenzado en Mateo 12,46-50. Y ya adelanté que se trata de una palindromía tanto literaria como teológica sobre ‘la familia de Jesús’. Según mi propia comprensión este asunto de ‘la familia de Jesús’ es otra forma de responder a la pregunta que me hago: ¿Qué significa ser Jesús de Nazaret y pertenecer a su familia?

Después de contar las parábolas a las gentes reunidas en la orilla del mar de Galilea se fue Jesús a su cercana tierra de Nazaret y allí “enseñaba en su sinagoga”  (Mt 13,54). ¿Qué enseñaba en aquella sinagoga de su pueblo? Enseñaba lo que había enseñado hasta ahora y que he tenido la oportunidad de leer desde Mateo 4,23 hasta 13,52. Y seguramente que entre estas enseñanzas no faltó jamás hablar de ‘el reino-reinado’. Este reino, ¿no era una semilla?

La enseñanza de Jesús despertaba comentarios maravillados en aquellas gentes de su tierra y su pueblo que le oían expresarse en la sinagoga. Es más, apunta este narrador Mateo, estas gentes reconocen la sabiduría y los milagros de este paisano suyo. ¿Cómo no iba a llamar la atención la enseñanza de Jesús si enseñaba a desobedecer la Ley o, al menos, a dejarla de lado y vivir de otra manera? ¿Acaso se pueden olvidar aquellos ‘se os dijo... pero yo os digo’ (Mt 5)?

¿Cómo no iba a llamar la atención su mensaje si se atrevía a reemplazar toda la tradición religiosa de Israel por el deseo que se despierta en el interior de cada persona y que le invitaba a ser ella misma toda la LEY y los PROFETAS? Jesús enseñaba a vivir sin una religión que les dijera a las personas qué debían hacer o no hacer, creer o no creer, orar no orar. Para este Jesús, y de ello hablaba abiertamente, no era necesaria una Ley, unos Profetas, un Templo, un Sacerdocio y unas Tradiciones que hablaban de comer así o asá, de beber así o asá, de vestir de tal o cual manera...

Si al leer esto que escribo sientes que me sobrepaso o soy parcial o trato de engañar, te invito a que medites muy despacio la síntesis de toda la enseñanza de este Jesús que nos ha transmitido el narrador Mateo en el primer discurso llamado de las bienaventuranzas y que dice lo que ya recuerdas tan acertadamente: “Todo cuanto deseas que te hagan, házselo a los demás. En esto consisten toda la Ley y los Profetas” (Mt 7,12).

Aquellas gentes se hacían una gran pregunta. Y creo que también se la han hecho muchas personas lectoras de sus mensajes. Y tú y yo nos hacemos estas grandes preguntas: ¿Dónde aprendió aquel Jesús estas cosas? ¿Quién se las enseñó? ¿Participó en cursos de formación teológico-catequética inicial, avanzada y de investigación por medio de doctorados y másteres de sublime creación universitaria a lo divino?: ¿De dónde le vino aquella sabiduría suya?

Cuando pienso en estas cosas vuelvo a releer el discurso de las parábolas y comprendo que aquel Jesús, tan humano como tú y yo, se pasó la vida como un contemplativo de la realidad y desde ella aprendió a estar y mirar a las personas y cuanto les dolía, alegraba y necesitaban...
Carmelo Bueno Heras

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