Beato Víctor III, papa
fecha: 16 de septiembre
n.: c. 1027 - †: 1087 - país: Italia
canonización: Conf. Culto: León XIII 23 jul 1887
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
n.: c. 1027 - †: 1087 - país: Italia
canonización: Conf. Culto: León XIII 23 jul 1887
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: En Montecasino, tránsito del beato
Víctor III, papa, el cual, después de regir sabiamente durante treinta años el
célebre monasterio y enriquecerlo magníficamente, fue elegido para gobernar la
Iglesia Romana.

El joven que habría de llegar a Papa con
el nombre de Víctor III, era conocido en la vida secular como Daufar y
pertenecía a la familia lombarda de los duques de Benevento. Como era el hijo
único, su padre se mostraba ansioso para que contrajera matrimonio y le diera
nietos, pero Daufar, cuya "nobleza de alma era mayor que la de su
nacimiento", sentía en su fuero interno la certeza de que estaba llamado
para servir a Dios como monje. En el año de 1047, su padre perdió la vida en el
campo de batalla y Daufar, que por entonces tendría unos veinte años, aprovechó
la oportunidad para desligarse de la familia e irse a vivir con un ermitaño.
Pero sus parientes le encontraron, forcejearon con él hasta el extremo de
desgarrarle el hábito que vestía y, a fin de cuentas, le obligaron a volver con
ellos a su casa de Benevento. Ahí se le mantuvo bajo estrecha vigilancia, pero
al cabo de doce meses de encierro, consiguió escapar y huyó para refugiarse en
el monasterio de La Cava. Por fin, su familia aceptó el hecho irrefutable de su
vocación y le permitió que realizara sus deseos, con la única condición de
abandonar el monasterio de La Cava para ingresar en la abadía de Santa Sofía,
en Benevento. Daufar accedió y, al entrar en el convento, su nuevo abad le dio
el nombre de Desiderio. Transcurrieron algunos años sin que el joven monje
encontrara el camino que buscaba: estuvo en un monasterio de una isla en el
Adriático, estudió medicina en Salerno y fue ermitaño en los Abruzos. Sin
embargo, ya para entonces había atraído la atención favorable del Papa San León
IX y, alrededor del año 1054, lo hizo ir a Roma. Ahí se quedó durante el
reinado del papa Víctor II y ahí conoció a los monjes de Monte Cassino que le
impresionaron de tal manera, que no tardó en hacer una peregrinación a la cuna
de la orden de los benedictinos y acabó por unirse a la comunidad. En el año de
1057, el Papa Esteban llamó a Daufar a Roma, con la intención de enviarle como
delegado a Constantinopla. El Papa Esteban había sido abad en Monte Cassino y
había retenido el cargo al ser elegido como Pontífice; pero, por aquel entonces
estaba enfermo y, como creía que no iba a tardar mucho en llegar su muerte,
decidió que se realizara sin tardanza la elección de su sucesor. La votación
favoreció por unanimidad a Daufar, es decir al monje Desiderio. Este partió de
todas maneras hacia el oriente para ocupar su puesto de delegado pontificio en
Constantinopla, pero apenas había llegado a la ciudad de Bari, cuando le
notificaron la muerte del Papa Esteban y tuvo que regresar. En Roma surgió una
disputa en cuanto a la sucesión al trono de San Pedro y, durante la misma,
Desiderio apoyó la elección de Nicolás II, que asumió el cargo, pero antes de
autorizar a Desiderio para que se reintegrara a su monasterio de Monte Cassino,
le consagró cardenal.
Desiderio fue uno de los grandes abades de
Monte Cassino y, durante su gobierno, el famoso monasterio alcanzó el pináculo
de su gloria. Primero, hizo reconstruir la iglesia y, después, todo el conjunto
de edificios que dispuso en una escala más amplia y conveniente de la que había
adoptado San Petronax y el abad Aligerno al restaurar la abadía después de los
saqueos y destrucciones de los lombardos y los sarracenos. Embelleció de manera
muy especial la basílica; "recurrió a las influencias y al dinero" y,
no sólo hizo traer los mejores materiales de Roma, sino que contrató a los más
diestros trabajadores de Lombardía, Amalfi y la misma Constantinopla. Gracias a
esa combinación de las escuelas arquitectónicas de Lombardía y de Bizancio, surgieron
en Monte Cassino nuevas formas y motivos de decoración, en la construcción, los
mosaicos, los ornamentos, las pinturas y la iluminación; los mismos monjes de
la abadía pusieron sus conocimientos y sus habilidades al servicio de la magna
obra. Toda aquella magnificencia no era un vano exhibicionismo ni se había
hecho para hospedar a "devotos hipócritas de fervor externo." La
virtud entre los monjes de Monte Cassino se arraigó todavía más, y su número
aumentó a doscientos y el abad Desiderio insistió y cuidó de que todos se
sometieran a la más estricta observancia de la regla. Entre los que se
sintieron atraídos hacia el monasterio figuraba Constantino Africano, el más
notable de los médicos de la antigua escuela de Salerno y amigo personal de
Desiderio. Por otra parte, las construcciones y decoraciones dieron un trabajo
material continuo y bien remunerado a numerosos trabajadores, artistas y
artesanos. Desde entonces, el scriptorium de Cassino fue famoso por los libros
que ahí se copiaban y por las iluminaciones e ilustraciones. Además de abad y
cardenal, Desiderio era vicario papal para Campania, Apulia, Calabria y Capua,
y la Santa Sede tenía tanta consideración y confianza hacia él, que le autorizó
a nombrar prelados para los obispados vacantes y las abadías sin superior.
El Papa San Gregorio VII utilizó con mucha
frecuencia a Desiderio corno su intermediario ante los normandos en Italia. No
obstante que era de un tipo opuesto al de Gregorio, por la dulzura de su
carácter, se mostró siempre corno un decidido y aun enérgico defensor del
papado contra las ambiciones del emperador; es muy posible que su nombre haya
sido uno de los que pronunció San Gregorio en su lecho de muerte, como posible
sucesor. Cuando el Pontífice murió, Desiderio huyó de prisa de Roma y se
refugió en Monte Cassino para evitar su elección, pero, en el mes de mayo de
1086, fue elegido por aclamación y se le impuso la roja capa pluvial pontificia
en la iglesia de Santa Lucía para que reinara con el nombre de Víctor. Cuatro
días más tarde, surgió una oposición que le brindó la oportunidad para huir de
nuevo a Monte Cassino, donde dejó de lado las insignias pontificias y no se
dejó convencer para ocupar el cargo hasta la Pascua del año siguiente. La sede
de Roma se hallaba ocupada por entonces por el antipapa impuesto por el
emperador, Guiberto de Ravena ("Clemente III"). Pero las fuerzas
normandas consiguieron sacarlo de San Pedro durante el tiempo suficiente para
que Víctor fuese consagrado ahí. Inmediatamente después de su consagración,
partió al monasterio. Pocas semanas más tarde, volvió a Roma, por última vez,
cuando la condesa Matilde de Toscana se esforzaba por desalojar a Guiberto.
Aquel Papa, tan amante de la paz y tan enfermo que rara vez podía celebrar la
misa, no estaba capacitado para ver a su ciudad apostólica convertida en un
campo de batalla y, hacia fines del verano, la abandonó para siempre. Después
de un sínodo que él presidió en Benevento, fue llevado agonizante a su
monasterio. Tendido en un camastro en la casa capitular, dio las últimas
instrucciones a sus monjes y recomendó a Eudes, el cardenal obispo de Ostia,
para que ocupase la sede apostólica. Murió dos días después, el 16 de
septiembre de 1087. Había sido Papa durante cuatro meses. El culto al Beato
Víctor III fue aprobado por el Papa León XIII, quien agregó su nombre al
Martirologio Romano.
Un detallado relato sobre el Beato Víctor
III, ocupa considerable espacio en la Chronica Monasterii Casinensis, lib. III.
El texto ha sido publicado en MGH., Scriptores, vol. VII, pp. 698-754; también
en el Acta Sanctorum, sept. vol. V. Ver además a Mons. H. K. Mann, en Lives of
the Popes, vol. VII, pp. 218-244.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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