San Sergio I, papa
fecha: 8 de septiembre
†: 701 - país: Italia
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
†: 701 - país: Italia
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: En Roma, en la basílica de San Pedro, sepultura del papa san Sergio
I, de origen sirio, que trabajó en favor de la evangelización de Sajonia y de
Frisia, y buscando el arreglo de disensiones y litigios, prefirió la muerte a
consentir los errores.
refieren a este santo: San Gregorio II

Durante la prolongada enfermedad del papa
Conón, su archidiácono, Pascual, ofreció una enorme suma como soborno a Juan,
el exarca imperial, a fin de que le asegurara su sucesión en el trono de San
Pedro. En 687, cuando por fin murió Conón, el exarca cumplió su palabra, lanzó
el nombramiento de Pascual y lo apoyó con un partido, la mayoría de cuyos
miembros se oponían a la candidatura del arcipreste Teodoro; pero a fin de
cuentas, ambos candidatos quedaron defraudados y el sacerdote Sergio fue
canónicamente elegido. El exarca Juan, que viajó a Roma para cuidar sus
intereses, se avino a dar su aprobación a la elección de Sergio, pero no sin
antes haber recibido de éste, la misma suma de dinero que le había ofrecido
Pascual. Ahí no era cuestión de simonía sino de extorsión: Sergio había sido
libre y legalmente elegido y, al verse obligado a pagar, lo hizo bajo enérgicas
protestas. El hombre que llegó a Papa en tan desastrosas circunstancias, era un
sirio, hijo de un mercader de Antioquía y educado en Palermo.
Los primeros años de su pontificado se
vieron perturbados por los trastornos que causó el Concilio in Trullo
(Concilium Quinisextum) convocado en Constantinopla con el propósito de
completar las actas del quinto y sexto concilios ecuménicos con algunos cánones
sobre la disciplina. Estuvieron presentes doscientos obispos, todos orientales,
a excepción de uno, para aprobar 102 cánones, muchos de los cuales parecían
contrarios cuando no hostiles a las doctrinas y políticas de la Iglesia de
Occidente. Lo malo de aquella asamblea fue que se adjudicó los derechos de
aprobar los decretos, no sólo para la Iglesia de Oriente sino también para la
de Occidente; en consecuencia, cuando el emperador Justiniano II envió a Roma
las actas del Concilio para que las firmase el Papa, Sergio rehusó hacerlo. De
modo que el emperador, en el año 693, envió a su guardia personal, con un tal
Zacarías a la cabeza, para que apresara al pontífice recalcitrante y lo
condujera, por la fuerza, a Constantinopla. El Papa Sergio apeló al exarca, al
tiempo que los ciudadanos de Roma, reforzados por las tropas llegadas de
Ravena, reunieron una fuerza considerable e hicieron una demostración muy
impresionante, sobre todo para Zacarías, que se aterrorizó a tal punto, que fue
a implorar protección a Sergio y corrió a esconderse bajo la cama del Papa.
Este, por su parte, salió a tranquilizar al pueblo (podemos suponer que
bastante divertido con la aventura), pero ninguno quiso abandonar su puesto
cerca del Santo Padre, hasta que el «valeroso» soldado Zacarías abandonó su
refugio y, a la cabeza de sus guardias, partió de la ciudad hacia
Constantinopla. No hay duda de que el asunto hubiese acarreado graves
consecuencias para el Papa Sergio, de no haber sido por el oportuno
derrocamiento del emperador Justiniano II, poco tiempo después, Ni aquel
Pontífice, ni otro alguno de sus sucesores, hicieron algo más por los cánones
del Quinisextum, que aprobarlos tácitamente para la Iglesia de Oriente.
Durante el reinado de aquel Pontífice,
llegó a Roma Cadwalla, rey de los sajones occidentales, que había «abdicado al
trono para ponerse al servicio del Señor y de su reino eterno». Fue san Sergio
quien lo bautizó en la vigilia de la Pascua del año 689; cinco años después,
consagró obispo de Nortumbría a otro famoso inglés, san Willibrordo y
lo alentó y ayudó para que llevase a cabo su misión en Frieslandia. Asimismo,
fue san Sergio quien recibió a una delegación de monjes enviados por san
Ceolfrido, a quienes otorgó la confirmación de privilegios en sus abadías de
Wearmouth y Jarrow; en 701, escribió personalmente a san Ceolfrido para pedirle
que enviase a «ese piadoso siervo de Dios, Beda, sacerdote de vuestro
monasterio», a Roma, porque el Pontífice tenía necesidad del consejo de hombres
sabios. San Sergio prometía que Beda sería «devuelto» en seguida, pero lo
cierto es que no fue a Roma y el propio san Beda nos dice que nunca dejó su
monasterio. Sergio era alumno de la Schola Cantorum romana y siempre mantuvo un
interés activo en la liturgia y su música; en particular, como lo señala el Liber
Pontificalis, se preocupó en dar las instrucciones para que el Agnus Dei «fuese
cantado por los clérigos y el pueblo, al fraccionarse la hostia» durante la
misa. También fue San Sergio quien dispuso que la Iglesia romana celebrase las
cuatro fiestas de Nuestra Señora que ya se observaban en Constantinopla: la
Natividad de la Virgen María, su Purificación, la Anunciación y la «Dormición».
En cuanto a su carácter personal, sólo se
puede juzgar a san Sergio por sus actos públicos y las tradiciones de la Iglesia,
en donde aparece -como lo ha dicho Alcuino- como un santo y dignísimo sucesor
de san Pedro, notable por su piedad. Murió en el año de 701 y fue sepultado en
San Pedro. Una nota que dice: «Sergii Papae Romae», bajo el día 7 de septiembre
en la edición original del calendario de san Willibrordo, sirve como un
terminus a quo por el cual se establece la fecha del documento y prueba que el
culto por el santo comenzó inmediatamente después de la muerte del Pontífice.
El Liber Pontificalis con las notas de
Duchesne y las cartas coleccionadas por Jaffé, son fuentes de información de
primerísima importancia. Pero san Sergio es un personaje de la historia de la
Iglesia, por lo que más bien debe buscarse su historia en la bibliografía
general.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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