Santa Teresa Gonhxa
Bojaxhiu, «Madre Teresa de Calcuta», virgen
y fundadora
fecha: 5 de septiembre
n.: 1910 - †: 1997 - país: India
canonización: B: Juan Pablo II 19 oct 2003 - C: Francisco 4 sep 2016
hagiografía: Vaticano
n.: 1910 - †: 1997 - país: India
canonización: B: Juan Pablo II 19 oct 2003 - C: Francisco 4 sep 2016
hagiografía: Vaticano
Elogio: En Calcuta, en la
India, santa Teresa (Inés) Gonhxa Bojaxhiu, virgen, la cual, nacida en Albania,
trató de apagar la sed de Cristo clavado en la cruz atendiendo con eximia
caridad a los hermanos más pobres y fundando las congregaciones de Misioneros y
de Misioneras de la Caridad, para servir a los enfermos y abandonados.
«De
sangre soy albanesa. De ciudadanía, India. En lo referente a la fe, soy una
monja Católica. Por mi vocación, pertenezco al mundo. En lo que se refiere a mi
corazón, pertenezco totalmente al Corazón de Jesús.»

De pequeña
estatura, firme como una roca en su fe, a Madre Teresa de Calcuta le fue
confiada la misión de proclamar la sed de amor de Dios por la humanidad,
especialmente por los más pobres entre los pobres. «Dios ama todavía al mundo y
nos envía a ti y a mi para que seamos su amor y su compasión por los pobres”.
Fue un alma llena de la luz de Cristo, inflamada de amor por Él y ardiendo con
un único deseo: “saciar su sed de amor y de almas.»
Esta
mensajera luminosa del amor de Dios nació el 26 de agosto de 1910 en Skopje,
una ciudad situada en el cruce de la historia de los Balcanes. Era la menor de
los hijos de Nikola y Drane Bojaxhiu, recibió en el bautismo el nombre de
Gonxha Agnes, hizo su Primera Comunión a la edad de cinco años y medio y
recibió la Confirmación en noviembre de 1916. Desde el día de su Primera
Comunión, llevaba en su interior el amor por las almas. La repentina muerte de
su padre, cuando Gonxha tenía unos ocho años de edad, dejó a la familia en una
gran estrechez financiera. Drane crió a sus hijos con firmeza y amor,
influyendo grandemente en el carácter y la vocación de si hija. En su formación
religiosa, Gonxha fue asistida además por la vibrante Parroquia Jesuita del
Sagrado Corazón, en la que ella estaba muy integrada.
Cuando
tenía dieciocho años, animada por el deseo de hacerse misionera, Gonxha dejó su
casa en septiembre de 1928 para ingresar en el Instituto de la Bienaventurada
Virgen María, conocido como Hermanas de Loreto, en Irlanda. Allí recibió el
nombre de Hermana María Teresa (por Santa Teresa de Lisieux). En el mes de
diciembre inició su viaje hacia India, llegando a Calcuta el 6 de enero de
1929. Después de profesar sus primeros votos en mayo de 1931, la Hermana Teresa
fue destinada a la comunidad de Loreto Entally en Calcuta, donde enseñó en la
Escuela para chicas St. Mary. El 24 de mayo de 1937, la Hermana Teresa hizo su
profesión perpétua convirtiéndose entonces, como ella misma dijo, en “esposa de
Jesús” para “toda la eternidad”. Desde ese momento se la llamó Madre Teresa. Continuó
a enseñar en St. Mary convirtiéndose en directora del centro en 1944. Al ser
una persona de profunda oración y de arraigado amor por sus hermanas religiosas
y por sus estudiantes, los veinte años que Madre Teresa transcurrió en Loreto
estuvieron impregnados de profunda alegría. Caracterizada por su caridad,
altruismo y coraje, por su capacidad para el trabajo duro y por un talento
natural de organizadora, vivió su consagración a Jesús entre sus compañeras con
fidelidad y alegría.
El 10
de septiembre de 1946, durante un viaje de Calcuta a Darjeeling para realizar
su retiro anual, Madre Teresa recibió su “inspiración,” su “llamada dentro de
la llamada”. Ese día, de una manera que nunca explicaría, la sed de amor y de
almas se apoderó de su corazón y el deseo de saciar la sed de Jesús se
convirtió en la fuerza motriz de toda su vida. Durante las sucesivas semanas y
meses, mediante locuciones interiores y visiones, Jesús le reveló el deseo de
su corazón de encontrar “víctimas de amor” que “irradiasen a las almas su
amor”. “Ven y sé mi luz”, Jesús le suplicó. “No puedo ir solo”. Le reveló su
dolor por el olvido de los pobres, su pena por la ignorancia que tenían de Él y
el deseo de ser amado por ellos. Le pidió a Madre Teresa que fundase una
congregación religiosa, Misioneras de la Caridad, dedicadas al servicio de los
más pobres entre los pobres. Pasaron casi dos años de pruebas y discernimiento
antes de que Madre Teresa recibiese el permiso para comenzar. El 17 de agosto
de 1948 se vistió por primera vez con el sari blanco orlado de azul y atravesó
las puertas de su amado convento de Loreto para entrar en el mundo de los
pobres.
Después
de un breve curso con las Hermanas Médicas Misioneras en Patna, Madre Teresa
volvió a Calcuta donde encontró alojamiento temporal con las Hermanitas de los
Pobres. El 21 de diciembre va por vez primera a los barrios pobres. Visitó a
las familias, lavó las heridas de algunos niños, se ocupó de un anciano enfermo
que estaba extendido en la calle y cuidó a una mujer que se estaba muriendo de
hambre y de tuberculosis. Comenzaba cada día entrando en comunión con Jesús en
la Eucaristía y salía de casa, con el rosario en la mano, para encontrar y
servir a Jesús en “los no deseados, los no amados, aquellos de los que nadie se
ocupaba”. Después de algunos meses comenzaron a unirse a ella, una a una, sus
antiguas alumnas.
El 7 de
octubre de 1950 fue establecida oficialmente en la Archidiócesis de Calcuta la
nueva congregación de las Misioneras de la Caridad. Al inicio de los años
sesenta, Madre Teresa comenzó a enviar a sus Hermanas a otras partes de India.
El Decreto de Alabanza, concedido por el Papa Pablo VI a la Congregación en
febrero de 1965, animó a Madre Teresa a abrir una casa en Venezuela. Ésta fue
seguida rápidamente por las fundaciones de Roma, Tanzania y, sucesivamente, en
todos los continentes. Comenzando en 1980 y continuando durante la década de
los años noventa, Madre Teresa abrió casas en casi todos los países comunistas,
incluyendo la antigua Unión Soviética, Albania y Cuba.
Para
mejor responder a las necesidades físicas y espirituales de los pobres, Madre
Teresa fundó los Hermanos Misioneros de la Caridad en 1963, en 1976 la rama
contemplativa de las Hermanas, en 1979 los Hermanos Contemplativos y en 1984
los Padres Misioneros de la Caridad. Sin embargo, su inspiración no se limitò
solamente a aquellos que sentían la vocación a la vida religiosa. Creó los
Colaboradores de Madre Teresa y los Colaboradores Enfermos y Sufrientes,
personas de distintas creencias y nacionalidades con los cuales compartió su
espíritu de oración, sencillez, sacrificio y su apostolado basado en humildes
obras de amor. Este espíritu inspiró posteriormente a los Misioneros de la
Caridad Laicos. En respuesta a las peticiones de muchos sacerdotes, Madre
Teresa inició también en 1981 el Movimiento Sacerdotal Corpus Christi como
un“pequeño camino de santidad” para aquellos sacerdotes que deseasen compartir
su carisma y espíritu.
Durante
estos años de rápido desarrollo, el mundo comenzó a fijarse en Madre Teresa y
en la obra que ella había iniciado. Numerosos premios, comenzando por el Premio
Indio Padmashri en 1962 y de modo mucho más notorio el Premio Nobel de la Paz
en 1979, hicieron honra a su obra. Al mismo tiempo, los medios de comunicación
comenzaron a seguir sus actividades con un interés cada vez mayor. Ella
recibió, tanto los premios como la creciente atención “para gloria de Dios y en
nombre de los pobres”.
Toda la
vida y el trabajo de Madre Teresa fue un testimonio de la alegría de amar, de
la grandeza y de la dignidad de cada persona humana, del valor de las cosas
pequeñas hechas con fidelidad y amor, y del valor incomparable de la amistad
con Dios. Pero, existía otro lado heroico de esta mujer que salió a la luz solo
después de su muerte. Oculta a todas las miradas, oculta incluso a los más
cercanos a ella, su vida interior estuvo marcada por la experiencia de un
profundo, doloroso y constante sentimiento de separación de Dios, incluso de
sentirse rechazada por Él, unido a un deseo cada vez mayor de su amor. Ella
misma llamó “oscuridad” a su experiencia interior. La “dolorosa noche” de su
alma, que comenzó más o menos cuando dio inicio a su trabajo con los pobres y
continuó hasta el final de su vida, condujo a Madre Teresa a una siempre más
profunda unión con Dios. Mediante la oscuridad, ella participó de la sed de
Jesús (el doloroso y ardiente deseo de amor de Jesús) y compartió la desolación
interior de los pobres.
Durante
los últimos años de su vida, a pesar de los cada vez más graves problemas de
salud, Madre Teresa continuó dirigiendo su Instituto y respondiendo a las
necesidades de los pobres y de la Iglesia. En 1997 las Hermanas de Madre Teresa
contaban casi con 4.000 miembros y se habían establecido en 610 fundaciones en
123 países del mundo. En marzo de 1997, Madre Teresa bendijo a su recién
elegida sucesora como Superiora General de las Misioneras de la Caridad,
llevando a cabo sucesivamente un nuevo viaje al extranjero. Después de
encontrarse por última vez con el Papa Juan Pablo II, volvió a Calcuta donde
transcurrió las últimas semanas de su vida recibiendo a las personas que
acudían a visitarla e instruyendo a sus Hermanas. El 5 de septiembre, la vida
terrena de Madre Teresa llegó a su fin. El Gobierno de India le concedió el
honor de celebrar un funeral de estado y su cuerpo fue enterrado en la Casa
Madre de las Misioneras de la Caridad. Su tumba se convirtió rápidamente en un
lugar de peregrinación y oración para gente de fe y de extracción social
diversa (ricos y pobres indistintamente). Madre Teresa nos dejó el ejemplo de
una fe sólida, de una esperanza invencible y de una caridad extraordinaria. Su
respuesta a la llamada de Jesús, “Ven y sé mi luz”, hizo de ella una Misionera
de la Caridad, una “madre para los pobres”, un símbolo de compasión para el
mundo y un testigo viviente de la sed de amor de Dios.
Menos
de dos años después de su muerte, a causa de lo extendido de la fama de
santidad de Madre Teresa y de los favores que se le atribuían, el Papa Juan
Pablo II permitió la apertura de su Causa de Canonización. El 20 de diciembre
del 2002 el mismo Papa aprobó los decretos sobre la heroicidad de las virtudes
y sobre el milagro obtenido por intercesión de Madre Teresa.
La
causa llegó a su deseado fin en 2016, con la aprobación del milagro recibido
por Marcílio Haddad Andrino, curado de una grave forma de hidrocefalia, por
intercesión de Santa Teresa de Calcuta, cuya canonización se produjo en el Año
de la Misericordia proclamado por Papa Francisco, el 4 de septiembre de 2016,
en una multitudinaria ceremonia en Plaza San Pedro.
La
bibliografía sobre Madre Teresa es inmensa. Conviene leer -para hacerse una
idea de la persona- alguno de los muchos ancdotarios de testigos presenciales
de su vida. Puede hallarse algo en la Biblioteca de ETF. Este artículo, en conexión con la
canonización de la santa, muestra un pantallazo del alcance actual de su
obra.
HOMILÍA DEL
SANTO PADRE FRANCISCO, EN LA CANONIZACIÓN
Domingo 4 de septiembre de 2016
«¿Quién
comprende lo que Dios quiere?» (Sb 9,13). Este interrogante del libro de la
Sabiduría, que hemos escuchado en la primera lectura, nos presenta nuestra vida
como un misterio, cuya clave de interpretación no poseemos. Los protagonistas
de la historia son siempre dos: por un lado, Dios, y por otro, los hombres.
Nuestra tarea es la de escuchar la llamada de Dios y luego aceptar su voluntad.
Pero para cumplirla sin vacilación debemos ponernos esta pregunta. ¿Cuál es la
voluntad de Dios en mi vida?
La
respuesta la encontramos en el mismo texto sapiencial: «Los hombres aprendieron
lo que te agrada» (v. 18). Para reconocer la llamada de Dios, debemos
preguntarnos y comprender qué es lo que le gusta. En muchas ocasiones, los
profetas anunciaron lo que le agrada al Señor. Su mensaje encuentra una
síntesis admirable en la expresión: «Misericordia quiero y no sacrificios» (Os
6,6; Mt 9,13). A Dios le agrada toda obra de misericordia, porque en el hermano
que ayudamos reconocemos el rostro de Dios que nadie puede ver (cf. Jn 1,18).
Cada vez que nos hemos inclinado ante las necesidades de los hermanos, hemos
dado de comer y de beber a Jesús; hemos vestido, ayudado y visitado al Hijo de
Dios (cf. Mt 25,40).
Estamos
llamados a concretar en la realidad lo que invocamos en la oración y profesamos
en la fe. No hay alternativa a la caridad: quienes se ponen al servicio de los
hermanos, aunque no lo sepan, son quienes aman a Dios (cf. 1 Jn 3,16-18; St
2,14-18). Sin embargo, la vida cristiana no es una simple ayuda que se presta
en un momento de necesidad. Si fuera así, sería sin duda un hermoso sentimiento
de humana solidaridad que produce un beneficio inmediato, pero sería estéril
porque no tiene raíz. Por el contrario, el compromiso que el Señor pide es el
de una vocación a la caridad con la que cada discípulo de Cristo lo sirve con
su propia vida, para crecer cada día en el amor.
Hemos
escuchado en el Evangelio que «mucha gente acompañaba a Jesús» (Lc 14,25). Hoy aquella
«gente» está representada por el amplio mundo del voluntariado, presente aquí
con ocasión del Jubileo de la Misericordia. Vosotros sois esa gente que sigue
al Maestro y que hace visible su amor concreto hacia cada persona. Os repito
las palabras del apóstol Pablo: «He experimentado gran gozo y consuelo por tu
amor, ya que, gracias a ti, los corazones de los creyentes han encontrado
alivio» (Flm 1,7). Cuántos corazones confortan los voluntarios. Cuántas manos
sostienen; cuántas lágrimas secan; cuánto amor derraman en el servicio
escondido, humilde y desinteresado. Este loable servicio da voz a la fe y
expresa la misericordia del Padre que está cerca de quien pasa necesidad.
El
seguimiento de Jesús es un compromiso serio y al mismo tiempo gozoso; requiere
radicalidad y esfuerzo para reconocer al divino Maestro en los más pobres y
ponerse a su servicio. Por esto, los voluntarios que sirven a los últimos y a
los necesitados por amor a Jesús no esperan ningún agradecimiento ni
gratificación, sino que renuncian a todo esto porque han descubierto el
verdadero amor. Igual que el Señor ha venido a mi encuentro y se ha inclinado
sobre mí en el momento de necesidad, así también yo salgo al encuentro de él y
me inclino sobre quienes han perdido la fe o viven como si Dios no existiera,
sobre los jóvenes sin valores e ideales, sobre las familias en crisis, sobre
los enfermos y los encarcelados, sobre los refugiados e inmigrantes, sobre los
débiles e indefensos en el cuerpo y en el espíritu, sobre los menores abandonados
a sí mismos, como también sobre los ancianos dejados solos. Dondequiera que
haya una mano extendida que pide ayuda para ponerse en pie, allí debe estar
nuestra presencia y la presencia de la Iglesia que sostiene y da esperanza.
Madre
Teresa, a lo largo de toda su existencia, ha sido una generosa dispensadora de
la misericordia divina, poniéndose a disposición de todos por medio de la
acogida y la defensa de la vida humana, tanto la no nacida como la abandonada y
descartada. Se ha comprometido en la defensa de la vida proclamando
incesantemente que «el no nacido es el más débil, el más pequeño, el más
pobre». Se ha inclinado sobre las personas desfallecidas, que mueren
abandonadas al borde de las calles, reconociendo la dignidad que Dios les había
dado; ha hecho sentir su voz a los poderosos de la tierra, para que
reconocieran sus culpas ante los crímenes de la pobreza creada por ellos
mismos. La misericordia ha sido para ella la «sal» que daba sabor a cada obra
suya, y la «luz» que iluminaba las tinieblas de los que no tenían ni siquiera
lágrimas para llorar su pobreza y sufrimiento.
Su
misión en las periferias de las ciudades y en las periferias existenciales
permanece en nuestros días como testimonio elocuente de la cercanía de Dios
hacia los más pobres entre los pobres. Hoy entrego esta emblemática figura de
mujer y de consagrada a todo el mundo del voluntariado: que ella sea vuestro
modelo de santidad. Esta incansable trabajadora de la misericordia nos ayude a
comprender cada vez más que nuestro único criterio de acción es el amor
gratuito, libre de toda ideología y de todo vínculo y derramado sobre todos sin
distinción de lengua, cultura, raza o religión. Madre Teresa amaba decir: «Tal
vez no hablo su idioma, pero puedo sonreír». Llevemos en el corazón su sonrisa
y entreguémosla a todos los que encontremos en nuestro camino, especialmente a
los que sufren. Abriremos así horizontes de alegría y esperanza a toda esa
humanidad desanimada y necesitada de comprensión y ternura.
HOMILÍA DEL
SANTO PADRE JUAN PABLO II
Domingo 19 de octubre de 2003
1.
"El que quiera ser el primero, sea esclavo de todos" (Mc 10, 44).
Estas palabras de Jesús a sus discípulos, que acaban de resonar en esta plaza,
indican cuál es el camino que conduce a la "grandeza" evangélica. Es
el camino que Cristo mismo recorrió hasta la cruz; un itinerario de amor y de
servicio, que invierte toda lógica humana. ¡Ser siervo de todos!
Por
esta lógica se dejó guiar la madre Teresa de Calcuta, fundadora de los
Misioneros y de las Misioneras de la Caridad, a quien hoy tengo la alegría de
inscribir en el catálogo de los beatos. Estoy personalmente agradecido a esta
valiente mujer, que siempre he sentido junto a mí. Icono del buen samaritano,
iba por doquier para servir a Cristo en los más pobres de entre los pobres. Ni
siquiera los conflictos y las guerras lograban detenerla.
De vez
en cuando, venía a hablarme de sus experiencias al servicio de los valores
evangélicos. Recuerdo, por ejemplo, sus intervenciones en favor de la vida y en
contra del aborto, también cuando le fue conferido el premio Nobel de la paz
(Oslo, 10 de diciembre de 1979). Solía decir: "Si oís que una mujer no
quiere tener a su hijo y desea abortar, tratad de convencerla de que me traiga
a ese niño. Yo lo amaré, viendo en él el signo del amor de Dios".
2. ¿No
es acaso significativo que su beatificación tenga lugar precisamente en el día
en que la Iglesia celebra la Jornada mundial de las misiones? Con el testimonio
de su vida, madre Teresa recuerda a todos que la misión evangelizadora de la
Iglesia pasa a través de la caridad, alimentada con la oración y la escucha de
la palabra de Dios. Es emblemática de este estilo misionero la imagen que
muestra a la nueva beata mientras estrecha, con una mano, la mano de un niño, y
con la otra pasa las cuentas del rosario.
Contemplación
y acción, evangelización y promoción humana: madre Teresa proclama el Evangelio
con su vida totalmente entregada a los pobres, pero, al mismo tiempo, envuelta
en la oración.
3.
"El que quiera ser grande, sea vuestro servidor" (Mc 10, 43). Con
particular emoción recordamos hoy a madre Teresa, una gran servidora de los
pobres, de la Iglesia y de todo el mundo. Su vida es un testimonio de la
dignidad y del privilegio del servicio humilde. No sólo eligió ser la última,
sino también la servidora de los últimos. Como verdadera madre de los pobres,
se inclinó hacia todos los que sufrían diversas formas de pobreza. Su grandeza
reside en su habilidad para dar sin tener en cuenta el costo, dar "hasta
que duela". Su vida fue un amor radical y una proclamación audaz del
Evangelio.
El
grito de Jesús en la cruz, "tengo sed" (Jn 19, 28), expresa que la
profundidad del anhelo de Dios por el hombre, penetró en el alma de madre
Teresa y encontró un terreno fértil en su corazón. Saciar la sed de amor y de
almas de Jesús en unión con María, la madre de Jesús, se convirtió en el único
objetivo de la existencia de la madre Teresa, y en la fuerza interior que la
impulsaba y la hacía superarse a sí misma e "ir deprisa" a través del
mundo para trabajar por la salvación y la santificación de los más pobres de
entre los pobres.
4.
"Os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a
mí me lo hicisteis" (Mt 25, 40). Este pasaje evangélico, tan fundamental
para comprender el servicio de la madre Teresa a los pobres, fue la base de su
convicción llena de fe de que al tocar los cuerpos quebrantados de los pobres,
estaba tocando el cuerpo de Cristo. A Jesús mismo, oculto bajo el rostro
doloroso del más pobre de entre los pobres, se dirigió su servicio. La madre
Teresa pone de relieve el significado más profundo del servicio: un acto de
amor hecho por los hambrientos, los sedientos, los forasteros, los desnudos,
los enfermos y los prisioneros (cf. Mt 25, 34-36), es un acto de amor hecho a
Jesús mismo.
Lo
reconoció y lo sirvió con devoción incondicional, expresando la delicadeza de
su amor esponsal. Así, en la entrega total de sí misma a Dios y al prójimo, la
madre Teresa encontró su mayor realización y vivió las cualidades más nobles de
su feminidad. Buscó ser un signo del "amor, de la presencia y de la
compasión de Dios", y así recordar a todos el valor y la dignidad de cada
hijo de Dios, "creado para amar y ser amado". De este modo, la madre
Teresa "llevó las almas a Dios y Dios a las almas" y sació la sed de
Cristo, especialmente de aquellos más necesitados, aquellos cuya visión de Dios
se había ofuscado a causa del sufrimiento y del dolor.
5.
"El Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y
dar su vida en rescate de todos" (Mc 10, 45). La madre Teresa compartió la
pasión del Crucificado, de modo especial durante largos años de "oscuridad
interior". Fue una prueba a veces desgarradora, aceptada como un "don
y privilegio" singular.
En las
horas más oscuras se aferraba con más tenacidad a la oración ante el santísimo
Sacramento. Esa dura prueba espiritual la llevó a identificarse cada vez más
con aquellos a quienes servía cada día, experimentando su pena y, a veces,
incluso su rechazo. Solía repetir que la mayor pobreza era la de ser
indeseados, la de no tener a nadie que te cuide.
6.
"Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de
ti". Cuántas veces, como el salmista, también madre Teresa, en los
momentos de desolación interior, repitió a su Señor: "En ti, en ti espero,
Dios mío".
Veneremos
a esta pequeña mujer enamorada de Dios, humilde mensajera del Evangelio e
infatigable bienhechora de la humanidad. Honremos en ella a una de las
personalidades más relevantes de nuestra época. Acojamos su mensaje y sigamos
su ejemplo.
Virgen
María, Reina de todos los santos, ayúdanos a ser mansos y humildes de corazón
como esta intrépida mensajera del amor. Ayúdanos a servir, con la alegría y la
sonrisa, a toda persona que encontremos. Ayúdanos a ser misioneros de Cristo,
nuestra paz y nuestra esperanza. Amén.
fuente: Vaticano
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ingreso o última
modificación relevante: 4-9-2016
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