Nuestra Señora de la Ciudad
Respiro, vivo y sigo escribiendo CONTIGO.
¿Quién no recuerda aquello de ‘la trampa saducea’?
Los días 9, 16 y 23 de noviembre son los tres domingos que le quedan al año eclesiástico. Con el nuevo adviento, día 30, comenzará el año nuevo de quienes se dicen cristianos romanos. En los tres primeros domingos de noviembre seguimos leyendo a salto de canguro, como ya nos ha enseñado a hacer la ignorante pedagogía bíblica de la nefasta liturgia vaticana, el relato del Evangelio según el Evangelista Lucas.
En estas tres semanas seguiré comentando el texto que nos propone la oficialidad litúrgica, pero sobre todo me voy a releer lo que nos cuenta Lucas desde 19,47 a 21,38. Transcribo el comienzo de esta larga narración: “Jesús enseñaba todos los días en el Templo. Los jefes de los sacerdotes, los maestros de la Ley y los principales del pueblo buscaban matarlo. Pero no encontraban el modo de hacerlo, porque el pueblo entero estaba escuchando, pendiente de su palabra” (Lucas 19,47-48).
Durante muchos domingos de estos últimos meses nos hemos recordado que Jesús y sus seguidores iban de camino a Jerusalén. Pues bien, ya han llegado. Y Lucas nos dice que está ahí para ENSEÑAR. ¿Este ‘subir a Jerusalén y enseñar ahí’, me pregunto, no sería como ir a la Roma vaticana para compartir la enseñanza de Jesús? Sólo con leer este inicio se cae en la cuenta de que Jesús de Nazaret fue un atrevido. Es decir, un sabio y un profeta. Una de las cosas que enseña es lo que leeremos el 9 de noviembre en Lucas 20,27-38: aquel asunto de una mujer y de sus siete maridos. ¿Acaso hubo tantos casos de estos matrimonios como para tener que legislar sobre ellos?
En el final de la ENSEÑANZA de Jesús en el Templo leemos: “Jesús enseñaba en el Templo durante el día. Y por la noche se retiraba al monte de los Olivos. Todo el pueblo madrugaba para ir al Templo a escucharlo” (Lucas 20,37-38). La presencia del Templo en la narración de este Evangelio es tan reiterativa que todo lector debe preguntarse por qué sucede esto en este texto. Y yo sólo encuentro una razón que la expreso con las palabras de mi interpretación: Para este Jesús de Lucas, el templo se ha quedado vacío y muerto. Y con él también la Ley, sus dogmas y tradiciones se han convertido en polvillo de carcoma. La religión del templo ha muerto, aunque en apariencia sea ella quien se atreva a matar a Jesús.
Después de los sacerdotes, maestros de la ley y ancianos (20,1) y después de los espías a sueldo del templo (20,20), se acercan a Jesús los saduceos (20,27) para interrogarle sobre su manera de pensar, creer y enseñar a propósito de la vida de las gentes después de la muerte. Aquellos saduceos, sin duda buenas gentes y religiosas a su modo, sólo se fiaban de la Ley de Moisés que estaba escrita. Rechazaban toda añadidura posterior. Por eso, guardaban silencio absoluto sobre esa cuestión. Pero se atreven a interrogar a Jesús y así cazarlo con sus dilemas y poder acusarlo, condenarlo y ejecutarlo.
Estas gentes de mente saducea ocupaban los puestos de mayor poder dentro del Templo. Para ellos y sus pretensiones, Jesús llegó a ser ‘el enemigo’. Sin embargo, como indica este Evangelista, el Dios de Jesús vive con quienes viven. Con quienes respiran. Aquí. Siempre. Con todos. Con los más debilitados como las viudas. No es el Dios Yavé del Templo, de la Ley, de sus Sacerdotes y de su poder.
Carmelo Bueno Heras. En Burgos, 06.11.2016. Y también en Madrid, 09.11.2025.
Comentario segundo:
CINCO MINUTOS con el Evangelio de Lucas para leerlo ordenadamente y desde el principio hasta el final.
Semana 50ª (09.11.2025): Lucas 22,39-71.
¿Por qué muere Jesús de Nazaret?, según el Evangelista Lucas.
Después del conflicto de la cena última de Jesús con todos los suyos, el narrador Lucas nos da cuenta de los acontecimientos de su Jesús de Nazaret. Los dos primeros suceden en el llamado ‘Huerto de los Olivos: “Salió Jesús y, como de costumbre, fue al monte de los Olivos. Y los discípulos le siguieron” (Lucas 22,39). Lo primero que se nos cuenta de Jesús es ‘su oración’ aquí y ahora (22,40-46) y lo segundo es ‘el apresamiento de este hombre’ (22,47-53).
Antes de seguir la lectura de los acontecimientos me permito insistir en una curiosidad en la que no se suele caer en la cuenta y que es esta: “Dijo Jesús a los Sumos Sacerdotes, Jefes de la guardia del Templo y Ancianos que habían venido contra él... Estando yo todos los días en el Templo con vosotros, no me pusisteis las manos encima, pero esta es vuestra hora y el poder del mal” (22,53-54). Y esto está contado después de haber dicho que este mismo Jesús ha implantado sin cirugía, ni instrumental y en plena noche la oreja derecha de un inocente. ¡¡¿?!!
¿Sucedió todo esto así? Pudo suceder de todo, pero las evidencias humanas le dicen al lector que aquí hay una narración de los hechos muy intencionadamente elaborada. En este monte o huerto de los Olivos hay un ángel de las esferas de la divinidad que le acompaña e ilumina. Y los representantes de esa autoridad divina -como son los sumos sacerdotes, los ancianos y la guardia del templo- son los apresadores ahora y los jueces condenadores poco después (22,66-71). ¿Una misma divinidad con servidores tan enfrentados? ¿Es posible otro Jano de dos caras?
Lo que sucede aquí en el huerto es lo que ha sucedido permanentemente en la vida de Jesús desde su mayoría de edad a los doce años (Lc 2,41-52) hasta su entrada y estancia en el Templo de Jerusalén (Lc 21-22): el enfrentamiento irreconciliable entre Jesús y lo suyo, por un lado, y el Templo de Jerusalén y lo suyo por otro. Entre ambos se está debatiendo la cuestión de ‘la divinidad’, la cuestión de Yavé-Dios. Su presencia y la relación con él. Y está también en juego la realidad y la actuación del Mesías de este Dios. Qué clarito se dice en Lucas 22,69-70.
Aquí y ahora nadie ve a ese Yavé-Dios. Sólo se percibe la presencia enfrentada de sus mediaciones. Y la suerte está echada. Una de esas presencias quedará de pie y la otra desaparecerá. El galileo y laico Jesús de Nazaret se quedará solo y desaparecerá: porque Judas lo traiciona y hasta el mismo Pedro, el también galileo, afirma no saber nada de él. ¿Y Yavé-Dios? ¿Ausente y mudo? Cuando el Templo de este Yavé-Dios y de su Religión condenan, en la pantomima (22,63-65) de un juicio religioso, a Jesús de Nazaret a morir crucificado, ¿importan tanto esas respuestas?
La continuación narrativa del Evangelista nos evoca la sentencia ya tomada: “¿Qué necesidad tenemos ya de testigos...” (Lucas 22,71)? Queda sólo contar la ejecución de la decisión tomada por el Sanedrín de Israel, pero eso será el motivo de la narración del juicio político en el capítulo siguiente del Evangelio (Lucas 23).
Llegado a este momento del texto me vuelvo a plantear una pregunta que no conviene olvidar nunca: ¿Por qué muere este Jesús de Nazaret? Con este relato entre manos no hay más que una respuesta: La autoridad de la Religión de Israel apresa a Jesús en el huerto de los Olivos, le juzga blasfemo y le condena como tal.
Carmelo Bueno Heras. En Madrid, 04.11.2018. Y también en Madrid, 09.11.2025.
No hay comentarios:
Publicar un comentario