sábado, 8 de noviembre de 2014

Otro ejercicio (AUTOLIBERACIÓN INTERIOR) Anthony de Mello


Otro ejercicio

Piensa en alguna temporada en que te sentiste rechazado, desatendido o hu­millado. A ver si consigues compren­der la situación con realismo, mirándo­la con sinceridad, en profundidad; y puedes descubrir que, si tú no te die­ras por ofendido, no existiría recha­zo ni humillación alguna. Quizá en­cuentres que haya existido una acti­tud de rechazo o de desaprobación, pero ¿qué tiene que ver la actitud del otro con tu ser?

Tú eres lo que eres, independien­temente de lo que digan o piensen los demás. Las formas, las actitudes, los pensamientos y los sentimientos cam­bian y tú sigues siendo tú, y de la misma forma cambian los pensamien­tos, actitudes y sentimientos de las otras personas mientras ellas siguen siendo lo que son.

Entonces, ¿Qué es lo que te ofen­de, la persona o sus formas? Las for­mas no te pueden ofender, porque son cosas cambiables que no existen. Los juicios que las personas hacen de ti nos expresan mucho más de sus for­mas, de su programación, que de ti. No tiene sentido que te ofendas. Y si no, acuérdate de Buda, al que una vez insultaron y él no se inmutó, y dijo que no podía afectarlo; y explicó que si alguien le traía un regalo, y él no lo aceptaba, ¿de quién era el regalo? De la persona que lo trajo, ¿verdad? "Pues si no quieres enfadarte, no aceptes el insulto ni el regalo."

El enfado, ¿Qué es? Que tú no te conformas con las exigencias de mi programación. Que no te gusta mi forma de actuar. No tiene lógica. Pue­de que tengas buena intención, pero no puedes hacer al otro según tu bue­na voluntad. Resulta que, mirado cla­ramente, lo que está ocurriendo es que, porque uno se porta mal, al otro le sube la presión. El entender esto bien, sin identificaciones, es una li­beración.

En la violencia del místico no en­tra nada personal. No hay en él vio­lencia que venga del miedo, ni del desprecio, ni de exigencia alguna.

Puede violentarse con el otro para defenderse del mal del otro, pero lo hará sin emociones, aunque estará lle­no de amor.

Solemos reaccionar ante las imá­genes que nos reflejan los otros. Ve­mos en el otro lo que estamos desean­do ver (lo idealizamos), o ponemos en él nuestros miedos (lo rechaza­mos), y así nos impedimos conocer al otro en su realidad.

¿Qué es el pecado? Cuanto más li­bre albedrío tengas, menos posibili­dad de pecar. El pecado es una enfer­medad de la esclavitud: pecas si eres esclavo de la Ley; pero si eres cons­ciente de que Cristo te liberó, eres li­bre, y la libertad de la que habla Je­sucristo es la de estar despierto.

Antes de cambiar a los demás, cam­bia tú. Limpia tu ventana para ver me­jor. Pon la atención en la causa negati­va que te ha hecho sufrir, no en el que te ha ofendido. La causa es la progra­mación. Esa programación te la metie­ron desde niño, tú no tienes la culpa de ello, como tampoco la tiene el otro.

Al llegar a este estado, verás que todo lo que te sucede es bueno. Como el agricultor que tiene pozos de agua y está tranquilo porque ya no depen­de de que llueva o no. Todo lo verás bien y con sosiego. Si no sabes el ori­gen de tu enfermedad, no la curas, sino que la reprimes y siempre esta­rás sufriendo por ella. Si sabes su ori­gen, ya tienes su curación a mano.

Todo cambio auténtico se efectúa sin esfuerzo alguno. La persona hu­mana tiene unas energías fabulosas en reserva, para cuando necesita poner­las en marcha. Lo importante es des­cubrir lo que está ocurriendo en ti y a tu alrededor para saber lo que anda mal y sus causas. Importa el estar despierto.

El ir al templo no te va a cambiar, ni el hacer novenas a los santos. Eres tú el que ha de cambiar. Recuerda que no sirve el decir ¡Señor, Señor!, sino hacer la voluntad del Padre. Y la vo­luntad del Padre es que seamos fie­les a la verdad, porque sólo la verdad nos hará libres.

Hace falta despertar. El miedo sólo se te quita buscando el origen del miedo. El que se porta bien en base al miedo es que lo ha domesticado, pero no ha cambiado el origen de sus problemas: está dormido.

 
Todo cambio auténtico se efectúa sin esfuerzo alguno. La persona humana tiene unas energías fabulosas en reserva, para cuando necesita ponerlas en marcha.

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