A LA IGLESIA y AL
PUEBLO DE GUATEMALA
São Paulo, 2 de marzo
de 1980
A los amigos hermanos
de Guatemala,
a las Comunidades
Cristianas Populares,
a los mártires vivos,
en la cárcel, en la persecución, en la ansiedad...
al Comité Pro Justicia
y Paz,
al Frente Democrático
contra la Represión,
a la Iglesia de Jesús
en Guatemala
al Pueblo de Guatemala,
que será libre.
Os escribo con una
inmensa ternura, con toda mi pasión latinoamericana, seguro del pueblo, cierto
de que el Señor resucitado nos será fiel.
Hermanos, esta es una
hora de Gracia para vosotros, para toda Centroamérica.
Sed lúcidos. Sed firmes.
Sobre todo, estad unidos.
Sabed que el
continente entero, el pueblo del continente quiero decir, os acompaña. Sois
para nosotros como una señal, testigos de la liberación que se conquista,
prueba de que nuestro Dios es verdaderamente "un Dios liberador que sabe
librar de la muerte".
No permitáis que nadie
utilice al pueblo.
Haced que el Espíritu
de Jesús os penetre hasta la médula, en esta "hora".
Rezad. Cantad.
No os escandalicéis si
no os comprenden. Aceptad la contradicción, incluso la que viene de dentro,
quizá de dentro de la Iglesia. La cruz es el camino de la liberación.
Responded a la
persecución con esperanza.
Responded al miedo con
unión.
Responded a la muerte
con la voluntad del pueblo y con el nombre de Jesús, el Resucitado.
No sé si nos veremos,
pero, en todo caso, estamos entrañablemente unidos.
El Espíritu ha
derramado, en esta hora, la Gracia continental de la unión en la lucha y en la
esperanza.
En nombre de mi pueblo
de indios, posseiros, peones; en nombre de mi pequeña Iglesia de São Félix do
Araguaia, en la Amazonia brasileña, os abrazo, como hermano y compañero, como
cristiano obispo de la Iglesia de Jesús.
EN EL MARTIRIO DE
MONSEÑOR ROMERO
São Félix do Araguaia,
26 de marzo de 1980
Queridos hermanos de
la Iglesia y del pueblo de El Salvador:
Ayer nos llegó, y todavía con las
imprecisiones características en estas latitudes, la noticia de la muerte del
entrañablemente querido Monseñor Oscar A. Romero, arzobispo de San Salvador.
Una "buena
nueva", en la óptica del Evangelio; un acontecimiento pascual.
En nombre propio, como
obispo hermano y en nombre de toda mi Iglesia de São Félix do Araguaia, en este
sufrido Mato Grosso brasileiro, quiero expresaros, a vosotros -obispos,
sacerdotes, comunidades, Iglesia y pueblo de El Salvador-, el testimonio de la
más total comunión.
Sólo nos resta recoger
la sangre de Monseñor Romero como una bandera de liberación pascual.
El ha sido un buen
pastor que supo dar la vida por el rebaño.
El sufrimiento de su
pueblo lo santificó en la libertad y en la fidelidad totales.
Era un hombre libre
que ayudaba a liberar.
Las oligarquías
nacionales y los intereses imperialistas y todas las fuerzas represivas aliadas
no podrán hacer callar esa última gran homilía de Romero, el grito limpio de su
muerte, su misa más verdadera.
Modelo de obispo
comprometido con la historia de su pueblo, su coherencia pastoral lo llevó al
martirio.
Su sangre y la sangre
de tantos hijos de Dios, pobres y oprimidos, labradores, sobre todo, e
indígenas, jóvenes estudiantes y agentes de pastoral dedicados, forzarán el día
nuevo de Centroamérica y limpiarán el rostro de nuestra Iglesia.
América entera y el
mundo, toda la Iglesia de los pobres particularmente, se vuelven hacia El
Salvador, hacia Centroamérica. Sois para nosotros un Evangelio vivo, un
testimonio de Pascua.
No cedáis. Sed fieles.
Estad unidos. Orad en común. Contad con nuestra oración y con nuestra
solidaridad. Dadle voz y camino al pueblo. El Espíritu de Jesús resucitado está
con vosotros.
El miedo y la muerte
siempre ceden ante la Vida.
Gracias por vuestro
testimonio, gracias por la sangre del arzobispo Romero. Su presencia, ya de
resucitado, será una nueva "memoria subversiva" para nuestra Iglesia.
Romero es un nuevo mártir de la liberación, un nuevo santo de nuestra América.
A todos os abrazamos,
con inmensa ternura fraterna en Aquel que es el Testigo Fiel y nuestra Paz y la
Resurrección y la Vida.
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