A MIS HERMANOS
CLARETIANOS
Reunidos en su
Encuentro Misionero Centroamericano
La Paz de Dios, Padre
de todas las personas y de todos los pueblos, y la fuerza de su Espíritu en
Jesús de Nazaret, el Cristo Señor, estén con vosotros.
Con simplicidad y
libertad de hermano, quiero hacerme presente en vuestro encuentro por medio de
esta carta y por la oración con que os acompañaremos estos días desde nuestro
Mato Grosso, ahora inundado por las lluvias.
La hora en que os
reunís es verdaderamente grave y, para nosotros, profética. Toda esa América
Central se ha tornado un cruce de desafíos sociales y eclesiásticos, a los que
nosotros los claretianos, por nuestro carisma de frontera -"lo más
oportuno, urgente y eficaz"- debemos responder, sin claudicaciones, sin
subterfugios, con el arrojado ímpetu que puso un día nuestro fundador, Antonio
María Claret, en su Iglesia de Cuba.
El miedo, la
contemporización, la mal llamada prudencia -a veces tan eclesiástica- serían
una claudicación, misioneramente hablando. Seguir ejerciendo rutinariamente los
ministerios de parroquia o de colegio o de cumplimientos pascuales o de
administración de sacramentos sería ignorar la desesperada situación de muerte,
de exilio, de exterminio étnico, de marginación a que están hoy sometidos los
pueblos de esa América, eje histórico de toda América Latina.
Es necesario parar,
evaluar críticamente, a la luz de la fe y de la ciencia política, oír "los
clamores del Pueblo", intuir con Espíritu de profecía.
El mayor pecado que la
Iglesia -y nosotros como congregación misionera de la Iglesia de Jesús- podemos
cometer, y ya estamos cometiendo, en esta hora trágica de América Central, es
el pecado de omisión. Somos conniventes con la injusticia. No participamos de
la cruz de los Pobres. Todavía no hemos dado una gota de sangre claretiana al
caudal de martirio que riega hoy América Central. Estamos muy ausentes, quizá.
Tenemos miedo de contaminarnos. Jesús no tuvo ese miedo. Claret fue un pastor
habitualmente difamado.
Vosotros me
comprenderéis. No desconozco ni desvalorizo el secular trabajo claretiano en
esas tierras. Estoy hablando de la contingencia actual, que, a mi modo de ver,
no hemos asumido.
Sé que discutiendo
apenas, no se llegará a un compromiso colectivo. Oremos. Dejémonos interpelar
por el Espíritu de Jesús. Acojamos el grito, el llanto, el martirio de tantos
indígenas, campesinos, agentes de pastoral (seglares, religiosos, sacerdotes y
obispos). Seamos capaces de convivir con los presos, los huérfanos, los
refugiados, los hambrientos, los marginados.
Salgamos de nuestras
confortantes residencias y de nuestros horarios asépticos; dejémonos
"urgir por la caridad de Cristo".
...y no sigo.
Perdonadme.
Quería escribir otro
tipo de carta. Me ha salido este desahogo. Acogedlo con la misma libertad
fraterna con que os lo escribo.
Aproximémonos más a la
palabra, a la práctica, a la cruz de Jesús, (y a su victoria sobre el pecado,
sobre toda esclavitud, sobre la muerte). Vivamos pobremente; sin privilegios.
Acudamos a donde otros no pueden o no quieren acudir. Sepamos romper con la
protección o con el favor -tantas veces sacrílego, por ser deshumano- de los
grandes de este mundo. Acerquémonos a los pobres de la tierra.
Sepamos utilizar las
mediaciones de la ciencia y de la historia. Para no hacer el juego al Lucro, a
la Injusticia, al Consumismo. Podremos discordar. Deberemos respetar un sano
pluralismo. Pero hemos de coincidir en las exigencias básicas del Evangelio: la
Pobreza, la Renuncia, la Libertad de los hijos de Dios, el Compartir con los
que no tienen, la Esperanza contra toda esperanza...
Si somos extranjeros,
hagámonos "indígenas". Reconozcamos (de palabra, por obra, en la
pastoral, apoyando las correspondientes organizaciones autóctonas) la alteridad
y la identidad étnico-cultural de cada pueblo. No colonicemos más. Ni siquiera
pastoralmente. Cada pueblo tiene su alma, y Dios la defiende y la cultiva como
un destello diferente de su propia gloria. Vivamos América Latina como un
destino, como una Historia de Salvación ubicada, como una gracia que nos
complementa.
No tengamos miedo a la
libertad. No tengamos miedo a las revoluciones verdaderamente populares. No
tengamos miedo a la Historia que camina; porque la lleva el Espíritu de Aquel
que hace nuevas todas las cosas.
Sin improvisaciones,
claro está. Sin euforias o anarquismos. Programando comunitariamente dentro de
una pastoral de conjunto. Pero tirando hacia adelante. Forzando el paso. Que
para eso somos misioneros. Y la frontera es nuestro lugar. Humildemente fieles
a nuestra vocación.
Que la Madre de Jesús
-la pobrecita de Nazaret, cantadora del Magnificat de la Liberación, dolorosa
detrás del Hijo calumniado, declarado subversivo por los poderes del imperio y
de la sinagoga y por ellos ejecutado en la cruz, pero gloriosa con El, ya
vencedor de la muerte- nos vaya moldeando el corazón al aire de su Corazón
fidelísimo y libérrimo.
Abrazo a todos,
hermanos, con mucha ternura. Y os pido que oréis por nuestra pequeña Iglesia de
São Félix de Araguaia. Separados por muchas distancias, estemos unidos siempre
en la oración de la fe y en las urgencias de la común Esperanza.
Vuestro hermano y
compañero en Jesús, el Cristo que nos salva y libera.
Pedro.
A LAS IGLESIAS y
PUEBLOS DE CENTROAMERICA
Embú, São Paulo,
Brasil,
27 de octubre de 1987
A las Iglesias y a los
Pueblos de Centroamérica:
Paz y Liberación en el
Señor Jesús.
Pastores de la Iglesia
Católica y de las Iglesias Evangélicas, de Brasil y de otros países de América
Latina, reunidos en Embú, Brasil, en un encuentro de estudio y de
espiritualidad, nos dirigimos a todos ustedes, hermanos, en esta hora crucial
de Centroamérica, para manifestarles una vez más nuestra fraterna comunión.
El tratado de Paz de
Esquipulas II nos llena de una nueva esperanza, al mismo tiempo que nos convoca
a una mayor solidaridad.
Sabemos que la Paz en
Centroamérica no depende sólo de la heroica voluntad de sus Pueblos. Conocemos
las reales dificultades de entendimiento entre los mismos signatarios del
tratado de Esquipulas. Somos muy conscientes de los intereses e interferencias
ajenas que intentarán impedir nuevamente la Paz en Centroamérica.
Sin embargo, confiamos
en el Dios de la Vida y de la Paz; confiamos en el valimiento de tantos hijos e
hijas de esas tierras que ya sellaron con su propia sangre un tratado mayor de
Paz; creemos en la conciencia y en la decisión históricas de los Pueblos
centroamericanos.
Las Iglesias de
Centroamérica tienen en esta hora, una ocasión evangélica singular de ser Buena
Nueva para sus Pueblos. Con la oración, con la palabra, con la acción. Y, en la
medida de lo posible, nosotros queremos acompañarlos, hermanos queridos, con
nuestra oración y con nuestra solidaridad.
Para que la Paz de
Centroamérica sea una Paz verdadera, fecundada por la gracia del Evangelio de
la Paz y fundada en las legítimas aspiraciones de sus Pueblos. Una Paz con
dignidad. Basada en la Justicia social. Al servicio de las mayorías secularmente
desposeídas. Sin privilegios minoritarios. Con la plena autonomía de los
Pueblos centroamericanos y en una efectiva centroamericanidad de diálogo y de
intercambios.
De esa Paz en
Centroamérica depende, en buena parte, la Liberación, la Paz y la Unidad de
toda América Latina y el Caribe.
Por ello apoyamos
incondicionalmente todas aquellas iniciativas surgidas en distintos países, que
tienden a brindar una información más objetiva de los conflictos y a promover
acciones concretas de solidaridad y de apoyo en favor de Centroamérica.
Les renovamos estos
votos de comunión y de esperanza -que son también los votos de millones de
hermanos de toda la Patria Grande- y les abrazamos fraternalmente, en
Jesucristo, el Liberador.
Siguen las firmas de
22 obispos, entre ellos:
Pedro Casaldáliga, obispo de São Félix
do Araguaia, MT, Brasil
Tomás Balduino, obispo
de Goiás, GO, Brasil
Carlos María Ariz,
vicario apostólico de Darién, Panamá
Manuel Pereira da
Costa, obispo dimisionario de Campina Grande, PB, Brasil
Luis Fernández, obispo
de Campina Grande, PB, Brasil
Samuel Ruiz, obispo de
San Cristóbal de las Casas, México.
Sergio Méndez Arceo, antiguo obispo de
Cuernavaca, México
Mathias Schmidt,
obispo de Ruy Barbosa, Brasil
José Brandâo de
Castro, obispo de Propriá, Brasil
Antonio Fragoso,
obispo de Crateús, Brasil
No hay comentarios:
Publicar un comentario