miércoles, 15 de abril de 2015

EL VUELO DEL QUETZAL 53 - 56 (A MIS HERMANOS CLARETIANOS - A LAS IGLESIAS y PUEBLOS DE CENTROAMERICA ).(Pedro Casaldáliga)

A MIS HERMANOS CLARETIANOS

Reunidos en su Encuentro Misionero Centroamericano

La Paz de Dios, Padre de todas las personas y de todos los pueblos, y la fuerza de su Espíritu en Jesús de Nazaret, el Cristo Señor, estén con vosotros.
Con simplicidad y libertad de hermano, quiero hacerme presente en vuestro encuentro por medio de esta carta y por la oración con que os acompañaremos estos días desde nuestro Mato Grosso, ahora inundado por las lluvias.
La hora en que os reunís es verdaderamente grave y, para nosotros, profética. Toda esa América Central se ha tornado un cruce de desafíos sociales y eclesiásticos, a los que nosotros los claretianos, por nuestro carisma de frontera -"lo más oportuno, urgente y eficaz"- debemos responder, sin claudicaciones, sin subterfugios, con el arrojado ímpetu que puso un día nuestro fundador, Antonio María Claret, en su Iglesia de Cuba.
El miedo, la contemporización, la mal llamada prudencia -a veces tan eclesiástica- serían una claudicación, misioneramente hablando. Seguir ejerciendo rutinariamente los ministerios de parroquia o de colegio o de cumplimientos pascuales o de administración de sacramentos sería ignorar la desesperada situación de muerte, de exilio, de exterminio étnico, de marginación a que están hoy sometidos los pueblos de esa América, eje histórico de toda América Latina.
Es necesario parar, evaluar críticamente, a la luz de la fe y de la ciencia política, oír "los clamores del Pueblo", intuir con Espíritu de profecía.
El mayor pecado que la Iglesia -y nosotros como congregación misionera de la Iglesia de Jesús- podemos cometer, y ya estamos cometiendo, en esta hora trágica de América Central, es el pecado de omisión. Somos conniventes con la injusticia. No participamos de la cruz de los Pobres. Todavía no hemos dado una gota de sangre claretiana al caudal de martirio que riega hoy América Central. Estamos muy ausentes, quizá. Tenemos miedo de contaminarnos. Jesús no tuvo ese miedo. Claret fue un pastor habitualmente difamado.
Vosotros me comprenderéis. No desconozco ni desvalorizo el secular trabajo claretiano en esas tierras. Estoy hablando de la contingencia actual, que, a mi modo de ver, no hemos asumido.
Sé que discutiendo apenas, no se llegará a un compromiso colectivo. Oremos. Dejémonos interpelar por el Espíritu de Jesús. Acojamos el grito, el llanto, el martirio de tantos indígenas, campesinos, agentes de pastoral (seglares, religiosos, sacerdotes y obispos). Seamos capaces de convivir con los presos, los huérfanos, los refugiados, los hambrientos, los marginados.
Salgamos de nuestras confortantes residencias y de nuestros horarios asépticos; dejémonos "urgir por la caridad de Cristo".
...y no sigo.
Perdonadme.
Quería escribir otro tipo de carta. Me ha salido este desahogo. Acogedlo con la misma libertad fraterna con que os lo escribo.
Aproximémonos más a la palabra, a la práctica, a la cruz de Jesús, (y a su victoria sobre el pecado, sobre toda esclavitud, sobre la muerte). Vivamos pobremente; sin privilegios. Acudamos a donde otros no pueden o no quieren acudir. Sepamos romper con la protección o con el favor -tantas veces sacrílego, por ser deshumano- de los grandes de este mundo. Acerquémonos a los pobres de la tierra.
Sepamos utilizar las mediaciones de la ciencia y de la historia. Para no hacer el juego al Lucro, a la Injusticia, al Consumismo. Podremos discordar. Deberemos respetar un sano pluralismo. Pero hemos de coincidir en las exigencias básicas del Evangelio: la Pobreza, la Renuncia, la Libertad de los hijos de Dios, el Compartir con los que no tienen, la Esperanza contra toda esperanza...
Si somos extranjeros, hagámonos "indígenas". Reconozcamos (de palabra, por obra, en la pastoral, apoyando las correspondientes organizaciones autóctonas) la alteridad y la identidad étnico-cultural de cada pueblo. No colonicemos más. Ni siquiera pastoralmente. Cada pueblo tiene su alma, y Dios la defiende y la cultiva como un destello diferente de su propia gloria. Vivamos América Latina como un destino, como una Historia de Salvación ubicada, como una gracia que nos complementa.
No tengamos miedo a la libertad. No tengamos miedo a las revoluciones verdaderamente populares. No tengamos miedo a la Historia que camina; porque la lleva el Espíritu de Aquel que hace nuevas todas las cosas.
Sin improvisaciones, claro está. Sin euforias o anarquismos. Programando comunitariamente dentro de una pastoral de conjunto. Pero tirando hacia adelante. Forzando el paso. Que para eso somos misioneros. Y la frontera es nuestro lugar. Humildemente fieles a nuestra vocación.
Que la Madre de Jesús -la pobrecita de Nazaret, cantadora del Magnificat de la Liberación, dolorosa detrás del Hijo calumniado, declarado subversivo por los poderes del imperio y de la sinagoga y por ellos ejecutado en la cruz, pero gloriosa con El, ya vencedor de la muerte- nos vaya moldeando el corazón al aire de su Corazón fidelísimo y libérrimo.
Abrazo a todos, hermanos, con mucha ternura. Y os pido que oréis por nuestra pequeña Iglesia de São Félix de Araguaia. Separados por muchas distancias, estemos unidos siempre en la oración de la fe y en las urgencias de la común Esperanza.
Vuestro hermano y compañero en Jesús, el Cristo que nos salva y libera.
 Pedro.



A LAS IGLESIAS y PUEBLOS DE CENTROAMERICA

Embú, São Paulo, Brasil,
27 de octubre de 1987

A las Iglesias y a los Pueblos de Centroamérica:
Paz y Liberación en el Señor Jesús.

Pastores de la Iglesia Católica y de las Iglesias Evangélicas, de Brasil y de otros países de América Latina, reunidos en Embú, Brasil, en un encuentro de estudio y de espiritualidad, nos dirigimos a todos ustedes, hermanos, en esta hora crucial de Centroamérica, para manifestarles una vez más nuestra fraterna comunión.
El tratado de Paz de Esquipulas II nos llena de una nueva esperanza, al mismo tiempo que nos convoca a una mayor solidaridad.
Sabemos que la Paz en Centroamérica no depende sólo de la heroica voluntad de sus Pueblos. Conocemos las reales dificultades de entendimiento entre los mismos signatarios del tratado de Esquipulas. Somos muy conscientes de los intereses e interferencias ajenas que intentarán impedir nuevamente la Paz en Centroamérica.
Sin embargo, confiamos en el Dios de la Vida y de la Paz; confiamos en el valimiento de tantos hijos e hijas de esas tierras que ya sellaron con su propia sangre un tratado mayor de Paz; creemos en la conciencia y en la decisión históricas de los Pueblos centroamericanos.
Las Iglesias de Centroamérica tienen en esta hora, una ocasión evangélica singular de ser Buena Nueva para sus Pueblos. Con la oración, con la palabra, con la acción. Y, en la medida de lo posible, nosotros queremos acompañarlos, hermanos queridos, con nuestra oración y con nuestra solidaridad.
Para que la Paz de Centroamérica sea una Paz verdadera, fecundada por la gracia del Evangelio de la Paz y fundada en las legítimas aspiraciones de sus Pueblos. Una Paz con dignidad. Basada en la Justicia social. Al servicio de las mayorías secularmente desposeídas. Sin privilegios minoritarios. Con la plena autonomía de los Pueblos centroamericanos y en una efectiva centroamericanidad de diálogo y de intercambios.
De esa Paz en Centroamérica depende, en buena parte, la Liberación, la Paz y la Unidad de toda América Latina y el Caribe.
Por ello apoyamos incondicionalmente todas aquellas iniciativas surgidas en distintos países, que tienden a brindar una información más objetiva de los conflictos y a promover acciones concretas de solidaridad y de apoyo en favor de Centroamérica.
Les renovamos estos votos de comunión y de esperanza -que son también los votos de millones de hermanos de toda la Patria Grande- y les abrazamos fraternalmente, en Jesucristo, el Liberador.

Siguen las firmas de 22 obispos, entre ellos:

Pedro Casaldáliga, obispo de São Félix do Araguaia, MT, Brasil

Tomás Balduino, obispo de Goiás, GO, Brasil
Carlos María Ariz, vicario apostólico de Darién, Panamá
Manuel Pereira da Costa, obispo dimisionario de Campina Grande, PB, Brasil
Luis Fernández, obispo de Campina Grande, PB, Brasil
Samuel Ruiz, obispo de San Cristóbal de las Casas, México.

Sergio Méndez Arceo, antiguo obispo de Cuernavaca, México

Mathias Schmidt, obispo de Ruy Barbosa, Brasil
José Brandâo de Castro, obispo de Propriá, Brasil
Antonio Fragoso, obispo de Crateús, Brasil

Waldyr Calheiros, obispo de Piraí, Volta Redonda, Brasil

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