martes, 19 de agosto de 2025

Santos del día 20 de agosto

                                                         Santos del día 20 de agosto

Memoria de san Bernardo, abad y doctor de la Iglesia, el cual, habiendo ingresado junto con treinta compañeros en el nuevo monasterio del Císter, fue después fundador y primer abad del monasterio de Clairvaux, donde dirigió sabiamente, con la vida, la doctrina y el ejemplo, a los monjes por el camino de los mandamientos del Señor. Recorrió una y otra vez Europa para restablecer la paz y la unidad e iluminó a toda la Iglesia con sus escritos y sus sabias exhortaciones, hasta que descansó en el Señor cerca de Langres, en Francia. († 1153)

Conmemoración de san Samuel, profeta, quien, llamado por Dios cuando aún era niño, fue después juez en Israel, y por mandato divino ungió a Saúl como rey de su pueblo, pero después de que éste fue repudiado por Dios por su falta de fidelidad, confirió también la unción real a David, de cuya estirpe había de nacer Cristo.
Cerca de la fortaleza de Chinon, en el territorio de Tours, en Aquitania, san Máximo, discípulo de san Martín, que primero fue monje en Île-Barbe, cerca de Lyon, y después fundó un monasterio a orillas del río Vigenne, donde murió en edad muy avanzada. († s. V)
En el monasterio de Noirmoutier, en la isla de Hero, en la costa de Aquitania, san Filiberto, abad, que, educado en la corte del rey Dagoberto, todavía adolescente se hizo monje, y fundó y dirigió primeramente el cenobio de Jumièges y después aquel de Hero. († c. 684)
En Córdoba, en la región hispánica de Andalucía, santos mártires Leovigildo y Cristóbal, monjes, los cuales, durante la persecución llevada a cabo por los musulmanes, profesaron espontáneamente la fe en Cristo ante el juez, y por esto fueron decapitados, obteniendo así la palma del martirio. († 852)
En Siena, de la Toscana, muerte de san Bernardo Tolomei, abad y fundador de la Congregación Olivetana según la Regla de san Benito, que se aplicó con empeño a la observancia de la disciplina monástica y, durante una epidemia de peste que asolaba Italia, murió junto a los monjes de Siena, que habían sido contagiados. († 1348)
En una nave anclada frente a Rochefort, en la costa francesa, beatos Luis Francisco Le Brun y Gervasio Brunel, presbíteros y mártires, monje de la Congregación Benedictina de San Mauro el primero y prior de la abadía cisterciense de la Trapa el segundo, que, encarcelados ambos de manera inhumana durante la Revolución Francesa, consumaron el martirio agotados por la enfermedad. († 1794)
En Roma, santa María de Mattias, virgen, fundadora de la Congregación de Adoratrices de la Sangre de Cristo. († 1866)
   San Pío X, papa (2 coms.)   
En Roma, muerte del papa san Pío X, cuya memoria se celebra mañana. († 1914)
En Vallibona, cerca de Castellón, en la región levantina de España, beato Matías Cardona Meseguer, presbítero de la Orden de los Clérigos Regulares de las Escuelas Pías, mártir durante la persecución religiosa. († 1936)
En Játiva, en la provincia de Valencia, igualmente en España, beata María Climent Mateu, virgen y mártir, que en el tiempo de la misma persecución mereció ser configurada con Cristo por su muerte en la fe. († 1936)
En el campo de concentración de Dachau, cerca de Munich, en Alemania, beato Ladislao Maczkowski, presbítero y mártir, el cual, de nacionalidad polaca, fue deportado en tiempo de guerra y, ante los perseguidores de la dignidad humana y del cristianismo, entre crueles torturas defendió su fe hasta la muerte. († 1942)
En el campo de concentración de Dachau, cerca de Munich, en Alemania, beato Jorge Häfner, presbítero y mártir, que testimonió la fe con su vida frente a un régimen contrario a la dignidad humana y cristiana. († 1942)
En Seduva, Radviliškis, Lituania, beato Teofilus Matulionis, arzobispo de la diócesis de Kaišiadorys, y mártir. († 1962)

20 de agosto: Nuestra Señora del Ave de San Bernardo

 

20 de agosto: Nuestra Señora del Ave de San Bernardo

San Bernardo, el primer abad de Clarvaux, fue un gran pilar de Nuestra Madre Iglesia en el Siglo XII y la devoción a María era su virtud característica. Bernardo se puso bajo la protección de la Madre Celestial desde su infancia y fue Ella quien le mostró en muchas ocasiones cuánto le agradaba su devoción. Siendo joven, Bernardo tuvo una visión de la Reina del Cielo, por la que aprendió mucho sobre la Encarnación. Esta visión encendió en su corazón el amor más fuerte hacia Jesús y María. Entre otros favores que recibió de María fue la sanación instantánea de su estado de salud cuando yacía gravemente enfermo y los médicos habían perdido toda esperanza de recuperación.

Bernardo puso mucho de si mismo para divulgar la devoción a María en los demás; él solía repetir que Ella es la Madre de la Misericordia y Madre de todos los pecadores. Cada vez que Bernardo pasaba por delante de una imagen de María, inclinaba su cabeza y la salubaba con las palabras, "Ave Maria"... hasta que un día, Ella le respondió desde una imagen con estas palabras: "Ave Bernardo!"

Decía este gran santo:

"María es la estrella resplandeciente de Jacob, cuyos rayos iluminan el mundo entero, cuyo esplendor brilla visible en el Cielo, y penetra en el infierno, resplandece en la tierra y no calienta el cuerpo pero sí el alma desterrando el vicio y alimentando la virtud. Ella es una espléndida estrella, elevada por encima de este vasto y amplio mar, que brilla por sus méritos e ilumina con su ejemplo.

Si te encuentras sacudido por las tormentas y tempestades de este mundo y quieres encontrar la calma, no apartes tu mirada de esta Estrella. Si se producen los vientos de la tentación y son momentos de tribulaciones, mira hacia arriba y busca a esa Estrella: ¡invoca a María!. Si estás sacudido por las crecidas del orgullo o la ambición, la envidia o maledicencia... mira a la Estrella: ¡llama a María! Si la ira o la avaricia, la concupiscencia : ¡piensa en María!. Cuando te sientas espantado ante la enormidad de tus crímenes y pecados o aterrorizaron a la profanación de tu conciencia o el desaliento, o envuelta en el abismo de la desesperación: ¡piensa en María! En los peligros, en las dificultades y dudas, piensa en María e invócala! Con solo nombrarla con los propios labios o siemplemente desde el corazón, tú puedes ser beneficiado con su intercesión y no te olvides de imitar el ejemplo de su vida. Bajo su guía maternal, no se puede ir por mal camino... al recurrir a Ella, no puedes desesperar.

Mientras Ella te sostenga, no podrás caer... mientras Ella te proteja, no puedes temer... mientras Ella te guíe, no sentirás fatiga."



Benedicto XVI: San Bernardo de Claraval, el “dulce poeta” de la Virgen 
Audiencia General 21-10-09

Queridos hermanos y hermanas,

hoy quisiera hablar sobre san Bernardo de Claraval, llamado el “último de los Padres” de la Iglesia, porque en el siglo XII, una vez más, renovó e hizo presente la gran teología de los padres. No conocemos en detalle los años de su juventud; sabemos con todo que él nació en 1090 en Fontaines, en Francia, en una familia numerosa y discretamente acomodada. De jovencito, se prodigó en el estudio de las llamadas artes liberales – especialmente de la gramática, la retórica y la dialéctica – en la escuela de los Canónicos de la iglesia de Saint-Vorles, en Châtillon-sur-Seine, y maduró lentamente la decisión de entrar en la vida religiosa. En torno a los veinte años entró en Cîteaux (Císter, n.d.t.), una fundación monástica nueva, más ágil respecto de los antiguos y venerables monasterios de entonces y, al mismo tiempo, más rigurosa en la práctica de los consejos evangélicos. Algunos años más tarde, en 1115, Bernardo fue enviado por san Esteban Harding, tercer Abad del Císter, a fundar el monasterio de Claraval (Clairvaux). El joven abad, tenía sólo 25 años, pudo aquí afinar su propia concepción de la vida monástica, y empeñarse en traducirla en la práctica. Mirando la disciplina de otros monasterios, Bernardo reclamó con decisión la necesidad de una vida sobria y mesurada, tanto en la mesa como en la indumentaria y en los edificios monásticos, recomendando la sustentación y el cuidado de los pobres. Entretanto la comunidad de Claraval era cada vez en más numerosa, y multiplicaba sus fundaciones.

En esos mismos años, antes de 1130, Bernardo emprendió una vasta correspondencia con muchas personas, tanto importantes como de modestas condiciones sociales. A las muchas Cartas de este periodo hay que añadir los numerosos Sermones, como también Sentencias y Tratados. Siempre a esta época asciende la gran amistad de Bernardo con Guillermo, abad de Saint-Thierry, y con Guillermo de Champeaux, una de las figuras más importantes del siglo XII. Desde 1130 en adelante empezó a ocuparse de no pocos y graves cuestiones de la Santa Sede y de la Iglesia. Por este motivo tuvo que salir más a menudo de su monasterio, e incluso fuera de Francia. Fundó también algunos monasterios femeninos, y fue protagonista de un vivo epistolario con Pedro el Venerable, abad de Cluny, sobre el que hablé el pasado miércoles. Dirigió sobre todo sus escritos polémicos contra Abelardo, un gran pensador que inició una nueva forma de hacer teología, introduciendo sobre todo el método dialéctico-filosófico en la construcción del pensamiento teológico. Otro frente contra el que Bernardo luchó fue la herejía de los Cátaros, que despreciaban la materia y el cuerpo humano, despreciando, en consecuencia, al Creador. Él, en cambio, se sintió en el deber de defender a los judíos, condenando los cada vez más difundidos rebrotes de antisemitismo. Por este último aspecto de su acción apostólica, algunas decenas de años más tarde, Ephraim, rabino de Bonn, dedicó a Bernardo un vibrante homenaje. En ese mismo periodo el santo abad escribió sus obras más famosas, como los celebérrimos Sermones sobre el Cantar de los Cantares. En los últimos años de su vida – su muerte sobrevino en 1153 – Bernardo tuvo que limitar los viajes, aunque sin interrumpirlos del todo. Aprovechó para revisar definitivamente el conjunto de las Cartas, de los Sermones y de los Tratados. Merece mencionarse un libro bastante particular, que terminó precisamente en este periodo, en 1145, cuando un alumno suyo, Bernardo Pignatelli, fue elegido Papa con el nombre de Eugenio III. En esta circunstancia, Bernardo, en calidad de Padre espiritual, escribió a este hijo espiritual el texto De Consideratione, que contiene enseñanzas para poder ser un buen Papa. En este libro, que sigue siendo una lectura conveniente para los Papas de todos los tiempos, Bernardo no indica sólo como ser un buen Papa, sino que expresa también una profunda visión del misterio de la Iglesia y del misterio de Cristo, que se resuelve, al final, con la contemplación del misterio de Dios trino y uno: “”Debería proseguir aún la búsqueda de este Dios, que aún no ha sido bastante buscado”, escribe el santo abad “pero quizás se puede buscar y encontrar más fácilmente con la oración que con la discusión. Pongamos por tanto aquí término al libro, pero no a la búsqueda” (XIV, 32: PL 182, 808), a estar en camino hacia Dios.

Quisiera detenerme sólo en dos aspectos centrales de la rica doctrina de Bernardo: estos se refieren a Jesucristo y a María Santísima, su Madre. Su solicitud por la íntima y vital participación del cristiano en el amor de Dios en Jesucristo no trae orientaciones nuevas en el estatus científico de la teología. Pero, de forma más decidida que nunca, el abad de Claraval configura al teólogo con el contemplativo y el místico. Sólo Jesús – insiste Bernardo ante los complejos razonamientos dialécticos de su tiempo – solo Jesús es "miel en la boca, cántico en el oído, júbilo en el corazón (mel in ore, in aure melos, in corde iubilum)". De aquí proviene el título, que se le atribuye por tradición, de Doctor mellifluus: su alabanza de Jesucristo “se derrama como la miel”. En las extenuantes batallas entre nominalistas y realistas – dos corrientes filosóficas de la época – el abad de Claraval no se cansa de repetir que sólo hay un nombre que cuenta, el de Jesús Nazareno. "Árido es todo alimento del alma", confiesa, "si no es rociado con este aceite; es insípido, si no se sazona con esta sal. Lo que escribes no tiene sabor para mí, si no leo en ello Jesús”. Y concluye: “Cuando discutes o hablas, nada tiene sabor para mí, si no siento resonar el nombre de Jesús” (Sermones en Cantica Canticorum XV, 6: PL 183,847). Para Bernardo, de hecho, el verdadero conocimiento de Dios consiste en la experiencia personal, profunda, de Jesucristo y de su amor. Y esto, queridos hermanos y hermanas, vale para todo cristiano: la fe es ante todo encuentro personal íntimo con Jesús, es hacer experiencia de su cercanía, de su amistad, de su amor, y sólo así se aprende a conocerle cada vez más, a amarlo y seguirlo cada vez más. ¡Que esto pueda sucedernos a cada uno de nosotros!

En otro célebre sermón del domingo dentro de la octava de la Asunción, el santo abad describió en términos apasionados la íntima participación de María en el sacrificio redentor de su Hijo. “¡Oh santa Madre, - exclama - verdaderamente una espada ha traspasado tu alma!... Hasta tal punto la violencia del dolor ha traspasado tu alma, que con razón te podemos llamar más que mártir, porque en ti la participación en la pasión del Hijo superó con mucho en su intensidad los sufrimientos físicos del martirio” (14: PL 183,437-438). Bernardo no tiene dudas: "per Mariam ad Iesum", a través de María somos conducidos a Jesús. Él confirma con claridad la subordinación de María a Jesús, según los fundamentos de la mariología tradicional. Pero el cuerpo del Sermón documenta también el lugar privilegiado de la Virgen en la economía de la salvación, dada su particularísima participación como Madre (compassio) en el sacrificio del Hijo. No por casualidad, un siglo y medio después de la muerte de Bernardo, Dante Alighieri, en el último canto de la Divina Comedia, pondrá en los labios del Doctor melifluo la sublime oración a María: “Virgen Madre, hija de tu Hijo/ humilde y más alta criatura/ término fijo de eterno consejo,..." (Paraíso 33, vv. 1ss.).

Estas reflexiones, características de un enamorado de Jesús y de María como san Bernardo, provocan aún hoy de forma saludable no sólo a los teólogos, sino a todos los creyentes. A veces se pretende resolver las cuestiones fundamentales sobre Dios, sobre el hombre y sobre el mundo, con las únicas fuerzas de la razón. San Bernardo, en cambio, sólidamente fundado en la Biblia y en los Padres de la Iglesia, nos recuerda que sin una profunda fe en Dios, alimentada por la oración y por la contemplación, por una relación íntima con el Señor, nuestras reflexiones sobre los misterios divinos corren el riesgo de ser un vano ejercicio intelectual, y pierden su credibilidad. La teología reenvía a la “ciencia de los santos”, a su intuición de los misterios del Dios vivo, a su sabiduría, don del Espíritu Santo, que son punto de referencia del pensamiento teológico. Junto a Bernardo de Claraval, también nosotros debemos reconocer que el hombre busca mejor y encuentra más fácilmente a Dios “con la oración que con la discusión”. Al final, la figura más verdadera del teólogo sigue siendo la del apóstol Juan, que apoyó su cabeza sobre el corazón del Maestro.

Quisiera concluir estas reflexiones sobre san Bernardo con las invocaciones a María, que leemos en su bella homilía: “En los peligros, en las angustias, en las incertidumbres – dice – piensa en María, invoca a María. Que Ella no se aparte nunca de tus labios, que no se aparte nunca de tu corazón; y para que obtengas la ayuda de su oración, no olvides nunca el ejemplo de su vida. Si tu la sigues, no puedes desviarte; si la rezas, no puedes desesperar; si piensas en ella, no puedes equivocarte. Si ella te sostiene, no caes; si ella te protege, no tienes que temer; si ella te guía, no te cansas; si ella te es propicia, llegarás a la meta...” (Hom. II super “Missus est”, 17: PL 183, 70-71).

[Traducción del original italiano por Inma Álvarez]

traducido por mallinista
((fuente: www.roman-catholic-saints.com; zenit.org)

lunes, 18 de agosto de 2025

Santos del día 19 de agosto

                                                                    Santos del día 19 de agosto


San Ezequiel Moreno Díaz, obispo de Pasto, en Colombia, de la Orden de Agustinos Recoletos, que dedicó toda su vida a anunciar el Evangelio, tanto en las Islas Filipinas como en América del Sur, y falleció en Monteagudo, lugar de Navarra, en España. († 1906)
   San Juan Eudes, presbítero y fundador (1 coms.) - Memoria litúrgica   
San Juan Eudes, presbítero, que durante muchos años se dedicó a la predicación en las parroquias y después fundó la Congregación de Jesús y María, para la formación de los sacerdotes en los seminarios, y otra de religiosas de Nuestra Señora de la Caridad, para fortalecer en la vida cristiana a las mujeres arrepentidas. Fomentó de una manera especial la devoción a los Sagrados Corazones de Jesús y de María, hasta que en Caen, de la región de Normandía, en Francia, descansó piadosamente en el Señor. († 1680)

En el lugar denominado «Fabrateria Vetus», cerca de Ceccano, en el Lacio, san Magno, mártir. († s. inc.)
   San Magín, mártir (2 coms.)   
En Tarragona, en Hispania, san Magín, mártir. († s. inc.)
En Gaza, en Palestina, san Timoteo, mártir, que en la persecución bajo el emperador Diocleciano y el prefecto Urbano, tras superar victoriosamente muchos tormentos, fue quemado a fuego lento. († c. 305)
En Cilicia, san Andrés, tribuno, y compañeros soldados, que, según la tradición, obtenida con la ayuda divina una victoria sobre los persas, se convirtieron a la fe de Cristo y, acusados por este crimen, en tiempo del emperador Maximiliano recibieron una muerte cruel en los desfiladeros del monte Tauro, a manos del ejército del prefecto Seleuco. († s. IV)
En Roma, en la vía Tiburtina, junto a San Lorenzo, sepultura de san Sixto III, papa, que restableció la concordia entre el Patriarcado de Antioquía y el de Alejandría, y en la Urbe erigió para el pueblo de Dios la basílica de Santa María la Mayor, en el monte Esquilino. († 440)
En la localidad de Sisteron, en Francia, san Donato, presbítero, de quien se dice que llevó vida de anacoreta durante muchos años. († s. VI)
En el monasterio de Bobbio, san Bertulfo, abad, sucesor de san Atalo en el gobierno de este cenobio. († 639)
En Nüremberg, en la Franconia, san Sebaldo, eremita. († s. IX/X)
En Calabria, san Bartolomé de Simero, presbítero y abad, que, después de haber llevado vida eremítica, fundó el monasterio de los Griegos. († 1130)
En el cenobio de Igny, en Francia, beato Guerrico, abad, el cual, verdadero discípulo de san Bernardo, al no poder dar ejemplo en el trabajo a sus hermanos por la fragilidad de su cuerpo, los confortaba en la humildad y caridad con reiteradas exhortaciones espirituales. († 1151/1157)
En el monasterio de Cava dei Tirreni, en la Campania, beato León II, abad. († 1295)
En Brignoles, en la Provenza, muerte de san Luis, obispo, el cual, sobrino del rey san Luis, prefirió la pobreza evangélica a las alabanzas y honores del mundo y, aún joven en años pero maduro en virtud, fue elevado a la sede de Tolosa, mas debido a su delicada salud, descansó prontamente en la paz del Señor. († 1297)
En Piacenza, en la Emilia, beato Jordán de Pisa, presbítero de la Orden de Predicadores, que en lenguaje popular expuso al pueblo la más alta doctrina con la máxima sencillez. († c. 1311)
En Acquapagana, en el Piceno, beato Ángel, eremita de la Orden de los Camaldulenses. († 1313)
En Hagi, Japón, beato Damián, catequista ciego, que muere decapitado, de rodillas y orando, por defender y propagar la fe. († 1605)
En Nagasaki, en Japón, beatos mártires Luis Flores, presbítero de la Orden de Predicadores, Pedro de Zúñiga, presbítero de la Orden de Ermitaños de San Agustín, y trece compañeros, marineros japoneses, que, desembarcados en el puerto y detenidos de inmediato por su fe cristiana, tras variadas torturas sufrieron todos un único martirio. Son sus nombres: Beatos Joaquín Hirayama, León Sukeyemon, Miguel Diaz, Antonio Yamada, Marcos Takenoshima Shinyemon, Tomás Koyanagi, Jacobo Matsuo Denshi, Lorenzo Rokuyemon, Pablo Sankichi, Juan Yago, Juan Nagata Mataktichi y Bartolomé Mohioye. († 1622)
En Dorchester, en Inglaterra, beato Hugo Green, presbítero y mártir, que, ordenado en Duoai, ejerció el ministerio en su patria a lo largo de treinta años, hasta que, durante el reinando de Carlos I, al ser despedazado cruelmente, mereció ser asociado a la pasión de Cristo. († 1642)
En la localidad llamada Llosa de Ranes, en la provincia de Valencia, en España, beato Francisco Ibáñez Ibáñez, presbítero y mártir, que, en el furor de la persecución contra la fe, terminó su vida en adhesión a Cristo hasta la muerte. († 1936)
En la ciudad de Gandía, también en región valenciana, beato Tomás Sitjar Fortiá, presbítero de la Orden de la Compañía de Jesús y mártir, que en la misma persecución derramó su sangre por Cristo. († 1936)
En la localidad llamada El Saler, igualmente en la región de Valencia, beatas Elvira de la Natividad de Nuestra Señora Torrentallé Paraire y compañeras, vírgenes del Instituto de Hermanas Carmelitas de la Caridad y mártires, que en la prueba de la fe en Cristo Esposo, obtuvieron el premio de la vida eterna. Sus nombres son: María de Nuestra Señora de la Providencia Calaf Miracle, Francisca de Santa Teresa de Amezua Ibaibarriaga, María de los Abandonados del Santísimo Sacramento Giner Lister, Teresa de la Madre del Divino Pastor Chambó Palés, Agueda de Nuestra Señora de las Virtudes Hernández Amorós, María de los Dolores de San Francisco Javier Vidal Cervera, María de las Nieves de la Santísima Trinidad Crespo López y Rosa de Nuestra Señora del Buen Consejo Pedret Rull. († 1936)
En Horta, Barcelona, beato Benigne de Canet de Mar (Miquel Sagré Fornaguera), presbítero, capuchino mártir en la persecución religiosa durante la Guerra Civil. († 1936)
En Lleida, beato Tarsici de Miralcamp (Josep Vilalta Saumell), presbítero, capuchino mártir en la persecución religiosa durante la Guerra Civil. († 1936)
En Málaga, España, beato José Becerra Sánchez, presbítero y mártir, víctima de la cruel persecución religiosa que acompañó a la Guerra Civil Española. († 1936)