Beato Luis Francisco Le Brun
Beatos Luis Francisco Le Brun y Gervasio Brunel,monjes y mártires
En una nave anclada frente a Rochefort, en la costa francesa, beatos Luis Francisco Le Brun y Gervasio Brunel, presbíteros y mártires, monje de la Congregación Benedictina de San Mauro el primero y prior de la abadía cisterciense de la Trapa el segundo, que, encarcelados ambos de manera inhumana durante la Revolución Francesa, consumaron el martirio agotados por la enfermedad.
Luis Francisco Le Brun nació el 4 de abril de 1744 en Ruán, hijo del tesorero de la parroquia de Saint-Urbland, donde el niño fue bautizado el mismo día de su nacimiento. Educado piadosamente, ingresa a los 18 años en el monasterio benedictino de Saint-Martin de Sées, haciendo la profesión religiosa el 10 de junio de 1763. Pertenecía a la congregación benedictina de San Mauro y a la provincia benedictina de Normandía. Pasaría por varios monasterios. En 1770, siendo diácono, fue enviado al monasterio de Jumiéges, donde al año siguiente se ordenaría presbítero en septiembre. Pasaría luego por diversas abadías. El capítulo general de 1783 lo nombra prior de Bonne- Nouvelle de Ruán, y en 1788 pasa a Saint-Wandrille. Vinieron luego las leyes de 1790 suprimiendo los votos solemnes. Él declaró que se reservaba la posibilidad de vivir en una casa particular y recibe una pensión trimestral de 225 libras. Cuando se disuelve la vida común en Saint-Wandrille, pasa a Jumiéges, pero viendo el desorden que allí había se instala por su cuenta en Ruán (octubre de 1791). Cuando llega la ley del juramento de igualdad-libertad (10 de agosto de 1792), él rehusa prestarlo, y al año siguiente se ve en la necesidad de elegir entre prestar el juramento o marchar a la deportación o al exilio. Intenta escapar del dilema pero es recluido el 9 de noviembre de 1793 en Saint-Vivien de Ruán. Intenta evitar la deportación alegando de nuevo que está enfermo, pero no le sirve. El 21 de marzo de 1794 sale para Rochefort, a donde llega a mediados de abril. Embarcado en Les Deux Associés muere el 20 de agosto de ese año 1794. Luchó entre la vida y la muerte muchos días, mostrando una gran paciencia y resignación.
Gervasio Protasio Brunel había nacido el 18 de junio de 1744 en Magniéres, Meurthe-et-Moselle, Francia. Su padre era notario. Ingresó en el seminario de Toul, donde siguió los estudios eclesiásticos hasta su ordenación de diácono en 1766. Al año siguiente ingresa en la trapa de Mortagne, en el Orne. El 17 de junio de 1767 recibió el hábito religioso y el 15 de julio de 1768 emitió la profesión religiosa. Era prior claustral a la llegada de la revolución, y al morir el abad y no poderse ya pasar a una nueva elección, quedó de hecho como superior de la comunidad. El 11 de mayo de 1790 los monjes declararon desear seguir viviendo en el monasterio, y este su deseo fue apoyado por las municipalidades vecinas. Viendo cómo se desarrollaban las cosas Gervasio fue a París, visitó al Rey y dirigió una comunicación a la Asamblea pidiendo la supervivencia de la trapa. Pero sobrevino en su comunidad una lamentable división cuando el maestro de novicios se quiso llevar los monjes jóvenes a Suiza. Dom Gervasio no estaba de acuerdo, pero cuando llegó la contestación negativa de la Asamblea a su petición, aceptó la ida de los monjes a Suiza. El 27 de abril de 1792 los monjes de la Trapa rehusaron acceder a la demanda de los comisarios enviados por la municipalidad de Soligny a fin de hacer elegir un nuevo superior y un nuevo ecónomo. Dom Gervasio se quedó un tiempo en Mortagne con sus monjes pero luego debió resignarse a partir. Con otro religioso marchó a su pueblo y se instaló en casa de su padre, llevando consigo una parte del tesoro y de las reliquias de su monasterio, lo que le traería no pocas dificultades. Intentó con su compañero pasar a Suiza, pero su carta al monasterio de Notre-Dame de la Miséricorde de Visisbach fue interceptada y ambos fueron arrestados en Remiremont. Como sus pasaportes estaban en regla, pudieron volver a Magniéres, pero para ser arrestados el 12 de mayo de 1793 y reenviados a Remiremont. La acusación contra ellos era: sustracción de bienes de la Trapa y no prestación del juramento de libertad-igualdad. El directorio del distrito de Luneville los absolvió del primer cargo pero los condenó a la deportación por el segundo. Llevados a Nancy, fueron recluidos en el exconvento carmelita. Dom Gervasio reclamó los haberes que le correspondían como eclesiástico sin recursos. Declarados sanos el 27 de enero de 1794, son enviados a Rochefort el 1 de abril siguiente. Embarcado en Les Deux Associés, murió el 20 de agosto de 1794. Era religioso fervoroso, hombre de piedad y de gran virtud. Fue enterrado en la isla Madame.
fuente: «Año Cristiano» - AAVV, BAC, 2003
Santa María de Mattias

Santa María de Mattias, virgen y fundadora
En Roma, santa María de Mattias, virgen, fundadora de la Congregación de Adoratrices de la Sangre de Cristo.
Al fundar la Congregación de las Adoratrices de la Preciosa Sangre, dedicada a la educación de la juventud, María de Matías hizo frente a una de las mayores necesidades de su época. En efecto, como lo dijo Pío XI, aquel momento histórico «necesitaba una reforma general y los medios principales para lograrlo, eran el mejoramiento de la instrucción y la purificación de las costumbres».
María nació en 1805. Era la mayor de los cuatro hijos del abogado Juan de Matías y de su esposa, Octavia de Angelis. La familia vivía en Vallecorsa, entre Lazio y Campania. Cuando María acababa de cumplir diecisiete años, san Gaspar del Búfalo predicó una misión en la parroquia del lugar. La joven se sintió entonces llamada a trabajar por el prójimo. Poco después, conoció a Juan Merlini, discípulo de san Gaspar y sucesor suyo en el gobierno de la Congregación de los Misioneros de la Preciosa Sangre. Merlini fue desde entonces y hasta la muerte de María su director y consejero espiritual.
En 1834, a petición de su obispo, Mons. Lais, quien era también administrador de Anagni, María tomó a su cargo la dirección de una escuela en Acuto, ciudad de aquella región. Estaba decidida a fundar una congregación. Al año siguiente, se le reunió la primera compañera, Ana Farrotti. Ambas jóvenes determinaron que la nueva congregación se inspiraría en el espíritu de los misioneros de san Gaspar del Búfalo. Para entonces, María había extendido ya sus actividades a las jóvenes y a las mujeres casadas. Pronto pidieron la admisión otras seis aspirantes a la vida religiosa. Como santa Lucía Filippini, María poseía el don de la persuasión y lo empleó con gran éxito en la enseñanza del catecismo, de la historia sagrada y en la organización de diversas asociaciones femeninas. En 1837, empezó a predicar «retiros espirituales» a las mujeres casadas y la obra se hizo muy popular. Naturalmente no faltaron quienes arguyesen que las mujeres debían guardar silencio en la iglesia (ICor 14,34); pero Mons. Muccioli apoyó a María, tras haber investigado el asunto. Cuando las mujeres empezaron a concurrir a las celebraciones del mes de mayo en la escuela, el pároco se opuso, pero el deán dio la razón a María, con gran regocijo de las mujeres. Los testimonios en el proceso de beatificación prueban que la elocuencia de María era de buena ley, ya que amaba el recogimiento y el silencio y «no era parlanchina».
En 1840, la santa tomó a su cargo otra escuela en su pueblo natal de Vallecorsa, con la ayuda de los Misioneros de la Preciosa Sangre. A ésta siguieron otras fundaciones, en todas las cuales la actividad de las religiosas se extendía a las jóvenes y a las mujeres casadas. Entre 1847 y 1851, se fundaron dos nuevas casas en la Ciudad Eterna, bajo el patrocinio de la princesa Zena Volkonska; ahí se hicieron muy amigos de la santa dos prelados ingleses: Mons. Jorge Talbot y Mons. Eduardo Howard, quien fue más tarde cardenal. Se cuenta que María reprendió cierta vez a una religiosa inglesa que presumía incesantemente de las buenas maneras de la sociedad de Inglaterra, «El Calvario es nuestra escuela de buenas maneras». Naturalmente, la rápida expansión de la Congregación de las Adoratrices de la Preciosa Sangre no se efectuó sin dificultades y decepciones, que constituyeron rudas pruebas para la fundadora. Sus fuerzas y su salud empezaron a debilitarse por fin y la madre María de Matías murió en Roma, el 20 de agosto de 1866, a los sesenta y un años de edad. Su beatificación se llevó a cabo en 1950. Para entonces, su congregación contaba ya con más de 400 instituciones, entre las que se contaban escuelas de todas clases, así en Europa como en América. Fue canonizada por SS Juan Pablo II el 18 de mayo de 2003.
Don Merlini escribió la primera biografía de la santa. La biografía oficial, muy completa, escrita por la benedictina, señora Ma. Eugenia Pietromarchi, fue publicada en Roma en 1950.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
San Pío X | |
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San Pío X, papa
En Roma, muerte del papa san Pío X, cuya memoria se celebra mañana.
El barón von Pastor, distinguido historiador de pontífices, escribió esta observación sobre el papa Pío X: «Era uno de esos hombres elegidos, de los que hay pocos, con una personalidad irresistible. Todos tenían que sentirse conmovidos por su absoluta sencillez y su bondad angelical. Sin, embargo, era algo más lo que le hacía entrar en todos los corazones; ese 'algo' se puede definir mejor al observar que todo aquél que fue admitido a su presencia salió con la profunda convicción de haber estado frente a un santo. Y, entre más se sabe sobre él, mayor fuerza adquiere esta convicción».
El futuro Papa santo vino al mundo en 1835, como hijo de un cartero y mensajero municipal de humilde condición, en la populosa ciudad de Riese, en el Veneto. Fue el segundo de los diez hijos de la pobre familia del servidor del municipio, y se llamó Giuseppe Sarto. Cuando niño, asistió a la escuela elemental de Riese, pero gracias a las instancias y la ayuda del cura párroco, pasó a la escuela superior de Castelfranco, a una distancia de ocho kilómetros, que el chico recorría a pie dos veces al día. Más tarde, en virtud de una beca que se obtuvo para él, pudo asistir al seminario de Padua. Por dispensa especial, se le ordenó sacerdote a la edad de veintitrés años y, desde aquel momento, se entregó completamente al ministerio pastoral; al cabo de dieciséis años, ascendió a canónigo en Treviso, donde prosiguió con mayor ahinco su dura y generosa tarea sacerdotal. En 1884, fue consagrado obispo de Mántua, una diócesis que, por entonces, se hallaba en bajas condiciones morales, debido a su clero negligente hasta el extremo de haber provocado un cisma en dos poblaciones. Fue tan limpio y brillante el triunfo que obtuvo el obispo en el desempeño de aquel cargo plagado de dificultades que, en 1892, el papa León XIII consagró a Mons. Sarto como cardenal sacerdote de San Bernardo de los Baños y, casi inmediatamente, lo elevó a la sede metropolitana de Venecia, que comprende el título honorífico de patriarca. Ahí se transformó en un verdadero apóstol para toda la región del Veneto y puso de manifiesto el valor de su sencillez y su rectitud, en una sede que se ufanaba de su magnificencia y de su pompa.
A la muerte de León XIII, en 1903, era creencia general que habría de sucederle en la cátedra de San Pedro el cardenal Rampolla del Tíndaro; las tres primeras votaciones del cónclave indicaron que la opinión general estaba en lo cierto; pero entonces, el cardenal Puzyna, arzobispo de Cracovia, comunicó a la asamblea de electores que el emperador Francisco José de Austria imponía el veto formal contra la elección de Rampolla. El anuncio causó una profunda conmoción; los cardenales protestaron con energía por la intervención del emperador y las cosas llegaron al punto de efervescencia, cuando Rampolla, con mucha dignidad, retiró su candidatura (la historiografía posterior más bien afirma que Rampolla no habría sido elegido de ningún modo). Al cabo de otras cuatro votaciones, resultó elegido el cardenal Giuseppe Sarto. Así llegó a la cátedra de Pedro un hombre de humilde cuna, sin relevantes dotes intelectuales, sin experiencia en las diplomacias eclesiásticas, pero con un corazón tan grande que no le cabía en el pecho, y tan bueno que parecía irradiar gracias: «un hombre de Dios que conocía los infortunios del mundo y las penurias de la existencia y, en la grandeza de su corazón, sólo quería arreglarlo todo y consolar a todos». Uno de los primeros actos del nuevo papa fue el de recurrir a la constitución «Commissum nobis», a fin de terminar, de una vez por todas, con cualquier supuesto derecho de cualquier poder civil para interferir en una elección papal, por el veto u otro procedimiento. Más adelante, dio un paso cauteloso pero definitivo hacia la reconciliación entre la Iglesia y el Estado, en Italia, al levantar prácticamente el «Non Expedit», que impedía, en la práctica a los católicos participar en las elecciones de su país.
Su manera de hacer frente a la muy crítica situación que no tardó en presentarse en Francia fue directa y tan efectiva como cualquiera de los medios diplomáticos en uso. En 1905, luego de numerosos incidentes, el gobierno francés denunció el concordato de 1801, decretó la separación de la Iglesia y el Estado y emprendió una campaña agresiva contra la Iglesia. El gobierno propuso crear una organización para que se preocupara de las propiedades eclesiásticas, bajo el nombre de «associations cultuelles», a la que muchos de los prominentes personajes católicos de Francia deseaban someterse por vías de ensayo; pero, tras una serie de consultas con los obispos franceses, el Papa Pío X emitió un par de declaraciones enérgicas y dignas, por las que condenaba la ley de separación y calificaba la «asociación» de anticanónica. A los que se quejaban de que había sacrificado todas las posesiones de la Iglesia en Francia, les respondió: «Aquéllos se preocupaban demasiado por los bienes materiales y muy poco por los espirituales». La separación ofreció la ventaja de que, a partir de entonces, la Santa Sede pudo nombrar directamente a los obispos franceses, sin la nominación previa de los poderes civiles. «Pío X -declaró el obispo de Nevers, Mons. Gauthey- nos emancipó de la esclavitud al costo del sacrificio de nuestras propiedades. Que Dios le bendiga por siempre, por no haber titubeado en imponernos ese sacrificio». La severa actitud del papa causó tantos trastornos y dificultades al gobierno francés que, veinte años más tarde, se avino a concertar un nuevo acuerdo, dentro de los cánones, para la administración de las propiedades de la Iglesia.
El nombre de Pío X se vincula generalmente y con toda razón, al movimiento que purgó a la Iglesia de ese «resumen de todas las herejías», al que alguno tuvo la ocurrencia de llamar «Modernismo». Un decreto del Santo Oficio fechado en 1907, condenó a ciertos escritores y ciertas ideas; muy pronto le siguió la carta encíclica «Pascendi dominici gregis», en la que se indicaban peligrosas tendencias de alcance imprevisible, se señalaban y condenaban las manifestaciones del «modernismo» en todos los campos. Pero también se adoptaron medidas muy enérgicas y, a pesar de que hubo furiosas oposiciones, el modernismo en la Iglesia quedó prácticamente aniquilado al primer golpe. Ya había conquistado bastante terreno entre los católicos y, sin embargo, no fueron pocos, aun entre los ortodoxos, quienes opinaron que la condena del Papa había sido excesiva y rayana en una mojigatería obscurantista (esto se debió más bien a la abundancia de los «más papistas que el Papa»; éstos, por ejemplo, tenían en sus listas de «sospechosos» al cardenal Della Chiesa, que llegaría a ser Benedicto XV). El error de esta observación quedó demostrado cuando cinco años después, en 1910, la encíclica del Papa sobre San Carlos Borromeo fue mal interpretada y se ofendieron los protestantes en Alemania. Pío X publicó la explicación oficial del párrafo mal interpretado en el Osservatore Romano y ahí mismo recomendó a los obispos alemanes que no hiciesen más comentarios ni publicidad en torno a la encíclica, en el púlpito o en la prensa.
En su primera encíclica Pío X anunciaba que su meta primordial era la de «renovarlo todo en Cristo» y, sin duda que con ese propósito en mente, redactó y aprobó sus decretos sobre el sacramento de la Eucaristía. Por ellos, recomendaba y encomiaba la comunión diaria, si fuese posible (en la Edad Media y, posteriormente en la época del jansenismo, los fieles católicos comulgaban rarísima vez; la comunión diaria o muy frecuente se consideraba como algo extraordinario y aun indebido); que los niños se acercaran a recibirla al llegar a la edad de la razón, y que se facilitara el suministro de la comunión a los enfermos. Pero no sólo se preocupó por el ministerio del altar, sino también por el de la palabra, puesto que instaba a la diaria lectura de la Biblia, aunque en este caso las recomendaciones del Papa no fueron tan ampliamente aceptadas. Desde 1903, y con el objeto de aumentar el fervor en el culto divino, emitió por iniciativa propia (motu proprio), una serie de instrucciones sobre la música sacra, destinadas a terminar con los abusos al respecto y a restablecer el uso del canto llano en la Iglesia. Dio alientos a los trabajos de la comisión para la codificación de las leyes canónicas y fue él quien llevó a cabo la completa reorganización de los tribunales, oficinas y congregaciones de la Santa Sede. También estableció Pío X una comisión correctora y revisora del texto Vulgata de la Biblia (este trabajo les fue encomendado a los monjes benedictinos) y, en 1909, fundó el Instituto Bíblico para el estudio de las Escrituras y lo dejó a cargo de la Compañía de Jesús.
Siempre consagró sus preocupaciones y actividades a los débiles y los oprimidos. Con inusitada energía, denunció los malos tratos a que eran sometidos los indígenas en las plantaciones de caucho del Perú. Creó y organizó una comisión de ayuda a los damnificados, tras el desastroso terremoto de Messina y, por cuenta propia, acogió a numerosos refugiados en el hospicio de Santa Marta, junto a San Pedro. Sus caridades, en todas las partes del mundo donde se necesitaban socorros, eran tan abundantes y frecuentes, que las gentes de Roma y de toda Italia se preguntaban de dónde saldría tanto dinero. La sencillez de sus hábitos personales y la santidad de su carácter se ponían de manifiesto en su costumbre de visitar cada domingo, alguno de los patios, rinconadas o plazuelas del Vaticano, para predicar, explicar y comentar el Evangelio de aquel día, a todo el que acudiera a escucharle. Era evidente que Pío X se sentía desconcertado y tal vez un poco escandalizado, ante la pompa y la magnificencia del ceremonial en la corte pontificia. Cuando era patriarca de Venecia, prescindió de una buena parte de la servidumbre y no toleró que nadie, fuera de sus hermanas, le preparase la comida; como Pontífice, eliminó la costumbre de conferir títulos de nobleza a sus familiares. «Por disposición de Dios -solía decir- mis hermanas son hermanas del papa. Eso debe bastarles». En una ocasión, antes de cierta ceremonia, exclamó ante un viejo amigo suyo: «¡Mira cómo me han vestido!» y se echó a llorar. A otro de sus amigos, le confesó: «No cabe duda de que es una penitencia verse obligado a aceptar todas estas prácticas. ¡Me condujeron entre soldados, como a Jesús cuando le apresaron en Getsemaní!» No son estas simples anécdotas divertidas, sino actitudes y acciones que describen por sí mismas la grandeza de corazón y la sencillez de la bondad de Pío X. A un joven inglés, protestante convertido al catolicismo y que deseaba ser monje, pero sentía el escrúpulo de haber estudiado muy poco, le dijo el Papa: «Para alabar a Dios bien, no se necesita ser sabio». Un escritor de Mántua publicó un libro de carácter sensacionalista en el que lanzaba infames acusaciones contra Pío X; éste no quiso emprender ninguna acción legal, pero, en cuanto supo que el calumniador se hallaba en bancarrota, el papa le envió dinero a escondidas: «Un hombre tan desdichado, comentó, necesita oraciones más que castigos».
Aún durante su vida, Dios utilizó al papa Pío X como instrumento de sus milagros y, hasta en esos casos sobrenaturales, se puso de manifiesto su perfecta modestia y sencillez. Durante una audiencia pública, uno de los asistentes mostró su brazo paralizado al tiempo que decía: «¡Cúrame, Santo Padre!» El papa se acercó sonriente, tocó el brazo tumefacto y dijo amablemente: «Sí, sí». Y, el hombre quedó curado. En otra audiencia privada, una niña de once años que estaba paralítica, pidió lo mismo. «¡Quiera Dios concederte lo que deseas!», dijo el Pontífice. La niña se levantó y anduvo por sí misma. Una monja que sufría de una tuberculosis muy avanzada, le pidió la salud. «Sí», fue todo lo que repuso Pío X, mientras ponía las manos sobre la cabeza de la religiosa. Aquella tarde, el médico declaró que estaba completamente sana. El 24 de junio de 1914, la Santa Sede firmó un concordato con Servia; cuatro días más tarde, el archiduque Francisco de Austria y su esposa fueron asesinados en Sarajevo; a la medianoche del 4 de agosto, Alemania, Francia, Austria, Rusia, Gran Bretaña, Servia y Bélgica estaban en guerra: era el undécimo aniversario de la elección del Papa. Pío X no sólo había vaticinado aquella guerra europea, como otros muchos, sino que profetizó que estallaría definitivamente para el verano de 1914. Aquel conflicto fue para el Papa un golpe fatal. «Esta será la última aflicción que me mande el Señor. Con gusto daría mi vida para salvar a mis pobres hijos de esta terrible calamidad». Pocos días más tarde sufrió una bronquitis; al día siguiente, 20 de agosto, murió. Fue la primera víctima notable de la Gran Guerra. «Nací pobre, he vivido en la pobreza y quiero morir pobre», dijo en su testamento. Su contenido demostró la verdad de aquellas palabras: su pobreza era tanta que hasta la prensa anticlerical quedó admirada.
Después del funeral en la basílica de San Pedro, Mons. Cascioli, escribió lo siguiente: «No tengo la menor duda de que este rincón de la cripta se convertirá, muy pronto, en un santuario, un centro de peregrinación ... Dios glorificará ante el mundo a este Papa cuya triple corona fue la pobreza, la humildad y la bondad». Y así fue por cierto. El Pontificado de Pío X no fue tranquilo y el papa mostró resolución en su política. Si no tuvo enemigos -porque para eso se necesitan dos- hubo muchos que le criticaron, lo mismo dentro que fuera de la Iglesia. Pero, al morir, todas las voces fueron una; desde todas partes, desde todas las clases surgió un llamado para que se reconociera la santidad de Pío X, el que fuera Giuseppe Sarto, el niño del cartero. En 1923, los cardenales de la curia decretaron que se había abierto su causa, firmada por veintiocho prelados. En 1954, el Papa Pío XII canonizó solemnemente a su predecesor ante una enorme multitud que llenaba la plaza de San Pedro, en Roma. Aquel fue el primer papa al que se canonizaba desde Pío V, en 1672.
El abad Pierami, el promotor de la causa, publicó en 1928 una breve biografía, escrita en tono devoto, y con valiosos datos. Ver también, Memories of Pope Pius X (1939) del cardenal Merry del Val; Symposiurn of the Life and Work of Pius X (1947), de R. M. Iluben; Pie X (1951), de V. Marrnoiton.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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Beato Matías Cardona | |
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Beato Matías Cardona Meseguer, presbítero y mártir
En Vallibona, cerca de Castellón, en la región levantina de España, beato Matías Cardona Meseguer, presbítero de la Orden de los Clérigos Regulares de las Escuelas Pías, mártir durante la persecución religiosa.
Nació en Vallibona, Castellón de la Plana, el 23 de diciembre de 1902. Fue monaguillo de la iglesia parroquial de su pueblo, y en la catequesis parroquial oyó hablar de la vocación religiosa y decidió ingresar en la Orden de las Escuelas Pías, lo que hizo en Morella con 12 años. La pobreza de su familia pareció hacerle imposible continuar sus estudios. Pero, una vez hecho el servicio militar, ingresó en el noviciado escolapio de Moiá, al término del cual hizo la profesión religiosa. Prosiguió luego sus estudios para el sacerdocio, que recibió el 11 de abril de 1936 en Calahorra. Fue destinado al colegio de San Antón, de Barcelona.
Al llegar el 18 de julio, inicio de la guerra civil, tuvo que dejar la casa religiosa y se refugió en casa de una tía suya, pasó luego a la de un amigo y, por fin, creyó que donde estaría más seguro sería en su pueblo, a donde llegó el 31 de julio, y fue acogido en casa de su hermana Dolores. Pero, avisado por el alcalde de que corría peligro, se marchó en la mañana del día 17 a la hacienda Casa Cardona. Amenazados su hermana y cuñado si no decían dónde estaba el sacerdote, lo dijeron y allí fueron a buscarle. Conducido al comité de Vallibona, fue encerrado en la cárcel con otro sacerdote. Su hermana lo pudo visitar y llevar comida, pero el día 20 de agosto sacaron a ambos sacerdotes y los llevaron al lugar llamado Pigro del Coll y allí los fusilaron. El P. Matías mientras lo llevaban pronunció palabras de perdón para sus asesinos. A la hora de recibir la descarga abrió los brazos en cruz. Ambos sacerdotes fueron enterrados en el cementerio local. Juan Pablo II le beatificó el 1 de octubre de 1995 en el grupo de 13 escolapios martirizados en diversos días y en varios lugares, de 1936.
fuente: «Año Cristiano» - AAVV, BAC, 2003
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