viernes, 25 de diciembre de 2015

San Alberto Chmielowski - Beata Elías de San Clemente - Beata Antonia María Verna 25122015

San Alberto Chmielowski

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San Alberto Chmielowski, religioso y fundador
En Cracovia, en Polonia, san Alberto (Adán) Chmielowski, religioso, célebre pintor, que se entregó a los pobres procurando ser bueno con todos, y para ello fundó las Congregaciones de Hermanos y Hermanas de la Tercera Orden Regular de San Francisco, siervos de los pobres.
Alberto Chmielowski, en el siglo Adán, nació en Igolomia, cerca de Cracovia (Polonia), el 20 de agosto de 1845, de padres nobles: Adalberto y Josefina Borzyslawska. Creció en un clima de ideales patrióticos, de una profunda fe en Dios y de amor cristiano hacia los pobres. Quedó huérfano muy pronto y sus familiares se hicieron cargo de él y de los demás hermanos, ocupándose de su formación.

A los 18 años se matriculó en el Instituto Politécnico de Pulawy. Tomó parte en la insurrección de Polonia en 1863. Cayó prisionero y se le amputó una pierna a causa de una herida. Al fracasar la insurrección, se trasladó al extranjero, huyendo de la represalia zarista. En Gante (Bélgica) inició estudios de ingeniería. Dotado de buenas cualidades artísticas, decidió estudiar pintura en París y en Munich. En 1874, maduro ya como artista, regresó a Polonia, decidido a dedicar «el arte, el talento y sus aspiraciones a la gloria de Dios». Comenzaron así a predominar en sus actividades artísticas los temas religiosos. Uno de los mejores cuadros, el «Ecce Homo», fue el resultado de una experiencia profunda del amor misericordioso de Cristo hacia el hombre, experiencia que llevó a Chmielowski a su transformación espiritual.

En 1880 entró en la Compañía de Jesús como hermano lego. Después de seis meses tuvo que dejar el noviciado por su mala salud. Superada una profunda crisis espiritual, comenzó una nueva vida, dedicada totalmente a Dios y a los hermanos. Acercándose a la miseria material y moral de quienes carecen de techo y a los desheredados en los dormitorios públicos de Cracovia, descubrió en la dignidad menospreciada de aquellos pobrecillos el rostro humillado de Cristo, y decidió por amor del Señor renunciar al arte y vivir al lado de los marginados una vida pobre, dedicándoles toda su persona.

El 25 de agosto de 1887 vistió el sayal gris y tomó el nombre de hermano Alberto. Pasado un año, pronunció los votos religiosos, iniciando la congregación de los Hermanos de la Orden Tercera de San Francisco, denominados Siervos de los Pobres o Albertinos. En 1891 fundó la rama femenina de la misma congregación (Albertinas) con la finalidad de socorrer a las mujeres necesitadas y a los niños. El hermano Alberto organizó asilos para pobres, casas para mutilados e incurables, envió a las hermanas a trabajar en hospitales militares y lazaretos, fundó comedores públicos para pobres, y asilos y orfanotrofios para niños y jóvenes sin techo. En los asilos para los pobres, los hambrientos recibían pan; los sin techo, alojamiento; los desnudos, vestidos; y los desocupados eran orientados a un trabajo. Todos contaban con su ayuda, sin distinción de religión o nacionalidad. En la medida en que satisfacía las necesidades elementales de los pobres, el hermano Alberto se ocupaba también paternalmente de sus almas, tratando de reavivar en ellos la dignidad humana, ayudándoles a reconciliarse con Dios.

Tomaba fuerza del misterio de la Eucaristía y de la Cruz para su acción caritativa. A pesar de su invalidez, viajaba mucho para fundar nuevos asilos en otras ciudades de Polonia y para visitar las casas religiosas. Gracias a su espíritu emprendedor, cuando murió dejó fundadas 21 casas religiosas en las cuales prestaban su trabajo 40 hermanos y 120 religiosos.

Murió, de cáncer de estómago, el día de Navidad de 1916 en Cracovia, en el asilo por él fundado, pobre entre los pobres. Antes de su muerte dijo a los hermanos y hermanas, señalando a la Virgen de Czestochowa: «Esta Virgen es vuestra fundadora, recordadlo». Y: «Ante todo, observad la pobreza». Su entera dedicación a Dios mediante el servicio a los más necesitados, su pobreza evangélica a imitación de San Francisco de Asís, su filial confianza en la divina Providencia, su espíritu de oración y su unión con Dios en el trabajo de cada día son la herencia que ha dejado el hermano Alberto a sus hijos e hijas espirituales. Enseñó a todos con el ejemplo de su vida que «es necesario ser buenos como el pan, que está en la mesa, y que cada cual puede tomar para satisfacer el hambre».

La herencia espiritual del hermano Alberto pervive en sus congregaciones, que extienden su acción misionera por tierras de Polonia, Italia, Estados Unidos y Argentina. Convencidos de la santidad del hermano Alberto, sus contemporáneos lo definieron como «el hombre más grande de su generación». Considerado el San Francisco polaco del siglo XX, el hermano Alberto fue beatificado en Cracovia el 22 de junio de 1983 por el Papa Juan Pablo II, quien también lo canonizó el 12 de noviembre de 1989 en Roma.
fuente: «L`Osservatore Romano»


Beata Elías de San Clemente

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Beata Elías de San Clemente, virgen
En Bari, Italia, beata Elías de San Clemente, virgen de la Orden de los Carmelitas Descalzos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo, que consagró su vida contemplativa por amor a Cristo al servicio de la Iglesia.
Sor Elías de San Clemente nació en Bari (Italia) el 17 de enero de 1901. A los cuatro días fue bautizada, con el nombre de Teodora, en la iglesia de Santiago por su tío don Carlo Fracasso, capellán del cementerio. Recibió la confirmación en 1903. En 1929, su padre, Giuseppe Fracasso, maestro pintor y decorador de obra, con grandes sacrificios abrió un negocio para la venta de pinturas. Su madre, Pasqua Cianci, se ocupaba de las labores domésticas. Considerados ambos como óptimos cristianos practicantes, tuvieron nueve hijos, cuatro de los cuales murieron en tierna edad. Representaron un punto seguro de referencia en su crecimiento humano y espiritual para los cinco hijos que quedaron en vida: Prudenzia, Ana, Teodora, Domenica y Nicola.

En 1905 la familia se trasladó a la calle Piccinni, a una casa que tenía un pequeño jardín; allí Teodora, a la edad de cuatro o cinco años, afirmó haber visto en sueños a una bella "Señora" que se paseaba entre las hileras de lirios florecidos y después desapareció repentinamente con un haz de luz, a la cual le prometió hacerse monja cuando fuese mayor. El 8 de mayo de 1911 recibió la primera Comunión; la noche precedente vio en sueños a santa Teresa del Niño Jesús, que le predijo: "Serás monja como yo". Entró en la asociación dominica "Beata Imelda Lambertini", cultivando una profunda piedad eucarística; pasó enseguida a la "Milicia Angélica" de santo Tomás de Aquino. Reunía periódicamente a las amigas en su casa para meditar y orar juntas.

La vocación religiosa de Teodora comenzó a definirse con la ayuda del padre Pedro Fiorillo, o.p., su director espiritual, que la introdujo en la Tercera Orden Dominica, en la cual, admitida como novicia el 20 de abril de 1914 con el nombre de Inés, hizo la profesión el 14 de mayo de 1915, con dispensa especial por tener sólo catorce años. A finales de 1917, Teodora decidió dirigirse al padre jesuita Sergio Di Gioia para pedir consejo, el cual, convertido en su nuevo confesor, después de un año, decidió encaminarla, junto con su amiga Clara Bellomo, futura sor Diomira del Amor Divino, al Carmelo de San José, al que acudieron ambas por vez primera en diciembre de 1918. Durante el año 1919, bajo la guía sabia y prudente del padre Di Gioia, se preparó espiritualmente para su ingreso en el monasterio.

Entró en la Orden de los Carmelitas Descalzos el 8 de abril de 1920 y vistió el hábito el 24 de noviembre del mismo año, tomando el nombre de sor Elías de San Clemente. Emitió los primeros votos el 4 de diciembre de 1921: "Sola a los pies de mi Señor crucificado —escribió—, lo miré largamente, y en aquella mirada vi que él era toda mi vida". Además de santa Teresa de Jesús, tomó como guía a santa Teresa del Niño Jesús. Hizo la profesión solemne el 11 de febrero de 1925.

Su camino, desde el inicio, no fue fácil. Ya en los primeros meses del noviciado había tenido que afrontar con gran espíritu de fe no pocas dificultades. Siempre observante de las Reglas y de los actos comunitarios, sor Elías pasaba gran parte de la jornada en su celda, dedicada a los trabajos de costura que se le encomendaban; la madre priora la nombró sacristana en 1927. En las pruebas la orientó el padre Elías de San Ambrosio, procurador general de la Orden de los Carmelitas Descalzos, que la había conocido en 1922, con ocasión de una visita al Carmelo de San José, y con el cual la joven religiosa mantuvo una edificante correspondencia epistolar, con gran provecho.

Afectada en enero de 1927 de una fuerte gripe que la debilitó mucho, sor Elías comenzó a acusar frecuentes dolores de cabeza, de los que no se lamentaba, y que soportaba sin tomar ninguna medicina. Pocos días antes de Navidad, el 21 de diciembre, sor Elías comenzó a tener una fuerte fiebre y otras molestias, a las que no se dio la debida importancia. Sin embargo, la situación se hizo cada vez más preocupante. El 24 de diciembre la visitó un médico que, aunque diagnosticó una posible meningitis o encefalitis, no consideró la situación clínica particularmente grave, por lo que hasta la mañana siguiente no fueron convocados a la cabecera de la enferma dos médicos, los cuales desgraciadamente constataron que sus condiciones eran irreversibles.

Murió a mediodía del 25 de diciembre de 1927. Hizo su entrada en el cielo en un día de fiesta, como lo había predicho: "Moriré en un día de fiesta". El arzobispo de Bari, mons. Augusto Curi, celebró el funeral al día siguiente en presencia de los familiares de la sierva de Dios y con la participación de mucha gente. La joven carmelita dejó en todos un profundo recuerdo, y también una gran enseñanza: es necesario caminar con gozo hacia el Paraíso porque es el destino de todo creyente. Fue beatificada en la catedral de Bari el 18 de marzo de 2006.

fuente: Vaticano


Antonia María Verna, Beata
Antonia María Verna, Beata

Fundadora, 25 de diciembre


Por: Cristina Siccardi | Fuente: santiebeati.it 



Virgen y Fundadora de las
Hermanas de la Caridad de la Inmaculada Concepción de Ivrea

Martirologio Romano: En Rivarolo Canavese, en la provincia de Turín (Italia), beata Antonia María Verna, virgen que sintiendo en su corazón el llamado del Señor dedicó su vida a ofrecer gratuitamente instrucción y caridad y para ello fundó la Congregación de las Hermanas de la Caridad de la Inmaculada Concepción de Ivrea ( 1838)

Fecha de beatificación: 2 de octubre de 2011, durante el pontificado de S.S. Benedicto XVI
Antonia María Verna nace el 12 de junio de 1773 en Pasquaro, pequeña localidad de la fértil y delicada llanura Canavese (en el Piamonte italiano), tierra regada por el río Orco a pocos kilómetros de Rivarolo (Turín). Sus padres son Guillermo Verna y Doménica María Vacheri, unos pobres campesinos, ella es su segunda hija y la bautizan el mismo día de su nacimiento.

Una única habitación sirve como hogar para todos los miembros de la familia, fuertemente unida y anclada a la fe y sus principios. Mamá Doménica es su primera catequista. Ya de niña asistía a la iglesia parroquial, sigue con atención las homilías y participa en las clases de catecismo y luego, una vez que regresa a su casa, enseña lo aprendido a los niños que se reúnen en torno a ella. Aprende a amar al Niño Jesús, a la Virgen Inmaculada (a la que se consagrará y que tendrá gran influencia en la fundación de su Instituto) y a San José, a quien elegirá como su especial patrono. Tres devociones que la acompañarán durante todo su caminar.

A los 15 años esta deseosa de comprender lo que Dios quiere para ella. Los padres quieren encontrarle un buen marido, pero Antonia María tiene una idea completamente diferente. Esta divergencia de las opciones le produce mucho sufrimiento. En esos tiempos de "combate espiritual" encontrará la fuerza y el coraje en la oración y después de un largo estudio con su confesor toma la decisión de consagrarse a Dios con el voto de virginidad perpetua. No sabemos exactamente dónde y cuándo hizo el voto, tal vez en la Iglesia de su país de origen, o en una capilla dedicada a Nuestra Señora de la Providencia.

A causa de la insistencia reiterada para el matrimonio (de hecho no faltaban los pretendientes), Antonia María se ve obligada a dejar Pasquaro por un cierto período de tiempo. Mientras tanto las conmociones causadas por las coincidentes ideologías a la Revolución francesa del 1789 debilitan, también en Italia, el sentido religioso, reduciendo el sentido ético de la sociedad. La lava revolucionaria va invadiendo y cubriendo de naturismo y racionalismo todos los campos para proclamar con violencia los "derechos humanos", derechos que no tienen ya nada que ver con la dimensión sobrenatural, dimensión que es expulsada con agresión y odio.

El protestantismo, la Ilustración, la filosofía laicista, la masonería penetran en la urdimbre y la trama de la civilización europea. Antonia María, inteligente y con visión de futuro, se da cuenta de que ha llegado el momento de afrontar el mal, a pesar de tener tan sólo 17-18 años de edad. Su primer biógrafo, Don Francesco Vallosio, escribió: «Ella intuye la causa del mal de su tiempo: "la falta de instrucción y de una educación cristiana básica". Y así surgió en ella el pensamiento generoso de oponerse a aquel dañino río, para detener el vicio desenfrenado, disipar las tinieblas de la ignorancia, formar a los jóvenes en la virtud y llevarlos a Dios».

Después del voto de virginidad, emitido a los 15 años de edad, decide retornar humildemente a las bancas de la escuela, recorriendo a pie 8 kilómetros diariamente con tal de poner en práctica lo que tiene en su mente y que siente le ha sido dictado por el Señor. La oración y la penitencia son las armas de su impetuosa llamada: así comienza el apostolado en Pasvuaro, con simplicidad pero gran eficacia, cuidando maternalmente de los niños y los mayores. Vallosio escribe: "Con amor de madre reprocha, orar y evita que aquellos desaconsejadamente rechacen las prácticas cristianas: toda celo y paciencia para instruir a los ignorantes, reconfortar a los débiles, consolar a los afligidos, y con dulzura inefable comparte el pan del intelecto con los niños, instruyéndolos en los principios básicos de la religión".

Ahora siente que los confines de Pasquaro son demasiado estrechos para su misión y se trasladó, entre 1796 y 1800, a Rivarolo Canavese. Estos son tiempos duros y difíciles: primero los vientos de la Revolución Francesa llegaron al Piamonte, luego llegaron las campañas militares de Napoleón, la gente es cada vez más pobres, los inadaptados son cada vez más frecuentes y la delincuencia se expande como una mancha de aceite. 

La nueva casa de Antonia María está constituida por una sola habitación que sirve de "templo, aula y claustro", en este local imparte una instrucción que incluye la enseñanza del catecismo y la alfabetización. Sin embargo todavía es no sacia su caridad, por tanto decide también asistir los enfermos a domicilio. Todavía esta sola, pero las tareas son muchas y no logra atenderlas todas, por ello, entre 1800 y 1802 se unen a varias compañeras (no se conocen los datos precisos), y la primera comunidad es constituida. Así surgen las Hermanas de la Caridad de la inmaculada Concepción. Para la erección canónica de la Congregación Madre Verna tuvo que atravesar muchos obstáculos. El 7 de marzo de 1828 obtuvo la Patente Real de aprobación del Instituto, ese mismo año el 10 de junio y con el apoyo del Obispo de Ivrea las fundadoras de la Congregación pudieron tomar el hábito y realizar su profesión religiosa. El 27 de noviembre 1835 recibió la aprobación eclesiástica definitiva.

Madre Verna murió el día de Navidad de 1838, dejando a sus hijas rebosante de actividad, capaz de ofrecer gratuitamente ("gratis" como la fundadora solía decir), sin reservas, y por amor de Dios, "el acceso completo a la labor de la salvación a imagen de María Inmaculada", como se indica en la Regla de la Congregación.
responsable de la traducción: Xavier Villalta



Beata Antonia María Verna

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Beata Antonia María Verna, virgen y fundadora

En Turín, Italia, beata Antonia María Verna, virgen, fundadora de las Hermanas de la Caridad de la Inmaculada Concepción de Ivrea.



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