Beato Enrique Suso, religioso
presbítero
fecha: 25 de enero
fecha en el calendario anterior: 2 de marzo
n.: c. 1295 - †: 1366 - país: Alemania
otras formas del nombre: Heinrich Seuse, Heinrich von Berg
canonización: Conf. Culto: Gregorio XVI 1831
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
fecha en el calendario anterior: 2 de marzo
n.: c. 1295 - †: 1366 - país: Alemania
otras formas del nombre: Heinrich Seuse, Heinrich von Berg
canonización: Conf. Culto: Gregorio XVI 1831
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En
Ulm, ciudad de Suabia, beato Enrique Suso, presbítero de la Orden de
Predicadores, que soportó pacientemente muchos contratiempos y enfermedades,
compuso un tratado sobre la sabiduría eterna y predicó asiduamente sobre el
Nombre de Jesús.

El siglo XIV fue un periodo de notable actividad
espiritual en Alemania, donde la renovación religiosa se encauzó principalmente
por los caminos del misticismo. Casi todos los principales elementos de la
renovación sufrieron la influencia, directa o indirecta, de Meister Eckhart. No
todos eran monjes; había también profetas itinerantes y jefes de pequeñas
congregaciones de «amigos de Dios», como se llamaban a sí mismos, cuyos
miembros vivían más o menos en el mundo, sin ser del mundo, y consagraban gran
parte de su tiempo a la oración y las buenas obras. Las enseñanzas de tales
maestros se propagaban en escritos, sermones y «conversaciones de sobremesa»,
que correspondían aproximadamente a nuestros actuales retiros. Tal vez el más
famoso de los discípulos de Eckhart fue Enrique Suso.
Su nombre de familia era Von Berg, aunque Enrique
prefirió el apellido de su madre, una santa mujer que sufrió mucho por causa de
su disoluto marido. Ignoramos la fecha exacta de su nacimiento y todo lo que
sabemos de sus primeros años se reduce a un párrafo de su autobiografía, donde
habla en tercera persona, según costumbre: «Durante su niñez, cuando llegaba el
delicioso verano y aparecían las primeras flores, tenía la costumbre de no
cortar ninguna, antes de haber ofrecido las flores de su vida espiritual a la
Madre de Dios, la más bella de las rosas». A los trece años, entró Enrique en
el convento de los dominicos de Constanza, que era su ciudad natal, como lo ha
demostrado Bihlmeyer. Dicho monasterio, que se halla situado en una hermosa
islita junto a la desembocadura del Rhin, fue transformado posteriormente en
fábrica. Enrique permaneció allí hasta su profesión; después fue traslado al
«studium general» o Universidad de Colonia. Durante algunos años parece haber
llevado una vida un tanto descuidada, pero al cumplir dieciocho años, recibió
lo que él describe como «una secreta iluminación de los designios de Dios», que
«le apartó rápidamente del amor a las criaturas». La frase: «Renuncia a lodo»,
sonaba constantemente en sus oídos, hasta que decidió seguir lealmenle y por
completo el llamamiento divino. En vano trató el demonio de disuadirle con
consideraciones de prudencia puramente humana, sugiriéndole que su conversión
había sido demasiado rápida, que la gracia no le sostendría, que la
perseverancia, en esas condiciones, era imposible y que la moderación era el
secreto del éxito. La prudencia celestial enseñó a Enrique a hacer frente a
esos ataques del demonio y a vencerlos.
Enrique se sintió llamado a convertirse en «el siervo
de la Sabiduría Eterna» y su veneración por el nombre de Dios era tal, que
grabó esa palabra sobre su carne. Enrique expresó su amor a la Virgen María y
sus propias experiencias espirituales en un lenguaje «místico» que, por
momentos es emocionante, y a veces resulta extravagante. Practicaba penitencias
corporales atroces que, en épocas como la nuestra podrian parecer morbosas. A
estas mortificaciones físicas venía a añadirse la tortura de las tentaciones
contra la fe, de una intensa melancolía o depresión nerviosa y del temor de
sentirse inevitablemente condenado al infierno. El beato escribió, hablando de
sí mismo: «Después de ese terrible sufrimiento, que había durado cerca de diez
años, durante los cuales se sentía irremisiblemente condenado, fue a ver al
santo maestro Eckhart y le contó sus penas. El siervo de Dios le consoló para
siempre y le sacó del infierno en que había vivido». Hacia los cuarenta años,
Enrique renunció también a las mortificaciones exteriores, pues Dios le reveló
que tales prácticas constituían sólo el principio de la vida espiritual y que,
para alcanzar la perfección, tenía que insistir en otra dirección. En vez de
permanecer solo, dedicado únicamente a su propia alma, tendría que salir a
trabajar por la salvación de sus prójimos. Dios le reveló también que, si bien
le había librado de los sufrimientos que le atormentaban hasta entonces, no por
ello dejaban de esperarle otras cruces. Hasta entonces se había mortificado
voluntariamente; ahora iba a saber lo que era ser perseguido por otros, a
experimentar la ingratitud y la pérdida del buen nombre y de los amigos.
Suso se había distinguido como estudiante en la
Universidad de Colonia y, cuando empezó a predicar, su sabiduría y su
elocuencia le ganaron numerosos discípulos de ambos sexos. Se cuenta que
predicó durante treinta y siete años, que convirtió a numerosos pecadores y
obró muchos milagros. En cierta ocasión en que predicaba en Colonia, sus
oyentes vieron brillar su rostro como el sol. Pero las dificultades no
escaseaban. Sus enemigos le acusaron de robo y de sacrilegio, basándose en el
falso testimonio de un niño. En otra ocasión, se levantaron contra él sospechas
de que había envenenado a una persona. Más tarde, se le acusó de haber fingido
un milagro y tuvo que salir huyendo para salvar la vida. En los Países Bajos
las autoridades eclesiásticas le reprendieron por haber escrito obras
heréticas. Aunque el beato pudo probar su inocencia, esta pena le produjo una
grave enfermedad. Su hermana, que era religiosa, cayó en un triste pecado y
huyó del convento. Suso no descansó hasta dar con ella, la reconvirtió y la
condujo a otro convento, donde la religiosa murió santamente. Menos éxito tuvo
en el caso de otra pecadora que se había puesto bajo su dirección y le engañaba
diciéndole que había cambiado de vida. Cuando el beato descubrió el engaño, se
negó a seguirla dirigiendo. Para vengarse, la mujer le acusó de ser el padre de
su hijo; según parece, las gentes creyeron a la mujer. Tal vez contribuyó a
ello la caritativa actitud del beato, quien se encargó cariñosamente del niño
abandonado por su madre, hasta que logró encontrarle un hogar. Para evitar el
escándalo, el superior general de la orden mandó hacer una investigación sobre
el caso, que demostró plenamente la inocencia de Suso. El beato fue elegido
prior de un monasterio cargado de deudas. En vez de hacer el intento de
conseguir dinero pidiendo limosna u obteniendo un préstamo, mandó celebrar una
misa especial en honor de Santo Domingo, confiado en la promesa que había hecho
el santo en su lecho de muerte de no abandonar jamás a sus hijos. Los otros
frailes murmuraban: «Nuestro prior debe estar loco. ¿Cree acaso que Dios nos va
a enviar del cielo la comida y la bebida?» El beato se hallaba todavía en el
coro, haciendo oración, cuando le llamaron a la portería a recibir un regalo de
veinte libras de un canónigo, a quien Dios había ordenado que acudiese a
socorrer a Suso. Con ese regalo, salió de deudas el monasterio y quedó
asegurado su sostenimiento, durante el superiorato del beato.
Enrique Suso murió en Ulm, el 25 de enero de 1365 y
fue enterrado en el convento de Santo Domingo de dicha ciudad. Se cuenta que su
cuerpo fue encontrado incorrupto y vestido con el hábito, por los obreros que
efectuaban unos trabajos en el convento, doscientos cuarenta años más tarde.
Sin embargo, no hay pruebas serias sobre este hecho, pues la identificación era
imposible. El burgomaestre ordenó que se dejase el cuerpo en el mismo sitio y
no se ha vuelto a encontrar. El culto del beato fue confirmado en 1831.
Suso nos dejó varios libros de devoción muy bellos.
Uno de ellos, «El Libro de la Sabiduría Eterna», alcanzó una popularidad
extraordinaria, al fin de la Edad Medial. Según la tradición, debemos la
conservación de la autobiografía del beato a una de sus hijas espirituales,
Isabel Stagel, del convento de Santo Domingo de Töss, en las cercanías de
Winterthur. Aunque dicha autobiografía se basa en los datos que proporcionó el
beato, es evidente que fue escrita por otra mano. Por ello, los autores modernos
han puesto en duda la autenticidad de dicha obra. Los libros de Suso conservan
el recuerdo de algunas de las ocasiones en que le fue dado contemplar, sin
velos, el otro mundo. No sólo tuvo visiones de Cristo, de la Virgen María y de
muchos santos, sino que también se le aparecieron numerosas personas a las que
había conocido en vida, como a sus padres, Isabel Stagel y su querido maestro
Eckhart. A éste, el beato lo contempló en la gloria y le preguntó qué debía
hacer para alcanzar la felicidad enterna, a lo que Eckhart respondió con
palabras que resumen perfectamente la vida del beato: «Morir a ti mismo y a
todas las creaturas; recibirlo todo como venido de la mano de Dios y ser
infinitamente paciente con todos los hombres por brutales o molestos que sean».
La vida y las obras de Enrique Suso han provocado
grandes discusiones en nuestra época. Quienes deseen conocer a fondo la
cuestión pueden leer la tercera parle de la obra de Xavier de Hornstein, Les
grands mystiques allemands du XIVe. siecle (1922). Además de una buena
bibliografía, encontrarán en dicha obra una exposición clara de los diferentes
puntos de vista. Ver también Wilms, Der s. Heinrich Seuse; J. Ancelet-Hustache
Le bx. Henry Suso (1943). El P. Denifle publicó en 1880 la primera edición crítica
de «Die deutschen Schriften» (sus escritos en alemán), a la que han seguido
nuchas otras.
fuente: «Vidas
de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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o última modificación relevante: ant 2012
Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía,
referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.org/lectura/santoral.php?idu=317
Beato Antonio Migliorati, presbítero
y eremita
fecha: 25 de enero
fecha en el calendario anterior: 28 de enero
n.: 1355 - †: 1450 - país: Italia
canonización: Conf. Culto: Clemente XIII 11 jul 1759
hagiografía: Santi e Beati
fecha en el calendario anterior: 28 de enero
n.: 1355 - †: 1450 - país: Italia
canonización: Conf. Culto: Clemente XIII 11 jul 1759
hagiografía: Santi e Beati
En
la ciudad de Amándola, del Piceno, beato Antonio Migliorati, presbítero de la
Orden de Ermitaños de San Agustín.

Nació el 17 de enero de 1355 de Simpliciano
Migliorati, agricultor. La fama de santidad de san Nicolás de
Tolentino (1254-1305) lo impulsó a entrar entre los
agustinos de su pueblo natal, donde fue ordenado sacerdote. Vivió cerca de doce
años en el convento de Tolentino, y entonces fue por cierto tiempo a Bari, de
donde a inicios del siglo XV retornó a Amandola (Ascoli Piceno). Allí fue
nombrado superior del pequeño convento, que hizo ampliar, y junto al cual dio
inicio a la construcción de una nueva iglesia, pero la muerte, sobrevenida el
25 de enero de 1450, le impidió completarla.
La veneración que había sucitado en vida, por su
humildad, espíritu de obediencia, de mortificación, y por el singular celo
apostólico, no se atenuó con la muerte. En 1453 su cuerpo fue quitado del
sepulcro común de los hermanos y fue depositado en una caja de madera sobre un
altar que se intituló con su nombre, mientras los prodigios (incluida la
resurrección de un muerto) se multiplicaban. En 1641 fue puesto en un sarcófago
de madera realizado por Domingo Malpiedi, y en 1897 fue sustituido por uno de
mármol, que se puede ver en una capilla de reciente construcción. En 1798 la
soldadesca revolucionaria quitó del sarcófago el cuerpo y lo profanó, pero en
1899 le fue ceñida a la cabeza una corona de oro.
El pueblo de Amandola lo ha venerado desde su muerte,
y celebrado su «dies natalis». El 11 de julio de 1759 Clemente XIII inscribió a
Antonio en el número de los beatos, reconociendo su culto «ab inmemoriabili», y
el 20 de abril de 1890 León XIII concedió indulgencia plenaria a quienes
visitan el santuario.
Traducido para ETF de un artículo del P. Bruno
Silvestrini, O.S.A.
fuente: Santi e Beati
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Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía,
referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace:http://www.eltestigofiel.org/lectura/santoral.php?idu=318
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