Beata María Rosa Flesch, virgen y fundadora
fecha: 25 de marzo
n.: 1826 - †: 1906 - país: Alemania
canonización: B: Benedicto XVI 4 may 2008
hagiografía: Vaticano
n.: 1826 - †: 1906 - país: Alemania
canonización: B: Benedicto XVI 4 may 2008
hagiografía: Vaticano
En Niederwenigern, Alemania, beata María
Rosa Flesch, virgen y fundadora de la Congregación de Hermanas Franciscanas de
la BVM de los Ángeles.

Nació el 24 de febrero de 1826 en
Shönstat, localidad situada cerca de Vallander, a orillas del río Rhin, donde
sus padres, Jorge Flesch e Inés Breitbach, vivían de la modesta producción de
un molino. En el bautismo recibió el nombre de Margarita. El nacimiento de sus
dos hermanas, Mariana y Cristina, obligó al padre a buscar un trabajo de
molinero más rentable, que encontró en Urbach, en las proximidades de Unkel.
Fue el primer traslado de una serie que llevaría a la familia Flesch a
establecerse definitivamente en el hermoso valle del torrente Focken, en
Niederbraitbach, para administrar un molino. En 1832 una grave pérdida afectó a
toda la familia: la muerte prematura de la madre.
Jorge Flesch, no pudiendo educar solo a
sus tres hijas pequeñas, se casó por segunda vez con Helena Richarz, una viuda
con un hijo nacido de su matrimonio precedente. El carácter duro y difícil de
Helena se convirtió muy pronto en causa de sufrimiento para las tres pequeñas.
De la nueva unión nacieron otros dos hijos. Margarita, la primogénita, se puso
a disposición de la familia con un sentido de responsabilidad superior a su
edad, encontrando sólo en el padre algo de apoyo y consuelo.
Mientras tanto, el don de la fe iba
arraigándose cada vez más en su alma, hasta el punto de que sostenía con
alegría las primeras pruebas difíciles de la vida. Frecuentaba de buen grado la
parroquia y se recogía largamente en oración. Un día, cuando aún tenía siete
años, notó por primera vez en la iglesia un cuadro que representaba los
estigmas de san Francisco. Ese episodio de la Verna se grabó vivamente en el
alma de Margarita, que desde entonces comenzó a cultivar una devoción sincera y
confiada al Poverello de Asís. A la edad de 14 años, Margarita fue admitida a
la primera comunión. Fue un día de gracia particular. Pasó toda la tarde ante
el sagrario, gustando la intimidad con el Señor. Desde entonces, participó
todos los días en la santa misa y recibió la sagrada Comunión.
El 2 de abril de 1845 murió su padre,
dejando en la miseria a sus seis hijos y a su viuda. Margarita, que tenía 16
años, no se desanimó, y para ayudar a la familia trabajó como costurera,
bordadora y recolectora de hierbas medicinales, mientras que la madrastra
llevaba una vida poco decorosa. Mientras tanto, tuvo buenas propuestas de
matrimonio, pero las rechazó todas porque comprendió que Jesús había aceptado
su propósito, manifestado ya de niña, de permanecer virgen. Con los ahorros de
su duro trabajo, logró comprar en 1851 el molino en el que vivía su familia ya
desde hacía tiempo, en el valle de Niederbraitbach. Sus hermanos ya eran
mayores e independientes. Finalmente, podía entregarse de lleno a los pobres, a
los ancianos y a los huérfanos. En la solemnidad de Todos los Santos de aquel
año se trasladó a una ermita anexa a la capilla de la Santa Cruz, un ambiente
propicio para el recogimiento y la oración.
En 1856, el Señor le mandó a su primera
compañera, Margarita Bonner, y, poco después, a la segunda, Gertrudis Beisel.
Era imprescindible encontrar una casa para los huérfanos y un hospital para los
enfermos. En 1861, en medio de muchas dificultades e incomprensiones, se
comenzó una nueva construcción en la cumbre del monte situado detrás de la
capilla de la Santa Cruz. El 13 de marzo de 1863, el obispo de Tréveris aprobó
la nueva fundación y admitió a la beata y a sus compañeras a la toma del hábito
religioso. Margarita tomó el nombre de sor María Rosa. Bajo su guía iluminada,
la nueva familia religiosa recibió desde el primer momento un gran impulso, con
la apertura de nuevas casas filiales a orillas del Rhin, en la región de Eifel,
en Westfalia. En 1869, el obispo de Tréveris aprobó la Regla y las
Constituciones del nuevo Instituto de las Religiosas Franciscanas de Santa
María de los Ángeles, así llamadas en honor de la Porciúncula de Asís.
La generosidad y la abnegación de las
religiosas se mostraron sobre todo en la dolorosa circunstancia de la guerra
franco-prusiana, en 1870. Más de cincuenta religiosas, es decir, casi la mitad
de los miembros del Instituto, con la fundadora a la cabeza, se prodigaron en
la asistencia a los heridos y moribundos, poniendo en peligro su vida. En
efecto, doce de ellas murieron mientras realizaban esa obra caritativa. Al final
de la guerra, muchas religiosas fueron condecoradas por su valor civil. La
madre María Rosa, que había ido hasta el frente de batalla y había sido herida
en el hombro por una bala, recibió una de las condecoraciones más elevadas: la
"Verdienstkreuz".
Sin embargo, el Señor quiso probar a la
madre María Rosa con la cruz y la humillación: en el capítulo general de 1878,
la sierva de Dios entregó su mandato a la superiora general; en su lugar
eligieron a sor Agata Simons, secretaria general. La nueva superiora general
persiguió sin motivo a la beata y dispuso su traslado a la casa más lejana, en
Niederwenigern, donde le asignaron una celda sin ventanas y la trataron como la
última de las convertidas. Sor María Rosa aceptó la humillación con plena
obediencia y perfecta sumisión, perdonando repetida y explícitamente a quienes
le causaban esa pena. La beata soportó estas humillaciones durante veintiocho
años. Con su comportamiento humilde y heroico, fue la luz del Instituto. Murió
el 25 de marzo de 1906, después de recibir con gran devoción los santos
sacramentos. Fue beatificada bajo el pontificado de SS Benedicto XVI, en la
catedral de Tréveris, el 4 de mayo de 2008.
fuente: Vaticano
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ingreso o última modificación relevante: ant 2012
Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
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Beato Plácido Riccardi, monje y presbítero
fecha: 25 de marzo
fecha en el calendario anterior: 15 de marzo
n.: 1844 - †: 1915 - país: Italia
canonización: B: Pío XII 5 dic 1954
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
fecha en el calendario anterior: 15 de marzo
n.: 1844 - †: 1915 - país: Italia
canonización: B: Pío XII 5 dic 1954
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En Roma, junto a San Pablo, en la vía
Ostiense, beato Plácido Riccardi, presbítero de la Orden de San Benito, quien,
a pesar de sentirse afectado por fiebres continuas, enfermedades y parálisis,
abrazó incansablemente la observancia de la Regla y la oración.

Tomás Riccardi nació el 24 de junio de
1844 en Trevi, pequeña ciudad de Umbría. Su padre fabricaba aceite de oliva y
tenía un comercio de especias; gozaba de una gran fortuna, que le permitió
poner a su hijo en el convento para nobles de Trevi, donde estudió humanidades.
Tomás era un buen alumno; le gustaba el teatro y la música; se confesaba
regularmente, pero en su piedad no había nada excesivo.
En 1865, fue a Roma para estudiar
filosofía en el Angélico, célebre colegio de los dominicos. Aunque él declaró
que no tenía vocación religiosa, ciertamente por este lado era por donde
buscaba orientar su vida. Conoció y admiró a los dominicos y a los jesuitas,
pero, poco atraído por el apostolado activo y menos aún por la agitación de la
ciudad, se presentó a la abadía de San Pablo Extramuros, que, situada en pleno
campo, le ofrecía la soledad, el recogimiento, y la vida de oración que
deseaba. Ingresó en la abadía el 12 de noviembre de 1866 y tomó el hábito
benedictino y el nombre de Plácido, el 15 de enero de 1867. Desde un principio,
mostró una gran asiduidad a la oración. Tuvo, por el contrario gran repugnancia
por la dirección de conciencia que contradecía completamente su independencia
de carácter; sin embargo, lejos de obstinarse ante las instancias de su padre
maestro, reflexionó, se humilló, y animosamente intentó practicar esta ascesis
tan poco atractiva. Y fue fiel a esta práctica toda su vida, primero con su
padre maestro, y después con los abades sucesivos. Plácido Riccardi, durante
todo su noviciado, se acomodó muy bien a esta vida austera, casi eremítica, y
la comunidad se regocijó de las cualidades del recluta. Hizo su profesión el 19
de enero de 1868.
Volvió a estudiar la filosofía y después,
con mayor placer, la teología, a la que se entregó con amor. Nunca cesó de
repasar sus conocimientos religiosos, calmadamente, a la manera de los monjes
antiguos. Pronto le disgustaron los manuales, que terminan por obstaculizar la
conducta que los confesores deben seguir con los penitentes. «Más que del
espíritu de bondad del Salvador, parecen estar llenos de los principios sutiles
de los antiguos rabinos». A los modernos expositores, prefería los autores
antiguos; leía asiduamente a Cornelio A Lapide, las «Morales» de san Gregorio,
a san Bernardo, san Agustín, y los otros Padres de la Iglesia. Frecuentaba
algunos libros más recientes: los «Sufrimientos de Jesús», del padre Tomás de
Jesús; las obras de Catherine Emmerich, del padre Faber, de Mons. Gay... y, por
el contrario, descartaba deliberadamente todos los libros profanos,
considerándolos no sólo inútiles, sino dañosos para un monje. El 26 de abril de
1868, Plácido Riccardi recibió de su abad la tonsura y las órdenes menores; fue
ordenado subdiácono el 7 de abril de 1870, diácono el 4 de septiembre de 1870,
tres días después de haber entrado el ejército piamontés en Roma. El no había
cumplido su servicio militar, lo que le valió ser arrestado como desertor, el 5
de noviembre, y ser condenado a un año de prisión en Florencia. Puesto en
libertad el mismo año, fue enviado al 57 regimiento de infantería en Liborno.
Fue dado de baja en Pisa, el 26 de enero de 1871: el ejército italiano perdió
un soldado, pero la abadía de San Pablo encontró con alegría a su monje, que
fue admitido a la profesión solemne el 10 de marzo de 1871 y ordenado
sacerdote, el 25 de marzo.
Dom Plácido fue empleado, al principio, en
la escuela de la abadía. Cuando contaba los recuerdos de esta época, lo hacía
con un proverbio: «a quien los dioses odian, lo hacen pedagogo». Vigilar a
infantes turbulentos era un suplicio para un hombre miope y amante de la paz y
del silencio. Los chicos le preparaban sorpresas demasiado extrañas al
reglamento. El clima malsano de Roma acabó de quebrantar su frágil salud; tuvo
crisis de paludismo, que, a pesar de algunos calmantes, nunca cesaron
completamente. Su abad, sin embargo, se preocupó en darle un oficio más
adaptado a sus gustos: lo nombró ayudante del maestro de novicios, y confesor
de las monjas de Santa Cecilia en Roma, después, el 22 de agosto de 1864, lo
envió como vicario abacial a las monjas de San Magno D'Amelia. La comunidad,
abusando de la debilidad de una anciana abadesa, se había relajado un poco. Dom
Plácido lo tomó muy a mal: no contento con multiplicar sus exhortaciones
públicas y privadas, entró a los detalles de la observancia, suprimió las
pláticas inútiles y las habladurías, y revisó con cuidado el horario del día.
No tenía cuidado de su enfermedad y jamás intentó acortar las confesiones
prolijas; preparaba además con cuidado sus sermones. Bien pronto, las hermanas,
cuyos defectos había que atribuir principalmente a su falta de formación,
mostraron un fervor digno de su excelente maestro.
El nombramiento de Dom Plácido en Amelia
se justificaba por su capacidad para desempeñar el cargo; sin embargo, tenía
otro motivo: había entonces en San Paulo Extramuros un novicio, en quien se
tenían grandes esperanzas, quien al cabo de algún tiempo fue favorecido por
gracias místicas extraordinarias. Todo el mundo pudo ver sus estigmas y
escucharle narrar sus visiones; el abad, el padre maestro y muchos otros
vacilaban en confiar en él; Dom Plácido, a quien se pidió al principio su
opinión por deferencia, pronto se dio cuenta de que este novicio, aparentemente
místico, ignoraba la humildad y la mortificación. Lo invitó a ir a pasar con él
algunas horas de la noche delante del Santísimo Sacramento. Mientras Dom
Plácido permanecía de rodillas delante del altar, como lo hacía frecuentemente
cuando estaba solo, el novicio se instaló sobre los cojines de la silla abacial
y se durmió tan produndamente, que no oyó salir a su compañero; pero al día
siguiente narraba con unción las comunicaciones celestes de que había gozado.
Convencido de la ilusión fomentada por el joven intrigante, Dom Plácido lo
denunció vigorosamente, lo que le atrajo al joven una severa reprimenda, pero
no lo hizo cambiar de conducta. El nombramiento de Dom Plácido en Amelia no
llevó la paz a la abadía.
El 13 de noviembre de 1885, Dom Plácido
fue nombrado maestro de novicios y se entregó a formarlos en la verdadera
devoción, dándoles el ejemplo de la vida más austera. Dom Plácido permaneció
todavía dos años como maestro de novicios. El 18 de noviembre de 1887, fue
enviado de nuevo a Amelia, donde volvió a tomar a su cargo la obra comenzada
con la misma dedicación. Las monjas se quejaban algunas veces de que el vicario
abacial se ocupaba de todo, y pensaban que los superiores debían constatar que
su vigorosa dirección las mantenía en los caminos de la perfección.
La antiquísima abadía de Farfa, en Sabino,
estaba entonces absolutamente desierta; los monjes de San Pablo, que debían
vigilar los dominios, habitaban en el castillo vecino de Sanfiano. La falta de
personal había obligado a encargar a un sacerdote secular del venerado
santuario de la antigua abadía y el resultado había sido desastroso. El buen
clima de Sanfiano convenía a la delicada salud de Dom Plácido; el aislamiento
no podía tener para él los inconvenientes que tuvo para caracteres menos bien
templados, y fue nombrado rector de Farfa, en 1894. Espontáneamente, Dom
Plácido volvió a encontrar un estilo de vida que había sido, en la Edad Media,
el de innumerables monjes diseminados en las lejanas dependencias de las
abadías. Llevaba la vida de un ermitaño y por eso prefería a Farfa, lugar más
aislado y habitado solamente por uno o dos hermanos, encargados con algunos
domésticos, de hacer fructificar la posesión. Dom Plácido jamás visitó las
propiedades de su abadía, y pasaba sus días orando largamente, leyendo obras de
piedad, y preparando sus sermones. No hacía otro paseo que el trayecto de
Sanfiano a Fara Sabina, donde era confesor ordinario de dos comunidades
franciscanas enclaustradas. No tenía, como en Amelia, jurisdicción fuera de la
confesión, y sus penitentes jamás se quejaron de él. No se sustraía a las
visitas que sus deberes o la simple educación le prescribian, pero rehusaba
toda invitación a comer, y cuando recibía a los sacerdotes de los alrededores,
se las arreglaba para no modificar su sobriedad habitual, sin imponérsela a los
demás.
Prefería a todo, el recogimiento que le
procuraba una soledad que lo mantenía, sin embargo, alejado de las
manifestaciones litúrgicas. El Jueves Santo, oficiaba la misa, pero no podía
celebrar solo los oficios del Viernes y del Sábado Santos. Un año, cediendo a
los consejos de sus amigos, fue a Fara para asistir a estos oficios; quedó tan
malamente impresionado del desorden y la turbulencia de los niños del coro, que
prometió jamás volver; prefería pasar los días enteros, solo, orando en el
oratorio del Santísimo Sacramento. Dom Plácido no despreciaba a sus hermanos de
San Pablo; recibía con alegría y caridad a los que venían a pasar en la montaña
los meses del verano, obedecía inmediatamente cuando su abad lo invitaba a ir a
Roma por temporadas más o menos largas, como en 1900, cuando desempeñó el cargo
de penitenciario durante el año santo; aún entonces, su quebrantada salud y sus
costumbres eremíticas autorizaban a su abad a dispensarle frecuentemente del
coro. Dom Plácido no llevaba en Roma una vida distinta de aquella que él tanto
amaba en Sanfiano y en Farfa.
La salud de Dom Plácido decaía cada día
más, y su abad le envió para que lo ayudara a un monje alemán, que se consideró
también como el superior. Los campesinos de Sabine no tenían costumbres delicadas
e intentaron desembarazarse del encumbrado personaje, colocando arriba de la
puerta del santuario una viga que debía caerle sobre la cabeza cuando entrara;
el atentado fracasó, pero la iglesia se vio abandonada por los fieles. Dom
Plácido se afligió sobremanera al ver aniquilada su obra, su salud sufrió por
ello y su desarreglo intestinal se agravó, al punto de que le fue completamente
imposible celebrar la misa. El 17 de noviembre de 1912, cuando subía una
escalera, un ataque de parálisis, acompañada de convulsiones, lo tiró por
tierra y lo hizo rodar por los escalones de mármol. Su estado pareció tan
grave, que se le administró inmediatamente la extremaunción; sin embargo,
soportó la prueba y se le pudo conducir de nuevo a la abadía de San Pablo Extramuros,
el 23 de diciembre siguiente.
Quedó paralítico del lado derecho; sus
piernas se encogieron, después se arquearon, y no podía permanecer ni siquiera
recostado sobre la espalda. Acabado físicamente, hizo de sus días una oración
perpetua y no se quejaba jamás, ni reclamaba nada, atento solamente a no
molestar o contrariar a aquellos que se ocupaban de él. Durante este penoso
período, tuvo la alegría de ver con frecuencia a su lado al joven y fiel amigo
Dom Ildefonso Schuster, quien lo había dirigido por los caminos de la
perfección monástica. Liturgista, arqueólogo, historiador, excelente
administrador, Schuster, el futuro cardenal, arzobispo de Milán tenía gustos y
aptitudes absolutamente opuestas a las de su viejo maestro; sin embargo, tenían
en común un amor a Dios, sincero y profundo, y el atractivo por una vida
ascética seria y severa. Dom Plácido mostró su confianza al discípulo
escogiéndolo como confesor; Dom Schuster obtuvo para su maestro el favor que
podía agradarle más: Pío X autorizó la celebración de una misa, cada semana, en
la celda del enfermo. Dom Plácido, murió dulcemente mientras Dom Schuster
velaba cerca de él el 15 de marzo de 1915. Fue beatificado el 15 de diciembre
de 1954.
Acta Apost. Sedis, vol. XLVII, 1955, pp.
39-45. I. Schuster, Profilo storico del beato Placido Riccardi, Milán. Nota:
tanto esta biografía como otras, e incluso la noticia biográfica de Acta
Apostolica Sedis mencionan como fecha de muerte el 14 o 15 de marzo (quizás a
la noche, y de allí la vacilación); sin embargo el Martirologio actual, que
siempre, cuando se conoce el dato, inscribe en la fecha de muerte, lo hace el
25 de marzo, que coincide, como puede verse, con el aniversario de su
ordenación sacerdotal; quizás se trate de una confusión del Martirologio Romano,
que no está libre de esos pequeños errores.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
accedida 461 veces
ingreso o última modificación relevante: ant 2012
Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía,
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