Santa Margarita Clitherow, mártir
fecha: 25 de marzo
n.: c. 1556 - †: 1586 - país: Reino Unido (UK)
canonización: B: Pío XI 15 dic 1929 - C: Pablo VI 25 oct 1970
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
n.: c. 1556 - †: 1586 - país: Reino Unido (UK)
canonización: B: Pío XI 15 dic 1929 - C: Pablo VI 25 oct 1970
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En York, en Inglaterra, santa Margarita
Clitherow, mártir, que, con el consentimiento de su marido, abrazó la fe
católica, en la que educó también a sus hijos, y se preocupó de ocultar en su
casa a sacerdotes que eran perseguidos, por cuyo motivo fue detenida varias
veces durante el reinado de Isabel I. Finalmente, y tras rehusar que su causa
fuese llevada ante el tribunal, para que los ánimos de los consejeros del juez
no cargasen con la responsabilidad de su sentencia de muerte, por su fe en
Cristo fue asfixiada bajo un enorme peso hasta morir.
refieren a este santo: Beato Guillermo
Hart
Ver más información en:
Mártires de la persecución en Inglaterra (1535 - 1681)
Mártires de la persecución en Inglaterra (1535 - 1681)

Tenemos la fortuna de poseer amplia
información acerca de Margarita Clitherow, gracias a la biografía escrita por
su confesor, padre John Mush, completada en sus detalles con otros documentos
contemporáneos. En York todavía podemos ver la casa del ayuntamiento donde fue
juzgada, el castillo en que estuvo encarcelada, la casa vecina al matadero, que
se cree haber sido su hogar durante su vida matrimonial y la habitación con la
buhardilla en la posada del Cisne Negro, que la tradición señala como el lugar
que ella alquiló para que se celebrara la misa, cuando se consideró insegura su
propia capilla.
Margarita fue hija de un rico vendedor de
cera, llamado Tomás Middleton, que era hacendado de la ciudad de York y que
tuvo el cargo de comisario, del año 1564 a 1565. Este murió poco después y su
esposa, luego de cinco meses, contrajo nupcias con un homhre de inferior
condición, de nombre May, que estableció su residencia con la familia en la
casa Middleton y Davygate. Allí fue donde Margarita se casó, en 1571, con Juan
Clitherow, ganadero y carnicero que, como el padre de Margarita, era un hombre
acomodado y había tenido cargos públicos. Había sido encargado de puente y
camarlengo con lo que llegó a merecer el derecho de usar el título de Sir antes
de su nombre.
Margarita fue educada en el
protestantismo, pero dos o tres años después de su matrimonio abrazó la fe
católica, después de haberla estudiado, como su biógrafo nos dice: «al no
encontrar fundamento, verdad, ni consuelo cristiano en los ministros del Nuevo
Evangelio, ni en su propia doctrina y, al enterarse de que muchos sacerdotes y
laicos sufrían al defender la antigua fe católica». Su esposo, bondadoso y de
buen carácter, parece no haberse opuesto entonces ni en ningún momento a los
deseos de su mujer. Él no tenía madera de héroe y continuaba conforme a la
religión del Estado, pero tenía un hermano sacerdote, y un cierto Tomás
Clitherow que estuvo preso en el castillo de York a causa de su religión, en
1600, fue probablemente otro de sus hermanos. El señor Clitherow acostumbraba
decir que encontraba dos defectos en su mujer: que ayunaba demasiado y que
nunca lo acompañaba a la iglesia. Muy al principio, parecía que Margarita podía
practicar su fe sin mucha dificultad y podía buscar a los apóstatas y hacer que
se convirtieran, pero las leyes se hicieron más duras y fueron cumplidas más
estrictamente. Varios cautelosos amigos le advirtieron que fuera más
circunspecta. Se le impusieron multas al señor Clitherow por las continuas
faltas de asistencia de su mujer a la iglesia y a ella misma se le encarceló
varias veces en el castillo, una de ellas por dos largos años. Las condiciones
de vida allí, como sabemos por datos contemporáneos, eran muy malas; las celdas
eran obscuras, húmedas, llenas de parásitos, y muchos de los cautivos morían
durante su reclusión; aún así, Margarita consideraba esos períodos de
encarcelamiento como retiros espirituales, orando y ayunando cuatro días a la
semana, práctica que continuó después de obtener su libertad. No está clara la
fecha en que ella empezó a abrir su casa a sacerdotes fugitivos, pero se sabe
que continuó haciéndolo así hasta el fin, a pesar de la promulgación de la ley
que castigaba con la muerte el dar albergue a los sacerdotes. Los padres Thompson, Hart Thirkill, Ingleby y
muchos otros habían estado ocultos en la cámara secreta para sacerdotes, cuya
entrada «era molesta para aquél que no estuviera familiarizado con la gran
estrechez de la puerta, que era sin embargo amplia para un joven». Más aún, a
fin de que no se privara a nadie de la misa, cuando se podía celebrar, el padre
Mush nos dice: «Ella había preparado dos cuartos, uno junto a su propia casa,
adonde ella pudiera tener acceso en cualquier momento, sin ser vista o notada
por sus vecinos. El otro, un poco distante de su casa, mantenido en secreto
para todos, excepto para aquellos que ella sabía eran fieles y discretos». Ella
preparaba este lugar para tiempos más calamitosos a fin de que Dios pudiera ser
servido allí, cuando su propia casa no se considerara tan segura, aunque ella
no pudiera acudir a ese lugar diariamente, como lo deseaba. También
proporcionaba y se encargaba del cuidado de todo el material que se requería
para el servicio del altar, tanto ornamentos como vasos sagrados.
Poseyendo una agradable figura, dotada de
agudo ingenio y alegría, Margarita tenía una encantadora personalidad: «Todos
la amaban -leemos- y acudían a ella en demanda de auxilio, consuelo y consejo
en sus penas. Su servidumbre le tenía un amor tan reverente que, a pesar de que
su ama los corregía con razonable dureza por sus faltas y negligencias y que
sabían cuándo los sacerdotes frecuentaban la casa, tenían tanto cuidado de
conservar los secretos de su ama, como si fueran sus verdaderos hijos». En
muchos casos, gentes que sostenían otras creencias eran las primeras en
escudarla y advertirla de algún peligro que la amenazaba. Más aún, como una
verdadera mujer de Yorkshire, era una magnífica ama de casa y hábil para los
negocios: «Al comprar y vender mercancía -se nos dice- tenía mucho cuidado de
saber su verdadero precio para satisfacer a su esposo que lo dejaba todo a su
confianza y discreción». No nos sorprende encontrar que a menudo urgía a su
esposo a desentenderse de la tienda y todas sus preocupaciones y dedicar sus
energías a ventas al mayoreo. Empezaba cada día con una hora y media dedicada a
la oración y meditación. Si había algún sacerdote disponible, se celebraba la
misa y para escucharla se arrodillaba atrás de sus hijos y sirvientes en el
lugar más bajo, a un lado de la puerta, tal vez para poder dar la señal de
alarma en caso de ser sorprendidos. Dos veces por semana, los miércoles y
domingos, trataba de confesarse. Aunque no era una mujer muy culta, había
aprendido mucho de los sacerdotes que frecuentaban la casa y conocía tres
libros perfectamente: la Biblia, la Imitación de Cristo, de Tomás de Kempis y
el Ejercicio de Perrín. En alguna ocasión -quizás en la cárcel-, había
aprendido de memoria el «Pequeño Oficio de Nuestra Señora» en latín, en
previsión de que Dios la llamase alguna vez a la vida religiosa. El recuerdo de
los sacerdotes martirizados a quienes ella había conocido y que habían sufrido
en Knavesmire, estaba constantemente en ella y, cuando su esposo salía de
viaje, ella algunas veces iba descalza en peregrinación con otras mujeres al
lugar de la ejecución, fuera de las murallas de la ciudad. A todas horas, era
esto una acción peligrosa debido a los espías, pero particularmente durante el
día, y por lo tanto, iban generalmente de noche y Margarita permanecía
meditando y orando bajo la horca «todo el tiempo que su acompañamiento se lo
permitía». Estas visitas pronto terminaron, ya que Margarita, durante el último
año y medio antes de su último prendimiento tuvo que permanecer recluida en su
propia casa, «como en libertad vigilada», por el delito de haber enviado a su
hijo mayor a una escuela allende los mares.
El 10 de marzo de 1586, el señor Clitherow
fue citado a comparecer ante el tribunal de York, establecido por el Gran
Consejo del Norte y, en ausencia del amo, su casa fue cateada. No se encontró
nada sospechoso, hasta que los esbirros llegaron a un cuarto alejado, donde los
niños y otros más estaban siendo instruidos por un maestro de escuela llamado
Stapleton, a quien ellos tomaron por sacerdote. En la confusión que se siguió,
el maestro pudo eludirlos y escapar por el cuarto secreto, pero los niños
fueron interrogados y amenazados. Un niño extranjero, de once años, que vivía
con la familia, se aterrorizó tanto, que descubrió la entrada del cuarto de los
sacerdotes. Nadie lo ocupaba, pero en una alacena se encontraron vasos y libros
que obviamente eran usados para la celebración de la misa. Estos fueron
confiscados y Margarita fue aprehendida y llevada, primero ante el Consejo y
después a prisión en el castillo. Una vez tranquilizada sobre la seguridad de
su familia, su valor nunca la abandonó y cuando dos días más tarde se le reunió
la señora Ana Tesk, a quien el mismo niño había delatado por frecuentar los
sacramentos, las dos amigas bromearon y rieron juntas hasta que Margarita
exclamó: «Hermana, estamos tan contentas juntas que temo, a no ser que se nos
separe, perder el mérito de estar encarceladas». Poco antes de que se les
citara a comparecer ante el juez, dijo: «Antes de partir, haré felices a todos
mis hermanos y hermanas del otro lado de la sala»; y, mirando hacia ellos a
través de una ventana -eran treinta y cinco y la podían fácilmente ver desde
allí- hizo un par de horcas con sus dedos y agradablemente se rió de ellas.
Después de leído el cargo, en que se le acusaba de albergar y sostener a los
sacerdotes y de oír la misa, el juez le preguntó si se consideraba culpable o
inocente. Ella replicó: «No conozco ninguna ofensa por la que me deba declarar
culpable», y cuando se le preguntó cómo quería ser juzgada, ella sólo dijo: «No
habiendo cometido ningún delito, no necesito ser juzgada».
Nunca se apartó de esta posición, aunque
se le instruyó varias veces y se le urgió a que se declarara culpable y
escogiera ser juzgada por un jurado. Ella sabía que esto significaba la muerte
de todas maneras, pero si aceptaba ser juzgada, sus hijos, sirvientes y amigos
serian llamados a atestiguar y, o mentirían para salvarla, cometiendo perjurio
o tendrían que dar testimonio de lo que sabían y así sufrir el escándalo y la
pena de haber causado su muerte. Se hicieron muchos intentos para persuadirla a
que apostatara o, por lo menos, a que se sujetara al juicio y un puritano, que
había discutido con ella en la prisión, tuvo el valor de ponerse en pie en la
corte y declarar que la condenación, basada en la acusación de un niño, era
contraria a la ley de Dios y de los hombres. El juez Clinch, que habría querido
salvarla, fue dominado por los otros miembros del Consejo y, finalmente,
pronunció la terrible sentencia que la ley inglesa decretaba para todo el que se
negaba a declararse culpable, a saber, que debería ser prensado hasta morir.
Ella oyó la sentencia con la mayor serenidad y dijo: «Gracias sean dadas a
Dios; todo lo que Él me envíe es bien recibido. No soy digna de tener una
muerte tan buena como ésta».
Después de esto, fue puesta en prisión en
casa de Juan Trew, en Ouse Bridge. Ni siquiera entonces se le dejó en paz, sino
que fue visitada por diversas gentes que trataban en vano de conmover su
constancia, incluyendo a su padrastro, Enrique May, que había sido elegido
alcalde de York. Nunca le permitieron ver a sus hijos y solamente una vez pudo
entrevistarse con su marido y eso en presencia del carcelero. Margarita iba a
ser ejecutada el 25 de marzo, viernes de la Semana de Pasión y la noche
anterior, ella cosió su propia mortaja. Después pasó la mayor parte del tiempo
de rodillas. A las ocho de la mañana, el comisario llegó a conducirla al
calabozo, a pocos metros de la prisión y «todos se maravillaron de verla gozosa
y de alegre semblante». Llegados al lugar de la ejecución, se arrodilló para
rezar y, algunos de los anglicanos ahí presentes le pidieron que rezara con
ellos; pero Margarita rehusó, como el beato Guillermo Hart lo había hecho casi
exactamente tres años antes: «Yo no rezaré con vosotros, ni vosotros rezaréis
conmigo -dijo- ni yo diré Amén a vuestras oraciones, ni vosotros a las mías».
Ella rezó en voz alta por el Papa, los cardenales, el clero, los príncipes
cristianos, y especialmente por la reina Isabel para que Dios la convirtiera a
la fe y salvara su alma. Entonces fue obligada a desnudarse y tenderse boca
bajo en el suelo. Se le puso una piedra lisa sobre sus espaldas y sus manos
fueron atadas a postes a los lados. Se colocó otra losa encima de ella y se
pusieron pesas sobre esta piedra, hasta llegar a la cantidad de 700 u 800
kilos. Sus últimas palabras, al recibir el peso sobre su cuerpo, fueron:
«¡Jesús, Jesús, ten misericordia de mí!» Tardó alrededor de un cuarto de hora
en morir, pero su cuerpo fue dejado seis horas en la prensa. Tenía
aproximadamente treinta años. A su esposo le había enviado su sombrero «en
señal de amorosa devoción, como cabeza de su familia» y a Inés, su hija de doce
años, sus zapatos y medias para significar que debería seguir sus pasos. La
niñita se hizo monja en Lovaina, mientras que dos de los hijos de la mártir
fueron después sacerdotes. Una de las manos de Margaríta Clitherow se conserva
en un relicario en el Bar-Convent de York. Fue beatificada en 1929 y canonizada
por SS Pablo VI en 1970.
El padre John Morris, en su Troubles of our Catholic Forefathers, vol. III, (1876), investigó ampliamente el
material disponible para la vida de Margarita Clitherow e imprimió un
pormenorizado texto de las memorias de su contemporáneo, Juan Mush, confesor de
la mártir. Nada substancial ha sido anotado desde entonces. Ver Burlon y Ponen,
LEM., vol. I, pp. 188-199; J.B. Milburn, A Martyr 01 Old York
(1900); y Margaret T. Monro, Bd. Margaret Clitherow (1948).
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
accedida 760 veces
ingreso o última modificación relevante: ant 2012
Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía,
referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.org/lectura/santoral.php?idu=1001
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