San Elfego de Canterbury, obispo y mártir
fecha: 19 de abril
n.: c. 954 - †: 1012 - país: Reino Unido (UK)
otras formas del nombre: Alfegio, Ælphege, Ælfheah, Elpegio, Godwine, a veces «de Winchester», en vez de «de Canterbury»
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
n.: c. 954 - †: 1012 - país: Reino Unido (UK)
otras formas del nombre: Alfegio, Ælphege, Ælfheah, Elpegio, Godwine, a veces «de Winchester», en vez de «de Canterbury»
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En la playa junto a Greenwich, en
Inglaterra, pasión de san Elfego, arzobispo de Canterbury y mártir, el cual,
mientras los daneses pasaban a sangre y fuego el país, se presentó ante ellos
con la intención de salvar a su grey, y al no poder ser rescatado por dinero,
el sábado después de Pascua fue golpeado con huesos de oveja y finalmente
decapitado.

San Elfego ingresó muy joven en el
monasterio de Deerhurst, en Gloucestershire. Más tarde se retiró a la soledad,
cerca de Bath y llegó a ser abad del monasterio de Bath, fundado por segunda
vez por san Dunstano.
Elfego no toleraba la menor relajación de la regla, pues sabía cuán fácilmente
las concesiones acaban con la observancia en los conventos. Solía decir que era
mejor permanecer en el mundo que ser un monje imperfecto.
A la muerte de san Etelwoldo, el año 984,
san Dunstano obligó a Elfego a aceptar el obispado de Winchester, a pesar de que
no tenía más que treinta años de edad y se resistía a ello. En esa alta
dignidad las excepcionales cualidades de san Elfego encontraron ancho campo de
actividad. Su liberalidad con los pobres era tan grande que, durante su
episcopado, no había un solo mendigo en Winchester. Como seguía practicando las
mismas austeridades que en el convento, los prolongados ayunos le hicieron
adelgazar tanto, que algunos testigos declararon que se podía ver a través de
sus manos cuando las levantaba en la misa. Después de haber gobernado
sabiamente su diócesis durante veintidós años, fue trasladado a Canterbury,
donde sucedió al arzobispo AeIfrico. Fue a Roma a recibir el palio de manos del
papa Juan XVIII.
En aquella época, los daneses hacían
frecuentes incursiones en Inglaterra. En 1011, unidos al conde Edrico, que se
había rebelado, marcharon contra Kent y pusieron sitio a Canterbury. Los
principales de la ciudad rogaron al arzobispo que huyese, pero san Elfego se
negó a hacerlo. La ciudad cayó, por traición, y los daneses degollaron a gran
cantidad de hombres y mujeres de todas las edades. San Elfego se dirigió al
lugar de la ciudad en que se estaban cometiendo los peores crímenes y,
abriéndose camino entre la multitud, gritó a los daneses: «No matéis a esas
víctimas inocentes. Volved vuestra espada contra mí». Inmediatamente fue
atacado, maltratado y encarcelado en un oscuro calabozo. Algunos meses más
tarde, fue puesto en libertad, a raíz de una misteriosa epidemia que se había
propagado entre los daneses; pero, a pesar de que san Elfego había curado a
muchas víctimas con su bendición y con el pan bendito, los bárbaros exigieron
todavía tres mil coronas de oro por su persona. El arzobispo declaró que la
región era demasiado pobre para pagar esa suma. Así pues, los daneses le
llevaron a Greenwich y le condenaron a muerte, por más que un noble danés,
Thorkell el Alto, trató de salvarle. La Crónica Anglosajona narra en verso su
trágico fin:
«Hicieron prisionero a aquél que había sido
cabeza de Inglaterra y de la Cristiandad.
En la infeliz ciudad, antaño tan sonriente,
de la que recibimos esa herencia cristiana
que nos hizo felices ante Dios y los hombres,
todo era miseria ...»
«Hicieron prisionero a aquél que había sido
cabeza de Inglaterra y de la Cristiandad.
En la infeliz ciudad, antaño tan sonriente,
de la que recibimos esa herencia cristiana
que nos hizo felices ante Dios y los hombres,
todo era miseria ...»
El cuerpo de san Elfego fue recuperado y
sepultado en San Pablo de Londres. En 1023, el rey Canuto de Dinamarca le
trasladó solemnemente a Canterbury. Uno de los sucesores de san Elfego,
Lanfranco, dijo a san Anselmo que su antecesor no había muerto por la fe, pero
el santo le respondió que morir por la justicia era lo mismo que morir por
Dios. Los ingleses siempre han considerado como mártir a san Elfego. Su nombre
se halla en el Martirologio Romano y las diócesis de Westminster, Clifton,
Portsmouth y Southwark, celebran todavía su fiesta.
La mejor edición de la biografía de san
Elfego escrita por Osbern, monje de Christchurch de Canterbury, es la de Anglia
Sacra de Wharton (vol. II, pp. 122-142). Como lo hizo notar Freeman en Norman
Conquest, vol. I, pp. 658-660, la obra de Osbern, escrita hacia el año 1087, no
constituye una fuente fidedigna; más de fiar son los datos que nos dan la
Crónica Anglosajona, Thietmar y Adán de Bremen. Ver también Stanton, Menology,
pp. 164-166; las citas de los calendarios ingleses que se encuentran en dicha
obra demuestran que en toda Inglaterra se veneraba a san Elfego. Aunque algún sitio lo
da como oficialmente canonizado por Gregorio VII en 1078, no hay rastros de esa
canonización en las listas que se conservan de las canonizaciones anteriores a
la Congregación de Ritos.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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San León IX, papa
fecha: 19 de abril
n.: 1002 - †: 1054 - país: Italia
canonización: Conf. Culto: Victor III 1087
hagiografía: Mathieu-Rosay: Los Papas
n.: 1002 - †: 1054 - país: Italia
canonización: Conf. Culto: Victor III 1087
hagiografía: Mathieu-Rosay: Los Papas
En Roma, en la basílica de San Pedro,
san León IX, papa, que primero fue obispo de Tulle durante veinticinco años, en
donde defendió enérgicamente a su comunidad, y una vez elegido para la sede
romana, reunió varios sínodos para acordar la reforma de la vida del clero y la
extirpación de la simonía.
patronazgo: patrono de músicos, y en especial
de organistas.
refieren a este santo: San Gregorio VII

San Leon IX nació en 1002 en Alsacia, que
formaba entonces parte del Sacro Romano Imperio. Hugo, su padre, estaba
estrechamente emparentado con el emperador; su madre se llamaba Heilewida.
Ambos formaban un excelente matrimonio cristiano; eran tan cultos, que hablaban
corrientemente el francés, además del alemán, cosa excepcional en aquella
época. A los cinco años, Bruno, como se llamaba el futuro León IX, fue a
estudiar a la escuela de Bertoldo, obispo de Toul. En ella empezó a mostrar su
talento excepcional. Su tutor era un primo suyo, mucho más grande que él,
llamado Adalberto, quien fue luego obispo de Metz. Un suceso de la niñez se
quedó profundamente grabado en la mente del futuro papa: en cierta ocasión un
animal ponzoñoso le mordió y le dejó entre la vida y la muerte; entonces se le
apareció san Benito y le tocó con una cruz; cuando despertó el niño, estaba
completamente curado.
Una vez terminados sus estudios, fue
nombrado canónigo de la iglesia de San Esteban de Toul. En 1026, el emperador
Conrado II fue a Italia a combatir una rebelión de los lombardos; Bruno, que
era entonces diácono, le acompañó al mando del regimiento con el que había
contribuido el anciano obispo de Toul. Su éxito en la dirección del regimiento
le ganó fama de hábil militar, cosa que tal vez no fue muy buena, teniendo en
cuenta el porvenir. El obispo de Toul murió cuando Bruno se hallaba todavía en
Italia y el clero y el pueblo de la ciudad le eligieron para sustituir al
difunto. El día de la Ascensión de 1027, Bruno entró en Toul, en medio de las
aclamaciones del pueblo y fue consagrado inmediatamente. Habría de gobernar la
diócesis durante veinte años. Su primera ocupación consistió en introducir una
disciplina más estricta entre su clero, tanto secular como regular. Inspirado
sin duda por su gran devoción a san Benito, tenía en alta estima la vida
religiosa; hizo, pues, cuanto estuvo en su mano por reavivar la disciplina y el
fervor de los grandes monasterios de su diócesis, e introdujo en ella la
reforma de Cluny.
En el verano de 1048, murió el papa Dámaso
II, después de un pontificado de veintitrés días. El emperador Enrique III
eligió a su pariente, Bruno, para sucederle. De camino para Roma, Bruno se
detuvo en Cluny, donde se unió a su comitiva el monje Hildebrando, quien sería
más tarde el papa san Gregorio VII.
Después de ser elegido según los cánones, Bruno ascendió al trono pontificio
con el nombre de León IX, a principios de 1049. Durante muchos años los buenos
cristianos, así clérigos como laicos, habían luchado contra la simonía; pero el
mal estaba tan profundamente arraigado, que hacía falta una mano fuerte para
combatirlo. El papa procedió sin vacilaciones. Poco después de su elección,
convocó en Roma un sínodo que condenó y privó de sus beneficios a los clérigos
culpables de simonía y lanzó severos decretos contra la decadencia del celibato
eclesiástico. León IX empezó a promover entre el clero de Roma la vida
comunitaria, que ya antes había ayudado a instituir en Toul, cuando era diácono
del obispo de dicha ciudad. Además, convencido de que la reforma exigía algo
más que simples decretos, empezó a visitar los países de Europa occidental para
dar mayor fuerza a las leyes y sacudir la conciencia de las autoridades. La
reforma de las costumbres era su principal objetivo, pero también insistió en
la predicación y en el canto sagrado, que amaba particularmente. San León se
vio también obligado a condenar las doctrinas de Berengario de Tours, quien
negaba la presencia real de Cristo en la Eucaristía. El enérgico papa cruzó dos
veces más los Alpes: una vez para visitar su antigua diócesis de Toul, y otra
para reconciliar a Enrique III con Andrés de Hungría. Debido a esos viajes, el
pueblo le llamó «Peregrinus Apostolicus», el peregrino apostólico.
León consiguió ver aumentado el patrimonio
de San Pedro con Benevento y otros territorios del sur de Italia, lo cual
acrecentó el poder temporal de los papas. Pero ello no dejó de traerle
dificultades, pues los normandos invadieron dichos territorios. León IX salió
en persona al encuentro del enemigo, pero fue derrotado y hecho prisionero, en
Civitella y los invasores le detuvieron algún tiempo en Benevento. El golpe
para el prestigio de León fue muy rudo; además, san Pedro Damián y
otros varones de Dios le criticaron severamente, diciendo que, si la guerra era
necesaria, tocaba al emperador hacerla y no al Vicario de Cristo.
El patriarca de Constantinopla, Miguel
Cerulario, aprovechó la ocasión para acusar de herejía a la Iglesia de
Occidente, a propósito de ciertos puntos de disciplina y liturgia en que
difería de la Iglesia de Oriente. El papa respondió con una larga carta, vibrante
de indignación, pero no exenta de moderación. Muy característico de León IX fue
el hecho de empezar a aprender el griego para comprender mejor los argumentos
de sus acusadores. Pero, aunque ése fue el principio de la separación
definitiva de la Iglesia oriental y occidental, San León no vivió lo suficiente
para ver el resultado de la delegación que envió a Constantinopla. Ya para
entonces, su salud estaba muy debilitada. Ordenó, pues, que colocasen su lecho
junto a un sarcófago, en San Pedro, y murió apaciblemente ante el altar mayor,
el 19 de abril de 1054. «El cielo ha abierto sus puertas a un Pontífice del que
el mundo no era digno; León ha llegado a la gloria de los santos», declaró el
abad de Monte Cassino, formulando exactamente el pensamiento de la cristiandad.
En los cuarenta días que siguieron a su muerte, se habló de setenta curaciones
milagrosas. En 1087, el beato Víctor III confirmó la canonización popular y
ordenó que los restos mortales de san León fuesen solemnemente trasladados a un
monumento.
León IX fue el primer papa que propuso que
la elección del Sumo Pontífice recayese siempre sobre uno de los cardenales. La
proposición se convirtió en ley, cinco años después de su muerte. Uno de los
monarcas con quien san León mantuvo relaciones amistosas fue san Eduardo el
Confesor, a quien concedió la autorización de fundar nuevamente
la abadía de Westminster, en vez de hacer una peregrinación a Roma. Se cuenta
que durante su pontificado, el rey MacBeth visitó la Ciudad Eterna, tal vez
para expiar sus crímenes.
Es imposible enumerar aquí en detalle
todas las fuentes de la vida de san León IX. Baste con hacer una referencia
general a Biblioteca Hagiográfica Latina, nn. 4818-4829 y al excelente artículo
sobre el pontificado de León IX en Lives of the Popes in the Middle Ages (vol.
VI, pp. 19-182), de Mons. H.K. Mann. Acerca del aspecto ascético de la vida de
este papa, es particularmente valiosa la primera parte de la biografía de
Wiberto, así como los documentos publicados por el P. A. Poncelet en Analecta
Bollandiana, vol. XXV (1906), pp. 258-297. Aunque O. Delarc no conocía esos
documentos cuando escribió su obra Un pape alsacien (1876), ésta es interesante
por lo que se refiere a las condiciones de la época. Quien quiera estudiar más
a fondo la cuestión, debe consultar las obras de Martens, Drehmann, Hauck y
Brucker, escritas con puntos de vista muy diferentes. El St Léon IX de L.
Sittler y P. Stintzi (1950) contiene una serie de estudios y citas
interesantes, de los que algunos se refieren particularmente a Alsacia.
fuente: Mathieu-Rosay: Los Papas
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Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía,
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